LECTURA
Política ficción
Extracto del libro ‘Hackear la política’, editado por Gedisa
Cristina Monge / Raúl Oliván 12/06/2019
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La historia que se narra en este capítulo es una ficción sobre un futuro imaginario, localizada en el año 2030, justo antes de que millones de personas de decenas de países voten el referéndum de adhesión a la Carta de Ciudadanía Global. Entre la pura especulación se mezclan ideas, proyectos y herramientas que son completamente reales hoy en día y que bien podrían desembocar en un escenario parecido.
[Enero de 2030. Organización Global de Agencias de información].
El mundo se ha despertado con la emoción de estar viviendo un momento trascendental. Faltan unas pocas horas para que se culmine la iniciativa política más ambiciosa de la historia de la humanidad. Dos mil millones de personas están llamadas a participar en el referéndum más multitudinario jamás planteado. Pertenecen a más de 60 países, cuyos gobiernos se han adherido a la fase fundacional de la Carta de Ciudadanía Global de las Naciones Unidas, que ha de ser ratificada mañana por una amplia mayoría, como predicen todas las encuestas.
No ha hecho falta una tercera guerra mundial para reconstruir un gran consenso en torno a la necesidad de impulsar un nuevo contrato social, ha bastado ver el ocaso de varios Estados fallidos. Hay ejemplos en cada continente, sus derivas han sido retransmitidas en tiempo real y la amenaza se presenta demasiado cercana y contagiosa para todos. Son países donde el nacionalismo y el populismo han corrompido las instituciones, han infligido dolor y daños irreparables a su población, represaliando los sucesivos conatos de protesta y denuncia y, paralelamente, han provocado pérdidas inasumibles a los mercados financieros. Se ha instalado la idea de que hay reiniciar el planeta. igual que la amenaza de la revolución soviética forzó a los democristianos y liberales a asumir agendas socialdemócratas en los años 1950, 1960 y 1970, el ejemplo de algunas contrarrevoluciones desastrosas y derivas autoritarias del siglo XXI ha sido suficiente para nuclear a las fuerzas democráticas, agregando voluntades de una inmensa mayoría contra el enemigo común: el virus iliberal. La necesidad de un nuevo pacto mundial se ha ido convirtiendo en un clamor. La gente no se conforma con meras declaraciones de intenciones, quiere propiciar un verdadero cambio de paradigma. El texto que se aprobará en el referéndum pretende cambiar el orden mundial.
La Carta es una suerte de constitución civil internacional que amplía los lazos entre las civilizaciones, los países y las personas, yendo más allá de la Declaración de los Derechos Humanos en cuanto a derechos y libertades, pero también reforzando la arquitectura de Naciones Unidas que, con la Carta, adquiere una nueva dimensión en su función de organismo transcontinental para la gobernanza global. Naciones Unidas se convertirá, de este modo, en una confederación de países y federaciones continentales y subcontinentales, con mayores competencias y poderes en el orden internacional.
Hay muchos otros países que previsiblemente se unirán al tratado de adhesión en los próximos años, pero lo harán a diferentes velocidades y con distintas modalidades. De la misma manera que la Unión Europea se construyó poco a poco desde un bloque fundador, la Carta de Ciudadanía Global ha nacido con un grupo de países motor. En este primer grupo hay países de todos los continentes. Lo forman muchas de las naciones de América Latina y de la Unión Europea, donde la amenaza iliberal creció con más intensidad. también Canadá, Australia o Nueva Zelanda. Aunque Estados Unidos, Rusia, Brasil, China o Reino Unido se han quedado de momento al margen, como era previsible. pero la Carta cuenta con la adhesión de importantes países de África, Oriente Medio, Asia y el Sudeste asiático, incluidos Turquía, Nigeria, Japón, Singapur o Corea del Sur. La ola de energía y entusiasmo por la iniciativa no ha dejado de crecer y ha superado todas las expectativas iniciales. Se percibe en el ambiente un cambio de Era.
