TRIBUNA
El Gobierno de España y los principios
Solo hay dos dos salidas: a la portuguesa o a la alemana. La solución lusa es compatible con una coalición. La vía alemana es ficticia. Ni C’s alcanza los niveles de convicciones de centro de la CDU ni el PSOE puede equipararse al SPD
José Antonio Martín Pallín 5/08/2019
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Pedro Sánchez, el 1 de agosto de 2019.
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He seguido el tortuoso proceso de investidura desde el Reino (de momento) Unido. Las principales televisiones pasaron olímpicamente de cualquier información sobre el evento, ni siquiera lo recogieron en las tiras que acompañan a los telediarios. Parece ser que seguimos siendo un país maravilloso para tomar el sol, paellas y sangría. Solo se hizo eco The Times, en una media columna, después del día de la investidura frustrada.
Me llamó la atención un referencia entrecomillada que atribuía a Pedro Sánchez, una frase que, en principio, no tendría más interés que reflejar la posición del candidato frustrado. El corresponsal resaltaba que el candidato manifestase que no quería ser presidente de España a cualquier precio. Pero en la versión que yo conocía, por mi seguimiento de los diarios digitales españoles, lo que en realidad había dicho era mucho más grave y preocupante para la salud de nuestra democracia. Lo que leí, si no me falla la memoria, fue: “Prefiero no ser presidente de España a renunciar a mis principios”.
Esa frase grandilocuente, por su contenido y en el momento en que se pronuncia, constituye una radiografía perfecta de la democracia que hemos construido, entre todos, después de cuarenta años de dictadura y otros cuarenta de convalecencia. El candidato y futuro presidente del Gobierno de España nos debe una explicación o por lo menos una matización de tan lapidaria frase. ¿A qué principios se refiere? ¿A los valores superiores del ordenamiento constitucional? ¿A sus principios ideológicos? ¿A sus convicciones éticas? ¿A las reglas inmutables de su estrategia para llegar al poder? ¿Es una frase para pasar a la Historia? Me recuerda la que pronunció el almirante Méndez Núñez, después de la derrota en la Batalla de Callao: “Más vale honra sin barcos que barcos sin honra”. Estoy seguro que el almirante cumplió con su deber y nada puede reprochársele, pero perdimos la batalla y los barcos. Como es lógico, el presidente no tiene por qué contestar a mis interrogantes, por lo que me arriesgaré a internarme por ese intrincado laberinto para descifrar esa grave e implícita descalificación de algunos de sus posibles oponentes, en pleno fragor de la batalla por conseguir la investidura. La partida se abrió con una gran variante de posibilidades, alianzas y movimientos tácticos. El candidato no debe olvidar que había conseguido la posibilidad de presentarse a una investidura mediante una moción de censura que prosperó, contra pronóstico, por una escasa mayoría, conformada por un conglomerado de partidos políticos que, según los postulados de la derecha extrema, no tienen cabida en el juego político por estar estigmatizados con las lacras, del populismo, el nacionalismo, el independentismo e incluso por el terrorismo. Todos ellos tienen el pecado original de haber sido expulsados del paraíso constitucionalista.
No me parece lógico que si sirvieron para censurar al presidente del Partido Popular, no sirvan para tejer alianzas o convenios que lleven a conformar un gobierno presidido por el proponente de la moción de censura. Por cierto, conviene no olvidar que el actual candidato demostró que no quería hacerse cargo de la Presidencia del Gobierno al conminar, varias veces, al presidente Rajoy a que presentase la dimisión, ofreciendo a cambio la retirada de la moción de censura.
En un país donde se derroca a un gobierno con los votos de nacionalistas e independentistas, es impensable, incoherente e incomprensible que no se cuente con esos votos para llegar a la Presidencia del Gobierno. Este mantra del constitucionalismo, que tiene atenazada a nuestra democracia, es necesario desmontarlo con urgencia si no queremos perpetuar la supremacía de una España que solo tolera los valores que encarna un enmohecido españolismo que vive de las glorias del pasado.
