PAN Y ROSAS
La tejedora de redes
Una cena en la Organización de Estibadores Portuarios
Mar Calpena 30/01/2019
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Se llama Marina y luce al cuello un colgante en forma de pescado. Dos rasgos que explican más que ningún otro quién es y qué hace Marina Monsonís, de nombre artístico Grafitti receptes, recuperadora de patrimonio gastronómico, activista política y vecinal, artista multidisciplinar, hija y nieta de pescadores y estibadores y nuestra anfitriona esta noche. Llega con una bolsa enorme llena de pescado que ha comprado en el mercado del barrio. Peces brillantes, no muy grandes, que no aparecen en ningún catálogo de tatakis congelados pret-a-porter ni deslumbran a los turistas desde las vitrinas de las marisquerías del Paseo Joan de Borbó. Nunca se vieron improbables arroces negros con langosta a bordo de las barcas de esta isla. Porque las tierras que conforman la Barceloneta, la antigua isla de Maians, se unieron al resto de Barcelona ya en 1477, la Ostia de Barcelona continuó, acaso continúa, siendo una isla mental pese a los embates de la historia. En una de las habitaciones de la Organización de Estibadores Portuarios una cocina se abre a los veintitantos comensales de la cena. Monsonís ha reunido en esta sala a personas que conoce de otros proyectos en los que participa, como 21 personae, una iniciativa del MACBA que recorre experiencias por la ciudad, gente también que ha participado en los talleres de cocina de Monsonís en este mismo museo o en centros cívicos, amigos… Falta esta noche Carla Boserman, la ilustradora y cómplice con la que lleva recopilando desde hace tres o cuatro años las recetas de un barrio “que resiste, aunque la guerra está perdida”. Boserman y Monsonís han ido reuniendo un archivo de recetas que tienen previsto publicar tarde o temprano en un libro, sentándose a la mesa de las personas que se las cuentan, comiendo, y plasmándolas en relatogramas que van más allá del dibujo decorativo. Las cenas, que Monsonís organiza de vez en cuando, son un modo de financiar el proyecto y a la vez, de darlo a conocer.
Monsonís saca el pescado de las bolsas y nos muestra las colas. “Mirad. Si tiene la cola bifurcada se trata de un pescado azul, no sedentario, y tiene más grasa para alimentarse en sus viajes”. Tenemos mairas y jureles, brótulas y gambitas de playa, diminutas, baratas y sabrosímas. “La cocina marinera es una construcción”, nos cuenta mientras limpiamos de sangre y entrañas el pescado –algo que para muchos es la primera vez. “Los ingredientes que se repiten son los que caben en el bolsillo: una cabeza de ajos, una cebolla, un puñado de avellanas o un frasco con pimentón… los pescadores comían el pescado roto o pequeño, lo freían, o hacían un guisito rápido”. El de hoy, apunte el lector, es el “Suquet del Chacho”, que lleva, por persona, un ajito picado muy fino que se sofríe (“¡ojo, que se quema y hay que volver a empezar!”) en aceite generoso. Al ajo se le añade una puntita de pimentón, un chorro de vino “del más barato, que es el que mejor queda y el que llevaban en las barcas”, se le da una vuelta y rápidamente se le añade el pescado, que se deja unos pocos minutos hasta que la carne se abre por sí misma. Todo ello se sirve con una patata hervida, allioli, pan abundante y perejil aunque Monsonís a veces apuesta por el cilantro. “A la gente mayor del barrio no les gusta demasiado este cambio, pero estuve leyendo que el cilantro se utilizaba mucho en la antigüedad, y además” dice con sonrisa desafiante “a mí me gusta”. Pero hay otra razón: el cilantro también entronca con otras cocinas que han ido llegando al barrio más recientemente. Monsonís y Boserman han recogido una decena de recetas que les han explicado los manteros que se ganan la vida vendiendo chaneles dudosos a los turistas que pasean por donde estaban los chiringuitos preolímpicos. “Las luchas se superponen”, remarca Monsonís, “y hay que refrescar la memoria. En los años treinta y cuarenta eran los andaluces a los que reprimía la policía cuando hacían venta ambulante”. Muchos de estos manteros eran pescadores en su tierra, hasta que llegaron los inmensos barcos pesqueros europeos y depredaron los fondos marinos.
Luchas y más luchas en diversas oleadas. La vecinal, por no dejar que el barrio se convierta en un inmenso Airbnb. La de la subsistencia diaria. Y la que esta noche lo impregna todo como genius loci, la de los estibadores. Mientras el pescado acaba de cocerse, ojeo las fotos y los carteles que cuelgan de las paredes. Nuestro comedor ha visto convocar huelgas, llorar despidos y muertos, celebrar readmisiones… Los portuarios y estibadores han sido una parte tan importante como desconocida del tejido social de la Barceloneta. Su trabajo es peligroso y difícil, y un sueldo digno les ha permitido a muchos ser propietario de sus viviendas, esos “quarts de casa” pequeños e incómodos pero que harían las delicias de cualquier especulador voraz dedicado a realquilarlas como apartamento vacacional coquetón.
