TRIBUNA
La irradiación europea de Salvini
La fuerza del vicepresidente del Gobierno italiano puede resultar un factor decisivo en la próxima legislatura europea
Guillermo Fernández 22/05/2019
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
CTXT se financia en un 40% con aportaciones de sus suscriptoras y suscriptores. Esas contribuciones nos permiten no depender de la publicidad, y blindar nuestra independencia. Y así, la gente que no puede pagar puede leer la revista en abierto. Si puedes permitirte aportar 50 euros anuales, pincha en agora.ctxt.es. Gracias.
“Si quieres entender a la ultraderecha francesa, tienes que pensar en Sudáfrica”, me dijo una vez Pierre, un exmilitante del Reagrupamiento Nacional. ¿Cómo?, le respondí extrañado. “Sí, debes tener siempre presente que lo que más nos obsesiona es terminar siendo una minoría racial dentro de nuestro propio país”, aclaró. Puede que exagere, o puede que esa afirmación no sea aplicable a todas las corrientes de la derecha radical, pero lo que sí está claro es que, como matriz interpretativa, permite entender muchos posicionamientos y líneas estratégicas que en los últimos años ha protagonizado esta familia ideológica; al menos siempre que sustituyamos la palabra “raza” por el vocablo “cultura”.
Llamemos a la confesión de Pierre “matriz de agonía identitaria”. Pues bien, si adoptáramos esta matriz como lente y nos propusiéramos observar lo ocurrido este fin de semana en Milán con la reunión de varios de los partidos más importantes de la derecha radical europea: ¿qué veríamos? Lo primero de todo, una demostración de fuerza de Matteo Salvini, dirigida tanto al exterior de su familia ideológica, como también (y a veces esto pasa un poco desapercibido) al interior de la constelación de sus aliados potenciales. Al exterior, el líder de la Liga quiso asustar al resto de familias ideológicas, especialmente la izquierda, enviándoles una señal de su fortaleza y presentando sus credenciales a ganar las elecciones europeas en Italia. Al interior, Salvini se ha esforzado por mostrarles a todos los partidos de la constelación euroescéptica que él es, en el contexto actual, el verdadero líder y que, si en algún momento dudan entre integrarse en su iniciativa (“Hacia una Europa del Sentido Común”) o apoyar a otros grupos parlamentarios también euro-críticos pero hasta ahora más respetados desde el punto de vista institucional (como puede ser el grupo parlamentario de los Conservadores y Reformistas Europeos), quizás deban pensárselo dos veces, porque mientras unos están de capa caída, él puede exhibir una capacidad aglutinadora ciertamente notable. Es un mensaje dirigido, entre otros, a VOX, una de cuyas almas se sentiría más a gusto llegando a acuerdos post-electorales con la plataforma de Salvini, mientras que otra apuesta decididamente por aliarse con los polacos de “Justicia y Ley” y los tories británicos en el grupo parlamentario de los Conservadores y Reformistas Europeos. Pero no es un mensaje exclusivo para VOX: incluye también al Partido Popular Danés, al Partido de los Finlandeses, a los Demócratas de Suecia, y, en general, a toda la derecha radical escandinava.
Lo segundo que se percibe con las lentes de la “matriz de agonía identitaria” es una diferencia notable entre los discursos de, por un lado, Marine Le Pen y Matteo Salvini, y, por otro lado, el holandés Geert Wilders (PVV), el austríaco Georg Majer (FPÖ) y el alemán Jörg Meuthen (AfD). Todos ellos comparten la descripción de la situación como alarmante, el pavor ante un hipotético reemplazo poblacional y la voluntad angustiada de emprender un cierre identitario, físico (a través de muros), y cultural (redefiniendo las culturas nacionales); pero mientras que los segundos centran su mensaje en un “stop inmigración”, y aún más enfáticamente “stop islamización”, los primeros insertan su retórica dentro de una épica nacionalista aderezada con los sabores de la libertad, la soberanía, la defensa de lo humano y la celebración de la pluralidad cultural y civilizatoria.
