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Si el trazo de la humanidad, lo que la define, lo que diferencia un humano de otro animal, es la capacidad para lo abstracto, el Homo Sapiens no nació humano. Su aparición, hace unos 200.000 años, no supuso un jalón. Sus herramientas, por lo que sabemos, eran toscas y no más elaboradas y precisas que las de un Homo anterior. Su propia vida y cotidianidad serían muy parecidas a las de otras especies previas. Pero, de pronto, todo cambió. De eso hace unos 70.000 años. Muy poco. En ese momento se produce una revolución tecnológica impresionante. Y algo nuevo: el arte, la abstracción y, se especula, el nacimiento, en aquel preciso instante, de lenguas de gran complicación, capaces de verbalizar cosas que no existen. Se ignora la razón de ese cambio rotundo. Tal vez fue motivado por el placer o por el dolor, si bien eso último está cobrando fuerza. Se cree que hubo una erupción volcánica inaudita, en la actual Indonesia, que provocó durante 1.000 años un planeta inhabitable y, prácticamente, la extinción humana. Se calcula que sólo sobrevivieron, en todo el planeta, un número no superior a los 2.000 individuos. Los casi 7.000 millones de Sapiens que poblamos la Tierra descendemos de esos supervivientes que inventaron, además, la capacidad de inventar. Y, con ello, la inteligencia, tal y como la conocemos.
Pero he empezado a escribir estas líneas no para hablar de ese éxito, sino del fracaso que esconde. Si el Sapiens nació hace 200.000 años, y su inteligencia humana explotó hace 70.000, eso dibuja 130.000 años sin humanidad. Más de la mitad de nuestra existencia como especie. Es posible, además, que en esos últimos 70.000 años, tras la explosión de ingenio y abstracción, éstas tampoco hayan sido constantes. Y todo ello, a su vez, levanta la sospecha de que nuestro estado natural no es tanto la inteligencia como su aplazamiento. La sospecha de que no sólo se puede vivir sin inteligencia humana miles de años, una cantidad de tiempo incomprensible, sino cantidades de tiempo más concretas y crueles, como una mañana, una tarde, una noche, un día, muchos días, semanas, meses, años, una vida, varias generaciones. Que, en el trabajo, en casa, en la vida, nadie espera nuestra inteligencia. Que nuestra inteligencia puede ser lo contrario al trabajo, a una casa, a una vida. Puede ser lo contrario a lo que los demás, nuestra especie, esperan de nosotros.
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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