Vísperas electorales
¿Hay izquierda?
Eugenio del Río 24/04/2019
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Desde el punto de vista que interesa a la presente reflexión, hay izquierda cuando una parte relevante del electorado se identifica con esa palabra –aunque no haya un significado común ni bien definido– y cuando el electorado de izquierda apoya a partidos que se declaran de izquierda. Y no hay izquierda cuando esto no se produce.
Parto de este supuesto.
Los comportamientos electorales están condicionados por las opciones personales en relación con contraposiciones, divisiones o ejes varios. Entre las líneas de fractura figuran las distinciones y los conflictos entre distintas identidades nacionales; o la división feminismo-machismo, o la de izquierda-derecha.
Esto no es así en Cataluña, donde la delimitación independentismo-no independentismo ocupa en la actualidad el lugar central. Pero, incluso en este caso, tal diferencia se entrelaza con la distinción izquierda-derecha. Tanto en el independentismo como en el no independentismo hay derecha e izquierda.
A su vez, en el conjunto de España, la izquierda está atravesada por preferencias nacionales, territoriales, a menudo muy cargadas de pasiones, que limitan las capacidades de los partidos de izquierda de actuar al unísono para emprender las necesarias reformas de la estructura institucional. Los grandes partidos de izquierda están altamente condicionados por su propia pluralidad identitaria nacional.
En estas líneas no voy a referirme a los distintos problemas de la izquierda en el orden ideológico o en el político. Me ocuparé solo de la siguiente cuestión: En qué medida sigue habiendo izquierda en España en el campo de las identidades ideológicas y en el de la representación política, aspectos ambos especialmente relacionados con la participación electoral.
Sostendré la idea de que sigue siendo operativa la división izquierda-derecha. Más aún: en la actualidad se ha reforzado la polarización entre dos bloques políticos partidistas, que son precisamente la izquierda y la derecha. Existe la izquierda, pero ya no es lo que fue. Su existencia ha flaqueado y su futuro es particularmente incierto.
La representación política
En algunos países la función de representar políticamente por parte de varios partidos clásicos de izquierda (y también de algunos de derecha) se ha desmoronado o se está derrumbando. Los casos de Italia y de Francia son muy llamativos. Este no es, de todos modos, el cuadro general en Europa, donde muchos partidos clásicos del siglo XX siguen teniendo una importante presencia, aunque en muchos casos decreciente.
En España, el cuadro se ha modificado en cierta medida en la última década mediante la irrupción de la distinción entre lo nuevo y lo viejo y el consiguiente paso de un sistema bipartidista a otro multipartidista.
Pero el choque entre lo nuevo y lo viejo no ha sustituido al eje izquierda-derecha sino que se combina con él.
Lo nuevo ha sido aupado sobre todo por el voto juvenil. El PP es el que más padece la desconexión con ese voto. Aún en 2011 obtuvo el apoyo del 30,2% de los primeros votantes; poco tiempo después, en enero de 2014, contaba solo con el respaldo del 3,6% de los votantes primerizos. El PSOE salía mejor parado pero no lograba sustraerse a este problema. En abril de 2008 logró el 39,5% de los votos de los jóvenes de entre 18 y 24 años. Pero ya en enero de 2015 la intención de voto de ese segmento descendía al 13%.
El desgaste de la vieja izquierda acompaña a la creciente impopularidad de los políticos y de los partidos políticos.
La identidad de izquierda en España se ha visto golpeada por las más o menos duraderas semejanzas entre los dos partidos del bipartidismo.
La función de representar no depende solo de los procedimientos empleados en las instituciones representativas, ni de los efectos que el sistema electoral produce en la relación entre electores y elegidos. Tampoco de los esfuerzos que haga cada representante para comunicarse con quienes le eligieron y para rendir cuentas. Todo esto influye pero no es lo único.
La representación del electorado choca también con otra representación, que bastantes veces no coincide con aquella y que es un factor de impopularidad, esto es, la representación de los intereses partidistas.
La representación política gana sentido a los ojos de la gente cuando es eficaz, cuando sirve para resolver los problemas de la sociedad. Y, en este aspecto, los estragos causados por la crisis en la última década y por las políticas aplicadas por el gobierno del PP en estos años han contribuido a poner en cuestión a los representantes políticos. El “no nos representan” del 15-M tenía ese sentido. El nexo de la representación está dañado.
Los partidos, en la política actual, ocupan mucho espacio, se erigen en protagonistas, pero representan insatisfactoriamente.