Pienso que el partido que los representa, con mayor autenticidad y convicciones, es Vox. La Reconquista consiste en volver a la casilla de salida y perpetuar el desolador panorama que se vivió durante la dictadura (pantanos aparte) si bien esta vez con métodos menos sangrientos porque no caben en estos tiempos. Por cierto, ¿qué política pretenden aplicar en Cataluña y Euskadi, estos nuevos hitlerianos y fascistas del siglo XXI?
Siguiendo con nuestro espectro político, nos encontramos con Ciudadanos, nacido para confrontarse con el nacionalismo catalán que evidentemente hacía difícil la convivencia diaria con ciertas medidas políticas del radicalismo independentista. Como este bagaje político era demasiado localista, decidieron asumir, por lo menos emblemáticamente, la ideología liberal, aunque por sus obras tengo la sensación de que muchos de sus dirigentes creen que Adam Smith era un sheriff del Oeste americano encarnado por John Wayne o más moderadamente por James Stewart. Se han quedado en tierra de nadie, agarrándose desesperadamente a un centro político inexistente, que se abre como una grieta por la que inexorablemente se precipitan hacia la nada.
Y nos quedan los valores fijos. El Partido Popular, heredero de la antigua Alianza Popular, cuyo fundador Manuel Fraga casi se cae del caballo al sumergirse en la realidad democrática de un país al que los guardianes de las esencias de la patria hispana llegaron a definir como la Pérfida Albión. Por lo menos, Fraga intentó conjugar las esencias del franquismo con un conservadurismo, con cierto tinte liberal, a la moda anglosajona.
Sus políticas y mensajes no puede ser más simplista y estereotipados. Nacionalistas y populistas quieren romper España. ¿Tanta fuerza física pueden desarrollar? ¿Cómo se rompe España? ¿A martillazos como sus ordenadores, o reconociendo, como dice la Constitución que somos una nación con nacionalidades y regiones? ¿Se rompe exigiendo el desarrollo de políticas sociales que amortigüen las desigualdades que pueden llegar a ser insoportables? ¿Propugnando la diversidad lingüística interna, de la que nada tiene que temer la lengua española con un fuerza arrolladora en el mundo de los hispano hablantes? En fin, si tienen tiempo, les agradecería que desarrollasen con más detalle en qué consiste la hercúlea tarea de romper España.
En el otro flanco del espectro que conforma el lado oscuro de la luna, nos encontramos con un conglomerado en el que se amalgaman, como si fuese posible su aleación, materiales muy diferentes: movimientos políticos como Podemos, surgidos de la reacción popular de los indignados en torno al 15-M; los nacionalistas vascos PNV, que hasta su disolución formaban parte de Internacional demócrata-cristiana; los nacionalistas catalanes encarnados por partidos burgueses en el sentido histórico de la expresión o por Esquerra Republicana, de inequívoco sentido democrático y de políticas sociales, defensores de la identidad catalana en el marco de un Estado independiente. En mi opinión, cada vez más alejado, como el último vagón del tren que ha salido de la estación.
Por último, el Partido Socialista Obrero Español, con más de cien años de actividad política, desarrollada en muy diferentes épocas y circunstancias. La socialdemocracia, en la que se integra, ha sabido administrar y suavizar, hasta momentos recientes, los rigores de un capitalismo temeroso de la fuerza de la Unión Soviética y que se quitó la careta un poco antes de la Caída del Muro de Berlín. El PSOE se siente tentado por el ejemplo de sus congéneres alemanes a formar una coalición que, al fin y a la postre, se ha convertido en una serpiente pitón que primero les asfixió y puede terminar por devorarlos.
El presidente non nato pertenece a este partido y se ha situado a su frente, primero tratando de alejarse de conformistas que gobernaron nuestro país en tiempos recientes, y a la postre, optando por bañarse en las aguas estancadas del realismo político. El realismo político se presenta bajo diferentes siglas: FMI, BCE, CEOE, AEB o el IBEX 35.
Respetando y congratulándonos, como no podía ser de otra manera, de que el candidato a la Presidencia del Gobierno tenga sus principios y valores en el terreno personal e intransferible de la ética, me permito recordarle que tiene, además, un compromiso constitucional que nace de la puesta en marcha del mecanismo para investir al presidente del Gobierno después de celebradas unas elecciones.
