Tribuna
El vicio del capitalismo
El sistema económico necesita avaricia para poder expandirse. Y nosotros la hemos aceptado por completo. Llevar a cabo un cambio de valores parece, en este momento, una tarea imposible
Branko Milanović 9/10/2019
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Revisaré aquí cuatro temas importantes, que quizá no resulten evidentes a simple vista, de mi libro El capitalismo, solo [Capitalism, Alone]. El libro aborda muchos otros temas, de mayor actualidad, que posiblemente llamarán más la atención de los lectores y los críticos que los asuntos en cierto modo abstractos o filosóficos que analizaré brevemente aquí.
1. El capitalismo como único modo de producción en el mundo. Durante el anterior punto álgido de la globalización que lideró el Reino Unido, el capitalismo compartió el mundo con varios sistemas feudales o cuasi feudales que se caracterizaban por la mano de obra forzosa: los trabajos forzados se abolieron en el imperio Austrohúngaro en 1848, la servidumbre en Rusia en 1861, a la esclavitud se le puso fin en EE.UU. en 1865 y en Brasil no terminó hasta 1888; y la mano de obra adscrita a la tierra continuó existiendo en India y en un menor grado en China. Luego, después de 1917, el capitalismo tuvo que compartir el mundo con el comunismo, que, durante su apogeo, abarcó casi un tercio de la población mundial. Sin embargo, desde 1989, el capitalismo no solo es el sistema predominante a la hora de organizar la producción, sino el único. (Capítulo 1).
2. El rol histórico y mundial del comunismo. La existencia en todo el mundo del capitalismo (la forma económica de organizar la sociedad) no implica que los sistemas políticos tengan que organizarse de la misma manera en todos los lugares. Los orígenes de los sistemas políticos son muy diferentes. En China y Vietnam, el comunismo fue el instrumento a través del cual se introdujo el capitalismo indígena (como se explica más adelante). Las diferencias en cuanto a la “génesis” del capitalismo, es decir, la forma en que “se creó” el capitalismo en diferentes países, explican por qué existen al menos dos tipos de capitalismo hoy en día. Dudo que alguna vez llegue a existir un único tipo de capitalismo que englobe al mundo entero.
Para entender el argumento sobre los diferentes orígenes, hay que comenzar con la cuestión del rol del comunismo en la historia mundial y por tanto con la interpretación (histoire raisonée) del siglo XX (Capítulo 3; Apéndice A).
Existen principalmente dos narrativas del siglo XX: la liberal y la marxista. Ambas son similares a “Jerusalén”, según la terminología del filósofo ruso Berdiaff: consideran que el mundo evoluciona de etapas menos desarrolladas hacia otras más desarrolladas y llega a una terminal, ya sea de democracia capitalista liberal o de comunismo (sociedad de la abundancia).
Ambas narrativas se enfrentan a problemas significativos a la hora de interpretar el siglo XX. La narrativa liberal es incapaz de explicar el estallido de la 1ª Guerra Mundial porque, si tenemos en cuenta los argumentos liberales sobre la proliferación del capitalismo, el comercio (pacífico) y la interdependencia entre países e individuos que aborrecen manifiestamente el enfrentamiento, nunca debería haber sucedido y mucho menos de la forma en que lo hizo (es decir, involucrando a todos los países con un capitalismo avanzado en la guerra más destructiva hasta el momento). En segundo lugar, la narrativa liberal considera básicamente tanto al fascismo como al comunismo como “errores” (cul de sacs) en el camino hacia una democracia liberal sin aportar una gran reflexión sobre el motivo de que sucedieran estos dos “errores”. Por lo tanto, las explicaciones liberales tanto del estallido de la guerra y los dos “cul de sacs” son a menudo ad hoc, y enfatizan el rol que representaron algunos actores individuales o acontecimientos idiosincráticos.
