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TESTIGO DE CARGO (I)

La víctima había resuelto el crimen

El holandés que cada vez estaba más convencido de que lo iban a matar desapareció con su coche, un enorme Chevrolet Blazer excedente del ejército norteamericano

Xosé Manuel Pereiro A Coruña , 31/07/2019

<p>Martin Verfondern.</p>

Martin Verfondern.

Dominio público / Documental Santoalla

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Martin Verfondern, un holandés de origen alemán, después de recorrer toda Europa con su mujer buscando una naturaleza incontaminada, decidió asentarse en la pequeña y remota aldea de Santoalla (Petín-Ourense). Trece años después, el 19 de enero de 2010, desapareció con su coche. Durante casi cinco años, su ausencia fue un misterio irresoluto, a pesar de que el abanico de sospechosos era más bien escaso. En Santoalla solo quedaban dos casas en pie: en una vivían Verfondern y su mujer Margo Pool, y en la otra los Rodríguez: Manuel O gafas, el padre; Jovita, la madre y sus dos hijos, Julio y Juan Carlos. Después de una feliz convivencia inicial, las cosas se empezaron a torcer, y las disensiones entre los únicos vecinos de Santoalla llegaron a saltar en varias ocasiones a la prensa. Martin Verfondern había denunciado reiteradamente a sus vecinos en el juzgado y en la Guardia Civil por amenazas, las había grabado en vídeo y las había divulgado en internet. En una de las últimas llegó a decir: “Si me matan, habrá sido Juan Carlos”. 

Este es uno de los raros casos, salvo los de violencia machista, en los que el asesinado identifica al que será su asesino. También es de los pocos en que el periodista que ha cubierto un suceso conoce previamente a la víctima. “Yo entablé relación con Martin y Margo en 2005, cuando trabajaba en La Opinión de A Coruña. El director me encargó una sección que se llamaba algo así como El pueblo soberano, de perfiles de votantes curiosos, y oí hablar del matrimonio holandés que habitaba en una aldea en ruinas”. Silvia Rodríguez Pontevedra (Vigo, 1971) ha informado desde El País de sucesos tan relevantes como el de Asunta, la niña de doce años muerta a manos de sus padres, una noticia que conmovió a la buena sociedad compostelana, o el robo del Códice Calixtino de la Catedral de Santiago por quien se encargaba allí de las reparaciones eléctricas. “La del Códice, con el ambiente de la Catedral, sus tensiones sexuales no resueltas, o sí, y el descontrol económico que había era una historia divertidísima, pero la que marcó mi vida fue la de Martin”, dice Silvia. 

La periodista recuerda cuando llegó a Santoalla, “ya entré por el lado malo, por arriba, porque cada familia entraba a la aldea por un camino, y me encontré con Juan Carlos, rodeado de 13 perros, con la mirada turbia, falta de inteligencia. Le pregunté por el holandés y señaló hacia abajo al tiempo que me decía: ‘A ese le voy a andar en el lomo’”. Juan Carlos tenía la mirada turbia y el cerebro de un niño de doce años en el cuerpo de un hombre de 40, al parecer desde que de chaval cayó del caballo. Eso no le impedía campar por toda la zona armado, sin licencia, con alguna de sus doce escopetas. En aquella primera ocasión que fue Silvia solo estaba Margo; Martin se había ido a Holanda a trabajar para conseguir algo de dinero. “Le hice la entrevista y recuerdo que la titulé con la frase en holandés que le había dicho su madre cuando le comentó que se iba a vivir allí: ‘Te vas al culo del mundo’”. 

