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De forma deliberada, la historia se nos ha presentado como un episodio estático, lejano, puesto ahí para ser aceptado. No obstante, parece más sensato entenderla como un diálogo de ida y vuelta, en permanente actualización. Como un relato inacabado que no solo se construye con el transcurso del tiempo, sino que reescribimos una y otra vez para ser capaces de entender verdaderamente quiénes somos.
La historia del 12 de octubre es uno de estos relatos incompletos, donde solo uno de sus dos protagonistas principales ha tenido el privilegio de ser también el narrador de los acontecimientos. Habitualmente, el descubrimiento ha sido presentado en su versión oficial como una idea inocua de encuentro entre culturas, hasta desgarrar el silencio de quienes realmente se descubrieron a sí mismos colonizados en la otra orilla. Lo decía Galeano en Los hijos de los días, “en 1492, los nativos descubrieron que eran indios, descubrieron que vivían en América, descubrieron que estaban desnudos, descubrieron que existía el pecado, descubrieron que debían obediencia a un rey y a una reina de otro mundo y a un dios de otro cielo”.
Algunos nativos recorrerían en las naves españolas el camino inverso y descubrirían un mundo en el que serían marcados a hierro
Es por ello que resulta difícil hablar de encuentro entre culturas cuando, más que una coincidencia, se produjo un choque desigual. Es sumamente complicado tratar de intercambio cultural lo que fue la imposición de un proyecto y de unos ideales, fuera por mandato real o divino. Muy difícil cuando algunos nativos, antillanos primero y muchos de otras latitudes colonizadas después, recorrerían en las naves españolas el camino inverso y descubrirían a esta orilla del Atlántico un mundo en el que serían marcados a hierro. Algunos servirían como esclavos de aristócratas, maestres o mercaderes, amparados estos en las excepciones que las reales cédulas concedían para la posesión de indígenas, mientras otros serían entregados como dote o confinados a conventos para ser instruidos forzosamente en una fe que les era ajena. En definitiva, resulta imposible tratar de disociar descubrimiento de conquista, o de invasión.
No es, por tanto, un descubrimiento lo que debe ser proclamado el 12 de octubre. Sería un engaño a nosotros mismos, y una falta de respeto a quienes actualmente son nuestros pueblos hermanos. Más bien, nuestro deber hoy radica en reconocer la heroica resistencia indígena que a duras penas consiguió frenar la devastadora aniquilación de unas civilizaciones a las que tanto tenemos que agradecer. Es gracias a esa resistencia que a Cádiz y a Andalucía arribaron influencias artísticas que sí enraizaron fuertemente, como lo hicieran las araucarias. Gracias a esa resistencia, hoy se abrazan vínculos que suenan a cantes de ida y vuelta sin billete de partida, a son de guajira campesina que ahora es flamenca, a la rumba o al tango que impregnaron su esencia, como el aroma de las jacarandas o de las damas de noche. Gracias a esa resistencia hoy se cuentan por centenares las expresiones musicales, plásticas, corporales y tradiciones verbales que subsistieron allá y enriquecieron acá, más que la plata y el oro.
La historia de los imperios ha teñido ríos de sangre, desde el Nilo hasta el Mekong
Es así nuestra obligación reconocer que, desde los inicios, la historia de los imperios ha teñido ríos de sangre, desde el Nilo hasta el Mekong, pasando por el de la Plata. Que la que se ha reproducido es una historia incompleta, donde el relato lo escribían los vencedores para ser contado por sus herederos. Reconocer que ha sido una historia de latrocinios y atrocidades tardíamente reconocidos y nunca disculpados. Y al mismo tiempo, reconocer y ser conscientes de que no existirá, desde nuestro pueblo, una disculpa sincera sin que esta pase por el reconocimiento de la historia silenciada. Reconocer que solo alcanzaremos a reconciliarnos con nuestro propio pasado cuando liberemos de su secuestro la memoria de los pueblos oprimidos.
Con el dolor y las lágrimas de ese pasado se construyeron las opresiones del presente, y con su esfuerzo las resistencias. Construyamos hoy espacios para la memoria que nos ayuden a cerrar las heridas de ese ayer, para ser más libres mañana.
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José María González es alcalde de Cádiz. María Romay es concejala del Ayuntamiento de Cádiz.
De forma deliberada, la historia se nos ha presentado como un episodio estático, lejano, puesto ahí para ser aceptado. No obstante, parece más sensato entenderla como un diálogo de ida y vuelta, en permanente actualización. Como un relato inacabado que no solo se construye con el transcurso del tiempo, sino que...
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