Permitir que los países colonizados lograran su liberación tanto social como nacional fue el papel histórico del comunismo
La interpretación marxista del siglo XX es mucho más convincente tanto a la hora de explicar la 1ª Guerra Mundial (el imperialismo como la fase superior del capitalismo) como el fascismo (un intento por parte de la debilitada burguesía de frustrar las revoluciones de izquierdas). Pero la visión marxista es totalmente incapaz de explicar 1989, la caída de los regímenes comunistas y, por tanto, incapaz de ofrecer una explicación para el rol del comunismo en la historia mundial. La caída del comunismo, desde una perspectiva estrictamente marxista, es una aberración, tan inexplicable como si una sociedad feudal que hubiera vivido una revolución burguesa de derechos diera de repente “marcha atrás” y reinstaurara de nuevo la servidumbre y la división de clases tripartita. En ese sentido, el marxismo ha renunciado a intentar procurar una explicación para la historia del siglo XX.
La explicación a este fracaso reside en que el marxismo nunca efectuó una distinción significativa entre los esquemas marxistas relacionados con la sucesión de formaciones socioeconómicas (lo que yo llamo la Senda Occidental de Desarrollo, SOD) y la evolución de países más pobres y colonizados. El marxismo clásico nunca cuestionó en serio si la SOD se podía aplicar en su caso. Creía que los países más pobres y colonizados sencillamente seguirían, con un desfase temporal, el desarrollo de los países avanzados, y que la colonización y por supuesto el imperialismo producirían la transformación capitalista de esas sociedades. Esta fue la visión expresa de Marx en cuanto al papel que tuvo el colonialismo inglés en Asia. Sin embargo, el colonialismo demostró ser demasiado débil para semejante tarea mundial, y solo consiguió introducir el capitalismo en pequeños países de tránsito como por ejemplo Hong Kong, Singapur y algunas partes de Sudáfrica.
Permitir que los países colonizados lograran su liberación tanto social como nacional (nótese que nunca hubo necesidad de lo segundo en los países avanzados) fue el papel histórico y mundial del comunismo. Solo mediante partidos comunistas o de izquierdas se pudieron llevar adelante con éxito ambas revoluciones. La revolución nacional significó independencia política; la revolución social significó la abolición de las instituciones feudales que obstaculizaban el crecimiento (el poder de los terratenientes usureros, la mano de obra adscrita a la tierra, la discriminación de género, la falta de acceso a la educación por parte de los pobres, la depravación religiosa, etc.). En ese sentido, el comunismo allanó el camino para que se desarrollara el capitalismo indígena. En la práctica, en las sociedades colonizadas del tercer mundo, el comunismo representó el mismo papel que las burguesías nacionales representaron en occidente, ya que el capitalismo indígena solo pudo consolidarse cuando las instituciones feudales fueron eliminadas.
Una sucinta definición del comunismo sería entonces la siguiente: el comunismo es un sistema social que permitió a las sociedades atrasadas y colonizadas abolir el feudalismo, recobrar la independencia económica y política y desarrollar un capitalismo indígena.
3. El dominio mundial del capitalismo fue posible gracias a ciertos rasgos humanos (que a su vez agudiza) que, desde una perspectiva ética, son cuestionables. Una comercialización mucho mayor y una mayor riqueza han refinado, de diversas formas, nuestros modales (según Montesquieu), pero lo han hecho utilizando lo que tradicionalmente se consideraron vicios: el deseo por el placer, el poder y el beneficio (según Mandeville). En ese sentido, los vicios son imprescindibles para que “nazca” el capitalismo hipercomercializado y, a la vez, reciben su apoyo de él. Los filósofos los aceptan no porque sean deseables en sí mismos, sino porque permitir su ejercicio limitado permite lograr un bien social mayor: la afluencia material (Smith; Hume).
el éxito material del capitalismo está asociado con el reinado de las medias verdades en nuestras vidas privadas
Aun así, el contraste entre comportamientos aceptables en un mundo hipercomercializado y los conceptos tradicionales de justicia, ética, vergüenza, honor y desprestigio, crea un abismo que se rellena con hipocresía. Uno no puede aceptar abiertamente que por una suma de dinero ha vendido su derecho a la libertad de expresión o su capacidad para discrepar con su jefe, y por eso surge la necesidad de encubrir ese hecho con mentiras o tergiversaciones de la realidad.
