Testigo de cargo (IV)
Asunta, un asesinato sin móvil aparente
La pareja perfecta, con la hija perfecta, en un entorno perfecto, resultó no serlo tanto, y cuando se descubren las grietas, mucha gente se asoma a ellas, y las agranda
Xosé Manuel Pereiro A Coruña , 20/08/2019
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Entre los numerosos avances que los tiempos modernos han traído a la profesión periodística está el de trabajar los domingos. El domingo 22 de septiembre de 2013 le había tocado hacerlo a, entre otros, José Antonio Pérez, subdirector del diario compostelano El Correo Gallego. “Estaba desayunando en casa, antes de ir al periódico, y recibí un WhatsApp de un guardia civil. ‘¿Trabajas hoy?, pues tienes un lío gordo’. Lo llamé y me dijo que había aparecido una niña muerta en la zona de Cacheiras, pero que no sabía más, porque ese día libraba. Empecé a mandar mensajes, uno de ellos al juez [José Antonio] Vázquez Taín, preguntándole si estaba de guardia. ‘¿Por lo de la niña?’. Le dije que sí. Me llamó y me dijo que era una niña asiática y que estaba relacionada con nuestra profesión”. El periodista empezó a hacer un rápido repaso de quiénes, relacionados con los medios de comunicación, tenían hijas con rasgos asiáticos. “Pensé en una compañera, que tenía una niña de 13-14 años, pero quien dio en el clavo fue mi mujer: ‘¿No será la hija de Alfonso?’”.
Alfonso Basterra Camporro era un periodista, entonces de 51 años, nacido en Bilbao, que llevaba más de 20 asentado en la capital gallega, y tres de ellos había sido compañero de redacción de José Antonio Pérez en El Correo. Al poco de llegar a Galicia se había casado con Rosario Porto Ortega, cinco años más joven, hija única de un abogado de prestigio y una no menos prestigiosa catedrática de Historia del Arte. Los Porto Ortega formaban parte de la aristocracia de las profesiones liberales de Santiago, y Rosario había completado su formación secundaria en Oxford y París y la universitaria –Derecho, como su padre– también en Francia y en Londres. En 2001, indudablemente por deseo propio, pero también satisfaciendo los de los padres de la esposa, el matrimonio adoptó en Yongzhou (China) a una niña de nueve meses, que sería inscrita como Asunta Yong Fang Basterra Porto. Que se sepa, era la primera niña china que había sido adoptada en Santiago, y su madre figuraba en las agendas de los medios cuando necesitaban opiniones sobre adopción internacional. Asunta era el delirio de sus abuelos y de todo el círculo de conocidos: estudiaba francés, inglés y chino, además de los preceptivos castellano y gallego, violín, piano y ballet. Se supone que tuvo una infancia feliz, o al menos no le faltó el cariño familiar y el reconocimiento del entorno social en el que se movía.
2012 fue el año en que todo se torció. Comienza con la muerte de la madre de Rosario, y siete meses después, la del padre. Y finaliza, en Reyes de 2013, con una disputa conyugal, al descubrir Alfonso Basterra que Rosario tenía un amante casado, que acaba en ruptura. Pero poco después, la enfermedad de ella –lupus, y una depresión recurrente– les lleva a un pacto: ella romperá con su amante y él se centrará en el cuidado de Asunta. Ese pacto derivará al poco tiempo en otro: acabar con la vida de la niña, según la sentencia que terminaría condenando a ambos por asesinato.
El sábado 21 de septiembre, sobre las 22:30, los padres denuncian en la comisaría de Policía que la niña lleva desaparecida desde pasadas las cinco de la tarde y que ningún amigo o conocido la había visto. Unas tres horas más tarde, recién empezada la madrugada del domingo, dos personas que iban andando por una pista de Montouto, un lugar de Teo, ayuntamiento entre residencial y rural limítrofe con Santiago, encontraron el cuerpo de Asunta, acostado en la hierba, semiatada con tres trozos de cuerda, al lado del camino. No muy lejos de un burdel y de un chalet propiedad de los Porto Ortega. Aquella mañana, ya en la redacción, José Antonio Pérez, cuyo equipo había recibido el Premio Ortega y Gasset de periodismo en 1990 por un conjunto de reportajes sobre cómo los contrabandistas de tabaco se estaban pasando a la droga ya estaba arruinando el día libre a varios compañeros y haciendo llamadas de teléfono. Y recibiéndolas.
