PERSONAJE
Anna Bosch Pareras, la política vital
Diez años después de su muerte sigue vigente el legado de una las primeras alcaldesas de la democracia, impulsora del municipalismo y precursora del ecofeminismo
Elena Grau Biosca 20/03/2019
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Los diez años de la muerte de Anna Bosch Pareras (Figaró, Vallés Oriental,1950) son una ocasión para recordarla. Anna murió la noche del 5 de enero de 2009. Quienes la acompañamos en aquel momento habíamos tenido la oportunidad de despedirnos, de repasar junto con ella recuerdos y sentidos, porque Anna murió como había vivido: lúcida y vital. Con 58 años había cumplido un denso recorrido de compromiso con la vida en relación. Denso por su capacidad de gozar y de sufrir, de dar sentido al hacer, de apasionada actividad política.
Nacida en Figaró-Montmany, un pequeño pueblo al pie del Montseny, se crió junto a dos hermanas y un hermano en una familia trabajadora muy implicada en la vida cultural de la comunidad. Estudió hasta el bachillerato en una escuela unitaria y creció en contacto cotidiano con la naturaleza. A los 14 años empezó a trabajar en una fábrica y su vida cambió en muchos sentidos: salió del pueblo, entró en contacto con la experiencia fabril, con la conciencia y la organización obreras. En poco tiempo pasó a formar parte de las Comisiones Obreras y de organizaciones políticas –primero el PSAN y luego el PSUC– que bajo la dictadura franquista actuaban en la clandestinidad.
Respondiendo con verdad propia a lo que pedían los tiempos, Anna se implicó en el movimiento democrático contra la dictadura. A partir de 1972 decidió con su pareja vivir en Mollet del Vallès, un pueblo que había crecido con rapidez hasta tener 40.000 habitantes. Allí enfrentaron el reto de plantear la lucha por la democracia vinculándola con las necesidades del ámbito local; de modo que en las primeras elecciones municipales democráticas de 1979, Anna Bosch Pareras encabezó la lista del PSUC a la alcaldía de Mollet y fue elegida alcaldesa, gobernando con otras fuerzas políticas democráticas (PSC y CDC).
De esta experiencia, Anna aprendió sobre la calidad de la relación y la naturaleza del poder. Sobre la relación, ella misma decía: “La militancia comunista y la lucha contra la dictadura desde la clandestinidad, me permitió experimentar el valor de la solidaridad y la importancia del apoyo mutuo cuando todo está en juego, incluso la propia vida. Así pude constatar que la generosidad humana no tiene límites, y menos entre personas que luchan por acabar con una dictadura”. La relación estaría en el centro de toda política practicada por Anna. Una práctica de la relación no instrumental que la política de las mujeres ha puesto en el mundo como la política, a diferencia de la política del poder.
La reflexión sobre la práctica política fue un empeño de largo recorrido en la vida de Anna, espoleado por su conocimiento de los lugares del poder y las relaciones que en ellos se establecen. Anna Bosch renunció a encabezar la lista municipal del PSUC en 1983 a pesar del elevado nivel de popularidad del que gozaba en aquel momento. Su renuncia tuvo que ver con mantenerse verdadera –trabajando en el municipio de Mollet de un modo y con unas personas– frente a las imposiciones del partido que manejaba la lista electoral como un resultado despersonalizado de los forcejeos internos.
Los siguientes años fueron de duelo y de descubrimiento. Desde mediados de los ochenta, Anna enfrentó una enfermedad crónica degenerativa que gestionó durante más de veinte años. También la enfermedad fue un gran aprendizaje. Su modo de vivirla propició una profunda introspección; generó un deseo consciente de evitar la expropiación de su ser por parte de la ciencia médica; y le permitió confiarse a los vínculos. Este tesoro de experiencia nos acompañó hasta el final a las que estuvimos cerca de ella.
