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El Tridente ataca y Podemos ayuda, mirando hacia adelante y yendo hacia atrás. La irritación de la derecha, por haber sido desplazada del poder, con pocas esperanzas de recuperarlo a corto plazo, por sus constantes errores, su falta de adaptación al nuevo terreno político y su inmediato pasado de corrupción económica y moral, la ha empujado hacia un lenguaje bronco y destemplado, que traduce una imagen sucia y desagradable, impresentable. Están desatados y faltos de control. El resultado abrumador de las últimas elecciones, a favor del PSOE, los ha emborrachado de furia. Hasta el atildado, repulido y sonriente, como un pincel, cabeza visible de Ciudadanos ha perdido los papeles y se ha entregado a un ciego desmelenamiento verbal, que desmiente el icono del equilibrio, la ecuanimidad y el formalismo contenido, que durante años ha venido cultivando con tenacidad de orador sagrado, en busca de votos. Y ahora se ha descolgado con un exabrupto, fuera de las expectativas, que ha ido construyendo paciente y fríamente, hasta parecerse a un témpano: “Sánchez y su banda”. No son maneras, muchacho. ¿Por qué no se lo dice al PP, que tiene varios imputados gordos en la cárcel, por la práctica del bandolerismo? Que el PP eche mano del insulto, de la descalificación y de la hoguera, como costumbre política, parece natural en su larga tradición de lenguaraces descontrolados muy propio de su vieja táctica franquista de “nosotros o el caos”. Casado ha devuelto a la vida, desde las cloacas del mal gusto, la antigua descalificación política, de “comunistas”, como la encarnación de una monstruosidad histórica, de la época de los dinosaurios, del parque jurásico, que todavía la Real Academia no ha incorporado a la normalidad del lenguaje y que suena a hordas bárbaras arrasando el paisaje idílico de los valores hispánicos, cuando la palabra “comunista” ha perdido ya su valor de signo, para quedarse con el de insulto: “¡Comunistas!”; pero, ¿¡qué dicen!? Sin embargo, a nadie le sorprende el viejo estilo de Vox, su hirsutismo lingüístico, la insólita falta de control de sus adjetivos, la agresividad de sus sustantivos, la antigüedad ridícula de sus comparaciones históricas, todavía la batalla de Tolosa, del siglo XV, todavía la leyenda negra del XVI-XVII, como balas dun dun, la dinamita agazapada en sus verbos inocuos y la bomba atómica de su mensaje. Dios nos coja confesados. La degradación del lenguaje político no ha hecho más que comenzar o subir a otros niveles de grosería. La charranada y el desaguisado lingüístico del Tridente y compañía han tenido su nueva confirmación en la reciente propuesta del PP de España Suma para impedir la investidura de Pedro Sánchez, mientras se dedican a desacreditarlo, hasta formar gobierno con todos los partidos “constitucionalistas”, según dijeron, excluyendo al PSOE y a Podemos, como si no acataran la Constitución de 1978, acabar con la emigración, eliminar el delito de la violencia de género, yugular los derechos laborales, como empezó a ensayar el PP, cuando gobernaba Rajoy, y erosionar el Estado de bienestar, como llegó a proponer un conocido banquero español. De juzgado de guardia. Por eso, cuando Pedro Sánchez consiga formar un gobierno estable, constitucionalista, no sé dónde vamos a parar. Los gritos se van a oír en las galaxias estelares. Al tiempo.