La gran guitarra en la Gran Manzana
Capítulo de ‘¡EN ER MUNDO! De cómo Nueva York le mangó a París la idea moderna de Flamenco’
José Manuel Gamboa 5/06/2019
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Se completa con este cuarto volumen, epilogado por Pedro G. Romero, el repaso a la historia flamenca de Nueva York realizado por José Manuel Gamboa. Largo es el título y largos los años invertidos en tan descomunal propósito que ahora se abrocha.
Los artistas se entretienen, van y vienen, los vuelos chárteres facilitan el desplazamiento a Nueva York donde la guitarra flamenca de concierto ha encontrado el mejor auditorio y Sabicas es coronado Rey del Flamenco. Desde allí ejerce una labor de extensión enviando sus discos para enseñarnos por correspondencia cómo ha de ser nuestro arte puro y, for the money, el flamenco-rock. Le imitamos. Su compadre Mario Escudero se empeña en la creación de obras musicales con planteamiento, nudo y desenlace, y el ídem es la nueva hornada de concertistas que en nuestros lares representan con ímpetu la vanguardia creativa, ahí Serranito, Manolo Sanlúcar y Paco de Lucía, aclamados en Manhattan. Entre medias la España gris, sin que se la corten, asoma la cabeza a la internacionalidad gracias a la Feria Mundial de Nueva York (1964/65) y el triunfo sin par en el Spanish Pavilion de Antonio Gades, lo que supone su descubrimiento mundial, y el de a sus compañeros Manuela Vargas, el tablao Zambra, Mariemma o Juanito Serrano. Eso es dejar alto el pabellón: la prensa local dio en rebautizar el encuentro, La Feria de España. Entonces Juan Serrano era el guitarrista en boga, adoptado, Theodore Bikel mediante, por las libres gentes del Greenwich Village, quienes ofrecieron a los flamencos sus discográficas, y mandan del Village al world el sonido cañí compartiendo espacios y surcos con Bob Dylan -bardo cicerone de los cuatro libros que componen “¡En er mundo!”- y amistades. Estando en lo mejor apareció Manitas de Plata y formó otra revolución, llegando a vender más discos que Dylan, en una suerte de fuegos artificiales que nos terminaron explotando entre las manos. Sólo la gira Flamenco Puro en los 80 nos devolvió la sonrisa y, en este tiempo, el Flamenco Festival. Nos giyelamos pa la house acompañando al señor Montilla y sus discos marca España.
Veamos dos momentos de este trajín cañí.
La Gran Medalla del Flamenco
Ahondando en la inesperada resonancia alcanzada por las actividades programadas del Spanish Pavilion en la Feria Mundial neoyorquina de 1964/65, que llevaron a prensa y público a renombrar el encuentro como “el certamen” o “la Feria de España”, hay que citar el nombre del comisario general responsable, don Miguel García de Sáez, que nos hizo ganar muchos enteros, gozando él merecidamente de una progresiva notoriedad y poder político en nuestro país; don Miguel encontró en el flamenco y los flamencos tal vez a sus mejores aliados… Vayamos ahora con una entrega de medallas.
Beni de Cádiz, el cantaor, en uno de sus celebrados venates de gracia, sopló al oído de don Miguel, que los artistas estaban tan contentos con él que le iban a entregar al día siguiente algo muy especial: la Gran Medalla del Flamenco. Tan entusiasmado parecía el señor García de Sáez, que empezó a cundir el pánico en el gremio.
– ¡Veremos mañana cuando se descubra la tostá y se entere de que to era mentira! ¡Este nos manda pa España! Y toa la culpa, como siempre, ¿de quién? Del Beni, que es un busca ruinas.
Pero el cantaor gaditano, impasible, tranquilizaba al pleno.
– No hay de qué preocuparse; está to previsto.
El momento del reencuentro se cernía como una nube tormentosa sobre el equipo jacarandoso, un día más ya sobre la escena del Pabellón Español, frente al pleno de ochocientos espectadores sentados, dispuesto a realizar su pase, pero con el cuerpo cortado por la desazón del no saber si iba a ser el último.
– ¡Y este Beni! ¡Míralo, ahí como si nada, y estamos a punto de que nos echen!…
– ¡Cómo!, si yo he visto antes a don Miguel y me ha venido a preguntar, nerviosito perdío, que cuándo le iban a imponer la medalla…
El Beni, calmo:
– Tranquilos, tranquilos, ya veréis.