Después de una feliz convivencia inicial, las cosas se empezaron a torcer, y las disensiones entre los únicos vecinos de Santoalla llegaron a saltar en varias ocasiones a la prensa

Un año antes de la desaparición del holandés, Silvia Pontevedra volvió a Santoalla para cubrir, ya para El País, las disputas entre las dos familias, que habían saltado a la prensa local. “‘Terror rural’ en la aldea de cine”, se tituló el reportaje. La “aldea de cine” es porque allí se había rodado Sempre Xonxa, uno de los largometrajes seminales del cine gallego, y porque el entonces vicepresidente de la Xunta, el nacionalista Anxo Quintana, había prometido convertir Santoalla en una especie de centro de referencia cinematográfica. “Esta vez, la que no estaba era Margo, Martin la había enviado a cuidar a un pariente suyo en Alemania, creo que por la situación extrema que tenía ya con los vecinos. Martin había instalado cámaras en las cercanías de su casa, para grabar a todo el que se acercase, y andaba siempre con otra, recogiendo todos sus encontronazos con sus vecinos, sin evitarlos, para documentar sus continuas denuncias en el juzgado”. A estas alturas, ya no solo tenía enfrentamientos con los vecinos. También acusaba con frecuencia al alcalde, el socialista Miguel Bautista, de la carencia de servicios y le amenazaba con elevar sus quejas al presidente de la Xunta, al Rey y a la UE. El holandés se había apuntado a una red de agricultura ecológica y a su casa venían de todo el mundo hasta una treintena de voluntarios al mes, para ver cómo se recogía la miel o se cuidaban las cabras. “Muchos eran medio salvajes”, contaba el alcalde en el reportaje. 

Silvia Pontevedra también entrevistó entonces a la otra familia, sobre todo a la madre, Jovita, la más extrovertida, que recordó lo bien que los habían recibido al principio, y que a su marido (al que Verfondern llamaba “mini Sadam” y “El falangista”) también lo habían agredido. “Lo que pasó fue problema de dinero”, considera la periodista. “Las talas de madera en el monte comunal proporcionaban unos ingresos de unos 72.000 euros, y los holandeses creían, y la justicia les dio la razón, que como residentes en el pueblo tenían derecho a su parte. Para los Rodríguez, ellos eran unos turistas”. Y la cosa empeoró cuando se supo que había un proyecto de instalar un parque eólico en el monte, 25 aerogeneradores que supondrían unos beneficios de 6.000 euros cada uno. En aquella ocasión, Verfondern le había confiado los vídeos aquellos que había grabado, entre ellos uno en el que menor de los Rodríguez le decía: “Ya estás gordo como para que te mate”. “Martin sabía que, de pasarle algo, el que lo haría sería Juan Carlos, por agradar a su familia. Siempre que se ponía nervioso decía que iba a coger el rifle. El ‘difle’, pronunciaba Martin”, recuerda Silvia, a la que se le empaña la voz cuando dice que “en cierta forma, me siento responsable de lo que le pasó a este hombre”.

Cuatro meses después, el holandés que cada vez estaba más convencido de que lo iban a matar, según decían sus amigos de Petín, desapareció con su coche, un enorme Chevrolet Blazer excedente del ejército norteamericano. La prensa gallega se hizo eco. Y no solo la gallega. El mismo año de la desaparición, Peter de Vries, un famoso investigador televisivo holandés, contó el caso. Otro especialista en crímenes sin resolver, Geoffrey Gray, del New York Times, abandonó el seguimiento de la bulliciosa gira de un torero por México por los bosques silenciosos del este de Ourense. “Alucinó cuando pasó del lujo del Hostal de los Reis Católicos, en Santiago, a la soledad de Santoalla”, recuerda la periodista. Meses después, aparecieron por allí otros dos neoyorquinos, el productor de la NBC Daniel y su amigo Andrew Becker, un freelance que trabajaba para National Geographic. El hermano de Mehrer, abogado en la Gran Manzana, había llegado a Santoalla para trabajar como hortelano voluntario con el matrimonio holandés el mismo día que desapareció Martin, y fue uno de los que había denunciado su desaparición. Hicieron un documental que titularon Santoalla.

Les pasé el video aquel en el que Juan Carlos amenazaba a Martin, y lo incluyeron. Vino gente de todas partes. Hasta unos mexicanos que querían hacer una tesis doctoral sobre la fortaleza de Margo, que seguía allí, sola, en el lugar del que había desaparecido su marido”. También volvió Silvia. “Me llegaron unos correos de un grupo de Facebook de apoyo a Margo que se había creado en la zona, pidiendo que el asunto no quedase en el olvido. Así que decidí volver a Santoalla a hablar con Margo y tocar el tema por tercera vez, aquella desaparición inexplicable”.  