El descrédito alcanza a la democracia representativa, que necesita probar que es capaz de resolver problemas. Y no estamos ante una cuestión de poca monta.
Las instituciones representativas están sometidas a una intensa presión por parte de los poderes financieros y de las instituciones internacionales, bajo el peso de los abrumadores problemas planteados por la globalización, lo que reduce su margen para actuar.
Pero el caso es que, cuando los problemas no se solucionan o se abordan acentuando las desigualdades y debilitando los servicios públicos, las instituciones representativas son inevitablemente puestas en cuestión.
Algo tiene que ver con esto que, según el barómetro del CIS de febrero de 2019, para el 15,1% de las personas consultadas el principal problema de España son las y los políticos, los partidos y la política (solo el paro va por delante con un 39,1%).
Identificación ideológica
Es verdad que hay cierta cantidad de personas que no dudan en definirse como de izquierda, con mayor o menor rotundidad, aunque no se sepa muy bien lo que eso puede significar.
Cuando en las encuestas se pide a la gente que se ubique en la escala ideológica del 1 (izquierda) al 10 (derecha) es muy superior el número de quienes se orientan hacia la izquierda que quienes lo hacen hacia la derecha.
En el último barómetro del CIS (febrero de 2019), el 5 alcanza el mayor porcentaje (20,3%) mientras que el 6 desciende a un 8,9%. La suma de la mitad del 1 al 5 llega a un 59,5%, muy por delante de la del 6 al 10 (22,7%). El grupo que no sabe representó un 11,7% y el que no contesta, un 6,4%.
Por supuesto, la pregunta misma no resulta nítida para muchas personas, y probablemente bastantes de las respuestas carecen de suficiente sentido.
Por otro lado, esa autolocalización ideológica no se traduce necesariamente en el voto. La abstención en el grupo de quienes se sienten de izquierda sigue siendo muy abultada.
Se puede advertir, igualmente, que no todas las personas que votan a los partidos declarados de izquierda se consideran ellas mismas de izquierda.
En el voto a los partidos de izquierda confluyen personas que explicitan así su identidad junto con otras que se resisten a definirse en tales términos e incluso que consideran inapropiada la distinción izquierda-derecha.
A juzgar por un sondeo de Metroscopia realizado entre el 30 de marzo y el 6 de abril de 2017, un 50% de las personas encuestadas pensaban que los vocablos izquierda y derecha seguían siendo válidos para conceptuar las ideas de personas y partidos. Un 44%, sin embargo, entendía que son etiquetas que han quedado obsoletas.
No obstante, en el último período se ha registrado una reafirmación de la distinción izquierda derecha.
En el lado izquierdo ha contribuido a ello la aparición con fuerza de Podemos, en 2014, un partido que, independientemente de su autodefinición, es ampliamente considerado como de izquierda. También ha sido determinante de la reafirmación relativa de la izquierda el cambio operado en la dirección del PSOE, y la formación del gobierno de Pedro Sánchez tras triunfar la moción de censura en junio de 2017.
Mayoría ideológicamente de izquierda y victorias electorales de la derecha
Mirar al pasado ayuda en ocasiones a entender el presente.
Ya hace 14 años, Belén Barreiro, se preguntaba por el aparente enigma que suponía que en un país con una mayoría moderadamente progresista hubiera ganado las dos últimas elecciones un partido conservador. En el año 2000, recordaba, el 52,5% de los ciudadanos se posicionaba en el área de la izquierda de la escala ideológica izquierda-derecha, el 26,2% en la derecha (del 6 al 10), y el 21,3% no se pronunciaba ideológicamente. Entre las explicaciones que proponía en un interesante artículo (“En busca del votante perdido”, El País, 6 de febrero de 2004) se incluía que el PP, al no tener que disputar el espacio de la derecha con otro partido, podía permitirse halagar al centro electoral aunque una parte de su electorado no estuviera muy satisfecha con ello. El PSOE, en este aspecto, se movía con más dificultades que el PP debido a la existencia de IU, que le marcaba por la izquierda.
La derecha se benefició también del abstencionismo de izquierda. En las elecciones del año 2000, la mitad del abstencionismo era de electores de izquierda, mientras que solo una décima parte de quienes se abstuvieron se declararon de derecha (las personas sin adscripción ideológica representaron el 40% restante de la abstención).
