Nos jugamos Madrid… y mucho más
Los territorios y Ayuntamientos del cambio nos marcaron la ruta, ahora ha llegado el momento de tomar, también y entre otras plazas, la Comunidad de Madrid
Jorge Lago / Clara Ramas 19/01/2019
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En Madrid nos jugamos, primero, revalidar la alcaldía que, con aciertos mayores o menores, supone una indudable tabla de salvación para el cambio político en el conjunto del Estado. Siempre podemos encontrar ese cambio insuficiente, alejado de los sueños maximalistas que legítimamente se pueden y deben tener, pero podemos también reconocer que las mejores ideas se miden no por su belleza intrínseca, sino por su capacidad o fuerza de llevarse a la práctica. Y a nadie se le escapa que Manuela Carmena está en las mejores condiciones para revalidar posiciones y mantenerse frente a la ofensiva reaccionaria que se nos presenta como su única alternativa.
Porque es así como se nos presenta hoy la disyuntiva política e histórica: cambio político o profunda reacción conservadora y autoritaria. Hace cuatro años faltó un diputado para echar al PP de la Comunidad de Madrid. Es verdad, echar al PP no nos hubiese traído automáticamente el final del capitalismo ni de las formas actuales de explotación y dominación, pero muchos y muchas vivirían significativamente mejor. Hoy ya no se trata “solo” de echar al PP, a la mafia, la corrupción, la desigualdad manifiesta entre regiones dentro de la Comunidad y entre madrileños. De frenar la privatización y desmantelamiento de lo común en beneficio de una élite extractiva y del todo ineficiente (incluso desde criterios meramente mercantiles). Hoy está en juego todo esto y algo más: la continuación de la senda andaluza y, con ella, de una degradación todavía más severa de las condiciones de vida, además de una mayor involución democrática si cabe. Y siempre cabe.
Hoy está en juego todo: la continuación de la senda andaluza y de una degradación todavía más severa de las condiciones de vida
Pero tengamos clara una cosa: este cambio o barbarie ante el que nos enfrentamos no se explica por una significativa subida del apoyo electoral y social de la derecha, sino por una parálisis del cambio político, por una dificultad de las fuerzas progresistas, de izquierdas, del cambio (póngase el adjetivo que se quiera): en Andalucía las derechas sumaron apenas 53.000 votos más que hace cuatro años. PSOE y Adelante Andalucía se dejaron un millón. Es en este contexto, y no en otro, en el que irrumpe la noticia de que Manuela Carmena e Íñigo Errejón se alían para extender la iniciativa de Más Madrid a la Comunidad de Madrid. Las reacciones no se han hecho esperar: ilusión, esperanza pero, también, dudas o rechazo ante la posibilidad de que la izquierda sucumba, una vez más, a su secular tendencia a la ruptura y la guerra interna.
Y, sin embargo, una cosa está muy clara para todos: había y hay que hacer algo. Si crece la abstención, si una parte significativa de la base de los partidos progresistas y del cambio lleva tiempo desinflándose, y si la inyección de la moción de censura no está siendo suficiente para mantener posiciones y acaso tomar nuevas, algo hay que hacer; o, claro, permitir que una parte de la ciudadanía sucumba al hastío, la desafección, la desilusión y la sensación de que el cambio político era deseable, pero no posible. Porque ese, y no Vox, es el mayor desafío actual: evitar que buena parte de la gente se repliegue en el desánimo y la desafección. Sin movilización social y electoral, no hay victoria posible frente a la reacción.
Claro que lo que ha ocurrido en Andalucía nos ha pillado por sorpresa a la mayoría, y que desde entonces ha cundido la sensación de desconcierto, de desorientación. Pero en un contexto en que los reaccionarios se han construido como bloque coherente (aznarismo duro en el PP, derechización de C´s, infantería de Vox), no basta con un movimiento meramente reactivo, permaneciendo a la defensiva, en las trincheras: “Paremos el fascismo”. Tampoco sirve de nada desvelar las mentiras u ofrecer datos que desmonten sobre el papel un discurso demencial. No sirve cuando lo que impera es la desafección, el miedo y la necesidad de referentes. No se les gana enfrentándose únicamente a ellos, en una polarización en la que sacan rédito azuzando odio y resentimiento.
