El hacha
Acerca del criticado Thomas Lemar
El francés afronta el desafío de brillar en un equipo donde un jugador de sus características parece condenado a brillar mucho menos
Rubén Uría 10/03/2019
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Ahora que Simeone ha renovado, que su compromiso sigue intacto y que, más allá de los resultados, haya quien sigue echando espumarajos por la boca porque sus famosos huevos – con perdón–, son los que señalan el camino, los fiscales han desviado el tiro. Hubo regodeo – lógico– con el KO copero, pero la alegría no duró demasiado cuando Diego Costa volvió a los entrenamientos. Hubo quien se frotó las manos – normal– cuando el Atleti cayó en casa ante el Madrid, pero con el paso de los días y las jornadas, la anécdota no se elevó a categoría y el segundo puesto vuelve a ser colchonero. Y hubo quien menospreció al Atleti – como siempre–, diciendo que no estaba a la altura de la Juve y que Don Imprescindible y compañía iban a triturar a los chicos de Simeone, un tiro que salió por la culata en la ida, y que espera a la vuelta – aún no está dicha la última palabra. Así que ahora que la enfermería se despeja, ahora que Morata ha caído de pie en Chololandia, que Lucas parece que pronto podrá volver, que el Atleti recupera la pelota parada y que el equipo está en una forma física aceptable, ahora que el Atleti carbura, el francotirador de turno se gira sobre los fichajes. Y el nombre propio, el señalado habitual, el sospechoso haga lo que haga, el tipo que ocupa el primer lugar en la lista negra del personal es Thomas Lemar. No hay día en que los que no quieren al Atleti no le fusilen al amanecer tras cada partido y no hay choque en el que no salga a la palestra algún atlético descontento con su rendimiento. Nada nuevo bajo el sol. Era de esperar.
Al grano. En primer lugar, conviene juzgar deportivamente al francés teniendo claras varias premisas que, por alguna razón ignota, se ignoran, bien por desconocimiento, bien por desinterés: Lemar no sólo llegó al Atleti como un fichaje deportivo, sino también como parte de una estrategia político-económica para diseñar una campaña en la que la gran estrella del equipo no sólo pedía dinero – que lo pidió, porque Antoine no cobra en Sugus de piña, como Cristiano, Coutinho, Jesé o Vinicius– , sino también proyecto. Y Lemar, pieza clave en su club, estrella en su campeonato y campeón del mundo, era una pieza cotizadísima en el mercado. Alguien que tenía la confianza de Antoine, dentro y fuera del campo. Alguien para aumentar la zona de confort del crack del Atleti. Un jugador por el que al Barcelona le pidieron 100 “kilos”, sin anestesia, y que llegó al Atleti previo acuerdo con su club, bajo condiciones económicas que todos los medios dicen conocer pero ninguno consigue publicar, mire usted. ¿Cuánto costó realmente Lemar? ¿Tiene algo que ver con lo que nos dicen los medios o su fichaje depende de otras variables que nunca llegaremos a conocer? Por simple experiencia, quien esto escribe está más cerca de lo segundo que de lo primero. Pregunten por Carrasco y después, hagan memoria con Nico Gaitán. Y luego, culpen al chico de lo que no es su negociado. Lemar no tiene la culpa de lo que se pagó por él, ni de en qué condiciones llegó. Eso, en otra ventanilla.
