Diseñando mentes extendidas
La omnipresencia de los teléfonos inteligentes lleva a plantearnos si en algún momento dejan de ser algo externo para convertirse en parte de nuestra maquinaria psicológica
Gloria Andrada 10/07/2019
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Según los datos ofrecidos por el informe Digital en 2018, pasamos casi 5,5 horas online a diario. La mayor parte de este tiempo lo hacemos conectados a través de nuestros teléfonos inteligentes. Una pregunta lícita que podemos plantearnos, dada la omnipresencia de estos dispositivos tecnológicos en nuestra vida, es si en algún momento dejan de ser algo externo a nosotros para llegar a considerarse parte de nuestra maquinaria psicológica. Esta cuestión preocupa a la filosofía de la ciencia cognitiva y plantea nuevas perspectivas que nos ayudan a entender lo que el entorno tecnológico actual está haciendo con nosotras.
El auge de la neurociencia ha traído consigo una identificación casi absoluta entre el cerebro y la mente. De una manera un tanto burda podemos afirmar que la base física de nuestra vida psicológica –nuestras creencias, deseos, anhelos, fobias, inquietudes, etc.– se reduce a un conjunto de neuronas. Frente a este neurocentrismo, la teoría de la mente extendida, propuesta por Andy Clark y David Chalmers en 1998, defiende que, dadas ciertas circunstancias, la base física de nuestra mente se extiende más allá del cerebro y puede llegar a incluir objetos tecnológicos con los que interactuamos de manera estable. Aquí, recientemente, Andy Clark repasa las bases centrales de esta teoría en The New Yorker.
Pensemos ahora, por ejemplo, en la base física que da lugar al deseo que tengo de ir a una exposición la semana que viene. Si tomamos un enfoque tradicional afirmaríamos que mi deseo está realizado por un subconjunto de neuronas, es decir, podríamos localizarlo en algún lugar de mi cerebro. Ahora bien, de acuerdo con la teoría de la mente extendida, la localización de lo mental se expande. Por ello, mi deseo podría identificarse con un subconjunto de neuronas y, también, con la aplicación de mi ordenador donde organizo mis planes y sin la cual recordaría bastantes menos cosas.
Esta cuestión afecta de manera directa a la imagen que tenemos sobre aquello que somos. Del mismo modo que la medicina empieza a considerarnos holobiontes, (ensamblaje de múltiples organismos), estos nuevos enfoques dentro de la ciencia cognitiva toman nuestra mente como un sistema híbrido que se distribuye entre el cerebro, el cuerpo y el entorno, principalmente el entorno tecnológico y de cultura material. Por ello, comprender cómo se extiende nuestra mente es importante para tomar conciencia y ganar autonomía acerca de nuestra vida mental.
Comencemos con algunos ejemplos reconocidos de mentes extendidas. Andy Clark y David Chalmers presentan el caso de Otto –una persona con Alzheimer que usa su cuaderno para almacenar y recordar información– como el protagonista de esta teoría. La idea principal es que el cuaderno de Otto juega un rol muy similar a la memoria orgánica de otro individuo cuyo sistema orgánico no está comprometido.
Un caso similar en la ficción es el que presenta Christopher Nolan en Memento. El protagonista, Leonard, sufre de una forma de amnesia anterógrada (dificultades para adquirir nuevos recuerdos a largo plazo y dificultades para utilizar los recuerdos existentes). Por ello emprende una búsqueda para encontrar al asesino de su pareja ayudado por el uso de notas, polaroids anotadas y tatuajes que le permiten reconstruir su memoria. [Hace algunos años se publicó un libro con interesantes entradas en torno a Memento y su conexión con la filosofía y la memoria, incluyendo referencias a la teoría de la mente extendida.]
En la vida real, encontramos este tipo de memoria extendida por ejemplo en el caso de Patrick Jones, quien padece el mismo tipo de amnesia. Al igual que Leonard, el protagonista de Memento, Patrick utiliza un sistema de notas y recordatorios a través del software Curio –que permite almacenar información en diagramas y otras formas de organización– y Evernote, un software para guardar, almacenar y organizar notas con facilidad.
Es importante tener en cuenta que la teoría de la mente extendida es una teoría general sobre la mente humana, lo cual significa que estén o no comprometidas nuestras facultades orgánicas, nuestro sistema cognitivo funciona extendiendo su base material para incluir dispositivos tecnológicos y culturales. Ello hace que David Chalmers, uno de los padres de la teoría, afirme que su iPhone es parte de su mente.
Una cuestión central que debemos plantearnos para comprender mejor cómo se extiende nuestra mente es qué tipo de interacciones con dispositivos tecnológicos permiten que estos se incorporen en nuestro sistema cognitivo.