Pasaron cuatro años. Jovita, fiel a su papel de portavoz de la familia Rodríguez, era la que declaraba ante los micrófonos de los periodistas que de vez en cuando se acercaban a recordar el suceso que, para ella, la desaparición había sido cosa “de unos narcotraficantes que andaban aquellos días por el monte”. Finalmente, en junio de 2014, un helicóptero de vigilancia de incendios divisó algo que brillaba en As Touzas da Azoureira, un monte vedado de caza a 18 kilómetros de Santoalla, en el vecino ayuntamiento de A Veiga, con los pinos demasiado jóvenes para ser talados, y con los lobos y los jabalíes como únicos visitantes. Era el Chevrolet Blazer desaparecido, o más bien su carrocería quemada. Había también unos huesos, muy pocos, prácticamente el cráneo y poco más. Un disparo había causado un enorme destrozo y los animales habían hecho lo demás. 

Martin sabía que, de pasarle algo, el que lo haría sería Juan Carlos, por agradar a su familia. Siempre que se ponía nervioso decía que iba a coger el rifle

Habrían de pasar cuatro meses más hasta que aquel secreto de cuatro años se resolviese. Dos guardias civiles le tiraron de la lengua a Juan Carlos hablando de armas. “Tengo 500 cartuchos en el monte”. “Yo con la automática no fallo”. “El holandés vino en el coche como un loco. Cogí la escopeta. ¡Bum, bum! Me escondí. Y que me busquen”. Según el relato del fiscal, en ese momento llegó el hermano mayor, Julio, que sin comprobar si la víctima estaba viva o no, arrancó velozmente con el coche hasta As Touzas, donde, a pesar de que estaba todo nevado, consiguió leña para prender fuego al coche. 

El juicio tuvo lugar el pasado mes de julio. O gafas y Jovita habían muerto mientras su hijo pequeño estaba en la cárcel y el mayor con una orden de alejamiento de la aldea. La periodista de El País fue a la vista oral como informadora y acabó de testigo. “Nunca me llegó ninguna comunicación, me enteré en la sala. También entregué todo el material audiovisual que tenía. Siempre creí que Martin se lo había dado a todos los medios, y resulta que no”. “No sé cómo no me maté conduciendo”, recuerda Silvia. “Volvía del juicio llorando a moco tendido, era como una catarsis. Sin embargo, Margo mantuvo la calma durante toda la vista oral, solo lloró en el alegato final”. La acusación a Juan Carlos se rebajo de asesinato a homicidio por tener en cuenta que tiene un coeficiente mental un punto por debajo del estipulado para ser borderline y una minusvalía del 65%. Distinguía el bien del mal, pero era incapaz de premeditar la muerte que causó. Fue condenado a diez años y seis meses de prisión, y a indemnizar con 50.000 euros a la viuda de su víctima. El jurado popular determinó que Julio había actuado como encubridor, pero su parentesco lo salvó de una condena penal. 

Margo sigue viviendo en Santoalla, y sus animales conviven con los de Julio Rodríguez en el monte que inició la discordia. “Ambos tienen una relación respetuosa”, cuenta Silvia, que sigue manteniendo el contacto con la viuda holandesa. “Ella me felicita las navidades y yo, cada 5 de junio –no sé por qué se me quedó la fecha–, la llamo para felicitarla porque es el cumpleaños de su madre”. Aquella que le había advertido a su hija que se iba al culo del mundo, pero del que nada ni nadie la va a echar.

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El próximo Testigo de cargo se publicará el 7 de agosto.

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Autor >

Xosé Manuel Pereiro

Es periodista y codirector de 'Luzes'. Tiene una banda de rock y ha publicado los libros 'Si, home si', 'Prestige. Tal como fuimos' y 'Diario de un repugnante'. Favores por los que se anticipan gracias

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