“Me llamó Alfonso. Había salido un avance de la noticia en la web del periódico, y estaba preocupado por cómo íbamos a tratar el tema. Habíamos sido compañeros tres años, aunque tampoco habíamos tenido un trato muy estrecho, y me extrañó que estuviese más preocupado por el tratamiento de la información que por lo que le había pasado a su hija”. Toda la información que le fue llegando en esas primeras horas reforzaba esas vagas sospechas iniciales, empezando por los resultados de la autopsia. No había habido violencia sexual y la víctima había muerto por sofocación, es decir por oclusión de las vías respiratorias. “Una de las compañeras que vino de refuerzo encontró el blog de la niña, y vimos cosas raras. A alguien que estuvo en la inspección ocular y en los primeros registros también le extrañó el comportamiento de los padres y una fuente muy cercana a la investigación me resumió: ‘No busques muy lejos, la cosa está muy cerca’. Así que el titular que salió ya el martes decía que la Guardia Civil investigaba al entorno cercano de la niña. Y el entorno era muy reducido”.
La investigación corría a cargo de la policía judicial de la Guardia Civil, al haberse localizado el cuerpo fuera de la ciudad, pero el asunto ya les había olido raro en la comisaría de Policía cuando los padres fueron a denunciar la desaparición. “Les extrañó porque en estos casos lo normal es que los padres acudan nerviosos, y tienen que volver a por una foto del hijo desaparecido cuando la policía les dice que necesita una, pero en este caso llevaban prácticamente un book de la niña”, recuerda Pérez.
De todas formas, una cosa son las impresiones, y otra encontrar brechas fehacientes en la versión de los afectados, o de los sospechosos. En la denuncia, Alfonso y Rosario habían dicho que aquel sábado habían comido los tres en la casa del padre y, a las 17:20 la niña se había ido, sola, hacia la de su madre, en la que vivía. No hay más que dar la vuelta a una esquina, pero cuando Rosario salió, diez minutos después, advirtió que no había llegado a casa. Esa fue, según la declaración en comisaría, la última vez que su madre la vio. Sin embargo, un repaso a las cámaras de tráfico permitió comprobar que Rosario Porto conducía su coche, con su hija al lado, a las 18:20 en dirección a Teo.
El martes 24, Rosario Porto es detenida en el funeral de su hija. Una medida un tanto espectacular que José Antonio Pérez se explica por la aparición en el abarrotado tanatorio de un personaje un tanto peculiar: Messaoud El-Omari, un marroquí que había sido el responsable de la asesoría a inmigrantes de CC.OO. de Santiago, y después cruzó al otro lado (fue condenado en noviembre de aquel mismo año a cuatro años de prisión por un delito contra los derechos de los extranjeros). “Después de que Rosario cerrara el bufete de su padre, había hecho con él varios viajes a Marruecos, al parecer para asesorar a promotores en inversiones inmobiliarias allí. El-Omari, que ahora ha desaparecido del mapa, era un individuo muy protegido en instancias policiales, tanto en España como en Marruecos, pero no por la Guardia Civil. Al verlo en el funeral se precipitó la detención por temor a que pudiese ayudar a Rosario a abandonar el país”. Ese día, Alfonso Basterra fue imputado, pero 24 horas después era también detenido.
