En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
CTXT se financia en un 40% con aportaciones de sus suscriptoras y suscriptores. Esas contribuciones nos permiten no depender de la publicidad, y blindar nuestra independencia. Y así, la gente que no puede pagar puede leer la revista en abierto. Si puedes permitirte aportar 50 euros anuales, pincha en agora.ctxt.es. Gracias.
En Italia, entre los años 80 y 90 te los encontrabas siempre en las manifestaciones grandes, aquellas a las que iba todo el mundo: el 25 de abril, el 1 de mayo, en las antirracistas, en ocasiones, en algunas – también de las grandes– organizadas por los sindicatos, con su pancarta pequeña y ordenada, sin estridencias. Eran pocos, normalmente bien vestidos, gente de una cierta edad y algún joven de aires exageradamente formales. Eran los federalistas europeos, un movimiento pequeño pero tenaz, que, sin despertar pasiones, eran respetados por todos los grupos –del centro a la izquierda–. Diría más, se les profesaba una cierta admiración: estaban más allá del bien y del mal, casi como cascos azules en las siempre dialécticas relaciones entre los grupos progresistas. Se ocupaban de Europa y de temas considerados transcendentales y difíciles, te hablaban lo mismo de fondos de cohesión que de partidos transnacionales y, entre las pintas de entendidos y su escaso interés por la política nacional, los demás les habíamos otorgado la condición de sabios.
En realidad, las características de aquel movimiento reflejaban en cierta manera el sello de la trayectoria extraordinaria y heterodoxa de su fundador, aquel Altiero Spinelli del que ahora se ha traducido, por primera vez al castellano, la autobiografía, gracias al trabajo de edición de Marcello Belotti, la traducción de Francisco José Rodríguez Mesa, la apuesta de la editorial Icaria y el compromiso del eurodiputado de los Comunes Ernest Urtasun, que además firma un prólogo muy interesante. Esta edición también cuenta con un ensayo inédito sobre el compromiso de Spinelli con España durante la dictadura (Por una España europea, a cargo del historiador Alexis Rodríguez Rata) y un largo estudio introductorio firmado por Pier Virgilio Dastoli (el sempiterno colaborador de Spinelli), que explica con pelos y señales la trayectoria vital y política de Spinelli después de la segunda Guerra Mundial, que es cuanto se interrumpe la narración del propio autor. Spinelli había pensado este relato sólo como el comienzo: la muerte –acaecida en 1986–, se lo impediría.
La vida de Spinelli –por como el mismo la explica en las páginas del libro, y también por como aparece a unos ojos quizás menos comprometidos con su vivencia personal que los del autor–, no deja de ser extraordinaria, por muchas razones. Nacido en 1907, hijo de una familia acomodada de Roma (sus primeros años de vida los pasaría en la ciudad brasileña de Campiña, en donde su padre era vicecónsul), se crio (tal como el mismo explica con una vivacidad extrema) durante los años de la Primera Guerra Mundial en una ciudad que aún estaba metabolizando su condición de capital de un Estado italiano en desarrollo. Su juventud estuvo marcada –en aquella misma Roma al tiempo convulsa y perezosa– por el ascenso del primer fascismo y, sobre todo, por el asesinato de Giacomo Matteotti, el diputado socialista reformista que había denunciado los peligros de la llegada de los fascistas a las instituciones. La progresiva deriva del sistema hacia una senda dictatorial, que pocos denunciaron y muchos no quisieron o no pudieron ver, acabó por decantarle hacia el comunismo. No tanto o no sólo por convicción ideológica, sino sobre todo porque entendió que los de Gramsci (que no tardaría en percibir su valía intelectual) serían los que con más atrevimiento, ahínco y determinación plantarían cara al régimen que se estaba consolidando. Tres años de trabajo antifascista clandestino (y de cursos universitarios a trompicones) entre Roma y Milán, hasta 1927, cuando la máquina represiva del fascismo ya había perfeccionado su dinámica: el Tribunal Especial para la Defensa del Estado le condenó a dieciséis años. Pasó en la cárcel diez, entre Milán, Lucca, Viterbo, Civitavecchia, en donde se dedicó sobre todo a leer y a perfeccionar su formación. A partir de 1937 –en vez de liberarlo, como en un primer momento esperaba– le enviaron al destierro: primero a la isla de Ponza (hasta 1939) y después a Ventotene (de donde le liberaron en 1943 después de la detención de Mussolini). Son dos islas minúsculas y preciosas que se encuentran enfrente de la costa al sur de Roma. Hoy son un destino turístico selecto, pero en su día eran poco más que el desierto.
