Juego de Tronos y con la Historia
Daenerys, Alejandro, Napoleón, César… son piedras lanzadas al estanque con la promesa de remover el agua y así limpiarla
Jaime Serrano Arranz 22/05/2019
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El protagonista de Juego de Tronos ha sido siempre el “poder” y cómo éste se relaciona con un abanico de personajes. El mosaico narrativo, si acaso, nos sugería los protagonistas centrales de una trama coral salpicada de traiciones, muertes y asesinatos inesperados. Por esto me sorprenden las reacciones de decepción con el desarrollo final de Daenerys. Sin entrar a valorar el resultado en términos artísticos de la última temporada, en mi opinión, resumir no quiere decir improvisar, y tenemos una digna y coherente conclusión con todo lo que se nos había mostrado hasta ahora.
Dark Daenerys es seductora. Reconozco que en su último discurso a Jon me estaba volviendo a convencer de su proyecto político. ¿Quién sabe? ¿Por qué esperar diez años? Su convencimiento de ser la verdad y la bondad a base de fuego y sangre es algo que atrae a mentes soñadoras como la de los espectadores que se dejan llevar por la emoción.
Es una fiel representación de todos los grandes caudillos de la Antigüedad Clásica del Mediterráneo. Es Alejandro Magno en mujer. Y como Alejandro Magno, muere joven y entre las traiciones de sus más cercanos y leales generales.
La atracción por Dark Daenerys es natural, es un recuerdo de la atracción que ejerció Alejandro sobre tantos macedonios y persas por igual (o Aníbal y César sobre sus coetáneos…y no sólo en el Mediterráneo clásico, sino en la Europa ilustrada, Napoleón). El deslumbramiento del libertador, del soñador que conquista.
Sin embargo, mi fascinación por personajes así dejó de ser tal cuando comprendes la cantidad de violencia requerida. Cuando te sorprende el convencimiento con el que actúan. Dicho convencimiento es necesario para conquistar. Pero cuando se tiene la responsabilidad de las vidas de poblaciones enteras, parece el convencimiento típico de tontos y cabezotas.
Alejandro fue considerado el general más visionario y victorioso de la Antigüedad, y sin embargo, más de dos mil años después de sus gestas, la violencia inherente a ellas, con nuestros marcos, nos parece (supuestamente) inaceptable. Un joven cuyos sueños e ideales (unificar los pueblos de la tierra conocida y mezclar culturas como forma de hermanamiento entre hombres libres) cambiaron el mundo para siempre. Sueños e ideales que sin embargo se tradujeron en matanzas en ciudades y regiones rebeldes con otras ideas sobre la libertad a las de Alejandro; Atenas, Corinto, Tiro o India.
Alejandro murió por unas fiebres o síndrome neurológico supuestamente por causas naturales, tras varios intentos de envenenamientos de algunos de sus comandantes (a los que, como todo rey que ve amenazado su reinado, mandaba ejecutar).
No debemos descartar que fuera finalmente intoxicado por alguno de sus generales, demasiado cansado de liberar pueblos a sangre y espada, demasiado cansado de seguir un sueño apenas visible.
En cierto modo, la de Juego de Tronos es una defensa narrativa de los perdedores históricos, de Bruto, que asesinó a Julio César sin tener un proyecto político detrás, de quienes intentaron envenenar a Alejandro, que tras su muerte carroñearon sus conquistas, del 2 de mayo de 1808, que expulsó al invasor francés, pero significó el regreso del absolutismo y más fusilamientos. La de quienes buscan frenar la violencia sin más proyecto futuro que el de las dudas que dicha aspiración general.
Podría parecer que se impone la mediocridad, pero no es cierto. Se produce una ilusión óptica: el convencimiento se hace pasar por virtud, mientras que las dudas y la indecisión se hacen pasar por mediocridad.
Podría parecer que el mundo que dejaron los generales de Alejandro tras su muerte fue poco más o menos que un gatopardismo de la Antigüedad: las élites persas de cada provincia del Imperio Persa fueron sustituidas por élites griegas, que a los pocos años comenzaron una sucesión de guerras entre sus reinos orientales. Nuevamente sangre y fuego, y ya ni tan siquiera funcional para crear un nuevo mundo, sino por problemas de lindes.
En Juego de Tronos parece que ha sucedido así; nadie se ha atrevido a seguir con el convencimiento de Daenerys. La democracia directa propuesta por Sam solo genera risas e hilaridad. La humanidad prosigue su expansión demográfica, las élites siguen manchadas por el vicio y la corrupción (Bronn), y el fin de la guerra se asemeja a un final forzado por el agotamiento y el cansancio, no tanto por haber, efectivamente, roto la rueda.
Es una buena lección de hechos históricos: grandes sueños de hermanamiento bañados en sangre y violencia que agotan en el arco de un par de generaciones la voluntad de lucha y sacrificio de poblaciones enteras. Cuyos cambios positivos parecen diluirse en el mar de normalidad que prosigue al asesinato de la soñadora.
Daenerys, Alejandro, Napoleón, César,...son piedras lanzadas al estanque con la promesa de remover el agua y así limpiarla, incluso si la piedra es grande, vaciar el estanque de una vez y rellenarlo. Sin embargo, tras el violento impacto y las salpicaduras, el efecto es el de ondas concéntricas expandiéndose por la lámina de agua a medida que ésta se calma.
Las victorias absolutas dan miedo porque requieren de gran imaginación por parte de todos para vislumbrar cómo podría ser dicha victoria absoluta. ¿Alguien se imagina la victoria total del Rey hielo? ¿No sería a lo sumo una utopía ecológica invernal? Un señor que ni siente ni padece sentado en un trono helado, en un continente glacial, donde solo la vida animal y vegetal adaptada a climas polares prospera mientras la humanidad, transformada en una tranquila y sostenible masa de zombies se mueve sin molestar a nadie porque no queda nadie. Ocurre lo mismo con Daenerys: un mundo de rodillas hincadas en nombre de la libertad o de nobles y plebeyos quemados por igual. Un mundo donde la libertad conquistada se ejerce hincando la rodilla y luchando más. Hasta que no quede nadie por hincar la rodilla o por arder. Sencillamente no es creíble porque no comprende la pluralidad y complejidad del alma humana, del drama humano.
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Jaime Serrano Arranz
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