Tenemos, sí o sí, que evitar el largo y tenebroso invierno que nos promete la ola reaccionaria que ha empezado en Andalucía. Y el acuerdo Carmena-Errejón puede, y a nuestro juicio debe, entenderse como un primer y fundamental paso en la dirección correcta. Es el revulsivo que, seguramente, el momento pedía: no una estrategia defensiva o inmovilista, sino que movilice y amplíe su base social. La desmovilización, el cansancio y el desánimo, que se vienen fraguando desde años atrás, no se vencen con repliegues o gritos de radicalidad, sino con un proyecto en positivo y con posibilidad real de victoria. Con capacidad, por tanto, de apelar a una mayoría social que corre sino el riesgo de quedarse en casa huérfana de referentes, y sin la cual la alternativa es evidente: tripartito a la andaluza.
Ya se ha hecho antes. No debe cundir el pánico. En España el bloque reaccionario no ha tomado nunca la iniciativa. Cuando vinieron mal dadas y la gente empezó a sufrir los recortes, los desahucios, la precariedad, la destrucción de los servicios públicos, no estaban. Callaban. No fueron nunca la alternativa ciudadana a la crisis y al saqueo de las élites. No dieron una respuesta al malestar de la gente. No generaron un proyecto ilusionante para las mayorías. En España, todo eso lo hizo el 15M. Y, en 2014, Podemos irrumpió y creció a pasos de gigante recogiendo ese testigo. Entendió que sólo se gana saliendo a la ofensiva, con un proyecto amplio, transversal, que reagrupe a un pueblo roto por la precariedad y los recortes. Un proyecto que hable a toda España, no a un partido ni a una parte: al 99%. Que haga de sus siglas un instrumento, no un fin en sí mismo. Un proyecto, en fin, que apele siempre a una unidad por encima de las siglas que lo componen: la unidad popular que agrega a una mayoría social en construcción y encuentra, en cada momento, la mejor herramienta electoral y táctica para movilizarla. Puede hacerse otra vez, y nos jugamos mucho en que así sea.
Solo con un proyecto que saque de sus casas al votante que se ha quedado, que vuelva a generar ilusión y compromiso políticos, podremos transformar las condiciones de vida de nuestro pueblo.
Errejón y Carmena son el tándem con más potencial de victoria. Gustarán más o gustarán menos, pero son hoy la herramienta más útil y eficaz para ganar en Madrid al tiempo que muestran una alternativa factible a la reacción. Y esa es la prioridad. Eso sí, solo podrán hacerlo desde una plataforma cívica abierta, que integre a las fuerzas que llevan años luchando por el cambio, con IU, con Podemos, con Equo y con otras fuerzas que han operado al margen de la organización de los partidos y que son sin duda imprescindibles.
El movimiento ya ha empezado. Los territorios y Ayuntamientos del cambio nos marcaron la ruta, ahora ha llegado el momento de tomar, también y entre otras plazas, la Comunidad de Madrid. De convertir estas elecciones en un punto de inflexión desde el que, sin duda, quedará mucho por hacer, muchas posiciones por tomar, políticas por llevar a cabo, pero un punto de inflexión que puede bloquear la vía a un terrible retroceso democrático, social, económico y cultural. Solo con un proyecto que saque de sus casas al votante que se ha quedado, que les hable a ellos más que a los militantes, por necesarios que estos sean, que vuelva a generar ilusión y compromiso políticos, podremos ganar y transformar las condiciones de vida de nuestro pueblo.
En Madrid nos jugamos, primero, revalidar la alcaldía que, con aciertos mayores o menores, supone una indudable tabla de salvación para el cambio político en el conjunto del Estado. Siempre podemos encontrar ese cambio insuficiente, alejado de los sueños maximalistas que legítimamente se pueden y deben...
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Jorge Lago /
Autora >
Clara Ramas
es doctora Europea en Filosofía (UCM). Investigadora post-doc en UCM y UCV. Tratando de pensar lo político hoy desde un verso de Juan Ramón Jiménez: “Raíces y alas. Pero que las alas arraiguen y las raíces vuelen”.
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