La Carta de Ciudadanía Global es un proyecto que empezó a gestarse en el año 2025 conforme la Agenda 2030 se consolidaba en el debate público y en la conversación internacional. Los efectos colaterales de la globalización han vertebrado un discurso común. todos los expertos y pensadores coinciden en señalar que los desafíos que enfrenta el planeta, como el reto demográfico, el cambio climático, la robotización de grandes sectores de la industria o el terrorismo internacional, ya no pueden ser abordados ni siquiera por federaciones continentales como la Unión Europea. Hace falta una escala mayor de gobernanza. Son retos de dimensión planetaria.
Las dificultades para mantener un contrato social básico entre los gobiernos y sus ciudadanos, un pacto que conjugara crecimiento económico, estado del bienestar, pleno empleo y democracia liberal, produjo a principios de los años veinte del siglo XXI una ola de nacionalismos y populismos sin precedentes que se contagiaron desde Europa a América Latina, pasando por Estados Unidos. Brotaron franquicias del miedo y la demagogia en la práctica totalidad de parlamentos nacionales y regionales, que tensaron la democracia hasta límites insospechados, colándose como un troyano en todas y cada una de las grietas del sistema.
Sin embargo, sorpresivamente, un movimiento ciudadano global –El Movimiento– emergió con fuerza para contraponer una visión alternativa. Se organizó rápidamente en torno a una idea muy concreta, que permitió focalizar sus reivindicaciones en un único objetivo: una Carta de Ciudadanía Global que integrara a todas las personas y los pueblos en una agenda de cooperación virtuosa, huyendo de la competición entre países y choques civilizatorios, para superar el juego de suma cero del capitalismo sin matices. Se bautizó a sí mismo como Movimiento por una Carta de Ciudadanía Global –el Movimiento–, y su discurso se articuló en torno a los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas, que 197 países habían suscrito ya en 2015. Todo cuadraba.
Su leitmotiv original fue tan elemental como aglutinador: las personas primero, y todo lo demás después. todo se basó en un contrato humanista de progreso básico, según el cual toda generación merece vivir mejor que la anterior. De tal manera que el Movimiento generó un relato alternativo frente a los agoreros del fin del mundo, que predicaban con bastante éxito en el caldo de cultivo de la frustración y el miedo, que no dejaba de crecer en medio de grandes procesos migratorios y pérdidas masivas de puestos de trabajo como consecuencia de la digitalización de la economía.
Al contrario que otros movimientos anteriores, como los altermundistas del Foro, las primaveras, Occupy o el 15M, esta marea ciudadana contó casi desde el principio con fuertes apoyos en las estructuras tradicionales de la sociedad civil organizada: universidades, sindicatos, asociaciones de empresarios y comercios, colegios profesionales, ONG, asociaciones ecologistas, feministas, LGtBi… se unieron al Movimiento, que sumaba además una enorme red transversal de ciudadanos conectados por internet. Ningún partido político que aspirase a ser relevante se quedó fuera del proceso. Socialdemócratas, democristianos y liberales, se fueron incorporando poco a poco a los manifiestos, las concentraciones e incluso a las huelgas. En un giro inesperado de los acontecimientos, incluso las grandes corporaciones, a través de sus departamentos de responsabilidad social, comenzaron a adherirse para apoyar el Movimiento, a pesar de que, en algunos puntos críticos de sus exigencias, la Carta reclamaba una revisión profunda de la economía desregulada. El propio mercado había tomado conciencia de que había llegado a un punto de no retorno.
Todo sucedió muy rápido. para entender la dimensión del fenómeno hay que pensar en la lógica de la red y en las ciudades. La mecha prendió en las grandes urbes y se propagó a increíble velocidad por internet. En 2020 se creó la plataforma, una confederación de ciudades que decidieron integrar sus respectivos portales de participación online, compartiendo lenguaje y liberando el código [...].
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Cristina Monge
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