Análisis
Mentiras a otro nivel
La necesidad de detectar la fuente de la desinformación maliciosa y desactivarla sin contribuir a su propagación es uno de los retos más complejos para el periodismo con vocación democrática
Marta Cambronero 16/04/2019
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Aquí estamos, a unas semanas de las elecciones. ¿Le estarán diciendo los candidatos a los electores algo que no estamos percibiendo? Es difícil saberlo. La propaganda política nos llega en fragmentos cada vez más segmentados por razones sociológicas y algorítmicas opacas y difusas. El ritual nacional del cara a cara entre el candidato del partido del gobierno y el líder de la oposición, que dejaba entrever quién llegaba con más fuerzas al encuentro con las urnas, ya es historia. Hoy la televisión sigue siendo un altavoz privilegiado desde el que los candidatos hacen llegar sus mensajes a los electores, pero ahora está hibridada con las redes sociales y ambos soportes se afectan mutuamente. Los canales informativos se han multiplicado: unos comparten ya muchas características con los mass media (Facebook, Twitter); otros ocupan el espacio digital de las relaciones interpersonales (Whatsapp). La consecuencia más inmediata de esta descentralización es que, en principio, favorece el pluralismo. Sin embargo, es sabido que la tecnología no es neutral y que un uso malicioso de las posibilidades del nuevo ecosistema informativo pone en riesgo la calidad de lo que percibimos colectivamente y, por tanto, de lo que pensamos.
Whatsapp. Twitter. Facebook. ¿Hasta qué punto han sido determinantes en el ascenso de Trump o Bolsonaro al poder? Lo realista es no responder con grandes certezas a esa pregunta, sencillamente no se ha estudiado lo suficiente. O, mejor dicho, no ha sucedido un fenómeno similar el suficiente número de veces como para concluir si la influencia de las redes sociales ha sido central o circunstancial en los resultados electorales. Recientes investigaciones en el campo de la psicología indican que las personas tendemos a dejarnos seducir antes por informaciones que confirman nuestras creencias preexistentes que por las que nos desmontan. Y que tendemos a dar más credibilidad a lo que es compartido por personas de nuestra confianza.
las personas tendemos a dejarnos seducir antes por informaciones que confirman nuestras creencias preexistentes
El funcionamiento de las redes sociales y las aplicaciones de mensajería alimenta estos fenómenos, al permitirnos fabricar un sesgo personalizado, un filtro, entre a quiénes seguimos y leemos y a quiénes no (condimentado, no se puede obviar, con lo que los algoritmos de las plataformas digitales deciden que es relevante para cada usuario). Como resultado, nuestras ideas resuenan cómodamente con las de los nuestros en “cámaras de eco” y nos distanciamos cada vez más de un marco de interpretación de la realidad unitario al habitar en los llamados “filtros burbuja”.
Hoy en día existen herramientas que permiten saber, casi en tiempo real, cuántos usuarios (no solo personas, porque algunos son bots) están compartiendo contenido sobre un candidato y si lo hacen en tono positivo o negativo. Y, además, cuáles son sus características sociológicas. Esto hace posible técnicamente una personalización del mensaje mucho más afinada. En la película Brexit se exponen las consecuencias que pueden llegar a tener estas prácticas. Los partidarios del ‘Leave’ hacen llegar anuncios de Facebook basados en mensajes xenófobos a trabajadores ingleses de la periferia londinense abandonados por el sistema. Ni los periodistas ni los partidarios del ‘Remain’ detectan a tiempo estos mensajes porque no comparten características sociales ni geográficas con los destinatarios y, por lo tanto, Facebook no se los muestra. Sea más o menos ajustado este relato cinematográfico a los hechos que realmente sucedieron, la referencia resulta significativa para ilustrar el tipo de ecosistema comunicativo hacia el que vamos.
La novedad en las elecciones generales de 2019 en España es que los partidos pueden enviar mensajes directamente al teléfono de los electores, posiblemente a su Whatsapp o por SMS, en sustitución (o complemento) de la tradicional propaganda electoral vía postal. Para rebajar la ansiedad, conviene saber que la Agencia Española de Protección de Datos ha asegurado que no se permitirá a los partidos políticos perfilar datos ideológicos, sexuales, de religión o de cualquier otro tipo que se puedan obtener de los ciudadanos en las redes sociales u otros servicios de internet. Así que, en teoría, la modificación de la Ley electoral que aprobaron todos los partidos en noviembre de 2018 supondría cambiar únicamente de canal: se pasa del envío de propaganda genérica por correo al envío de propaganda genérica por mensajería instantánea.