Extraído del libro (Capítulo 5):
“El dominio del capitalismo como la mejor, o más bien la única, manera de organizar la producción y la distribución parece absoluto. No hay competidor a la vista. El capitalismo alcanzó esa posición gracias a su capacidad, que apelaba al interés personal y al deseo de poseer propiedades, de organizar a la gente para que se consiguiera, de forma descentralizada, crear riqueza y aumentar considerablemente los estándares de vida del ser humano medio del planeta (algo que hace solo un siglo se consideraba casi utópico).
Pero este éxito económico agudizó el desfase existente entre la capacidad para vivir más y mejor y la falta de un aumento proporcional de moralidad, o incluso felicidad. La mayor abundancia material hizo que los modales y el comportamiento de unos hacia otros mejorara: como las necesidades básicas, y muchas más, estaban cubiertas, la gente ya no necesitaba entrar en una lucha hobbesiana de todos contra todos. Los modales se volvieron más refinados y la gente más considerada.
Pero este refinamiento externo se consiguió a costa de que la gente estuviera cada vez más guiada únicamente por el interés personal, incluso en muchos asuntos cotidianos y personales. El espíritu capitalista, testimonio del éxito generalizado del capitalismo, penetró plenamente en las vidas individuales de la gente. Como extender el capitalismo a la esfera de la vida familiar e íntima era algo antitético a las centenarias ideas sobre sacrificio, hospitalidad, amistad, lazos familiares y otros similares, no fue fácil aceptar abiertamente que todas esas normas habían sido sustituidas por el interés personal. Entonces, ese malestar creó una enorme zona en la que reinaba la hipocresía. Así, en última instancia, el éxito material del capitalismo terminó estando asociado con el reinado de las medias verdades en nuestras vidas privadas”.
4. El sistema capitalista no puede cambiarse
El dominio del capitalismo hipercomercial se consolidó gracias a nuestro deseo de seguir mejorando permanentemente nuestra condición material, de seguir enriqueciéndonos, un deseo que el capitalismo satisface mejor que nadie. Esto ha conducido a la creación de un sistema de valores que sitúa el éxito monetario en lo más alto. En muchos sentidos es una evolución deseable porque “creer” solo en el dinero elimina otros indicadores jerárquicos tradicionales y discriminatorios.
Para que el capitalismo exista, necesita crecer y expandirse siempre hacia nuevas zonas y nuevos productos. Pero el capitalismo no existe fuera de nosotros, como un sistema externo. Son los individuos, es decir, nosotros, los que, en nuestro día a día, creamos el capitalismo y le proporcionamos nuevos campos de acción (tanto que hemos transformado nuestros hogares en capital y nuestro tiempo libre en un recurso). Esta mercantilización extraordinaria de casi todas las actividades, incluidas las que solían ser privadas, fue posible a causa de nuestra internalización de un sistema de valores que sitúa en la cima la obtención de dinero. Si este no fuera el caso, no habríamos convertido en mercancía prácticamente todo lo que puede (por el momento) ser mercantilizado.
El capitalismo, para poder expandirse, necesita avaricia. Y nosotros hemos aceptado la avaricia por completo. El sistema económico y el sistema de valores son interdependientes y se refuerzan entre sí. Nuestro sistema de valores permite que funcione y se expanda el capitalismo hipercomercializado. De eso se deduce que no existe un cambio imaginable del sistema económico sin que cambie también el sistema de valores que lo sustenta, que este sistema fomenta y con el que, en nuestras actividades cotidianas, estamos perfectamente cómodos. Pero llevar a cabo semejante cambio de valores parece, en este momento, una tarea imposible. Se ha intentado antes y terminó con el fracaso más ignominioso. Por lo tanto, estamos encerrados en el capitalismo. Y con nuestras actividades, un día sí y otro también, lo apoyamos y lo fortalecemos.
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Traducción de Álvaro San José.
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