Menores sin amparo en la frontera sur
Al menos 50 niños malviven en las calles de Melilla en espera de obtener la residencia o de regresar a Marruecos
Sabela González Melilla , 27/02/2019
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“¿Qué edad quieres saber? ¿La de Marruecos o la de Melilla?”, dice Mohammed –nombre ficticio para proteger su identidad–; es uno de los entre 20 y 50 niños marroquíes que viven en las calles de Melilla.
La edad es un factor clave para cualquier migrante que quiera cruzar la frontera sur entre Marruecos y España: si las pruebas forenses –denunciadas por el Defensor del Pueblo– determinan que eres menor, pasarás a estar bajo la protección de la Administración local mientras se investiga dónde está la familia del menor y si se puede repatriar. Y si esta investigación no obtiene respuesta positiva, o se pospone más de nueve meses, debe darse comienzo a la tramitación de residencia y el niño deja de ser un menor extranjero no acompañado (MENA) y pasa a ser un menor tutelado. Por el contrario, si las pruebas determinan que eres mayor de edad, serás un extranjero indocumentado que posiblemente reciba una orden de expulsión o devolución a Marruecos, junto con la prohibición de entrar en territorio Schengen.
También puede darse el caso de que no existas para el gobierno español. Es el caso de Mohammed, quien entró hace un año como menor en Melilla, pero la policía nunca le ha identificado ni registrado. Esto contradice la Ley Orgánica 4/2000 sobre derechos y libertades de los extranjeros en España, que establece que, si se localiza a un extranjero indocumentado, se le dará protección de menores y se determinará su edad, estableciendo la presunción de minoría de edad. Mohammed es uno de los muchos niños que huyeron de la ciudad marroquí de Fez en busca del “sueño europeo”: trabajo, dinero y ayudar económicamente a su familia, especialmente a su madre. “En Marruecos no hay trabajo ni dinero –el 63,7 % de los jóvenes entre 15 y 29 años están desempleados en Marruecos, sin prestación por desempleo, y durante el primer semestre del 2018 hubo un total de 89.000 desempleados–, así que dejé el colegio, me compré un billete de tren y llegué a Beni Enzar –paso fronterizo peatonal y a motor con Melilla–, pero ahora llevo ya mucho tiempo en Melilla, un año, y ya no puedo más”, cuenta Mohammed sentado frente al puerto de Melilla, lugar desde donde mira el tráfico de barcos que entran y salen de la Ciudad Autónoma.
Como él, muchos menores no acompañados atraviesan el paso fronterizo colándose bajo los coches o bordeando a nado el dique sur que separa Melilla de Marruecos. “Contamos con un puesto de control activo las 24 horas y vemos que los intentos de entrada a nado son constantes y diarios. Sin embargo, no podemos controlar todos los intentos y algunos se nos escapan”, aseguran fuentes de la Guardia Civil. Entre el 3 y el 9 de diciembre de 2018, 66 menores marroquíes ingresaron en el centro de acogida de menores La Purísima de Melilla: 15 son nuevos en la ciudad. Esto significa que, como mínimo, 66 menores no acompañados cruzaron la frontera en 6 días. Esto como mínimo, porque no hay cifras exactas ya que muchos menores que cruzan no son interceptados por la policía o no ingresan en el centro de acogida, por lo que son cifras estimadas de la Ciudad Autónoma.
La idea de Mohammed y de muchos de sus compañeros de la calle es llegar a Barcelona. “Allí un amigo entró en el centro como menor, en Barcelona es más fácil que en Melilla”, dice. En la ciudad autónoma se realizaron 567 pruebas de determinación de la edad durante 2017, de las cuales el 67,23 % dieron la minoría de edad a los migrantes. En Barcelona, la cifra ascendió al 85 %. Y como la información y las expectativas de la mayoría de los menores marroquíes de Melilla nacen del boca a boca, Mohammed intenta todas las noches hacer lo que se conoce en la calle como “risky”: colarse como polizón en alguno de los barcos que zarpan diariamente hacia la Península –a principios de 2019, un joven magrebí de 24 años murió aplastado por un camión en el puerto.
Mohammed y el resto de los niños marroquíes que deambulan por las calles de Melilla se encuentran atrapados en lo que esperaban que fuese una ciudad de paso. Por un lado, no consiguen alcanzar sus sueños de prosperidad económica en Europa ya que en Melilla no tienen opciones de empleo ni formación; y al no tener documentación –a pesar de que por ley la Administración debe otorgarla pasados los 9 meses desde que se aceptó la situación de desamparo del menor–, su única opción es salir por mar, arriesgando su vida. Volver a Marruecos es la otra salida, aunque allí se enfrentarían a la Ley nacional nº02-03 donde se condena la emigración irregular, y además a un ambiente que no es el que dejaron atrás. “Es un golpe muy duro para ellos, se van de casa siendo niños, y vuelven como adultos, por lo que su rol en la familia y sus responsabilidades no son las que recuerdan. Pierden su sentimiento de pertenencia, no son ni de aquí ni de allá”, asegura un educador social que trabaja con menores extutelados en Madrid. “Además, han desarrollado su personalidad en un ambiente hostil, con violencia, alcohol y drogas, por lo que están condenados al rechazo social”, añade.
Extranjeros hasta de sí mismos, docenas de jóvenes marroquíes, mayores o menores de edad viven por las cuevas que bordean el puerto y son rechazados por una gran mayoría de la ciudadanía melillense, que les culpa de la criminalidad e inseguridad –aunque más del 90% de los robos son obra de melillenses, según se afirma desde el gobierno local–. Pero la responsabilidad es claramente de otros: no hay recursos ni propuestas políticas para solucionar su situación de desprotección, que vulnera, entre otras, la Convención de Derechos del Niño, ratificada por España en 1990.
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Sabela González
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