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La crítica literaria, esa disciplina, aparentemente inclasificable, basada en el discernimiento y el acervo del lector que la practica, ha disfrutado en Alemania de un prestigio y una relevancia social inimaginables. Prueba de ello ha sido el homenaje al recientemente fallecido crítico literario Peter Hamm, que tuvo lugar en la Academia de las Bellas Artes Bávaras de Múnich el pasado mes de septiembre. Infinitamente más sutil que su mediático homólogo Marcel Reich-Ranicki, al que habría que considerar su antípoda –por su discreción y su atención a la literatura disidente o no establecida–, Hamm mantuvo siempre una distancia crítica con el poderoso mundillo literario alemán, como dejó claro ya en su primer libro, Crítica a la crítica, publicado en España en 1971 por Barral.
El jueves 19 de septiembre, en la enorme sala clasicista del antiguo palacio real de Múnich, se reunieron personajes de la cultura de los tres estados de habla alemana para despedirse de un escritor que, aunque en los años 70 titulara uno se sus ensayos «Yo no soy un crítico», en su trabajo como tal, había abarcado la literatura lo mismo que la música contemporánea, el teatro y el cine.
“Un golpe de ataúd en tierra es algo / perfectamente serio.” Con este verso de Machado cerró Peter Handke su breve discurso sobre su amistad con este homme des lettres que dedicó su vida a la difusión de la obra de los demás.
Desde que a los dieciocho años leyó sus primeros poemas ante el Grupo 47, Peter Hamm era conocido como uno de los más destacados intelectuales de la posguerra alemana, recordó el editor Michael Krüger. Nacido en 1937, y abocado a la música y a la literatura como medios de salvación durante una infancia desgraciada, conquistó como autodidacta ambas disciplinas por su cuenta.
De la íntima relación de Peter Hamm con la música habló Alfred Brendel, y recordaba las rocambolescas grabaciones de toda la obra para piano de Schubert en la televisión alemana, organizadas y dirigidas por su amigo Peter.
El poeta Albert von Schirnding evocó los accidentados inicios literarios, comunes en los años 70, del poeta y crítico independiente –también del omnipresente Grupo 47–, que ya en esta época viajaba a la denostada Alemania socialista para trabar amistad con los poetas perseguidos por el régimen –Peter Huchel, Johannes Bobrowsky, Wolf Biermann–, a los que dio a conocer en Alemania Occidental, estableciendo contactos con editores occidentales y llevando clandestinamente libros y manuscritos de un lado al otro de la frontera. Aprovechó sus viajes para, de paso, reunir material para un soberbio documental televisivo sobre la música de Hanns Eisler, a la que rescató del olvido y sacó del encierro germano-oriental.
En el entierro de Hamm, al que asistió sólo el círculo más íntimo (la familia, Michael Krüger, Jürgen Habermas...), y que se celebró días antes del homenaje en la Academia de las Bellas Artes, Volker Schlöndorf ya había leído un agridulce discurso. Por eso en la Academia le correspondió a Bernd Sinkel, codirector del documental Alemania en otoño (1978), mostrar fragmentos del programa literario que Peter Hamm dignificó durante tantos años en la televisión suiza. No emulaba el Cuarteto literario de Reich-Ranicki; aunque los formatos se parecían mucho, el tono y el nivel eran otros. Hamm demostraba allí que la lectura contrastada de un libro, la conversación con un autor, podrían ser un ejercicio de lucidez, ironía y civismo.
En el chelo de Adrian Brendel sonó en pianísimo una pieza de György Kurtág, al que Hamm había conocido a través de György Ligeti. Reinaba el más absoluto silencio. El actor suizo Robert Hunger-Bühler recitó poemas de Thomas Tranströmer, amigo del difunto, desde que visitó, invitado por la poeta, a Nelly Sachs en Suecia, y ésta le presentó a sus colegas suecos. (La correspondencia de Peter Hamm con autores como Paul Celan, Ingeborg Bachmann, Thomas Bernhard, Hans-Werner Hernze, etc. daría por sí sola para un fascinante panorama de la historia cultural alemana.) De los viajes a Suecia surgió en 1957 una antología de la poesía sueca. Poco después le siguió una antología de la poesía checa.
El panorama literario alemán de posguerra se amplió y se internacionalizó gracias en buena parte a la inagotable curiosidad del entonces joven lector editorial (luego redactor de la Radio Bávara) por saber lo que se escribía y pensaba en otras partes, ya se tratara de la primera novela de Cees Nooteboom o de la poesía del rumano Mihail Sebastian; de los relatos del suizo Robert Walser, del que Hamm fue el primer redescubridor en Alemania, o de la poesía de Fernando Pessoa, a quien dedicó uno de sus incomparables documentales televisivos, mezcla de retrato biográfico, análisis literario y reflexión filosófica.
Lo que vio durante el rodaje en Lisboa y en la provincia portuguesa debió de ser lo que más tarde llamaría un “paisaje del alma”, es decir, una patria interior, lugares de reconocimiento y reencuentro con uno mismo. En la última década de su vida fue España la que se convirtió en ese topo literario y soñado, probablemente también bajo la influencia de los libros “españoles” de Peter Handke. Con la pluma y el coche fue una y otra vez en búsqueda de la Soria de Machado, de la Salamanca de Unamuno, pero también de la Granada de Lorca y de la Catalunya de Salvador Espríu, y acercó, en sugerentes ensayos, a los grandes de la poesía y del pensamiento español al público lector germanohablante.
La sección de la biblioteca de Peter Hamm dedicada a las literaturas peninsulares abarcaba unos treinta metros de estantería, y contenía todo lo que se había traducido en Alemania en los últimos cien años de las cinco lenguas que aquí conviven: novelas de Pérez Galdos lo mismo que, pongamos, una antología poética de Vicent Andrés Estellés; las obras completas de Ortega y Gasset o El castillo interior de Teresa de Ávila. Y sus ensayos –publicados en la editorial Hanser– sobre Camoes o Unamuno resultaban por eso tan amenos: porque combinaban un conocimiento enciclopédico de los autores españoles con un delicioso gusto para la anécdota personal.
Concluyó el homenaje el poeta Jan Wagner, leyendo un poema de Peter Hamm incluido en su libro La viga. Es el poema que le da título, dedicado a Heinrich Böll: “Viga, tú, la más humilde de mis hermanas… / ¿Por qué el milagro no va a ser de madera? / La historia no tiene paciencia ni piedad. / Marcha inconsciente al paso de los batallones más numerosos. / Pero la madera, incluso astillada y podrida / … no abandona su espíritu, no pierde / el aroma de la gran paciencia, es morada / de otros seres, temerosos pueblos minúsculos”.
Pocos encarnaron tan convincentemente el ideal de George Steiner de que “la crítica literaria debería surgir de una deuda de amor”. El de Peter Hamm fue un amor universal y para toda la vida. España le ha correspondido al menos mínimamente, al publicar no hace mucho dos de sus libros de conversaciones literarias: Vivan las ilusiones, con Peter Handke (Pre-Textos, 2011), y Señor Bernhard, ¿le gusta ser malvado? (Alianza, 2013).
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Autor >
Cecilia Dreymüller
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