Señales de humo
Donjuanismo femenino
Ana Sharife 26/06/2019
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Los encuentros ocasionales, las relaciones múltiples y la ausencia de compromiso son constantes que gobiernan la mayoría de las relaciones en la actualidad. Tanto es así, que cuando un hombre rechaza a una mujer, ésta se sorprende.
En el nuevo orden amoroso, la exaltación del sexo despojado de sentimentalismo es un concepto básico que hay que interiorizar si se quiere contemplar la vida desde el front row. ¿Dónde queda el amor? En la clandestinidad, abandonado a su suerte, asistiendo perplejo a su derrota.
En medio de toda esta selva nace un nuevo arquetipo de mujer: el donjuanismo femenino. Es la mujer que seduce al hombre y lo domina en función de su placer o su interés. Hijas de aquellas a las que cubrían de flores y sepultaban bajo la culpa. Nietas de sujetos pasivos destinados al silencio, la clausura o incluso la hoguera si un niño enfermaba o se arruinaba una cosecha. Mujeres todas a las que tan pronto envuelven de besos como les abren la piel de sed.
¿Es posible que determinadas actitudes masculinas hayan contagiado esta conducta de la mujer respecto al hombre? Las causas del donjuanismo femenino pueden ser múltiples, casi tantas como mujeres lo son. No hay reglas absolutas. Depende de patrones como crianza, cultura y personalidad que, a su vez, son producto de factores genéticos, psicológicos y sociales. Su grado de complejidad es tan novedoso que me limitaré a la experiencia humana cuya fórmula recorre las calles y la red.
No hay más que salir y observar. La mujer de hoy conoce todas las viejas tretas del hombre. Ahora son ellas las que buscan sexo cuándo, cómo y dónde, como la sacerdotisa que pinta un círculo mágico en torno a una hoguera e invoca antiguos conjuros, se mueven hábilmente en una compleja malla de exclusiones de la que han aprendido a salir ilesas.
Sin embargo, no es la necesidad de reafirmación lo que mueve a este modelo femenino como le sucede al arquetipo de Tirso de Molina, sino el deseo de disfrutar de su reciente coronación: su reinado sobre el hombre. El sexo deja de ser un medio capaz de proporcionar bienestar para convertirse en un fin en sí mismo.
Si bien el feminismo nace con el fin de equiparar derechos entre hombres y mujeres, ahora toma un rol activo en la relación de pareja (estable o esporádica) y son ellas las que ligan, eligen y copulan con hombres que adoptan un rol sumiso de aceptación y obediencia a cambio de copular con ellas. El hombre debe responder a sus exigencias sexuales y estar listo cuando ella lo solicita. Para lograrlo la donjuanista busca amantes jóvenes. No le interesa el hombre sino consumirse en el deseo.
En el donjuanismo femenino las reglas se extreman. Las relaciones son cortas. Se busca desde la aventura de un polvo rápido a satisfacer las más secretas fantasías, desde el deseo de ver al hombre como objeto de dominio a alimentar la propia autoestima, desde la venganza al despecho más irracional. Luego se deshace del macho-objeto ya utilizado y busca otro.
Esta promiscuidad está basada en un hecho antropológico: cualquier mujer puede acceder con facilidad a cualquier hombre casi de cualquier edad. Sin embargo, bajo estas relaciones subyace una agresividad latente entre sexos, puesto que los mecanismos afectivos de la pareja son reprimidos o abortados de antemano, propiciando contextos donde se exacerba el riesgo, a cambio, por ejemplo, de que te rompan el corazón en mil pedazos. Casi nada.
Es el sexo divorciado del amor. La exaltación de la ley de la selva sin procreación. El deseo viviendo en su Arcadia feliz gobernada por gente que desconoce los entresijos de la naturaleza, el corazón humano. Un lugar donde crece el mercadeo de la carne, porque los hombres prefieren pagar por sexo a hacerlo con mujeres que han aprendido a usar sus antiguas armas mejor que ellos. Una guerra en la que pierden todos.
Mientras tanto, la carpeta sentimental permanece en cada encuentro, en cada cuerpo a cuerpo junto a la papelera, a un palmo de la mano, siempre pendiente de un tembloroso y definitivo clic.
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Ana Sharife
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