Sin embargo, se sabe que la introducción de nuevos canales informativos en el contexto electoral no es inocua. Por ejemplo, en las elecciones a la presidencia brasileña en 2014, los mensajes de vídeo por Whatsapp fueron extraordinariamente efectivos a la hora de movilizar el voto joven. Lo que aún no se ha podido determinar es si la eficacia se encontraba más en las características de la herramienta o en que los electores jóvenes sintieron con este puerta a puerta digital que alguien contaba con ellos. Por eso, incluso si se cumple la ley, la novedad de este nuevo canal (Whatsapp y SMS), que permite a los partidos establecer un contacto directo con los electores a través de un medio que forma parte de su intimidad digital, podría tener consecuencias inesperadas. Habrá que esperar a ver los resultados.
Cuatro años después de los primeros usos de mensajería instantánea en período electoral en Brasil, Bolsonaro llegó a la presidencia rodeado de acusaciones de manipulación de anuncios segmentados de manera ilegal, algo que Twitter y Facebook finalmente desmintieron. Poco antes, sin embargo, Facebook reconoció que había detectado el uso de cuentas falsas y spam político en una campaña de marketing relacionada con Bolsonaro y cerró estas cuentas. Lo que queda de aquello es una investigación del Tribunal Superior Electoral y la Policía Federal brasileña sobre si las campañas de bombardeo masivo de mensajes de Whatsapp con informaciones falsas sobre Haddad, candidato del Partido de los Trabajadores, estaban ligadas a Bolsonaro. Sería una buena coartada para la alt-right si se logra demostrar que las fake news no tenían relación con su equipo de campaña. En España ya vemos cómo la derecha se protege ante un posible escenario similar. En la entrevista de Bertín Osborne a los candidatos de PP, Ciudadanos y Vox en el programa Mi casa es la tuya de Telecinco, Pablo Casado dijo que lo que más le dolía eran las fake news. Santiago Abascal también señaló que lo que que se dice en redes sociales sobre su programa no tienen nada que ver con lo que proponen desde el partido. Sin embargo, las redes de cuentas que difunden sus idearios en las redes sociales (compuestas por cuentas de humanos reales y por bots que ayudan a amplificar artificialmente los mensajes; una práctica perseguida por las plataformas digitales) no dejan lugar a dudas de que están en campaña permanente a favor de sus siglas.
En paralelo a estos nuevos líderes de extrema derecha, bien recibidos en las televisiones, están emergiendo fuentes de desinformación que aprovechan las plataformas online para una rápida propagación de “noticias” falsas y maliciosas. Su objetivo es acaparar temas en la limitada agenda pública, porque desmentir sistemáticamente informaciones consume recursos y desplaza a otro tipo de noticias. Cabe señalar que, en inglés, fake tiene una connotación algo distinta a false, ya que indica que algo, además de ser contrario a la verdad, está amañado con intenciones fraudulentas. En castellano, más que de noticias falsas deberíamos hablar pues de simulaciones fraudulentas, pues en ningún caso son noticias que refieren a un hecho cierto, sino que son simulaciones que se hacen pasar por noticias reales con la única intención de confundir deliberadamente a los lectores.
una mentira dicha mil veces, aunque sea bajo el marco del desmentido, puede acabar siendo recordada como verdad
La promesa de un ecosistema informativo más plural se está viendo amenazada por la confusión generalizada que producen las fake news. El necesario trabajo de verificación (que en España realizan proyectos como Maldita.es, Newtral o Verificat y que cada vez se reclama más que forme parte de todas las redacciones) no es suficiente. Se enfrenta a dos paradojas de difícil resolución: por un lado, contribuye a consolidar los temas de las informaciones maliciosas como temas legítimos de la agenda pública, aunque el propósito sea desmontarlos; por otro lado, las investigaciones en psicología revelan que las personas tendemos a recordar más las informaciones y cómo nos sentimos al recibirlas que el contexto en el que las percibimos. Dicho de otro modo, una mentira dicha mil veces, aunque sea bajo el marco del desmentido, puede acabar siendo recordada como verdad.