S.O.S. Europa
“Acudir al socorro de Europa” fue el mensaje nuclear repetido por todos los intervinientes del norte, del este y del centro del continente. O sea, salvarla, rescatarla, alejarla de sus peligros, de sus contaminaciones y de sus demonios internos, para así ofrecerle la posibilidad de contactar con sus mismas entrañas y recuperar el hilo de su ser esencial. Pero esa operación requiere de dos fases: una, la puramente defensiva, la que construye muros, la que expulsa inmigrantes, la que dificulta los trámites para adquirir la nacionalidad, la que se cuestiona si realmente alguien puede tener una nacionalidad doble, la que, en suma, le dice a la Comisión Europea que quiere tener autonomía para hacer lo que quiera en su propia casa (véase cómo toda esta familia ideológica realiza una analogía entre los países y las casas, presentando a sus líderes, o bien como pater familias que ofrecen rumbo y decisión, o bien como verdaderas matronas firmes y protectoras). Y, dos, la que re-elabora la historia, la que propone a los ciudadanos volver a hacer grandes sus países, la que apela a recuperar el orgullo nacional herido, la que habla de la Europa de las naciones; en definitiva, aquella que postula seguridad identitaria en el mundo por venir.
Por eso no debe extrañarnos que el corazón de esta gramática empleada por los dirigentes reunidos en Milán dé vueltas en torno a verbos de clara connotación defensiva: preservar, proteger, resguardar, auxiliar, detener, impedir; y en imperativos de urgencia y rechazo como “stop” (“stop a los burócratas”, “stop a los banqueros”, “stop a los buenistas”, “stop a las pateras”, se leía en los carteles del escenario) y “basta”. Todo un arsenal discursivo dirigido, no tanto a la separación (ya nadie habla de Frexit o Italianexit), cuanto a la “transformación de la UE”.
Pero: ¿qué entienden Salvini, Le Pen o Wilders por transformación de la UE? El proyecto de mínimos de la derecha radical es devolver competencias y autonomía a los Estados miembros de la UE en detrimento de la Comisión Europa, otorgando más peso al Consejo Europeo y a los presidentes y primeros ministros de cada nación. ¿Para qué? Para que estos puedan tomar decisiones en sus respectivos países sin la amenaza de sanción por parte de la Comisión Europea. ¿Con qué argumento? Con el argumento de que son los presidentes y primeros ministros los que gozan de una verdadera legitimidad democrática. Y: ¿para hacer qué? Básicamente para poder: 1) imponer controles más duros en materia de inmigración, acceso a la nacionalidad y acogida de refugiados, 2) restringir la actividad de movimientos sociales y ONG’s, 3) aplicar medidas de proteccionismo económico y fomento de la producción nacional (en Milán hubo grandes vítores ante una evocación al made in Italy). Este último punto es el más conflictivo puesto que no sólo genera reticencias entre algunas corrientes internas de estos movimientos, sino que al mismo tiempo les separa de otras familias ideológicas colindantes, como los conservadores euroescépticos reunidos en torno al liderazgo del polaco Jaroslaw Kaczynski (cuya apuesta por el libre mercado es nítida), y, en menor medida, los sectores del Partido Popular europeo más vinculados a Víktor Orbán.
Lo más interesante, sin embargo, es la capacidad de estas formaciones (y muy singularmente de Matteo Salvini y Marine Le Pen) para engarzar esta retórica nacionalista y este proyecto de transformación de la UE en una lucha más general en favor del mantenimiento de un mundo que desaparece: el de las pensiones, el de la tradición, el del empleo estable o el de las certezas vitales. Un combate que se quiere contra la globalización y en pos de una visión del ser humano como naturalmente enraizado en una estructura social orgánica; y contra el Otro islámico al que se atribuye una incompatibilidad con el modo de vida y la civilización occidentales.
Hegemonizar la derecha
La potencia del movimiento Hacia una Europa del Sentido Común se medirá en las urnas el domingo 26 de mayo y en su capacidad de tejer acuerdos post-electorales con otras formaciones como VOX o el holandés Foro por la Democracia de Thierry Baudet; pero, sobre todo (y este punto es decisivo), se medirá en su capacidad de ejercer como polo hegemónico de una derecha y centro-derecha cada vez más perdidos en cuanto a qué desean hacer con el proyecto europeo. En este sentido, la fuerza de irradiación de Matteo Salvini como principal líder de la derecha Italia y de la Lega como partido que envíe el mayor número de diputados al parlamento europeo, pueden resultar un factor decisivo de la próxima legislatura europea. Aguardan curvas para el Partido Popular europeo.
De la izquierda, como en Italia, apenas hay señales.
CTXT se financia en un 40% con aportaciones de sus suscriptoras y suscriptores. Esas contribuciones nos permiten no depender de la publicidad, y blindar nuestra independencia. Y así, la gente que no puede pagar...
Autor >
Guillermo Fernández
Investigador en la facultad de Ciencias Políticas de la UCM. Especialista en política francesa, derecha identitaria, relato y comunicación.
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí