La replicante Pris, de la película Blade Runner (1982).
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El otro día descubrí, vía Twitter, que era el cumple de Pris. Lo que me hizo pensar en Blade Runner (1982) y en el paso del tiempo. Pris, como recordarán, es una replicante creada para el placer. Nació el 14 de febrero de 2016. Roy, el replicante que vió cosas que jamas podrías imaginar –es decir, el más inteligente; la inteligencia se crea con el roce de lo no previsto/lo inimaginable–, nació un mes antes, en enero de 2016. Creo que el replicante más joven es Leon, que nació en 2017. Es, por tanto un niño. De ahí viene su furia, supongo. Es el único que mata de forma aparatosa, como los niños matan a las hormigas. O, posiblemente, ahora que lo pienso, todos son niños. Los niños son inadaptados. Acaban de llegar. No se adaptan. Es más, muy pronto tienen conciencia, de manera que son una suerte de adultos en el cuerpo que no les corresponde. Cuando no tienes el cuerpo que te corresponde nadie te toma en serio. Ahora hay miles de palabras para eso que, por otra parte, nos ha pasado a todos. Hummm. Ahora que lo pienso, el beso entre Roy y Pris es el beso entre dos niños, dos personas que necesitan esos besos, si bien aún no saben para qué sirven los besos. Los replicantes también mueren como niños. Como personas que aún no han formulado la vida. Es decir, que creían que era para siempre. Pris, muere pataleando. Zhora, la bailarina exótica, muere corriendo, huyendo de su muerte. Es una de las muertes más estremecedoras que he viso nunca jamás. Supongo que porque a todo el mundo le recuerda su propia muerte. Sólo Roy tienen el suficiente tiempo como para pasar a la siguiente casilla vital, y ver la vida y la muerte con otro punto de vista.
Cuando vi Blade-Runner, en mi pueblo, yo era algo parecido a un niño, y me quedé de pasta de boniato. Desde entonces me ha ido acompañado. Con el tiempo la he ido decodificando. Sé, por ejemplo, que el narrador es Gaff, el blade runner canijo y cojo. Explica todo lo que dice y hace Deckard. Lo hace con miniaturas y origamis. Cuando Deckard se plantea la humanidad de los replicantes, Gaff hace un ser humano con una cerilla. Cuando Deckard huye con Rachel, pisa el origami de un unicornio que ha dejado en el suelo Gaff. Nadie lo ve, salvo el espectador. Eso sólo pasa con los narradores. Estas cosas son, hasta cierto punto inútiles. Lo fundamental, lo importante de la peli, lo comprendí al verla, si bien ahora me lo intentaré explicar.
Es importante ver y saber que aquella peli era un encargo comercial. Sobre una novela que no vale su peso en guano. Los que la fabricaron, decidieron hacer un objeto complejo y artístico mientras cumplían con su cometido estipulado. Yo no lo sabía, pero eso eran los 80's, algo que empezaba en los 80's. Tuvo que haber pasado algo terrible en los 70's –quizás una batalla, una derrota en todo caso–, el caso es que en la siguiente década, todo lo que es arte o, incluso, todo lo que resulta atractivo en su género, es una opción que se cuela en la producción industrial. Ya no hay otro tipo de producciones.
Eso es importante. Yo no he conocido otro tipo de arte. Ni de, todo lo contrario, periodismo.
La otra cosa que comprendí con la película, se relaciona con esta. Pero es mucho más importante. En cierta manera –la memoria recrea, más que rememora–, creo que golpeó mi infancia, y me hizo pasar, como a Roy, a la siguiente casilla. Por lo que les dibujo la casilla anterior. Era, lo dicho, niño, adolescente. Había una crisis descomunal. Recuerdo que llevábamos los zapatos rotos. Nuestros padres habían dejado de ser útiles hacía unos pocos años, cuando se decidió que el paro era menos importante que la inflación. Íbamos al cine los martes, que era casi gratis si estudiabas. La Transición se había cerrado, por lo que ya no había temas pendientes. Es decir, si los había eran marginales, problemas individuales y molestos. Creo que nos sentíamos problemas individuales, molestos. Personas que habían metido la pata, y se merecían lo que les pasaba. Mi pueblo, por cierto, fue el único en todo el Estado en el que se materializó la Huelga General Política, esa fantasía del PC, con la que se iba a acceder a la ruptura y a la democracia. Fue en 1976. Entonces éramos más niños. No fuimos al cole. Jugábamos a fútbol en la calle, con las pelotas de goma de la poli. Cuando volvíamos a casa, tarde, nuestra mamá nos pegaba en el culo. Ahora, nuestras madres ya no nos pegaban en el culo. La huelga había quedado muy atrás. No había existido. Nuestro padres estaban derrotados. Los más, fueron desapareciendo del mercado laboral a lo largo de la década. Y de un planeta, que construyeron y habitaron, en el que se podía hablar de ello sin vergüenza, sin ser un problema individual vergonzoso. La sensación imperante, y no confesada, es que habían perdido parte de sus vidas en un sendero que les había conducido a ser problemas individuales y molestos. Eran como niños, sin explicaciones, atrapados en el cuerpo de un adulto. Muchas de las personas que se habían jugado la piel, ahora estaban alcoholizadas. Los veías por la calle, dando tumbos. Nosotros íbamos jugando con los dos juguetes que teníamos. El sexo y la heroína. Los que se chutaban o los que hacíamos el amor nos encontrábamos en el bosque. Nosotros volvíamos con la ropa llena de pinaza. Ellos, en ocasiones, no volvían. Supongo que los que volvíamos, lo hacíamos por costumbre. En cierta manera, no había donde volver. Era un sitio frío y oscuro.
Supongo que lo que me impresionó de Blade Runner fue eso. Y el sentido de estas líneas es explicarlo. Ahí voy. Me impresionó el dibujo de un mundo en el que nadie tenía dónde volver. Y, en el que, de repente, un hombre hacía algo inesperado. Cobraba para matar a la chica. Su trabajo, consistía, básicamente, en eso. Pero, en el último momento, no la mataba. Deckard era un hombre con un código breve, pero efectivo. Consistía en, precisamente, no matar a la chica. Poco más. Los que veníamos de un mundo que se propuso no matar a la chica, y que fue derrotado, vimos un filón. Vimos una forma de vivir y de trabajar. Podíamos hacer arte, o periodismo, o vivir. Con un secreto, que nadie debería saber. Nunca mataríamos a la chica.
Han pasado chorrocientos mil años. Si usted lee esto y no le parece chino, es que éramos millones los que decidimos no matar a la chica. Sin decir nada, sin que nadie nos dejara origamis con unicornios en nuestras suelas, no matamos a nadie. No hicimos lo que se esperaba de nosotros. Defendimos lo que habíamos visto en casa a través de ese secreto. Fuimos blades runners.
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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