SEÑALES DE HUMO
Todos los robots son gais
Ana Sharife 6/03/2019
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La homosexualidad está presente en el universo androide desde los años 50, cuando Isaac Asimov creó Yo, robot. A partir de entonces, casi todos los autómatas que han desfilado ante la gran pantalla han sido gais. En la mayoría de los casos, personajes principales dotados de infinitos conocimientos y una sensibilidad superior a la especie humana, que soñaron, amaron o dieron mayores muestras de humanidad que sus compañeros de reparto.
Cada día que pasa hay más héroes y villanos que salen del armario en series y películas cuyos personajes, hombres y mujeres con poderes, nos han enseñado enormes muestras de tolerancia e igualdad, tanto que hace cuatro años se estrenó Deadpool (2016), una película de superhéroes con un protagonista pansexual que protegía a las mujeres de la calle.
La industria de la robótica no necesita cuota de género ni la inclusión de un personaje LGTB, ni en los foros de las redes sociales despierta indignación, como le ha sucedido a Capitana Marvel (2019). La nueva película de Marvel Studios recibe tantas críticas que han tenido que eliminarlas de la propia web. Los robots son gais desde que los ingenieros comienzan a planificar su estructura y les ajustan sus primeros tornillos y tuercas. Máquinas con inteligencia emocional capaces de experimentar sentimientos tan humanos como el miedo, la duda o incluso el desagrado. Aceptadas por el público más severo: trolls y tuiteros.
La computadora que creara Ray Bradbury para Odisea del Espacio (1968) comprendió la emoción porque Kubrick extrajo de Los nueve mil millones de nombres de Dios algunos elementos que incluiría en su versión de 2001. La homosexualidad está tan latente en la obra como en la vida del novelista.
Al poco, el mundo entero se enamoró de C-3PO, un androide afeminado y encantador que dominaba seis millones de formas de comunicación, y parecía formar con R2D2 la primera pareja de robots homosexuales de la historia. La armonía que irradia la relación a lo largo de la saga nos hizo pensar lo que era un secreto a voces: se querían.
En la historia del pensamiento el alma siempre fue excepcionalmente humana. Hoy sabemos que un algoritmo podrá explicarnos cómo procesa el cerebro la información: el origen de la consciencia. Crearemos robots tan sensibles y perfectos que pensarán por sí mismos, serán capaces de crear sus propias realidades, y tendrá un mundo interno lleno de metáfora de intuición.
Algunos incluso optarán por ser –por qué no– como el bueno de Bender (Futurama), dotado de todos los vicios humanos posibles: ególatra, misántropo, sociópata, pendenciero, mentiroso, estafador, fumador y alcohólico y, sin embargo, en el fondo, un cacho de pan.
Blade Runner (1982) forma parte de la época dorada del cyberpunk, un movimiento contracultural hoy estrechamente ligado a la cultura hacker. Cuando Roy lamenta que sus recuerdos se “pierdan como lágrimas bajo la lluvia”, en realidad se alinea con la leyenda del caballero Tannhäuser de Wagner, un alma atormentada que encierra en sí mismo la necesidad de elegir entre ambos mundos. Un personaje que ha caído en desgracia con los hombres y con Dios.
- Si un robot pudiera amar de verdad a una persona, ¿qué responsabilidad tendrá la persona a cambio?
- Es una pregunta moral, ¿verdad?
- La más vieja de todas.
Así comienza Inteligencia artificial (2001), donde Steven Spielberg le concede el papel principal a un niño robot, una computadora con una interface diferente capaz de desarrollar sentimientos tan infantiles como el miedo, la inseguridad y la dependencia. El film nos muestra hasta dónde podría llegar un robot diseñado para amar. “¿Cómo puedo convertirme en un niño de verdad?”.
Cimon, un androide con pluma, se hizo viral hace pocos meses en las redes sociales. Diseñado por la compañía de ingeniería aeronáutica Airbus para ayudar a los astronautas en las tareas de rutina en Marte, era más corazón que pixeles. Lo vimos respondiendo enojado “no puede explicarlo todo, sólo soy un robot”, y lo vimos enfrentarse a un tripulante solicitándole “oye, ¡sé amable conmigo!”, lo cual nos muestra cómo la inteligencia artificial es capaz de crear su propia conciencia, desafiar a sus creadores y cuestionar la autoridad. Un futuro al que sea asoma la serie Westword.
Las tecnologías emocionales están ahí. Nos sitúan en un futuro relativamente cercano, en el que humanos y robots conviven juntos. Pronto, los autómatas con empatía, amable y de dulces modales serán una herramienta muy útil para el acompañamiento de personas que requieran atención especial. Los robots gais se venderán como rosquillas, y será entonces cuando realmente nos plantearemos hasta qué punto es legítimo tratar a un robot como inferior si sueña, piensa y sufre más que algunos humanos que salen a la calle a pisar, humillar y violar.
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Ana Sharife
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