Aquel mismo día, martes 24, el equipo que coordinaba José Antonio Pérez tuvo conocimiento de algo que sería un argumento a favor de la premeditación del asesinato. “Supimos que le habían dado algo para dormirla antes de asfixiarla, pero fuentes cercanas a la investigación nos pidieron discreción por unas horas”. Al final, se consideraría probado que, en la comida de aquel sábado, Asunta había ingerido al menos 27 comprimidos de Orfidal, uno de los preparados comerciales del ansiolítico lorazepam. Se lo habían recetado a la madre para su cuadro depresivo, y el padre se encargó de comprarlo en varias ocasiones aquel verano. También se estableció que había recibido distintas dosis los meses anteriores, hasta el punto de que se dormía en las clases de música. Dos de sus profesoras fueron a contarlo a El Correo cuando se hizo pública la detención de Charo Porto. “Mi madre me quiere matar, me da unos polvos blancos”, les había contado la niña. Cuando se quejaron al padre de su estado, Basterra explicó que eran los efectos de un fármaco para la alergia.
¿Cómo no saltaron las alarmas? “Por una parte, la niña fabulaba bastante. Por otra, pesó el hecho de ser quienes eran. Si en vez de una abogada de una familia conocida y de un periodista, los padres tuviesen otra condición social, la reacción sería otra”, considera Pérez. Y después estaba aquel extraño episodio del asalto que habían sufrido dos meses y medio antes madre e hija en su casa. Un hombre tirando a bajo, vestido de negro y con guantes de látex, entró de noche en el cuarto de la niña –al parecer, se había dejado las llaves de casa en la puerta–, pero la madre se despertó y consiguió ahuyentarlo. “La niña le contó a una amiga cuando iban en coche con sus madres que la noche pasada la habían intentado matar, y la otra madre le preguntó a Rosario si lo había denunciado. ‘No te preocupes, voy mañana’, le dijo. ‘Si no vas tú, voy yo’, se escandalizó la amiga. Charo Porto fue a contárselo a la policía, pero no presentó denuncia”.
Con los padres detenidos, y con la expectación mediática creada, había que llenar los huecos. Y había infinidad de material. Para la investigación, para la especulación y para la conspiranoia. Las afirmaciones, libremente difundidas, de que la acusada “seguramente” había tenido algo que ver con la muerte de sus padres. Las insinuaciones de que Asunta había sido asesinada por la herencia de sus abuelos. Los vecinos que pasaron por el lugar y no vieron el cadáver cuando Rosario Porto ya se había ido de Montouto. Los restos de semen encontrados en la camiseta de la víctima, y que resultaron ser de un ciudadano colombiano, que fue imputado, y posteriormente desimputado cuando se demostró que esos días estaba en Madrid y que había sido un caso de contaminación en el laboratorio forense de la Guardia Civil. Un trozo de cuerda encontrado en el chalé, igual que los que aparecieron junto al cadáver, pero que no se pudo probar que procediesen de la misma bobina. El juez, que coloca micrófonos en el calabozo de la pareja detenida, y obtiene grabaciones como “tú y tus jueguecitos. ¿Te ha dado tiempo a deshacerte de eso?” (Rosario a Alfonso), además de apelativos cariñosos (como era de prever, se difundieron, y finalmente fueron anulados como prueba). El ordenador de Basterra, que no había sido intervenido ni referenciado en el primer registro de su piso (aunque es cierto que tampoco buscado) y reaparece tres meses después, con cientos de miles de archivos menos (posteriormente se descubre que el hombre es aficionado al porno, especialmente al asiático, o al menos ese es el que llama la atención...). Hay mucho material, pero nada que parezca un móvil, ni en lo que la sentencia considera hechos probados, ni siquiera en las elucubraciones periodísticas más peregrinas.