De repente atisbó la llegada de don Miguel y, sin cortarse un pelo, se dirigió llanamente hacia él, solicitándole subiese al estrado para recoger la Gran Medalla. Al punto se había quedado con la presencia de un camarero que pasaba por allí; le quitó la bandeja, le hizo un agujero urgente y le pasó por el mismo el cordón del zapato. Y con la Gran Medalla del flamenco subió a las tablas, emprincipiando obsequioso su discurso en inglés:
– Hello, hello. Ladies and gentleman, good nights, my friends, very good, I’ts alright. Happy birthday to you, Marlboro,Winston, Chesterfield, Philips Morris, Johnnie Walker… Thank you, very much.
Mientras el publicó, a la inglesa voz de gracias, aplaudía el ininteligible parlamento, se la colgó al comisario:
– Aquí la tiene usted. Ya le dijimos que era grande… Y más flamenca no cabe; de taberna de calidá.
El comisario, en vez de reclamar la presencia de sus homónimos policiales, con el mejor de los talantes hizo el paripé ante un público babélico que nada entendía, y, explicando el discurso anterior y la clase del orador, agradeció públicamente la inmerecida atención recibida. Al bajar del estrado se echó a reír y guardó el flamenquísimo recuerdo.
Muchos asuntos estatales se dilucidaban entonces, sobre todo el lavado de la imagen internacional de España, y el comisario se cuidó de estar a la altura, que lo estuvo sin duda, actuando con la necesaria discreción porque suceder, sucedieron cositas. Se encadenarían una serie de acontecimientos que la Dictadura supo manejar a su provecho para mostrar la modernidad del país y su, presunta, condición aperturista. Y corrió por el globo nuestra aportación en forma de ilustrados timbres de correos.
Con motivo de la Feria se emitió en España una serie de cinco sellos conmemorativos de enorme tirada: con la imagen del Pabellón de España, el de 1 peseta; de tema taurino, el de 1.50; el de 2.50, con el austero castillo de la Mota; la pelota vasca protagoniza el de 50, y, el más famoso sin duda, uno rojo de 5 pesetas que llevaba en primer plano a Carmen Amaya bailando y al toque su marido José Antonio Agüero.
Montilla, desde Santurce al tablao
Con Fernando J. Montilla, el amigo de España, emprendemos el camino de vuelta a casa tras escudriñar la megápolis de Occidente. Haremos las presentaciones. El señor Fernando José Montilla Ambrosiani, nacido en la localidad puertorriqueña de Santurce el 30 de mayo de 19151, hijo del puertorriqueño José Montilla Jiménez y la jerezana Ángeles Ambrosiani Casanova (1894-1939), fue ciudadano norteamericano, vecino de Nueva York desde los 16 años y creador en 1953 de Montilla Records.
Don Fernando como entusiasta y paladín del arte lírico, folclórico, flamenco y dancístico español en América, afición heredada de su madre, recogió para el microsurco a lo largo de los años 50 un ingente inventario zarzuelístico a cargo de primeras figuras de la lírica, descubriendo en las Islas Canarias a un canario cantor –el canario doble, le llamaría su amigo Enrique Morente-, desde su fichaje con Montilla del orbe conocido: Alfredo Kraus.
Preparando el terreno se había venido a España a comienzos de los cincuenta para ir grabando, pues la música del país materno fue siempre el fin a capturar y divulgar. La relación de cantaores flamencos contratados por Montilla es morrocotuda y muy de la época. Mencionamos de corrido a una mayoría: Niña de la Puebla, Juanito Valderrama, Porrina de Badajoz, Rafael Farina, Beni de Cádiz, Gracia de Triana, Niño de las Cabezas, El Príncipe Gitano, Dolores Vargas, Los 4 Vargas, Marisol -la impar niña prodigo fue un fichaje del disquero neoyorquino-, Miguel de los Reyes, Emi Bonilla con Serranito, Miguel Herrero, La Sallago, Emilio el Moro, Luisa Triana, Justo de Badajoz, José Toledano, Antoñita Moreno, Adelfa Soto, Enrique Montoya, Domingo Alvarado, El Jilguero de Córdoba, Chato de Málaga, Estrellita Castro, Tomás de Antequera, Chinín de Triana, Los Sevillanos, Los Paquiros y Molina, Pablito de Cádiz, Antonio de Canillas, Los Tarantos -con Salvador Távora y Antonio Hidalgo-, Los Gitanillos de Bronce, Simón Serrano, Jesús Chozas, Rafael de los Reyes, Antoñita de Linares, Josefina Rueda, José de Montilla, Pablo del Río, Antonio de Córdoba… Y en Nueva York, Sabicas y Mario Escudero, a dúo y por separado.