Después de dejar la alcaldía, Anna se reincorporó a su trabajo y reemprendió la tarea sindical, mientras iniciaba estudios de Historia en la UAB y exploraba nuevos lugares de intervención ajenos a los partidos políticos. Así entró en contacto con espacios llamados alternativos en los que conoció el pensamiento crítico del ecologismo político y se fue acercando a colectivos pacifistas y a la práctica feminista. La participación en el activismo del movimiento ecologista catalán modificó por completo su visión de los sistemas económicos, de las relaciones sociales y los modos de vida. Y a la vez, su capacidad de visión compleja y de largo alcance, sumada a la experiencia de trabajo en la alcaldía, fueron una contribución inestimable al ecologismo en Catalunya al que aportó propuestas de gran altura política como la Iniciativa Legislativa Popular Viure sense nuclears (Vivir sin nucleares) o la Audiencia pública Barcelona estalvia energia (Barcelona ahorra energía) en el Ayuntamiento de Barcelona.
Anna Bosch regresó a Figaró-Montmany a finales de los años noventa y allí pasó su última etapa dedicada a la tarea de tejer comunidad. Su participación en el proceso de Agenda 21 del pueblo fue clave para que éste se diera con un elevado nivel de implicación de la población y el tejido asociativo. No sólo fue singular el grado de participación de la gente en este proceso, sinó que culminó en un acto colectivo que recuperaba una tradición local –el Vot de poble– resignificándola por medio de un compromiso con las generaciones futuras. Anna fue el alma de este proceso y su hacer dejó una huella duradera en la vida del pueblo.
Años después de la licenciatura en Historia, Anna cursó el Máster en estudios de la diferencia sexual que imparte el Centre de Recerca de Dones de la UB, Duoda. Para ella la política de la diferencia sexual, la práctica de la libertad femenina en relación, supuso una apertura que la motivó a seguir su activismo de modo cada vez más consciente y enraizado en su ser mujer. Así se puso de manifiesto en el grupo Les Petras que abordó el debate sobre población desde un ángulo radicalmente feminista y crítico con algunos sectores del ecologismo; y en el grupo Dones i Treballs de Ca la Dona, un espacio de debate entre mujeres sobre el trabajo y los cuidados, como queda reflejado en el libro Malabaristas de la vida. Los últimos cinco años de su vida fueron particularmente pródigos en escritura y reflexión desde su experiencia de mujer que asumía la centralidad del reto de hacer las paces con el planeta.
Respondiendo a la demanda planteada por el Institut Català de les Dones de diseñar un Plan de Acción basado en las propuestas de una comisión de mujeres reconocidas en el ámbito feminista, Anna Bosch y Cristina Carrasco diseñaron una propuesta metodológica que conjugaba las visiones ecologista y feminista. El espacio de intercambio entre la institución y el movimiento no dio fruto, pero Anna siguió desovillando la profunda articulación de estas dos perspectivas que atravesaban con fuerza su experiencia y su deseo. En este camino abordamos la escritura del epílogo “Verde que te quiero violeta. Encuentros y desencuentros entre feminismo y ecologismo”, un texto en el que se desvelaba la falsa autonomía del patriarcado y del capitalismo y su depredación tanto de los recursos naturales como de las energías, el trabajo y el amor femeninos. En otro texto, Anna volvió sobre el tema del poder para observar que la experiencia y la revolución de las mujeres en el siglo XX nos señala que no se trata de derrocar o tomar el poder, sino de situarse en la ajenidad para desactivarlo: “Esta es la opción que las mujeres hemos hecho para transformar la sociedad: hemos preferido la relación al poder”.
Poco antes de morir Anna había iniciado la escritura de un libro que tituló La política del amor. En el esquema que lo prefiguraba ella trazó lo que había de ser el despliegue de su pensamiento político fruto de la significación de su experiencia. Partiendo de la idea de modelos alternativos abiertos y en construcción, subrayaba la importancia de crear un nuevo orden simbólico para repensar el mundo, reafirmaba la imposibilidad de transformar el poder y la necesidad de desactivarlo para que crecieran las fuerzas de la vida, haciendo un llamado a vivir “como si ya estuviéramos en el mundo que deseamos construir”. Anna proponía y practicaba una política vital. Vital porque le daba vida. Vital porque era política para la vida. Esto es lo que siempre recordaremos de ella.
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Elena Grau Biosca
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