Durante los últimos años, se ha aceptado que una condición necesaria es la transparencia perceptual. La condición de transparencia impone que, en el uso, el dispositivo tecnológico debe desaparecer de la consciencia del sujeto. Esto significa que la interfaz mediante la cual conectamos con la tecnología no debe llamar nuestra atención, debe volverse transparente, y para ello nuestra interacción debe de ser fluida y requerir poco esfuerzo.
Dicho de manera más clara: para que una app de nuestro teléfono inteligente sea parte de la base física de nuestros estados mentales como creencias y deseos debemos acceder a ella de manera directa y su interfaz de usuario debe pasar en gran medida desapercibida. Por ejemplo, cuando intentamos recordar algo, no pensamos: “voy a acceder a mi memoria”. Simplemente lo hacemos. La idea es que cuando utilizamos de forma similar nuestros dispositivos tecnológicos —de tal forma que accedemos a ellos de manera automática y sin prestarles atención— estamos integrándolos con el resto de nuestras rutinas mentales.
Una consecuencia interesante de esta condición es que para que nuestra mente se extienda no necesitamos un contacto constante con un dispositivo tecnológico, como sucede con un implante o prótesis (como, por ejemplo, la reciente brújula North Sense diseñada por Cyborgnest). Basta con que interactuemos con una tecnología de manera estable y automática para que ésta sea una buena candidata para ser una extensión mental. Esta laxitud permite que puedan figurar como instancias de una mente extendida tecnologías poco sofisticadas (como un cuaderno), así como dispositivos tecnológicos más complejos.
Ahora bien, si nos situamos en el contexto tecnológico contemporáneo, esto conlleva importantes consecuencias. Conviene recordar que una marca del buen diseño en dispositivos tecnológicos es que la interfaz de usuario sea fácil, simple e intuitiva. Las empresas buscan una interfaz sencilla y directa, ya que ésta es el medio mediante el cual entramos en contacto con ellas.
Lo que esto sugiere, y es importante resaltar, es que si adoptamos la mirada de teoría de la mente extendida en el contexto contemporáneo, podemos ver cómo el empeño por diseñar tecnologías transparentes perceptivamente es también un empeño por diseñar (potenciales) mentes extendidas, es decir, potenciales sustratos de nuestras creencias, deseos y otros tipos de estados mentales.
Por un lado, esto abre un campo de posibilidades inmenso que puede ampliar nuestra vida mental. Aunque no debemos olvidar que la mayoría de la transparencia perceptual conseguida en los diseños es exclusiva a un tipo de cuerpos, dado que nuestra cultura es extremadamente capacitista. En este sentido, queda mucho trabajo por hacer para diseñar tecnologías (y por tanto mentes) menos excluyentes como hace, por ejemplo, el equipo de Chieko Asakawa, quienes han diseñado el software Nav Cog que permite a personas con discapacidad visual localizarse y moverse en el espacio con mayor facilidad.
Sin embargo, la búsqueda de transparencia perceptual por grandes empresas tecnológicas (para conectarnos con una red social o un GPS) invita a realizar una importante advertencia: estamos delegando sin apenas control ni consciencia el diseño de nuestras mentes extendidas.
La transparencia perceptual facilita un acceso más dinámico y menos exigente a las tecnologías y gracias a ello también más constante. Al dirigir directamente nuestra atención al contenido de la aplicación –de tal forma que el dispositivo y la interfaz de usuario desaparecen de nuestra consciencia– se logra que atendamos menos a otros aspectos o al menos que resulte más difícil. Muestra de ello es cómo la búsqueda de “transparencia perceptual” choca de lleno con una predominante falta de “transparencia” en cuanto al manejo de datos, al deep learning del internet de las cosas, y a los costes ecológicos de nuestra vida online.
Si a esto añadimos que dispositivos como los teléfonos inteligentes incorporan funcionalidades –como vibraciones, notificaciones automáticas, y otras alertas– que según se ha demostrado recientemente generan adicción al activar vías neuronales similares a las que activan los opiáceos, podemos afirmar que no sólo estamos delegando sin apenas control el diseño de nuestras mentes extendidas, sino también que el resultado es un tipo particular de mentes donde abunda la ansiedad, la soledad y la depresión.
Por ello, uniéndome al filósofo Michael Wheeler y movida por cierta melancolía de cíborg, considero importante que en contextos donde abundan cada vez más las tecnologías inteligentes, como el teléfono que prácticamente todos llevamos en el bolsillo, tratemos de romper al menos en alguna ocasión su transparencia perceptual. Esto implica advertirlos, atenderlos y desenmascarar lo que hay detrás de cada uno de ellos. Será éste un ejercicio de auto-conocimiento individual y colectivo que abrirá la puerta hacia el diseño de otros tipos de mentes extendidas.
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Gloria Andrada es filósofa e investigadora en la Universidad Autónoma de Madrid.
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Este artículo se publica gracias al patrocinio del Banco Sabadell, que no interviene en la elección de los contenidos.
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