Anda el hombre a la búsqueda de distribuidor en España y dispone un nuevo desplazamiento a Madrid. Por lo pronto tiene acordada una reunión con los directivos de Hispavox, empresa independiente recientemente constituida para la producción de microsurcos, negocio con visos de ser boyante. Tras lo ya pactado telefónicamente, y si no se tuerce la cosa, se prevén los lanzamientos iniciales del producto español y neoyorquino para la Navidad del presente 1955. Tomará don Fernando un Super Constellation, el de costumbre en sus trayectos de prospección y acopio musical que llevarse a Nueva York…
Nuestro andar flamenco neoyorquino logró un primer boom con Carmencita, allá por 1889. El estallido dejó estupefacto al pueblo ‘yanqui’, que ‘juró venganza’ y cuando pudo nos remitió otra bomba, desde Nueva York a fecha 26 de marzo de 1950. Iniciábase la década y resplandece por aquí Ava Gardner. Le gustó España…, y Mario Cabré. Sinatra, el novio de la sex bomb corrió a la Península con afán de comprobar si el Cabré hacía el cafre, mientras su prometida, brava, en la Costa Brava rodaba y se daba a las corridas y el arsa y toma. Regresan Sinatra y Ava al Nuevo Mundo para casarse pasado un año, en 1951… La suya vino a ser una relación pareja a la de Lola Flores y Caracol, díscola, con peleas de vértigo y tórridas reconciliaciones, sólo que en inglés y a lo americano.
El escultural mito del séptimo arte no lo puede evitar. Le tira la cosa, le da nones a Frank y se presenta de nuevo en España, sola, en la primavera del 53; dice que le gusta esta tierra porque tiene sus mismos defectos. Elige para empadronarse el Madrid ebrio de gozo, el de los señoritos que se podían permitir saltarse la gris ley a pídola, el taurino y flamenco, el de Villa Rosa, Los Gabrieles, Zambra, Corral de la Morería, El Duende, la Venta Manzanilla, la terraza del Riscal, la Cervecería Alemana, el agasajo postinero en Chicote… El hotel Castellana Hilton se convierte al alba en su morada2. Ava en Madrid y Sinatra en Nueva York…
La Voz acepta un contrato en 1957 para co-protagonizar “Orgullo y pasión” (“The Pride and the Passion”), que se rodaría en Madrid, más que nada por buscar respuesta a una almodovariana pregunta: “¿Existe alguna posibilidad, por pequeña que sea, de salvar lo nuestro?
La música de fondo al encuentro, que celoso desencuentro definitivo resultaría, flamenca fue dentro y fuera de los platós y entre platos rotos. Sinatra sufrió en España lo que no está en los escritos, pero sin perder la afición que compartía de antes con su esposa.
Lo anterior, lo sabemos. En cambio, desconocemos si el amigo Fernando J. Montilla se toparía por el Madrid flamenco con Ava. Su compatriota Hemingway, de vuelta de todo y dándose otra vueltecita por su Foro, sí la encontró y quiso saber:
- ¿Es verdad que está planeando quedarse a vivir en Madrid?
- Sí. No me gusta Nueva York ¿Para qué voy a volver allí? No tengo coche, ni casa, ni nada. Sinatra no tiene nada3.
Se nota, se siente, in the world el flamenco está presente.
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1. Sus necrológicas sitúan el nacimiento en San Juan.
2. A partir del 55 se avecina en La Moraleja y al quinquenio en la avenida del doctor Arce, siendo incómoda vecina del general Perón; entre medias tuvo un apartamento en la calle Oquendo.
3. Recogido en el artículo de Elsa Fernández Santos “El Madrid de una actriz desenfrenada” (El País, 25/1/1991), que a su vez extrae la conversación del libro “Los hombres de Ava”, de Jane Ellen Wayne.
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José Manuel Gamboa
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