Calpenadas
Los ángulos muertos
Sobre triángulos tóxicos, roles asumidos y ‘bullyng’ político
Mar Calpena 2/10/2019
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Un amigo decía esta semana que es terrible pensar que una parte del país quiera que las acusaciones contra los CDRs sean ciertas y que otra parte sólo desee que sean falsas. Dos escenarios que igual acaban siendo el mismo, y que hacen posible el retorno de los empeoradores a la primera línea del discurso.
El último lustro ha sido el del triunfo del ‘bullying’ político. Un ‘bullying’ que se ha apoyado en teóricos mandatos mayoritarios, o en la violencia física, o en el vas-a-la-seño clásico (cambiando la maestra por un juez). Cuando se habla de ‘bullying’, la mayoría de expertos señala que el papel más importante en el ecosistema social de cara a frenarlo es el del observador pasivo. Es decir, aquel niño que no es agresor ni víctima, pero que puede suponer la diferencia entre que se produzca, o no, un caso en la escuela. Un fenómeno, el ‘bullying’ que es una tragedia, porque pudre las relaciones humanas en su raíz de la infancia, a veces marca a las víctimas incluso décadas después, e instaura patrones difíciles de subsanar. Algunos lo han definido como “el Auschwitz del patio de la escuela”, en tanto las víctimas se eligen por algún rasgo que los hace disidentes respecto al sistema, y mientras –por miedo, o por desidia– un grupo de la población aparta la mirada pasivamente. Pero lo que en un régimen totalitario coge dimensiones tan nítidas como las de una noche de cristales rotos, en las democracias posmodernas es mucho más, glups, líquido. El agredido puede volverse o ser simultáneamente agresor, y el observador neutral puede verse obligado a elegir una trinchera, o transitar entre ambas. El psicólogo Stephen Karpman (de la escuela transaccional, que posiblemente no es la más hegemónica ni evidenciada en psicología, aunque esto nunca se sabe; hay más mal ambiente entre corrientes enfrentados de psicólogos que en cualquier psicofonía de Vistalegre 2. A efectos de tesis se lo compraremos) hablaba del juego del ‘triángulo dramático’. La idea es que en este juego, que marca las relaciones disfuncionales, las personas adoptan el rol de verdugo, el de víctima o de salvador. Los verdugos quieren imponer sus posiciones mediante la coacción, y devienen inquisición para quienes no quieren hacerlas suyas. Un verdugo es intransigente, no asume ninguna crítica, y culpa al resto de la sociedad de sus problemas. Las víctimas, en cambio, se consideran a sí mismas totalmente indefensas, y tampoco asumen demasiado la responsabilidad de cambiar su destino: el profe les tiene manía, el sistema no les permite en las circunstancias actuales hacer el referéndum que quieren, etc. La figura del salvador es quizás la más complicada; su deseo es poner paz, y rescatar a la víctima, pero a veces puede convertirse en lo que vulgarmente se llama un ‘pagafantas’, o dejarse pisar o arrastrar por los otros dos.
Todos tenemos un poco de cada uno de estos roles, pero la crispación política y mediática les ha exacerbado. De los que han asumido el constitucionalismo y el independentismo más duros se ha escrito ya mucho, y es fácil ver la alternancia verdugo / víctima que describía Karpman. Del papel de la mal llamada equidistancia, en cambio, no se ha dicho tanto, y cuando se ha hecho ha sido bien para victimizarse la, bien por acusarla de sumarse al carro de los verdugos. Pero Karpman nos enseña que el reto de este ángulo del triángulo es no callar, no hacerse invisible ante las injusticias, y no cruzar el delicado margen que hay entre empatía y aquiescencia.
Estos días se ha reclamado al independentismo en global que hiciera declaraciones públicas abjurando preventivamente de cualquier acto de violencia, sin respetar no ya la presunción de inocencia de los detenidos, sino la de quienes sostienen la misma ideología política de ellos. Son el mismo mecanismo perverso por el que algunos exigen a su frutal paquistaní que detenga el terrorismo de ISIS cuando hay un atentado. Del mismo modo, se ha dado por hecho el juego sucio del estado y, por asociación, el de cualquiera que pueda encontrar altamente disfuncional y preocupante que un ex presidente se fotografíe con terroristas (o que el MHP, máximo representante de la estado por estos lares, emplee el Palau de la Generalitat como si fuera una extensión de su domicilio particular). Se acercan días duros en previsión de una sentencia que apunta a serlo, y que poca satisfacción llevará a nadie. Días en los que los empeoradores, alternándose en el rol de verdugo o víctima según les convenga, intentarán convertir el Parlament en circo romano, los grupos de whatsapp en eriales impracticables y la convivencia en utopía. Días en los que más que nunca habrá que ser prudente.
Quizás, seamos optimistas, la historia puede rimar pero no suele repetirse exactamente. Para bien o para mal, la ilusión de que la correlación de fuerzas del 1 de Octubre ya no la cree nadie. El cansancio de unos y otros ha hecho variar y matizar algunas posiciones ideológicas –sobre todo, en ciertos ideólogos mediáticos por un lado y la otra– que ya no propugnan posiciones maximalistas e imposibles. Por otra parte, habrá que denunciar más que nunca todo lo que sea injusto, sectario y parcial en la representación de una sociedad que es más diversa, y en la que la vida toma muchos otros roles más allá del triángulo de Karpman.
Mientras esta semana el Parlamento casi acababa a golpes, se detenía a los miembros de un CDR, acusados de un delito tan grave como el de terrorismo. No ha habido medida a la hora de tratar una información tan frágil y volátil, que ha ocupado horas y horas de tertulias, informaciones, y tuits. Han vuelto los empeoradores, quienes no quieren dejar que hablamos de los ángulos muertos de su triángulo. Unos ángulos en los que Alemania bordea la recesión, la gente sigue ahogándose en el Mediterráneo, el clima se nos va a la mierda, y dos menores pobres acaban matando al hijo recién nacido en un hostal.
Un amigo decía esta semana que es terrible pensar que una parte del país quiera que las acusaciones contra los CDRs sean ciertas y que otra parte sólo desee que sean falsas. Dos escenarios que igual acaban siendo el mismo, y que hacen posible el retorno de los empeoradores a la primera línea del discurso.
Autora >
Mar Calpena
Mar Calpena (Barcelona, 1973) es periodista, pero ha sido también traductora, escritora fantasma, editora de tebeos, quiromasajista y profesora de coctelería, lo cual se explica por la dispersión de sus intereses y por la precariedad del mercado laboral. CTXT.es y CTXT.cat son su campamento base, aunque es posible encontrarla en radios, teles y prensa hablando de gastronomía y/o política, aunque raramente al mismo tiempo.
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