La necesidad de detectar la fuente de la desinformación maliciosa lo antes posible y lograr desactivarla sin contribuir a su propagación es uno de los retos más complejos a los que se enfrenta el periodismo con vocación democrática. Algo se sabe sobre el mecanismo de elaboración de las noticias falsas gracias a testimonios de personas que se han dedicado a este negocio (como el norteamericano Jestin Coler o el adolescente macedonio Boris). También se estudia para conocer más sobre sus métodos de distribución. En Estados Unidos, el Observatorio de Social Media de la Universidad de Indiana ha creado Hoaxy, un buscador, todavía en fase beta, que permite monitorizar la difusión de fake news, por un lado, y la de noticias procedentes del fact-checking, por otro, así como los usuarios de redes sociales que principalmente contribuyen a ambas labores. En España, se está empezando a poner la ciencia de datos al servicio de la producción de conocimiento sobre las nuevas formas de distribución de la desinformación en nuestro país. Por ejemplo, el proyecto DataPolitik. o la investigadora Mariluz Congosto han detectado la generación de campañas de extrema derecha en Twitter orquestadas desde un centro emisor que se rodea de cuentas falsas (bots) y semiautomáticas (cyborgs) con el objetivo de generar un nivel de interacción capaz de romper el perímetro de la comunidad inicial y llegar a un nuevo tipo de usuarios. Esta práctica tiene ciertamente algunas similitudes con las tácticas tecnopolíticas de los activistas del 15M (básicamente, en su objetivo, que era lograr que el algoritmo reconociera como contenido relevante el compartido por el grupo de origen y lo relanzara más allá). La diferencia es que, al estar compuesta principalmente por cuentas falsas y semiautomáticas, es un ejemplo de alteración fraudulenta ya no de la información sino del canal por el que se distribuye. Se genera artificialmente una red compuesta por varias cuentas de militantes o simpatizantes (muchas de ellas son bots) y, por tanto, una sensación inflamada del consenso existente acerca de las propuestas políticas que se difunden en esta red. Es la técnica conocida como astroturfing.
las soluciones que podrían atajar el problema de raíz están basadas, por ahora, en la buena voluntad de las plataformas
¿Qué hacer, entonces, para combatir las falsas noticias? Por un lado, seguir perfeccionando los sistemas de fact-checking para que logren detectar cada vez antes noticias falsas sin caer en la paradoja de contribuir a su temprana difusión. La ciencia de datos puede servir, entre otras cosas, para mejorar estos sistemas de chequeo. Por supuesto, se puede también hacer pedagogía sobre cómo protegerse, como usuario, de las fake news, cómo detectarlas y la importancia de no redifundirlas. Un aprendizaje que, tal y como están las cosas, bien podría incluirse como parte del contenido curricular en la ESO. Por otro lado, según los autores del artículo The science of fake news, las propias plataformas como Facebook o Twitter tienen la responsabilidad y la tecnología (y se puede decir que también un margen de beneficio basado en el trabajo gratuito de los usuarios prosumidores) para implementar mecanismos de verificación que puedan ofrecer garantías de que un contenido es fiable. Del mismo modo, las plataformas pueden excluir a los bots de la medición que realizan sus algoritmos para decidir si un contenido es tendencia y pasa por tanto a ser distribuido por circuitos más amplios.
El problema que presentan las soluciones que podrían atajar el problema de raíz es que están basadas, por ahora, en la buena voluntad de las plataformas digitales, que pasa por la limitación de su modelo de negocio. Desde el escándalo de Cambridge Analytica, parece que son más sensibles a este asunto, aunque sea por una cuestión de reputación. Para dar señales de que camina en esa dirección, Facebook ha fichado a Newtral para trabajar en labores de chequeo y verificación de cara a las elecciones generales españolas de 2019. Por otro lado, la posibilidad de establecer desde los Estados un control de la información para estas plataformas digitales tampoco resulta una idea seductora. La solución pasa, como suele suceder ante problemas complejos, por una combinación de soluciones, que incluye todas las mencionadas más tantas otras que pueda idear una sociedad civil motivada por comprender la complejidad del mundo en el que vive e implicada en mejorar su calidad democracia.
¡Hola! El proceso al Procès arranca en el Supremo y CTXT tira la casa through the window. El relator Guillem Martínez se desplaza tres meses a vivir a Madrid. ¿Nos ayudas a sufragar sus largas y merecidas noches de...
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Marta Cambronero
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