Belén Barreiro invocaba dos razones que ayudan a entender este hecho. Una era que el paso a la abstención o al voto al PP de una parcela del electorado autodefinida de izquierda tenía que ver con lo que consideraba una mejor gestión del PP en el gobierno que la del PSOE en la oposición. Otra razón, que arroja cierta luz sobre la cuestión que nos estamos planteando –y que nos trae de golpe al actual momento político– es que los asuntos estrella del debate público eran entonces “la corrupción, el terrorismo, los nacionalismos, la estructura territorial de España y los conflictos internacionales. A diferencia de cuestiones como la redistribución, en las que uno se hace muy bien idea de dónde situar ideológicamente a un partido de izquierda o a uno de derecha, ninguna de las cuestiones que ha protagonizado el debate político desde 1993 puede definirse en términos ideológicos”. [Añado que en Francia, desde tiempo atrás, se venía observando una relativización de las nociones de izquierda y derecha, relacionada con nuevas piedras de toque electorales como la cuestión de la seguridad o la de la inmigración (Pierre Martin, Comprendre les évolutions electorales, Paris: Presses de Sciences Po, 2000)].
El caso es que la auto-identificación de izquierda en las encuestas no tiene necesariamente una expresión determinada en las conductas electorales.
Un artículo de mayo del año pasado de J. Pérez Colomé y de K. Llaneras en El País (“España no se ha vuelto de derechas”, 24 de mayo de 2018) resultaba muy sugerente a la hora de considerar este problema. En él leemos que España es aún de izquierda pero algo más de centro. “Un 28% se ubica en la izquierda y otro 50% en el centro. En la derecha –más allá del 6 en una escala del 1 al 10– solo se ubica el 15%”. La clave de la no traducibilidad de esos porcentajes en votos es que “la ideología no es el único indicador del voto”. Hay asuntos nuevos, que intervienen electoralmente, y que no guardan relación con el eje izquierda-derecha. Personas que se consideran de izquierda pueden conceder mucha importancia a un problema difícil de enmarcar en el cuadro izquierda-derecha. Es lo que está sucediendo con las identidades nacionales española o catalana. En la actual crisis hispano-catalana la primacía de las identidades nacionales y del conflicto nacional deja en segundo plano importantes cuestiones sociales; divide y debilita a las izquierdas a la vez que da un asidero transversal a las derechas, incómodas ante graves problemas sociales.
La izquierda dentro de la dinámica izquierda-derecha
Una de las razones de la supervivencia de la izquierda en lo referente a la representación y a la identificación la proporciona el hecho de que tiene enfrente una derecha fuerte (no solo la política sino también la de los medios y una parte de la social), movilizada, cargada de lastres antiliberales, antidemocráticos y muy hostil a la izquierda.
La derecha, además, ha experimentado un proceso de radicalización, relacionado con las duras políticas frente a la crisis y con el proceso independentista catalán.
La izquierda es una entidad relativa; relativa a la derecha. En cierto modo, se puede pensar que hay izquierda porque hay derecha. La derecha repele a una parte de la población.
Parafraseando a Umberto Eco, podemos decir que “Tener un enemigo es importante no solo para definir nuestra identidad, sino también para procurarnos un obstáculo con respecto al cual medir nuestro sistema de valores y mostrar, al encararlo, nuestro valor” (“Construir al enemigo”, conferencia pronunciada en la Universidad de Bolonia el 15 de mayo de 2008, y publicada en Ivano Dionigi, ed., Elogio della politica, Milán: BUR, 2009; en castellano, en Construir al enemigo y otros escritos, edición electrónica, pp. 13-4).
La derecha, por vía reactiva, produce izquierda. La oposición a la derecha crea algo que fácilmente se percibe como izquierda (o anti-derecha).
Así y todo, es cierto que en las últimas décadas ha retrocedido en Europa el voto de izquierda. Es algo que viene de atrás.
Tengo ante mí la introducción de un número de la revista Zona Abierta (nº86-7, de 1999), en la que el autor, Miguel A. Caínzos, comentando un texto de Jan Pakulski, escribía que este estudió “la erosión del voto de clase, el debilitamiento de las organizaciones y mecanismos de representación de intereses de clase, la pérdida de vigor y relevancia cultural y política de las identidades y formas de conciencia social de naturaleza clasista, el surgimiento de una ‘nueva política’ que conlleva formas institucionales y líneas de división inéditas, y la aparición de nuevos valores ‘post-ideológicos’” (P. 3).
Mucho de esto lo observamos en la actualidad.
