¿No hay límites? Sobre Kipchoge y sus dos horas
Lo que hizo el keniata el sábado en el Práter vienés se escapa de lo que pretende ser el deporte
Marcos Pereda 15/10/2019
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Seguro que han visto la imagen. En noticiarios, en los periódicos. Un hombre corriendo. Camiseta blanca, manguitos del mismo color cubriendo sus brazos. Los ojos muy abiertos, saludando a uno y otro lado, de forma coreografiada, como si todo formase parte de una película. Detrás otros siete atletas, éstos con camiseta negra. Levantan las manos, hacen gestos de alegría. Una recta inmensa, montones de aficionados apostados más allá de las vallas. Y un enorme arco, oscuro en la base, encarnado más arriba. “Ineos” pone, en grande. En el centro, seis cifras. 01:59:40. El ser humano ha bajado de las dos horas en el maratón. Solo que…
Ustedes habrán escuchado todo tipo de halagos para Kipchoge, el protagonista de la hazaña. Merecidos, ¿eh?, no se crean. Pero lo que hizo el sábado en el Práter vienés (el de “El Tercer Hombre”, el de la noria, el que escucha a lo lejos “La Marcha Radeztky” cada 1 de enero) se escapa de lo que pretende ser el deporte. Como cuando el hombre llegó a la Luna, decían los promotores. Bien, quizá sea así. Una marca, una fecha, un hito. Pero nada más. No es poco, pero no es todo.
De primeras, lo evidente. ¿Sirve de algo esta carrera por debajo de las dos horas? Bueno, a efectos “oficiales” no. Es algo así como cuando usted sale a trotar cochineramente por su barrio, con ese chándal tan feo que se compró solo-para-un-mes. De acuerdo, Kipchoge no tosía dolorosamente por culpa de los pitillos, pero la cosa gozaba de la misma influencia en las tablas de récords. Ni maratón se le puede llamar a su carrera, si nos ponemos estrictos (y aquí nos encanta ponernos estrictos). ¿Quieren un ejemplo más serio? El cubano Iván Pedroso contaba a todo aquel que quería escucharle cómo en algunos entrenamientos le habían medido saltos de más de nueve metros. Ahora vayan a las estadísticas y búsquenlos. Nada, allí aparece Mike Powell…
Las razones para que lo de Kipchoge no sea más que un reto (de esos que antes se hacían en plan solitario y ahora mueven millones de euros) son muy variadas
Las razones para que lo de Kipchoge no sea más que un reto (de esos que antes se hacían en plan solitario y ahora mueven millones de euros) son muy variadas. De primeras contaba con hasta 41 liebres que le fueron marcando perfectamente el ritmo durante, más o menos, 42 kilómetros. Dicho de otra forma, al keniata solo le dio el aire en los morros en los últimos treinta segundos de los 7180 en los que estuvo corriendo. Entre estos atletas había campeones olímpicos, subcampeones del mundo apenas una semana antes en Doha, campeones europeos, ganadores de la Diamond League e incluso leyendas absolutas como Bernard Lagat. Casi nada. Eso sí, en honor a la verdad hay que decir que el único que se comió los 42 kilómetros y 195 metros fue Kipchoge.
(Ah, sobre la posibilidad de que esa medición estuviese ligeramente sobredimensionada, que se ha manejado por ciertos periodistas en las últimas horas, preferimos no extendernos. Sería demasiado bochornoso incluso para este evento).
Todos ellos iban vestidos igual, con camiseta negra y pantalón del mismo color (salvo el protagonista, completamente de blanco). La mayoría llevaban manguitos en los brazos. En su pecho la palabra Ineos y el conocido “Swoosh” de Nike. Ineos es una empresa química británica que desembarcó este mismo año en el deporte patrocinando al antiguo equipo SKY, ganador en siete de los últimos ocho Tour de Francia. La aportación de Nike iba más allá, y se extendía a las zapatillas rosas que calzaban todos los atletas (nuevamente las de Kipchoge eran diferentes), las mismas que tanto destacaban en pantalla. Esas que son un prototipo aún no comercializado, y que, cuentan, ayudan de forma ostensible a mejorar las marcas. Básicamente porque poseen un montón de cámaras de aire, tres apoyos de fibra de carbono y un peso estimado de menos de 200 gramos. Lo de estimado es auténtico, porque al ser un prototipo Nike no ha querido hacer más declaraciones sobre ellas. Ayudan a fijar el talón y favorecen el retorno de la zancada. Vamos, que “rebotas” (permitan la boutade). La versión anterior ya se ha usado en competición, y en la actualidad la IAAF está estudiando si admitirlas o considerarlas “dopaje energético”.
