Reportaje
Las tejedoras de la memoria
Un grupo de mujeres de Vicálvaro decidió tomar una pequeña plaza del barrio en 2017 donde cada mes rinden tributo a las víctimas de la violencia machista en España
Gorka Castillo Madrid , 6/03/2019
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Del otro lado de la acera del número 14 de la calle Real del madrileño distrito de Vicálvaro, llegaba el sábado un aroma a lavanda que resistía las leves insinuaciones del frío y la suave luz de la mañana. Una muchedumbre acompañaba a 20 mujeres vestidas de blanco que regaban un pequeño jardín de flores frescas, abiertas, enlazadas entre sí en medio de una pequeña plazoleta que ellas mismas conquistaron como martillo contra el olvido. Cada hoja de los pensamientos que brotan del suelo acarrea la pesada carga de un nombre: “Aurora, Málaga, 32 años”, “Virginia, Las Palmas, 45 años” “Irene, Vitoria, 27 años” y así hasta 92 vidas dilapidadas en 2018 por feroces cautivos de la crueldad. “Lo hacemos desde el 25 de noviembre de 2017, un día señalado. Y aquí estamos y de aquí no nos vamos porque creemos que recordar a las víctimas de la violencia machista es la más pura forma de generosidad. Los 25 de cada mes volvemos a reunirnos en su memoria, hacemos balance y añadimos los nombres de las asesinadas a cada nueva flor”, explica Toñi Domingo, 66 años, una de las mujeres coraje que forman parte de la historia de un barrio proletario como este de Vicálvaro.
Empezaron tejiendo mantas para los refugiados en Siria y acabaron tomando la plaza. Tras un debate fugaz eligieron un nombre que causó conmoción: Plaza de las Mujeres. Aquel gesto fue como izar la bandera morada en lo alto de la Iglesia de Santa María la Antigua, la más visible en un distrito con 70.000 almas, y declarar el estado de igualdad. “O la guerra al maltratador”, intercede Sandra Dominique, una dramaturga y actriz de teatro que ha escrito un texto admirable sobre estas mujeres con motivo de la reciente celebración de un proyecto colectivo. Se titula “El jardín de las mujeres de la Villa del Sudeste” y narra el encontronazo entre una tejedora no tan imaginaria que riega las plantas como buenamente puede por culpa del desinterés municipal, algo que sucede en realidad, y una adolescente con pintas. El desenlace es bestial. “La historia de violencia que han sufrido estas mujeres es un poco matrioska. Su superpone una dentro de otra. Incluso el hecho de que crearan este jardín y que les corten el riego, probablemente el jardinero machista que ellas conocen bien, es simbólico y salvaje”, afirma.
Es marzo de 2019 y hace un sol de justicia pero la rotonda florida de las tejedoras es un sitio con sombra. La plaza está envuelta en hermosos telares de lana multicolor. Unas mujeres trenzan, otras cosen, algunas diseñan, todas colaboran. Hacen bufandas, fundas, estuches, forros. Lo que sea. Allí mismo, en su lugar de encuentro e intercambio, en el Espacio de Igualdad Gloria Fuertes. “Para ser feminista tienes que tener conciencia”. Mari Carmen Martínez Galiano tiene 59 años y los brazos fuertes. Como la voluntad, es inquebrantable. Originaria de Granada, diluye en su cálida humanidad una biografía dolorosa. Su padre la maltrató. Y a su madre y a sus 11 hermanos. También mató a la madre de sus hermanos cuando daba a luz a un hijo. Todo lo que rodeaba a su padre fue de una violencia aterradora. Se quitaba el cinturón con aquella hebilla de cuatrero y las caía una lluvia de golpes despiadados. Nadie se enfrentó a él excepto Carmen, que ya alimentaba su leyenda callada de humanista libertaria. “Cuando murió tenía 16 años y para mí fue una liberación”. Lo dice sin derramar una lágrima, endurecida por el recuerdo bondadoso de su dolorida madre ante el silencio sobrecogido de una amiga. “A los maltratadores no es que les odie pero los mataría. Puedes escribirlo. Son escoria”, añade. Carmen es hoy madre y abuela de una familia donde prevalece el espíritu de mujeres libres.
En otro banco de la plaza, una joven saca un puñado de semillas de lavanda.
—Eso, flores bellas, pero frescas, fresquísimas, y aromáticas. Las más aromáticas de todas. Para nosotras. Para vosotras, hermanas.
Y las esparce por el jardín entre las estelas erguidas que simbolizan a las difuntas. “Nuestra vida es la lana, la madeja, pero un día nos dijimos ¿por qué no recordarlas?”, afirma Toñi. Y, entonces, hablan de las asesinadas, de los racimos de mujeres que los hombres lanzaron contra el suelo a lo largo de 2018. Hablan de su dolor, de los límites humanos, de la azarosa reconstrucción psicológica del maltrato y de la soledad. De ellas, de las agredidas, de las crucificadas. Estremece escucharlas porque aunque las tejedoras de Vicálvaro vistan hoy de blanco están de luto por dentro, dispuestas a desenterrar con las manos la memoria de las víctimas con tal de evitar la muerte de la esperanza. “Una de las cosas que más me llamó la atención de ellas fue la tenacidad que mostraron para intervenir en la plaza. Tejían un cartel, lo colocaban y alguien se lo quitaba. Pero ellas volvían sistemáticamente a ponerlo, vigilantes, hasta lograr su propósito”, reconoce la escritora Sandra Dominique. Quizá Simone de Beauvoir ya les regaló una advertencia premonitoria cuando veía sombras bajo la luz de las estrellas: “No olvidéis jamás que bastará una crisis política, económica o religiosa para que los derechos de las mujeres vuelvan a ser cuestionados. Estos derechos nunca se dan por adquiridos, debéis permanecer vigilantes toda vuestra vida”.
Toñi recuerda cómo empezó todo. Por una vecina que cada vez que un hombre asesinaba a una mujer en cualquier rincón de España venía a esta plaza cuando ni siquiera era plaza y colgaba un lazo morado en la verja del edificio del espacio de Igualdad. “Eso nos impulsó, nos hizo pensar que debíamos hacer algo más que lamentarlo. Y creamos este jardín de vida”. Y, ¿quién era esa mujer? “Cualquiera de nosotras. O todas juntas. ¿Qué más da su nombre?”, concluye Carmen.
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Gorka Castillo
Es reportero todoterreno.
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