La nostalgia del futuro: ¿un fortalecimiento melancólico de la izquierda?
Reseña del último libro de Éric Fassin, 'Populismo de izquierdas y neoliberalismo'
Nuria Sánchez Madrid 16/01/2019
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El último libro de Éric Fassin, catedrático de la Universidad de Paris 8, ofrece una estimulante reflexión acerca de los riesgos que la izquierda padece al sustituir la laboriosa tarea de representar a un pueblo múltiple por la estrategia de hegemonía populista. Se trata de una posición coherente con el itinerario de un autor referente en los estudios franceses sobre los procesos de racialización y exclusión sufridos por colectivos como el LGTB, que muestra fundados temores con respecto al deseo excesivo de homogenizar a una población atravesada por desigualdades económicas y diferencias sexuales, culturales y sociales. A juicio de Fassin, la hipótesis populista, que enfoca con nitidez a autores como Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, impediría abrir lo social a líneas de fuga minoritarias, no identificables con “un pueblo de hombres blancos” (17), que por lo general se impone como patrón y criterio de unificación de demandas heterogéneas. En coherencia con este supuesto tácito, se describe al populismo de izquierdas como un perverso proceso de legitimación de la despolitización que el neoliberalismo extiende de manera sistemática, parcialmente coincidente con balances expresados en los últimos años por José Luis Villacañas. Forma parte de esa complicidad entre ambos cauces de desestabilización del orden político moderno el hecho de que todos los sujetos interceptados por la sociedad neoliberal, comparada con el efecto despoblador del célebre relato de Beckett, bregan por adquirir el crédito necesario para llegar a sentirse “blancos”. Una lógica de la que se excluye de antemano a la población rom, paradigma de la parte sin parte de nuestro presente, en virtud de su incapacidad para ser asimilada en ninguna de las pautas de legibilidad de la sociedad europea. En consonancia con las tesis del politólogo Jean-François Bayart, Fassin subraya que la exacerbación de identidades culturales en clave nacionalista obedece a una de las vías de expresión más extendidas del “nacional-liberalismo” (57), con su práctica de distribuir liberalismo entre los ricos y nacionalismo para los pobres. Sociólogos como Loïc Waquant y pensadoras como Wendy Brown coinciden con la denuncia de esta severa esquizofrenia del Estado en tiempos neoliberales, identificada hace décadas por Jacques Rancière como mancha pútrida del republicanismo francés y europeo.
Como es bien sabido, el oxígeno que las propuestas de reconstrucción populista del pueblo han suministrado a los programas políticos de izquierda apunta a la potencia de estrategias transversales, que han brillado especialmente durante 2018 en el caso del movimiento feminista y del deseo de emancipación desatado por el #MeToo. Sin embargo, Fassin no simpatiza con la alquimia de los estados de ánimo y, mucho menos, con lo que califica como un imposible fáctico, a saber, la confianza en que “[e]l plomo vil del rencor [vaya] a transformarse en el oro puro de la indignación” (95). Con este fin, adopta un enfoque casi spinozista de estudio de las emociones políticas, con el propósito de identificar un sentimiento como el resentimiento social y cultural con una actitud identificada con el “hombre blanco furioso”, que obturaría las posibilidad de reeducar a un ánimo semejante para desplazarlo a opciones interesadas en una rearticulación democrática de la idea misma de pueblo. Un intelectual como Michel Houllebecq vendría a representar los motivos del resentimiento populista, negando con su amargo poso nihilista toda apertura a una indignación igualitaria. El balance de la apuesta de Fassin pasa por rehabilitar la partición del pueblo en dos bandos —mayoría y minorías—, latentemente ideologizados, para frenar la conversión de los horizontes prácticos y modos de sentir de uno de ellos —integrado por los privilegiados del sistema y los varones blancos heterosexuales y burgueses— en modelo de existencia para el resto. Al otro lado se encuentran “minorías activas” (127), generalmente abstencionistas en los periodos electorales, que esperan ser recuperadas para el juego político. Pero ¿puede combatirse el neoliberalismo con las herramientas que brinda el pasado o es preciso conocer esa hidra de mil cabezas desde dentro para abrir líneas de fuga efectivas en su interior? He ahí la reserva que produce en el lector la por otra parte perspicaz propuesta de Fassin.
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Nuria Sánchez Madrid es Profesora en el Departamento Filosofía y Sociedad de la Universidad Complutense de Madrid.
El último libro de Éric Fassin, catedrático de la Universidad de Paris 8, ofrece una estimulante reflexión acerca de los riesgos que la izquierda padece al sustituir la laboriosa tarea de representar a un pueblo múltiple por la estrategia de hegemonía populista. Se trata...
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