El Mentidero
Ni olvido, ni perdón, ni Demogorgon
Estaremos en cada pelea por los derechos de quienes somos “cosas extrañas” a las que los intolerantes se van a tener que acostumbrar y a las que, más temprano que tarde, van a tener que ofrecer una disculpa
@Cervantes FAQs 7/07/2019
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Hawkings, 1983. Nancy ha conseguido que uno de los chicos más populares del instituto se fije en ella. Feliz, mientras se acuesta con él, deja a su amiga Barbara sola. Esa soledad la aprovecha el terrible Demogorgon para atacarla. Huele su sangre, y se abalanza sobre ella hasta que consigue arrastrarla a la oscuridad del Upside Down. Porque, cuanto más ha crecido la soledad de Barbara, más fuerza ha tenido el Demogorgon para atacarla. Desde la habitación, Nancy siente que algo está ocurriendo, pero no oye los gritos de su amiga, así que no va a socorrerla. El monstruo está derrotando a Barbara, y esa culpabilidad va a acompañar a Nancy siempre, buscando un perdón que le va a resultar muy difícil encontrar. Es un episodio de la serie Stranger Things.
Inglaterra, 1952. Como 50 años antes le había ocurrido a Oscar Wilde, el matemático Alan Turing es procesado por homosexualidad. Ante la amenaza de ir a prisión, decide tomar la segunda opción que le ofrecen: someterse a un tratamiento de castración química mediante inyecciones de estrógenos que tendrán diversos efectos secundarios en su cuerpo. El estigma al que se ve sometido le lleva, dos años más tarde, a suicidarse comiendo una manzana envenenada con cianuro. Tuvieron que pasar 59 años y una intensa campaña popular que reunió a 37.000 personas para que se anularan todos los cargos en su contra y la reina Isabel II le concediera el perdón real en 2013. La vida de Turing no fue fácil porque, además de un brillante científico precursor de la computación, también fue un héroe de la Segunda Guerra Mundial que logró descifrar el código secreto Enigma, con el cual se comunicaban los barcos nazis. Gracias a su trabajo para los servicios secretos ingleses, pudieron salvarse millones de vidas y la guerra se acortó en unos dos años. Tras toda esa gesta, parece que nada de ello importaba, ya que el resto de su vida fue tratado como un “desviado” y solo después de muerto tuvo el reconocimiento que se merecía, sin que en vida nadie le pidiera perdón por verlo como si de una aberración se tratara. Quienes creen que la libre elección de la identidad, expresión y orientación sexual de las personas es una “desviación” rara vez se disculpan.
España, 1936. Los franquistas asesinan al escritor Federico García Lorca. Es un crimen de odio: le fusilan por ser gay y de izquierdas. La derecha cobarde que le humilla, le dispara y que décadas más tarde intenta hasta aprovecharse de su figura (infames fueron las palabras del líder del PP, Pablo Casado, en Andalucía, teniendo la poca vergüenza de citar al poeta) nunca ha presentado disculpas ni ha hecho gala de un mínimo arrepentimiento. Qué podemos esperar de gente que incluso se ha jactado del tema, como uno de sus presuntos asesinos, el abogado Juan Luis Trescastro, quien presumía por los bares de Granada, según documenta Ian Gibson en El hombre que detuvo a García Lorca, de haberle “metido dos tiros por el culo por maricón”. O como el general franquista Queipo de Llano, al que se atribuye el haber dado la orden de la ejecución, respondiendo que lo que había que hacer con un ya detenido Lorca era “café, mucho café”. Los de la moral judeocristiana llevan dentro su propio Demogorgon, homófobo y rebosante de rabia, no sabemos si por sus propias inseguridades o por qué otra razón.