Examinando el panorama que nos ofrece el resultado de las elecciones, hace tiempo que manifesté públicamente que solo veía dos salidas: un gobierno a la portuguesa o una coalición a la alemana. Advierto que una solución a la portuguesa no es incompatible con una coalición de gobierno. La vía alemana me resulta ficticia. Ni Ciudadanos alcanza los niveles de convicciones democráticas moderadas y de centro de la señora Merkel y su partido, ni el Partido Socialista Obrero Español puede equipararse al Partido Socialista de un país como Alemania, con niveles económicos y sociales notablemente superiores. Tenemos que ser conscientes de que somos un país del sur y los partidos socialistas (véase Francia o Italia –donde por cierto han desaparecido–, Portugal y España) tienen que adaptar sus políticas socialdemócratas a la realidad social y económica de las sociedades en donde desarrollan su actividad política.
La segunda opción, compartida inicialmente por numerosos portavoces y políticos del Partido Socialista, pasaba por considerar a Unidas Podemos como el socio preferente para un gobierno de coalición. Ante el fracaso, no tiene mucho sentido enredarnos en el reparto de culpas, aunque las encuestas parecen inclinarse por atribuirlas mayoritariamente el PSOE. Por lo menos, el presente aparece despejado. El menú es único, un pacto programático apoyado por la sociedad civil al que se tiene que adherir Unidas Podemos y se supone que el resto de los partidos que votaron la moción de censura, aunque, de momento, no han sido invitados a la mesa. No tiene por qué ser exclusivamente al gusto portugués.
En política no cabe tomar posiciones en virtud de agravios, sino pensando en el bien de la comunidad y en interés general. Creo que no queda otra alternativa que intentar, por todas las partes, un pacto programático con luz y taquígrafos que permita a los ciudadanos conocer hacia dónde nos lleva la nueva y, por ahora, última propuesta del candidato. Todo menos enfrentarnos a unas elecciones en las que al quinto jinete del apocalipsis, Vox, se le va a entregar la llave del gobierno de la nación. Si algún ingenuo pensaba que en Madrid y Murcia iban a surgir dificultades para conformar gobiernos de derechas, pienso que desconoce totalmente la realidad del país en el que vive.
La conclusión que se puede extraer de esta tramoya no es alentadora. Estamos viviendo en una democracia convaleciente e inmadura, incapaz de aceptar la fórmula de un gobierno de coalición, con la paradoja añadida de que sí ha sido posible en muchas comunidades autónomas. La explicación es fácil, el Gobierno central conserva en sus manos las claves de la política económica y social, el régimen impositivo fiscal y el gasto público. Me parece que, en esa delicada materia, los poderes económicos y financieros no están dispuestos a transigir con una coalición que no salvaguarde una economía libre de mercado, según el eufemismo que se han inventado los liberales, para imponer relaciones comerciales empresariales y laborales, en condiciones de superioridad y de desequilibrio, a las que no están dispuestos a renunciar.
Si no existe la capacidad necesaria para un gobierno de coalición en el que, como sucede en muchos países, los socios puedan tener discrepancias públicas sin que se resquebrajen las estructuras ni las políticas de gobierno, habrá que reconocer que, de momento, y espero que sea una enfermedad pasajera, somos incapaces de aplicar los fórmulas habituales de otros países de la Unión Europea.
Estamos a tiempo de reflexionar antes de llegar a unas nuevas elecciones. No tiene sentido enrocarse en la búsqueda de culpables. Creo que los ciudadanos tienen todas las claves para formar su criterio. No tiene sentido tranquilizar la conciencia escudándose en posiciones salomónicas. Salomón era un tramposo, el hijo era suyo.
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José Antonio Martín Pallín es magistrado emérito del Tribunal Supremo. Comisionado de la Comisión Internacional de Juristas (Ginebra).
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José Antonio Martín Pallín
Es abogado de Lifeabogados. Magistrado emérito del Tribunal Supremo. Comisionado de la Comisión Internacional de Juristas (Ginebra).
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