Antes de hincarle el diente al suquet, se hace el silencio y Monsonís nos enseña emocionada una oración laica. “El riutal es importante, porque hemos ido perdiéndolo en la vida moderna, y nos acerca a nuestra parte espiritual”. Son unos versos de una canción de los pintxos y trinxeraires de la Barceloneta que se oye también en los entierros, y que vuelve a dimensionar lo que vamos a comer:
Assegudeta a la platja / Una nena moreneta / Remendant està una xarxa / Al sombrall d’una barqueta / Contemplant la inmensitat / murmureja una oració / an a la Verge del Carme / Que vetlla pel pescador / Pescador que dins del mar / et jugues la teva vida / demostres que no és mentida / quan diuen que el peix és car (“sentadita en la playa / una niña morenita / remienda una red/ a la sombra de una barquita / contemplando la inmensidad / murmura una oración / a la Virgen del Carmen / que vela por el pescador / Pescador que dentro del mar / vas a jugarte tu vida / demuestras que no es mentira / cuando dicen que el pescado es caro”).
Respecto los estibadores aprenderemos más en unos minutos, mientras rebañamos como tiburones blancos nuestros platos y –ni confirmo ni desmiento– puede que incluso la propia cazuela del suquet. Porque en cada sobremesa de sus cenas Monsonís invita a una persona de la Barceloneta para que comparta su vida y con ella, las del barrio. Y nuestro bardo de hoy es, además, el conocedor de todas las historias de la estiba. Santiago ha sido cuarenta años el secretario, tesorero y archivista de la organización, y que nos acompañe en la sobremesa –Monsonís le pone un plato, pero no come– hace que los colores ganen contraste y las fotos, definición. Sus historias nos llevan a unos años en los que sólo había un sindicato vertical y en el que el sistema de reparto de trabajo era casi caciquil, hasta que poco a poco, huelga a huelga, las condiciones empiezan a cambiar. “Todo a base de resistencia y unidad”, relata. “La unidad es lo más importante. Nosotros no hemos sido un sindicato como tal, porque permitíamos la doble afiliación, pero hemos funcionado todos a uno. Hemos socializado los sueldos en momentos de conflicto, y nunca se quedó nadie en la calle por defender su puesto de trabajo”, dice con orgullo y un punto de solemnidad. Pero la lucha, que también tuvo momentos de realismo mágico, como la invasión de las mujeres de los estibadores de la carabela Santa María, una reproducción que el cine propagandístico de postguerra abandonó en el Moll de la Fusta, y que acabaría quemada por Terra Lliure en los noventa. O como el momento en el que las grúas del puerto cerraron la Vía Laietana. O como el léxico de la estructura del trabajo (“Las categorías eran ‘capataz’, ‘confronta’, que es la persona que comprobaba la carga de cada contenedor, los ‘medios mecánicos’ en las grúas, y los ‘bordos’, que se encargaban de las tareas más duras y simples”). Mientras escuchamos todo esto, bebemos café y comemos polvorones bajo un cuadro que recién han colgado allí, tras pasar varios años en un almacén. “Lo sacamos del bar Emilio, que estaba en Juan de Borbón pero cayó por la especulación. Nadie sabe cuándo lo pintaron exactamente, aunque alguien lo restauró en 1957. El bar, que era un sitio de tertulia y desayunos para estibadores y pescadores, ya no existe. Sacamos el cuadro de noche cuando lo derruyeron y alguien pintó en su lugar otro con la misma escena”. En ella, una pelea tabernaria de trinxeraires del barrio, en la que incluso los perros se enfrentan mientras un guardia civil con cara de pocos amigos aparece en lontananza para dar el alto. “A mí, que no estaba acostumbrado, al principio me sorprendían estas peleas”, cuenta Santi. “Y aún más porque gente que se había dicho de todo al cabo de una hora volvían a estar compartiendo el vino y la comida”. Ése es el espíritu del barrio, replica Monsonís, “Simpatía, compromiso y solidaridad”.
Se llama Marina y luce al cuello un colgante en forma de pescado. Dos rasgos que explican más que ningún otro quién es y qué hace Marina Monsonís, de nombre artístico Grafitti receptes, recuperadora de patrimonio gastronómico, activista política y vecinal, artista multidisciplinar, hija y nieta de pescadores y...
Autora >
Mar Calpena
Mar Calpena (Barcelona, 1973) es periodista, pero ha sido también traductora, escritora fantasma, editora de tebeos, quiromasajista y profesora de coctelería, lo cual se explica por la dispersión de sus intereses y por la precariedad del mercado laboral. CTXT.es y CTXT.cat son su campamento base, aunque es posible encontrarla en radios, teles y prensa hablando de gastronomía y/o política, aunque raramente al mismo tiempo.
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