Volvemos a Estados Unidos: San Francisco, 1978. El concejal Dan White, católico y profundamente homófobo a pesar de pertenecer al Partido Demócrata, asesina de cuatro disparos al alcalde de la ciudad, George Moscone, y de cinco al también concejal y cabeza del activismo LGTB Harvey Milk, el primer hombre abiertamente homosexual elegido para un cargo público en EE.UU. y perteneciente a su mismo partido. Para colmo, White solo fue condenado por homicidio involuntario y por lo tanto solo cumplió cinco años en prisión. Poco después de ser liberado, tuvo su propia liberación, quizá porque no era capaz de perdonarse a sí mismo: se suicidó.
Hablando de suicidios, seguimos en Estados Unidos. Esta vez es el centro del llamado “corredor mormón”, Utah, y el año es mucho más actual, 2017. Con una población de tres millones de habitantes, de los cuales un 60% son mormones, se ha disparado la tasa de suicidios entre la juventud homosexual en los últimos años a causa de la grave homofobia que profesan los partidarios de esa opción religiosa, que tienen la firme creencia de que la homosexualidad es un pecado. Lo cuenta Dan Reynolds, cantante de la famosa banda Imagine Dragons y también mormón, pero activista por los derechos LGTB, en su documental Believer.
El documental termina de un modo agridulce. Imagine Dragons y otras bandas punteras logran organizar allí mismo, en el corazón de Utah, el Loveloud Fest, un festival por los derechos de la comunidad LGTB al que acuden más de 17.000 personas, entre ellas jóvenes de familias mormonas que hasta ese momento siempre se habían sentido “pecadores”. A pesar del potente mensaje de respeto y libertad que se da durante esos días, apelando a los mormones a que recapaciten, la comunidad religiosa se mantiene en sus trece y anuncia que seguirá aplicando las mismas estrictas normas que repudian y hasta excomulgan a quienes perteneciendo a su Iglesia se declaren homosexuales. Reynolds concluye: “Seguiremos celebrando el Loveloud Fest hasta que ya no sea necesario”.
Lo más necesario, porque los festivales son muy importantes para dar apoyo y visibilidad, y el perdón real es evidente que no basta y hasta parece una broma pesada, es la promulgación de leyes. Leyes como el matrimonio igualitario y su derecho de adopción, la cobertura por la Seguridad Social de tratamientos sanitarios para el colectivo, las leyes de igualdad autonómicas, o la indemnización a personas represaliadas durante el franquismo por su orientación sexual o su identidad y expresión de género. Todas son iniciativas básicas para lograr una igualdad real. Y lo que sobra es la hipocresía de los que se dicen liberales mientras están pactando con la ultraderecha. O la de los que hacen lo mismo pero tratan de blanquearse a sí mismos con políticos gays que celebran su boda por todo lo alto, bailando I will survive con Mariano Rajoy, que hizo carrera política junto a Manuel Fraga, el que decía que los homosexuales “funcionan al revés” o junto a Ana Botella y sus famosas peras y manzanas. Ahora, esos hipócritas patalean porque la organización del Orgullo LGTB no les permite subirse a las carrozas o posar para la foto. Que pataleen, porque nos negamos a marchar junto a los monstruos. Nancy nunca socorrió a Barbara del ataque del Demogorgon, pero no porque no quisiera. No la oyó, y el remordimiento aún la acompaña. Los represores y asesinos que sí que tienen los oídos a pleno funcionamiento ni siquiera sienten culpa, y siguen permitiendo que el odio campe a sus anchas.
Por eso, contra el Demogorgon que se ve crecido y propaga ese odio gris, que aquí en España es verde, azul y naranja, solo cabe luchar, en las calles y con las leyes que tienen que ver la luz, para que ninguna otra Barbara caiga más en el Upside Down por sentirse sola. Ella y todas nosotras estaremos en cada puño en alto y en cada pelea por los derechos de quienes somos “cosas extrañas” a las que los intolerantes se van a tener que acostumbrar y a las que, más temprano que tarde, van a tener que ofrecer una disculpa. Después, la respuesta dependerá de las oprimidas, porque, como dijo el jacobino Maximilien Robespierre: “Castigar a los opresores de la libertad es clemencia. Perdonarlos es barbarie”.
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