Bien, sigamos. Las liebres iban colocadas de una forma determinada, claro. En punta de flecha invertida, que es la más favorable a la hora de crear una pantalla que proteja a quien va en el extremo del aire. Por detrás iban otros dos atletas, para mantener compacto el grupo. Delante circulaba un coche, suponemos que con el limitador de velocidad puesto, del cual salían unas luces hacia el suelo. Color verde, muy llamativo. Eran las que iban disponiendo dónde tendría que dar la siguiente zancada cada uno de los cinco tipos de vanguardia. Junto al grupo pedaleaban unos cuantos científicos. En el manillar de sus bicis cargaban con tablets, apuntes, folios que marcaban gastos energéticos y tiempos de paso. De vez en cuando uno de ellos se acercaba hasta uno de los atletas más retrasados y le transmitía instrucciones. O le daba un gel, vaya. Hablaban de ritmos, de consumos energéticos, de llegadas previstas. Eran conversaciones más típicas de un laboratorio que de una carrera.
Incluso el lugar había sido minuciosamente seleccionado. Dos enormes rectas, dos curvas abiertas al final de cada una de ellas. Tiempo fresco, sin sol, pocas posibilidades de lluvia. Entre vuelta y vuelta se barría el recorrido, por aquello de quitar piedrecitas. Hace unos meses fracasó un negocio similar en Monza. Ahora nada podía quedar a la improvisación.
Y no podía porque lo que se estaba moviendo no era poca cosa. Se calcula que el coste total del asunto se fue por encima de los doce millones y medio de euros, de los cuales “solamente” uno fue para Eliud Kipchoge. ¿El resto? Pues para liebres, nutricionistas, jefes de prensa, estadísticos, combustible para el coche y bebidas energéticas. O algo así. Llama la atención que entre todo ese dineral no pudiesen sacar un piquito para hacer un control antidopaje…
Porque sí, el “reto de hacer un maratón por debajo de las dos horas” no contaba con test antidopaje previo o posterior. Ya ven, con lo que bien que le hubiese venido a Nike, en el ojo del huracán desde hace unas semanas por el llamado “Caso Salazar” (en pocas palabras, un sistema de dopaje en el Oregon Project de Nike a cargo del entrenador Alberto Salazar del cual, al parecer, estarían al tanto los propios directivos de la compañía, según investigaciones de la agencia antidopaje estadounidense). Pues nada, ni por esas. Un periódico generalista español sacó el domingo su listado con “las cuatro ventajas más polémicas” de Kipchoge. Se les pasó lo del antidopaje, curiosamente. Fruslerías. ¿Ventaja polémica? ¿Dónde? Que yo la vea…
Se calcula que el coste total del asunto se fue por encima de los doce millones y medio de euros, de los cuales “solamente” uno fue para Eliud Kipchoge. ¿El resto?
Análisis al margen, la pregunta que nos debemos hacer es otra. Por qué. Qué aporta la increíble marca ficticia a un atleta descomunal como Kipchoge (descomunal, ojo, una cosa no quita la otra, que el tipo es campeón olímpico y tiene el récord mundial de maratón –el bueno, el que vale– y lo que hizo en Viena es una cosa demencial, absolutamente asombrosa). O, más bien, qué se busca con esto, a qué viene el enorme despliegue publicitario y económico que tenía detrás lo que no pasaba de ser “entrenamiento televisado” (pongan todas las comillas que quieran). En el fondo es un signo de los tiempos. Donde cuentan más las marcas que las condiciones, donde se busca el simbolismo, algo que poder enseñar. Aquí era un “uno” al principio del tiempo, pero si ustedes lo trasladan a su día a día podrán ver que aparece en cualquier sitio. Especialmente en redes sociales. A este espíritu de exhibición, esta necesidad de ir siempre más allá, siempre un poco más allá, me refería hace meses con motivo de un caso bastante feo que incluía sustancias dopantes y atletas amateurs. Cada día nos tenemos que mostrar sonrientes, motivados, activos antes los demás. Y no hay nada que sea imposible. El ser humano no conoce límites, era uno de los eslóganes publicitarios del circo austríaco. Relean todo lo anterior. Y no se dejen llevar por la melancolía…
P.d.: Solo 24 horas más tarde, en Chicago, Brigid Kosgei rebajaba en más de un minuto el récord femenino de maratón. Lo ostentaba desde hacía 16 años Paula Radcliffe. Esas dos horas, catorce minutos y cuatro segundos sí subieron a las tablas oficiales. Fueron, supongo, la noticia del fin de semana dentro del atletismo.
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Marcos Pereda
Marcos Pereda (Torrelavega, 1981), profesor y escritor, ha publicado obras sobre Derecho, Historia, Filosofía y Deporte. Le gustan los relatos donde nada es lo que parece, los maillots de los años 70 y la literatura francesa. Si tienes que buscarlo seguro que lo encuentras entre las páginas de un libro. Es autor de Arriva Italia. Gloria y Miseria de la Nación que soñó ciclismo y de "Periquismo: crónica de una pasión" (Punto de Vista).
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