Tribuna
¿Pedir perdón por la conquista?
La eterna búsqueda en el pasado de las sombras de nuestro presente
Miguel Ibáñez Aristondo 3/04/2019
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La petición de disculpa por los agravios causados por la conquista solicitada por el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador al rey Felipe VI ha suscitado un debate sobre la manera en que un evento que pertenece a un pasado distante debe ser tratado en el presente. De entre las más repetidas críticas a la carta de AMLO, se ha puesto el énfasis en el carácter atemporal de la petición y en el hecho de que la carta representa una manipulación y reducción histórica de un acontecimiento que tuvo lugar hace 500 años. Desde numerosos medios se ha repetido que la España actual no es responsable de las repercusiones históricas de la conquista y no se pueden juzgar con la sensibilidad de hoy sucesos de un pasado tan distante. Este argumento resulta poco convincente si nos atenemos al intenso y apasionado debate provocado por la carta. Difícilmente se puede entender que un evento pueda ser tan lejano y ajeno a nuestro tiempo presente cuando tiene la capacidad de evocar hoy tantas controversias y opiniones. En ese sentido, la misiva de AMLO ha puesto de manifiesto la necesidad de reflexionar sobre el rol que deben tener las instituciones y los diferentes actores políticos en España y México respecto a la conquista y al pasado colonial en unos años de gran relevancia a nivel conmemorativo.
Las críticas al carácter atemporal de la petición del presidente mexicano han puesto de relieve el sesgo crítico de algunas instituciones e historiadores que han intervenido en el debate. De entre las objeciones más importantes respecto al uso que se hace de la historia en el ámbito político, cabe destacar la ley de 2015 que permite adquirir el pasaporte español si se documentan raíces sefardíes peninsulares, definida por algunos políticos como ley de “reparación histórica” relativa al decreto de expulsión de los judíos promulgado el 31 de marzo de 1492. Dicha ley pone de manifiesto que la historia, por muy lejana que resulte, puede tener siempre relevancia política en nuestro contexto histórico. Igualmente, la celebración del día nacional en España el 12 de octubre supone integrar dentro de las representaciones políticas un elemento atemporal y lejano que trasciende los limites de cualquier estado nación moderno. En ese sentido, la manipulación de la historia a nivel nacional tiene siempre lugar en los intersticios entre aquellos acontecimientos que son positivamente representados en nuestro presente y aquellos eventos que por la complejidad y divisiones que ocasionan aparecen desplazados al terreno de la atemporalidad. Definir un evento como atemporal o anacrónico supone a menudo situarlo en un plano ajeno a nuestro mundo presente y desplazarlo a un orden de cosas que no tienen ningún efecto a la hora de articular discursos que definen la forma en que nos relacionamos con el pasado en nuestro mundo contemporáneo.
Recientemente, otra polémica de naturaleza histórica vino a sacudir el debate en torno a la cuestión de los limites entre la representación del distante pasado en un contexto nacional compartido. Desde el medio ABC, se solicitó una pronunciación a la Real Academia de la Historia respecto a la expedición de Magallanes-Elcano. Como se ufanó el medio español en anunciar ante la presunta usurpación portuguesa del evento, la Real Academia de la Historia emitió “un dictamen a petición del director de ABC” en el que se afirma que “la primera vuelta al mundo fue exclusivamente española.” Este mismo periódico español, que publicó también una carta abierta a López Obrador en la que definía su misiva como extravagante y señalaba la imposibilidad de “analizar los hechos acaecidos entonces con la mentalidad de hoy,” le pareció oportuno confirmar “la plena y exclusiva españolidad” de un acontecimiento que tuvo lugar durante los mismos años de la conquista de México. Pocas voces en los medios llamaron entonces la atención sobre el problemático anacronismo articulado desde la Real Academia de la Historia. Al contrario, en lugar de someter a escrutinio la total españolidad de la conquista de México, historiadores y políticos de diverso origen han querido recordarnos que son más bien las élites mexicanas las herederas de aquel oscuro pasado, que esos mismos herederos de la conquista han seguido oprimiendo y excluyendo a las comunidades indígenas en México desde el siglo XIX hasta hoy, o que la colaboración del pueblo tlaxcalteca y otras comunidades nativas en el proceso de conquista y configuración del mundo colonial es otro claro elemento que vendría a disolver la plena españolidad de un evento que pocos parecen querer reivindicar como propio.
A menudo, las distorsiones históricas son más visibles en aquellos elementos que no se evocan o que se quieren evitar que en la reivindicación de acontecimientos positivos de la historia. La diferencia con la que se han tratado los dos eventos que comienzan a conmemorarse ahora y las apasionadas reacciones muestran cómo la manipulación de la historia tiene que ver más con los debates que tienen lugar dentro de nuestro contexto político nacional en el presente. En España, la pregunta apela al papel que tiene la historia en los actuales conflictos políticos e identitarios así como con una demostrada incapacidad para explicar al resto del mundo la importancia de sus vínculos históricos con América Latina. La división de España en entidades regionales que reivindican cada una su propio pasado y la capitalización del pasado iberoamericano por parte del franquismo para construirse ideológica y políticamente han sido los principales problemas a la hora de integrar dentro del ejercicio histórico colectivo la comprensión de un pasado entremezclado y compartido con otros mundos y realidades en Europa y América. En México, la misiva de López Obrador representa una intervención desacertada si la leemos desde el punto de vista de la relación que México ha establecido históricamente con las diferentes comunidades nativas que habitan su territorio. El indigenismo ha desempeñado un papel fundamental en la conformación de la identidad nacional mexicana y a menudo ha representado más un elemento de instrumentalización y oportunismo político que una intención real de combatir la exclusión y maltrato de las comunidades nativas a través de políticas de reparación y justicia social.
Desde esa perspectiva, la petición de Manuel López Obrador debe ser cuestionada y evaluada a la luz de las políticas que su Gobierno lleva a cabo hoy en México. Sin embargo, en un contexto de auge del “nacionalismo” en Europa y en América, cabe reflexionar sin duda sobre la pertinencia de llevar a cabo ejercicios conjuntos de memoria y comprensión del pasado. Dejar pasar la posibilidad de llevar a cabo una reflexión conjunta sobre los efectos indeseables del colonialismo no solo supondría perder de nuevo la oportunidad de redefinir hoy la manera en que nos relacionamos con un pasado colonial compartido, sino que representaría un ejercicio de negación y manipulación de la historia grave. Como afirmó Marc Bloch respecto a la relación que establecemos con el pasado, “la incomprensión del presente nace fatalmente de la ignorancia del pasado. Pero quizás no es menos vano esforzarse por comprender el pasado si no sabemos nada sobre el presente.”1
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1.Marc Bloch, Apologie pour le métier d'historien, Paris: Armand Colin, 1997. (Publicado en 1944), p. 63.
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Miguel Ibáñez Aristondo es profesor en la Universidad de Columbia en Nueva York. Doctor en estudios sobre América Latina y el mundo ibérico por la Universidad de Columbia (siglos XV-XVIII).
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