A juzgar por el Eurobarómetro de mayo de 2018, un 56% de los europeos prefiere a los nuevos partidos frente a los tradicionales. Un 53% de los consultados en el conjunto de la Unión Europea suscribe la afirmación de que “Los nuevos partidos y movimientos políticos pueden encontrar soluciones mejores” en comparación con los partidos anteriormente establecidos. Un 34% no comparte esta opinión (no se pronuncia un 13%). En España estaba de acuerdo un 64% y en desacuerdo un 27% (no sabía un 9%).
Sobre este problema ha vuelto Andrea Rizzi, en su interesante artículo “La muerte de la Europa socialdemocristiana” (El País, 2 de febrero de 2019). En él recoge las siguientes cifras del mencionado Eurobarómetro. En Alemania la suma de los apoyos del SPD y de la CDU, en la media de los sondeos, ha descendido a un 45%. En España, el PSOE más el PP están también en ese 45%. Y en Italia, Forza Italia más el Partido Democrático han bajado a un 27%. Pero esto no supone en todos los casos el fin del sistema izquierda-derecha. Algunos partidos de izquierda consiguen sobrevivir, aunque con menos apoyos sociales. Y nuevos partidos de derecha ocupan el lugar, o parte del mismo, de los viejos partidos derechistas.
Difícil conjunción
Las fuerzas contrarias a la derecha necesitan representar satisfactoriamente, al mismo tiempo, a quienes se identifican como de izquierda y a quienes no lo hacen pero coinciden en ciertos aspectos con los anteriores. La oposición a la derecha pierde si se atrinchera en el mundo social de la izquierda sin mirar más allá.
Para poder ganar precisa representar y movilizar electoralmente a la gente que se sitúa en la izquierda. Pero su empeño requiere, igualmente, trascender el grupo humano de izquierda, llegar más lejos. Ser de izquierda sin ser solo de izquierda.
Bajo un ángulo ideológico y político imagino conglomerados plurales, no sobrecargados ideológicamente (que no oficialicen la identificación con ninguna de las grandes ideologías heredadas), inspirados por lo mejor (ya mencionado) de la historia de la izquierda, que incorporen las aportaciones del feminismo, del desarrollo sostenible, de la solidaridad internacional, y, muy especialmente, que acierten a poner en pie una idea de España que se lance a la conquista, necesariamente transversal ideológicamente, de las mayorías sociales.
No estoy hablando de la mera yuxtaposición de identidades parciales sino de unir a parcelas diferentes de la sociedad en una perspectiva común, en un proyecto de país solidario, igualitario, pluralista. Es la idea central que ha defendido Mark Lilla, quien ha reprochado a la izquierda norteamericana que se ha dedicado a sumar reivindicaciones identitarias parciales pero sin “desplegar una visión del bien común y del futuro del país susceptible de inspirar y de reunir a tantas personas como sea posible” (Marc-Olivier Bherer, “La ‘izquierda identitaria’, ¿una rendición?”, Le Monde, 2 de octubre de 2018, y El regreso liberal. Más allá de la política de la identidad, Barcelona: Debate, 2018).
Desde luego, llegar a las amplias mayorías sociales, con sus variadas preferencias ideológicas, y, al mismo tiempo, sintonizar con las gentes de izquierda no son propósitos fáciles de armonizar. La izquierda social (y, señaladamente, algunos de sus sectores más activos) demanda a menudo una visibilización un tanto exclusiva que limita el margen de maniobra para comunicarse con quienes no comparten sus ideas.
Entiendo que es conveniente evitar cualquier forma de frentismo de izquierda presentado como tal (otra cosa es que, a veces, las coincidencias, la colaboración, las alianzas acaben produciéndose solo entre fuerzas más o menos marcadas como de izquierda); renunciar también a las invocaciones a la unidad de la izquierda; no dirigirse solo a la gente de izquierda sino también a quienes no se definen así ideológicamente e incluso a quienes se sitúan más bien en el mundo de la derecha; huir de un lenguaje típico de izquierda, de clase, etc.; eludir ideas que han tenido peso en la historia de la izquierda pero que se han vaciado (por ejemplo, las referencias al socialismo); no emplear el vocablo izquierda como el sujeto colectivo de la acción política y social; poner distancia con las insignias, los rótulos, las facetas culturales y simbólicas características de la tradición de izquierda, no pretender que la gente que no está en esa onda tenga que cargar con tal equipaje; descartar esas prácticas, tan frecuentes en personas de izquierda, consistentes en conceder o negar patentes de izquierda.
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Eugenio del Río
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