Bailar con las botas puestas
El Carrete de Málaga conquistó el mundo con su arte. Cerca ya de los 80 años, sigue soñando con un tablao en el que los más jóvenes aprendan la pureza
Manuel Montaño 30/01/2019
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José Losada, el bailaor conocido artísticamente como Carrete de Málaga, obtuvo beca gratuita para un master en penurias. Hijo de gitanos ambulantes que se cobijaban bajo los puentes, nació en una era de trillar un día de 1941 que desconoce. Para buscarse la vida empezó a hacer de todo: moler el trigo con los pies, limpiar zapatos, vender lotería y, a veces, robar carteras. Como el hambre apretaba, a los 5 años empezó a hacer por unas monedas algo que le salía instintivamente: bailar. “Todavía tengo callos de cuando bailaba descalzo”. Una vez que cayó una nevada en Málaga le tuvieron que llevar al médico porque se le congelaron las piernas. Por eso, durante los inviernos aprendió a refugiarse en los cines y en una pantalla descubrió a un gachó que se movía con mucho arte. Era Fred Astaire y ese niño pensó que era un gitano que bailaba por bulerías. Muchos años después introduciría, con bastón incluido, aquellos pasos de claqué en su baile flamenco. El Carrete creció analfabeto, pero su condición de trotamundos le mostró la enciclopédica escuela de la vida, con su obligatoria asignatura en picaresca.
Tras asentarse su familia en Torremolinos, entró a bailar en un tablao cuando aún era un adolescente. En los años sesenta vendría el boom turístico de la costa del Sol, que se convertiría en epicentro internacional, y le aseguró trabajo cada noche en los locales de moda. Carrete conoció, sin saber exactamente quiénes eran, a Frank Sinatra, Anthony Quinn, Brigitte Bardot, Sean Connery… Muchas veces, tocaba ir a fiestas de señoritos a los que había que complacer en sus caprichos: “Una vez me tiré a una piscina vestido y con botas porque un ganadero de Jerez me daba 1.000 pesetas”.
Desde Málaga comenzó la conquista del mundo bailando en distintas compañías. No sólo grandes bailaores como Antonio Gades, Carmen Amaya o El Farruco se convirtieron en admiradores y amigos, sino que grandes cantaores y guitarristas como Camarón, Paco de Lucía y Enrique Morente buscaban siempre un hueco para visitarle y disfrutar de su arte. La realidad es que cualquiera que lo veía bailar se convertía automáticamente en incondicional suyo. Un testigo de esa vibrante época fue Chiquito de la Calzada, que durante 20 años le acompañó al cante.
Su baile lo aprendió sin maestros, observando a otros bailaores, porque cuando sube a un escenario despliega un estilo único. Es una suerte de art brut que lo transforma en un salvaje: “Cuando suena la guitarra se me mete algo en el cuerpo y me vuelvo loco”. Su manera de bailar es de raíz, como “las papas heladas que me comía en el campo, y por eso estoy lleno de tierra por dentro”. Es conocido porque revienta de ritmo a los músicos que le acompañan, como si sus impetuosos pies los guiará una pulsión atávica de un pueblo nómada. Pero, al mismo tiempo, el Carrete rezuma elegancia, apoyada en su figura espigada y unos brazos que llenan el espacio como un olivo. Consigue la proeza de que su baile sea distinto cada noche y redondea su puesta en escena con un sentido del humor que siempre arranca al público su sonrisa.
Su flamencura ha sido siempre un imán para las mujeres. Cuenta que tuvo una relación en Madrid con una chica que era institutriz de unos marqueses, y ella le enseñó a comportarse como un señor. También se enamoró de una danesa y se fue a vivir a Copenhague. Con una mujer de Santa Mónica se fue a América a casarse por el rito mormón. Siempre terminaba volviendo a Málaga con sus hijos.
Inmerso en esa trepidante vida de peripecias y amores errantes, el Carrete, que nunca ha dejado de actuar, cayó un día en la cuenta de que llevaba más de 60 años bailando. Para celebrarlo creó un espectáculo que recogió ovaciones en todos los teatros que visitó. El pasado mes de mayo montó el espectáculo Señorialmente en el teatro Cervantes de Málaga en el que sus compañeros de profesión le rindieron un merecido homenaje. En la actualidad anda preparando otro montaje porque, dice, “la cosa está muy mala para el flamenco”. Pero a este licenciado en fatigas no le achanta ninguna adversidad y lo que le sobra es resiliencia. Mientras continúa con sus clases diarias de baile, ha comenzado el rodaje del documental Quijote en Nueva York, dedicado a su figura y dirigido por el director malagueño afincado en Barcelona Jorge Peña.
La energía de este portento de la naturaleza se alimenta con su capacidad de soñar. No le interesa el dinero y no hincha su vanidad haber sido nombrado hijo predilecto de Torremolinos, ni que exista una propuesta para poner su nombre a una calle de su ciudad. Pero se emociona como un niño cuando explica su sueño de abrir un tablao, donde daría la oportunidad de bailar a los más jóvenes. Él se considera una especie en vías de extinción. “Sólo quedamos El Güito, Manolete y yo. Cuando desaparezcamos la pureza se perderá. En el tablao se podría enseñar a los chavales la raíz, aunque luego hagan sus bailes contemporáneos”. Este discurso lo conocen de sobra Israel Galván y Rocío Molina, bailaores vanguardistas y demandados en medio mundo, que veneran la clase y profundidad del baile del Carrete.
Su otro sueño dorado, que culminaría su inagotable carrera, es debutar en Broadway, donde unas letras de neón anunciarían Carrete, el Fred Astaire gitano. La fuerza sobrenatural que desde siempre ha empujado a sus pies le ayudarán a conseguirlo. El baile no sólo le ha llenado el estómago y le ha permitido tener más de cuarenta chaquetas (“para nunca más volver a pasar frío”), sino que también ha dado sentido a su vida: “Estoy enamorado de Carrete porque es la única persona que me conoce”.
José Losada, el bailaor conocido artísticamente como Carrete de Málaga, obtuvo beca gratuita para un master en penurias. Hijo de gitanos ambulantes que se cobijaban bajo los puentes, nació en una era de trillar un día de 1941 que desconoce. Para buscarse la vida empezó a hacer de todo: moler el trigo con los...
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Manuel Montaño
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