Y aquí estriba una de las peculiaridades más interesantes de la biografía de Spinelli: fue entre la cárcel y el destierro cuando tuvo noticia de los más aberrantes juicios estalinistas. Y fue entre la cárcel y el destierro cuando decidió romper con el partido comunista. Puede parecer un aspecto puramente teórico (no fue el único que decidió romper con una realidad –comunismo estaliniano– que se estaba demostrando todo menos el paraíso de las libertades), pero para él se tradujo en un cambio sustancial en su vida cotidiana. Los únicos represaliados por el fascismo que podían contar con una red de solidaridad eran los comunistas, ya que ese partido consiguió mantener, a lo largo de toda la dictadura, algo parecido a una estructura orgánica. Por otra parte, estar fuera del Partido se transformó para él en una durísima y penosa prueba de resistencia al aislamiento dentro del aislamiento. Más sólo que todos los otros, en Ponza y en Ventotene. Resistió sin romperse y se acercó a otros intelectuales desterrados, socialistas y republicanos, que después confluirían en el Partito d’Azione. Con uno de ellos, Ernesto Rossi y la colaboración de un tercero, Eugenio Colorni, entre 1941 y 1943 y en plena II Guerra Mundial, escribió el documento “Por una Europa libre y unida. Proyecto de manifiesto”, también conocido simplemente como Manifiesto de Ventotene. Escrito en papel de fumar, salió clandestinamente de la isla gracias a Ursula Hirschmann, la mujer de Colorni (que después de la muerte de este se convertiría en la mujer de Spinelli), y aún hoy, el llamamiento más importante a la construcción de unos Estados Unidos de Europa de corte federal. Una impugnación explícita de aquel “derecho de autodeterminación de las naciones” que aún jugaría un papel en las décadas siguientes en el marco de la descolonización, que, en el caso de Europa, Spinelli y sus colaboradores veían como el verdadero obstáculo a la democratización y, en definitiva, el responsable del crecimiento de los nacionalismos exacerbados que habían llevado a los fascismos y a las guerras. El manifiesto dibujaba las que entendía que tenían que ser las nuevas disyuntivas: “La línea divisoria entre partidos progresistas y partidos revolucionarios cae por consiguiente no lejos de la línea formal de la mayor o menos democracia, del mayor o menor socialismo que instituir, sino a lo largo de la novísima y sustancial línea que separa aquellos que conciben como fin esencial de la lucha lo antiguo, esto es, la conquista del poder político nacional –y que llevarán a cabo, incluso involuntariamente, el juego de las fuerzas reaccionarias dejando solidificar la lava incandescente de las pasiones populares en el viejo molde, y resurgir los viejos disparates – y aquellos que verán como deber central la creación de un sólido Estado internacional, que dirigirán hacia este fin las fuerzas populares, y conquistado el poder nacional, lo meterán en primera línea como instrumento para alcanzar la unidad internacional”. A pesar de respetar a Spinelli y a su Movimiento Federalista Europeo, fundado en el mismo 1943, no se les hizo mucho caso: el proyecto de integración política (herido de muerte después del culebrón de la CED en 1954, para la cual el mismo Spinelli había redactado una memoria, finalmente rechazada por el Gobierno francés), avanzó poco y lentamente a lo largo de las décadas, poniéndose siempre por delante la dimensión económica.
Como explica magistralmente en el libro Dastoli, Spinelli nunca dejará de organizar, escribir, intervenir, llegando incluso a ser comisario europeo de Industria entre 1970 y 1976. Lo hacía desde la proverbial determinación de sus convicciones, y supo construir alianzas con intelectuales y personalidades importantes (Adriano Olivetti, el grupo de Il Mulino, los del Instituto di Affari Internazionali), pero quedó siempre como una voz a la vez libre y aislada. Después de un rápido paso por el Partito d’Azione –justo después de la guerra– intentó construir desde el MFE formas de participación políticas transnacionales, que no obtuvieron mucho éxito en un marco de Guerra Fría y aún muy definido por los partidos de base nacional, no sólo en Italia sino en todo el continente. Se reconcilió a medias con su antiguo partido cuando el secretario comunista Enrico Berlinguer le quiso como independiente en la lista del PCI de las elecciones generales de 1976 y de 1979 (aunque en la Cámara italiana se adhiriera al Grupo Mixto) y, sobre todo, para las primeras elecciones directas del Parlamento europeo, en 1979 cuando, en cambio se unió al Grupo Comunista. Desde el Parlamento italiano siempre estuvo dedicado a la comisión de Exteriores y, como diputado europeo, quedan en la memoria muchas de sus enérgicas intervenciones, y, especialmente, su trabajo para lo que después sería el Acta Única Europea de 1986, el intento más serio de avanzar en la unificación política del continente. Siempre fiel a su ideario y a su determinación, en 1984 presentó un proyecto de Constitución Europea que quedó bloqueado –como si de una gran metáfora se tratara– por la oposición del Consejo de Ministros de la CEE.
Queda el perfil de un hombre extraordinario e incansable, un dirigente político poco amigo de los dogmatismos, capaz de librar –con el respeto formal de todos, pero a la hora de la verdad casi en solitario–, una batalla política –la superación del Estado-nación en Europa– sin desfallecer, sin claudicar e indicando sin ambages la dirección que debían tomar las fuerzas que pretendieran llamarse democráticas y progresistas. En vista de que ha habido que esperar hasta ahora para que un país tradicionalmente proeuropeo como España publicara sus memorias, quizás podamos concluir que Altieri fue un visionario, que llegó demasiado pronto. Pero que no se nos haga tarde ahora. Estamos en una coyuntura decisiva, en la que no sólo los Estados-nación están lejos de diluirse en el proyecto europeo –están dificultando la construcción de la democracia en el continente (piénsese en la política migratoria, o en los sistemáticos incumplimientos de la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea), sino que estamos ante un claro y amenazador proyecto de fuerzas nacionalistas y de extrema derecha (que está condicionando la actuación de muchos partidos conservadores) que quiere conquistar Europa para que sea simplemente un club de Estados que comparten dinámicas económicas y de mercado pero que no implique ningún avance democrático y social. Por lo tanto, lean el libro y prepárense con esmero. El momento de la batalla política que el visionario Spinelli fue apuntando a lo largo de toda su trayectoria, finalmente ha llegado.
Y no se puede perder.
-----------------------
Paola Lo Cascio es profesora de Historia Contemporánea de la Universitat de Barcelona.
CTXT se financia en un 40% con aportaciones de sus suscriptoras y suscriptores. Esas contribuciones nos permiten no depender de la publicidad, y blindar nuestra independencia. Y así, la gente que no puede pagar...
Autora >
Paola Lo Cascio
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí