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Si algo nos ubica políticamente en los últimos tiempos no es el voto o la militancia en un partido, sino nuestra posición personal ante el Dilema Amancio. Al contrario que ocurre con la mayoría de dilemas morales –construidos sobre una hipótesis–, el Dilema Amancio está basado en hechos estrictamente reales. El dueño de uno de los mayores imperios empresariales del planeta decide donar, de vez en cuando y de forma publicitada, algún aparato útil para la detección de cáncer en la sanidad pública española. ¿Habría que aceptar estas donaciones? A falta de un debate común que una estos días a los vecinos de Granollers con los de Alcalá de Guadaira, el dilema Amancio se ha colado de lleno en la campaña de las municipales y autonómicas. Si queda algún político que aún no se haya posicionado será porque el tema le ha pillado inaugurando rotondas a última hora. ¿Usted ve la máquina de Amancio rosa o negra?
Como pasara con el famoso vestido, la solución está en el contraste. Sin contraste, es complicado no verlo todo de color de rosa ante tanta generosidad. Se hace imposible oponerse a que la sanidad pública reciba medios vía donación. Bertín Osborne, portavoz cultural de la España que con un par de vinos lo ve todo muy claro, lo resume en la siguiente tesis: "Los que lo critican son una panda de mamarrachos, ojalá no tengan un cáncer de mama y tengan que utilizar esos aparatos". En su misma línea de pensamiento crítico, María Muñoz, diputada de C’s por Valencia y empática con el Amancio titular del dilema, declaraba en redes sociales: “Yo soy Amancio y mañana mismo traslado mi empresa a la otra parte del mundo y os dejo sin trabajo”. A la espera de que desde el PP y Vox propongan tatuar “Tumor detectado por gentileza de Zara S.A.” en el lomo de los beneficiados por la caridad del magnate, el bloque rosa está confeccionado sobre unas bases sólidas e inamovibles: sí a la caridad.
Aplicando cierto contraste el color de la máquina de Amancio deja de ser tan rosa. Cogiendo el guante argumental lanzado por Bertín, ojalá no tengamos un cáncer por ver el asunto de forma distinta. Y, si lo tenemos, ojalá ese día haya máquinas disponibles compradas con esa colecta que llamamos impuestos. ¿Le suena a Bertín? Es la colecta que nos permite rescatar bancos, construir aeropuertos sin aviones o mantener a dos familias reales por el gusto de llamarnos monarquía. Sigamos con lo personal. Imaginemos ahora que, en una familia con ingresos suficientes como para vivir dignamente, los hijos pasan hambre por una mala gestión de la economía doméstica. ¿Quién sería el mamarracho que se opondría a que a esos niños recibieran limosna por parte de los vecinos más boyantes del barrio?, diría Bertín. Pues, aunque suene marciano, algunos lo serían. Algunos serían tan mamarrachos que, en lugar de aceptar la caridad del vecino rico, reestructurarían las cuentas de la economía familiar, quitándose de gastos innecesarios para dedicarlos a lo importante. Antes de que Bertín introdujese el concepto de mamarrachismo, a esto se le llamaba dignidad.
Ahora hagámosle caso a la diputada de C’s, empática con las penas de Amancio, y pongámonos en la piel del magnate. Si yo fuera Amancio y tuviera la mentalidad psicópata de la diputada, efectivamente querría llevarme mi negocio fuera de España por haber recibido algunas críticas. Pero no podría hacerlo, porque mi negocio ya está fuera de España. Concretamente en Asia, allá donde menos se cobra por coser una prenda. Si yo fuera Amancio, ahora sin la mentalidad psicópata de esta diputada, a pesar de ciertas críticas no me llevaría mis tiendas de España. No porque lo mío fuese una ONG, sino porque las tiendas y los empleados que en ellas trabajan los necesito si quiero que en España se vendan mis productos cosidos en Asia. El día que algunos entiendan que los empresarios no generan trabajo por altruismo, sino por necesidad productiva, para ganar dinero, habrán comprendido cómo funciona el mundo.
Sigamos poniéndonos en la piel de Amancio y demos un paso más allá. Si yo fuera Amancio y tuviese interés en beneficiar a la gente de mi país, fabricaría las prendas en España pagando sueldos dignos aquí en lugar de viajar allá donde las condiciones laborales de explotación infantil me resulten más rentables. Si yo fuera Amancio y tuviese interés en beneficiar a la gente de mi país, le diría a mi equipazo fiscal que dejase de ser tan equipazo, que por patriotismo pagásemos por los beneficios millonarios conseguidos el mismo porcentaje que paga en impuestos la dependienta del Zara. Si yo fuera Amancio y, después de fabricar en España y pagar los impuestos justos, siguiese queriendo hacer una aportación extra a mi país, ahora sí, donaría máquinas a la sanidad pública. Y no se enteraría nadie. La donación con propaganda se llama publicidad aunque algunos tampoco quieran enterarse.
El Dilema Amancio no va de máquinas en hospitales por mucho que a Bertín y a la señora diputada pueda sorprenderles. Es el dilema del tipo de sociedad que queremos. Una que cuide lo público tanto como se cuida lo propio y que, por tanto, se ocupe de cubrir las necesidades sin aceptar la caridad publicitada de nadie. O una que siga considerando héroes a los vencedores del capitalismo salvaje, una que siga poniéndole estatuas al señorito Iván, creador de miseria, cuando llega en su coche al cortijo repartiendo monedas. Yo el vestido lo veo negro. Y cosido en Bangladesh.
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Gerardo Tecé
Soy Gerardo Tecé. Modelo y actriz. Escribo cosas en sitios desde que tengo uso de Internet. Ahora en CTXT, observando eso que llaman actualidad e intentando dibujarle un contexto. Es autor de 'España, óleo sobre lienzo'(Escritos Contextatarios).
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