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El sonido más profundo que puede emitir una persona es el ‘clic’. Un chasquido gutural que nace muy en el interior del cuello. Es muy común entre los bosquimanos. Es un sonido único, estruendoso, en el que no participan las cuerdas vocales. Es un sonido, por otra parte, antiquísimo. Es posible que lo aprendiéramos de una especie anterior, tan solo porque nos resultó divertido. Es, de hecho, muy divertido. El sonido más externo es, a su vez, la ‘f’, un fonema que se forma en la flor de los labios, casi en el exterior de tu cuerpo. Para emitir cualquier sonido más lejano a tu cuerpo, ya tienes que usar las manos, y dar palmas o chasquidos, o golpear sobre la mesa. La ‘f’ es, además, todo lo contrario que el ‘clic’. Es el sonido humano más nuevo. Tiene unos 10.000 años. Lo que indica que hace 10.000 años pasó algo descomunal. Fue algo tan grande que selló, con uno nuevo, el catálogo de los sonidos que emitimos. Lo que pasó tuvo que ser, por tanto, una tragedia o un portento. Y fue, precisamente, ambas cosas.
Fue la agricultura y la ganadería. Fue, en fin, el trabajo. Y, con él, los alimentos blandos, como el pan o la leche. Con ellos, nuestra lengua ganó flexibilidad y una mayor ductilidad. También se redujo nuestra musculatura facial. Y, con ello, se redujo nuestro rostro, que dejó de ser tan ancho, y pasó a ser más estilizado y cercano a la belleza que conocemos. Pero ese no fue el único cambio. También se redujo, junto con nuestra cara, nuestra capacidad craneal. Y, con esa reducción, disminuyó el volumen del cerebro. Posiblemente, lo que más perdimos fue memoria. El Sapiens actual, incluso un Premio Nobel, tiene menos cerebro y menos memoria que el Sapiens cazador-recolector, un ser que se pasaba toda la vida aprendiendo, y no olvidando, cosas que necesitaba cada día, en una vida que, cada día, era diferente. Lo que es un serio indicio de que la memoria y la inteligencia han tenido una historia diferente. Mientras una ha disminuido, la otra no ha parado de crecer. Si nuestra inteligencia inicial fue una memoria portentosa, ¿a dónde fue a parar nuestra memoria portentosa cuando fue desplazada por nuestra inteligencia?
La seguimos teniendo. Pero la sacamos de nosotros. Y la depositamos muy cerca de nosotros, como depositamos en nuestros labios el sonido ‘f’. Está muy cerca de ti. En este preciso instante, está a tu lado o frente a tu cuerpo. Gírate o levanta la vista y la verás. Es el otro. Son las otras personas. La memoria, la memoria desmesurada que antes poseíamos, consiste, simplemente, en preguntar al otro por cosas que no sabes o no recuerdas. El otro es, por tanto, como una ‘f’, alguien a punto de no estar en tu cuerpo, pero que sigue estando en tu cuerpo. El otro es lo desmesurado.
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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