El juicio comenzó cuando se cumplían los dos años y una semana del suceso, y el veredicto del jurado fue de culpabilidad. La sentencia de la sección Sexta de la Audiencia Provincial de A Coruña condenó a Rosario Porto Ortega y a Alfonso Basterra Camporro a 18 años por asesinato, y establecía que fue la madre la que finalmente presionó, posiblemente con una almohada, el rostro de Asunta, que no tenía posibilidad alguna de defenderse por el efecto de los ansiolíticos. Pero tampoco dice por qué una pareja que había luchado más de dos años con los trabajosos trámites de adopción, y había tenido una hija de la que todos se hacían lenguas, había planificado su asesinato. En el juicio, ambos negaron haberlo hecho, y las respectivas defensas habían pedido la absolución, por considerar que todo eran conjeturas y pruebas circunstanciales.
“Me lo pregunto muchas veces, y hablando con la gente de su entorno más próximo tampoco se lo explican, pero no creen que les estorbase. Podía estorbarles puntualmente, como cualquier hijo. Yo tengo relación con la madrina de la niña, la acompañé al juicio. Es una señora de 80 años que vio nacer a Rosario, y era con quien Asunta pasó aquel agosto, y los veía felices con ella. En todo caso, puestos a buscar alguna explicación, yo me inclino más porque Asunta era el elemento de unión de una pareja que, al menos por parte de ella, no quería estar unida. Alfonso utilizaba a la hija como un elemento de chantaje para mantener la relación, y quizás se les fue la mano”, reflexiona José Antonio Pérez. La pareja perfecta, con la hija perfecta, en un entorno perfecto, resultó no serlo tanto, y cuando se descubren las grietas, mucha gente se asoma a ellas, y las agranda. “Sí, se llegaron a decir cosas muy disparatadas, sobre todo relacionadas con enredos sexuales un tanto inverosímiles. Curiosamente, recuerdo ahora, cuando el electricista que robó el Códice Calixtino de la Catedral de Santiago presentó un acta notarial contando que allí, y en el seminario, se producían relaciones sexuales, dimos la información, suprimiendo nombres. Rosario llamó, muy alterada, al periódico, y me pasaron la llamada a mí. Se quejó de que cómo publicábamos esas cosas de personas honorables y conocidas de la ciudad... La gente de orden y de ley no siempre lo es”.
Rosario Porto, presa originalmente en la cárcel de Teixeiro (A Coruña), fue trasladada a la de A Lama (Pontevedra), y salvo un par de intentos de suicidio, más aparatosos que eficaces, ha aprovechado sus conocimientos de Derecho para hacerse un lugar en el ambiente carcelario, tanto entre los funcionarios como entre las reclusas, y está asignada al módulo de enfermería. “No recibe más visitas que las de la antigua compañera de piso de su madre y de la madrina de Asunta cuando eran universitarias, que se fue de Santiago al acabar, y que es la que le lleva ropa y otras cosas de vez en cuando. Las primeras esquelas [Rosario Porto las mandó insertar en los primeros aniversarios de la muerte de su hija] las traía el que había sido el pasante del despacho de su padre, pero ahora es su abogado defensor el que lo lleva todo, incluido el intentar vender sus viviendas”. Alfonso Basterra sigue en Teixeiro y recibe alguna visita de sus familiares, pero vive más aislado, trabajando en la biblioteca. “Intentó acceder a una plaza de monitor de informática creada por un convenio con un banco, pero su notoriedad le perjudicó”. Desde septiembre del año pasado, los dos pueden pedir su primer permiso. “Yo creo que ya están a punto de disfrutar de ese permiso de una semana, si no lo han disfrutado ya. Y en dos años, accederán directamente al tercer grado”, estima José Antonio Pérez. Ambos, de vez en cuando, mediante cartas o entrevistas, siguen reivindicando su inocencia.
Hemos fundado la Asociación Cultural Amigas de Contexto para publicar Ctxt en todas las lenguas del Estado. La Asociación es una entidad sin ánimo de lucro que también tiene la meta de trabajar por el feminismo y la...
Autor >
Xosé Manuel Pereiro
Es periodista y codirector de 'Luzes'. Tiene una banda de rock y ha publicado los libros 'Si, home si', 'Prestige. Tal como fuimos' y 'Diario de un repugnante'. Favores por los que se anticipan gracias
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