Versos condenados a muerte
Se reedita en catalán el libro recopilatorio de los poemas escritos por los represaliados del franquismo en la Prisión de Castellón 1939-1940
Nina Peña 15/05/2019
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La Guerra Civil Española está considerada la última guerra romántica por muchas personas que ven en ella una especie de halo no solo de resistencia a las ideas de intolerancia y de fascismo, y porque fue una guerra cantada por los poetas, escrita desde las plumas de los literatos, inmortalizada en fotografías que van más allá del simple poder informativo. Quizá también por el impulso cultural que supuso en España la generación del 27: poetas escribiendo a la libertad y luego a la guerra y a la desolación. Nombres como Lorca o Hernández nos dejan una obra y unas vidas marcadas por la guerra, truncadas por la guadaña de un régimen que abolió la cultura y la libertad imponiendo la muerte, el adoctrinamiento y la censura. Personas destacadas como George Orwell, que luchó en las filas del POUM; Simone Weil, filósofa que luchó en las tropas de las milicias francesas; John dos Passos o Dorothy Parker, ejerciendo de corresponsales, dan testimonio de la culturización y el misticismo que envolvió a la guerra. Novelas como las de Hemingway, fotos como las de Robert Capa, el Guernica de Picasso o las memorias de Neruda dejan constancia de que la Guerra Civil fue también una lucha entre el libre pensamiento, la creatividad y la expresión pura contra la religión, la intolerancia y la imposición.
El 23 de febrero de 1981, mientras los militares tomaban el Congreso de los diputados y volvía a planear sobre el país la sombra alargada del militarismo y de la dictadura, en casa de Josebe Sabater, una anciana se apresuraba a quemar unos viejos cuadernos amarillos que habían sobrevivido muchos años escondidos. La abuela de Josebe tenía en la memoria el miedo de otras épocas, un miedo silencioso que había comenzado al terminar la guerra y que se alargaba en el tiempo como heredado en la sangre y la conciencia. La mujer, trastornada por el giro de los acontecimientos de aquella España que buscaba la libertad entre sombras de dictadura, temía ser sorprendida en posesión de poesía subversiva y que esta le costara la vida tal como le costó a su antepasado. Josebe, una jovencita entonces, pudo apropiarse de uno de aquellos cuadernos amarillos llenos de versos y poemas, escondiéndolo del fuego y de la destrucción. Años más tarde, ya estudiante universitaria, los compartió con su compañera María José Martínez y allí comenzó un viaje tan intenso como bello. Una búsqueda de más de treinta años en una época donde no existía Google.
El contenido de aquella libreta eran versos escritos por los condenados a muerte en la prisión de Castellón. Algunos de aquellos poemas fueron escritos por personas que morirían fusiladas tan solo un mes después y recopilados en cuadernos para burlar el olvido. Josebe y María José se propusieron recobrar la memoria de aquellos presos, de aquellas personas que desde una prisión escribían versos de amor y guerra, de tristeza y esperanza. El viaje les llevó a llamar a muchas puertas y la investigación a veces se veía recompensada con familiares que querían honrar la memoria de sus mayores y que les ofrecían sus versos como una forma de reclamar la libertad y el reconocimiento del que se vieron privados. Otras veces el miedo atenazaba a los descendientes y las puertas se cerraban, clausurando también la libertad de pensamiento por la que muchos murieron. Cuando comenzó la investigación, en los años 80, recopilaron cuadernos de muy distintas personas y lugares, desde el País Vasco hasta Pamplona y desde pueblos vecinos como Villarreal o Burriana. Eran versos de represaliados, incluso fusilados por haber permanecido leales a la república: alcaldes socialistas, afiliados a sindicatos obreros, maestros, el presidente de la Federación Universitaria de Estudiantes. Fue la calidad de los poemas lo que las decidió a transcribirlos y a publicarlos en 1996.
En aquella cárcel de Castellón, como sucedió en otras muchas cárceles, los presos no eran solo aquellos que habían empuñado un fusil y luchado en la guerra, sino también estaban aquellos maestros republicanos, aquellos libreros depurados, pensadores, profesores y escritores que quizá podrían haber hecho carrera y que hoy ocuparían posiciones de mayor reconocimiento. Vidas truncadas, vocaciones docentes interrumpidas, pensamientos silenciados y carreras literarias o periodísticas cercenadas por la guerra. Presos que no tenían delitos de sangre. Su mayor fechoría había sido pensar, escribir, vivir, soñar, enseñar.
En una celda de tres metros por dos se agolpaban dieciocho personas que escribían a escondidas y charlaban de literatura y de poesía como si no estuvieran en la cárcel sino en una tertulia literaria de aquellas que se hacían en los cafés de las grandes ciudades. Una tertulia de escritores en ciernes, de poetas y profesores, de intelectuales. Escribían sus versos que luego camuflaban en los dobladillos del pantalón para que, cuando la familia los intercambiara por ropa limpia, pudieran ser rescatados y leídos. En pequeñas hojas bien dobladas y con un trozo de lápiz, que poseía el valor de un pequeño tesoro, los poemas salían de las cárceles no para tomar alas porque estaba abolida la belleza y el pensamiento, pero sí para comunicarse, para servir de desahogo, para tratar de encontrar un mínimo de belleza que los ayudara a sobrevivir, un poco de esperanza que hiciera más llevadero su encierro.
Los profesores redactaban también mensajes para las familias de aquellos presos que no sabían escribir, cartas de despedida, cartas de amor, cartas a familiares que ya nunca volverían a verse. A una madre que no podría enterrar a su hijo, a un hijo que no pudo enterrar a su padre. Una especie de solidaridad epistolar hacia aquellos que no pudieron estudiar en aquella España analfabeta y rural que la República quiso modernizar y llevar a clase, a la que trató de acercar la cultura y el arte. La llamada República de los maestros veía cómo sus pensadores y escritores más insignes se exiliaban. Los maestros y profesores encarcelados sobrevivían a la infamia escribiendo, utilizando la palabra como arma contra el olvido.
Hoy se vuelve a recuperar este libro, Versos condenados a muerte: Prisión de Castellón 1939-1940. En catalán y auspiciada por la Universidad Jaume I, se ha tratado de dar un nuevo empuje a la obra, recopilando nuevos poemas, reeditando los antiguos y añadiendo una dedicatoria a las mujeres de aquellos presos que los sostuvieron durante su encierro. Una revisión necesaria y actualizada, que trata de recuperar la memoria histórica de aquellas personas que sufrieron la represión más brutal no solo vital y físicamente si no también en el pensamiento.
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Nina Peña
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