Ahora, vayamos con lo que depende de Thomas Lemar. En el caso del “camarón de Guadalupe”, se trata de un jugador talentoso, liviano, asociativo, que carbura en equipos con mucha posesión y que funciona a fogonazos cuando el estilo de su equipo se basa más en el robo que en la tenencia. Es decir, en el modelo de Simeone, Lemar es un jugador contracultural, alguien que está buscando su rol en el equipo, alguien que está afrontando el enorme desafío de brillar en un equipo donde un jugador de sus características parece condenado a brillar mucho menos. Es fácil ser una estrella en el Mónaco, donde el talento está por encima del trabajo, pero es más complicado triunfar en un equipo como el Atleti, un grande de Europa que no espera a nadie, un equipo que tiene una competencia interna feroz, que lleva ocho años jugando a lo mismo y en el que, quien no trabaja, no juega. Lemar está tratando de sacar la cabeza emparedado entre Koke, Correa y Vitolo, otros tres jugadores de un potencial enorme, de distintas características, a los que unas veces supera y otras, no. Hay quien, apoyado en el presunto alto precio de su fichaje, considera que Lemar está defraudando, porque las expectativas que había generado son altísimas y su rendimiento está por debajo de toda esa púrpura. Es posible. Y hay quien, después de la exhibición monumental de este chico en la Supercopa de Europa, esperaba que el jugador alcanzase esa regularidad en todos los partidos. Error. Lemar es un jugador fantástico, pero un talento discontinuo. Un jugador que vive de la conducción, del regate, de la asociación y del disparo. Alguien que no está habituado a pelear en cada balón dividido, a potenciar al equipo, a tirar coberturas al compañero, a esprintar por una pelota imposible cada dos minutos. Es alguien forjado en la cultura del talento, no en la ética del trabajo. Que Lemar hubiese encajado como un guante en el Atleti habría sido un milagro. Y eso, en fútbol, no existe. Todo jugador necesita un proceso de adaptación, un rol pleno de continuidad, un estatus en el vestuario y sobre todo, lo más importante, necesita sentirse importante. Hasta ahora, Lemar es un cuerpo extraño en un equipo programado para cualquier guerra. Es un violinista en mitad de un ejército de percusionistas. Como en su día lo fue Antoine, por cierto.
Quien quiera seguir criticando a Lemar por su precio, que gire el cuello al palco. Quien quiera creer que no es válido para el equipo, que mire al banquillo. Quien dude de su calidad, que piense cómo es posible que el Barça estuviese negociando su fichaje hasta el último día. Y quien dude del gran esfuerzo que está haciendo por encajar en un equipo que juega a algo que a él le cuesta un mundo que imagine qué se siente siendo un velocista al que le piden que empiece a correr maratones. Es posible que Thomas Lemar no triunfe en el Atleti, desde luego. Lo que nadie puede negarle es que trabaja como una bestia en los entrenamientos, que se mata a correr en los partidos, que no deja de intentarlo, que jamás ha tenido una mala palabra hacia nadie y que respeta el código del vestuario. Lemar quiere, sabe y puede dar más. Sin duda, él es su mayor crítico. Eso sí, lo que está intentando exige y merece respeto: ser una estrella con alma de gregario. Mejor por dentro que por fuera, letal en el regate y sobresaliente en la conducción, Lemar está haciendo todo lo que le pide Simeone. Y cuando uno dice todo, es todo. Hasta lo que no le gusta. Tendrá más o menos acierto, pero no hay jugada, partido o semana en la que no intente integrarse para sacrificarse por el bien del equipo. Habrá quien siga criticando a Lemar y se sienta defraudado por lo que le está dando al Atleti, pero quien esto escribe sólo tiene palabras de agradecimiento hacia su trabajo: desde el primer día, ha puesto su talento al servicio del equipo y siempre se ha preguntado qué puede hacer él por el Atleti y no qué puede hacer el Atleti por él. Simeone no le pone por gusto, ni por decreto, ni por capricho. Confía en él, sabe qué le puede dar a su equipo y sabe que, con confianza, cuando llegue la hora de la verdad, es un jugador que puede marcar la diferencia. El Cholo no se casa con nadie. Y cuando pone a Lemar es por algo muy sencillo: está dando lo mejor que tiene. Con eso, basta y sobra.
Ahora que Simeone ha renovado, que su compromiso sigue intacto y que, más allá de los resultados, haya quien sigue echando espumarajos por la boca porque sus famosos huevos – con perdón–, son los que señalan el camino, los fiscales han desviado el tiro. Hubo regodeo – lógico– con el KO copero, pero la alegría no...
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Rubén Uría
Periodista. Articulista de CTXT y Eurosport, colaborador en BeIN Sports y contertulio en TVE, Teledeporte y Canal 24 Horas. Autor de los libros 'Hombres que pudieron reinar' y 'Atlético: de muerto a campeón'. Su perfil en Twitter alcanza los 100.000 seguidores.
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