Señales de humo
Los pecados del padre Díaz
Ana Sharife 9/10/2019
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En 1820, durante el Levantamiento de Riego, el sacerdote canario Manuel Díaz Hernández (La Palma 1774-1863) dirige desde su púlpito una proclama en contra de los poderes tiranos y absolutistas. Símbolo del movimiento liberal palmero, pronto se encuentra en mitad de un fuego cruzado, sufriendo una feroz persecución tanto eclesiástica como política. Cuatro años después, Fernando VII recupera el poder absoluto y el padre Díaz es apresado, procesado y desterrado. ¿Su pecado? Defender la instauración de los valores democráticos, la libertad de culto, la justicia social y el progreso. En sus homilías solía recordar que “un pueblo católico puede ser también un pueblo libre”.
Se cumplen 200 años desde que el sacerdote palmero rechazara el nombramiento de Canónigo electo de la Catedral de La Laguna para no ausentarse de la labor pastoral que ejercía en la iglesia del Salvador de Santa Cruz de La Palma, de la que fue rector desde 1817. Quería “presidir en la caridad”, algo que siempre pidieron los mejores teólogos del ecumenismo y que fue, posiblemente, el primer paso hacia su martirio. El padre Díaz prefirió cumplir aquello que marca el Evangelio original: estar con los pobres. Su lucha a favor de una Iglesia antigua, más próxima a su verdadero espíritu fraterno fue su más elevada bandera, como consecuencia de una fe pura. El sacerdote palmero se convertiría en una figura sobresaliente en todo el archipiélago canario, al entender las ideas liberales como esenciales para procurar la evolución interior de sus feligreses, a los que pide “actuar conforme a la gran afinidad que hay entre la religión cristiana y la libertad bien entendida”.
Manuel Díaz se convierte en un ejemplo de clérigo comprometido. No se limita a impartir misa, bautizos y comuniones, sino que lleva a cabo una intensa labor social desde su parroquia. El padre Díaz baja del púlpito para atender las necesidades de sus feligreses y combatir las injusticias. Fue un gran benefactor que trató de paliar el hambre en la isla de La Palma durante la primera mitad del siglo XIX. La suya era una iglesia social al lado de los más desfavorecidos, como hiciera su preceptor y figura central del cristianismo, Jesús de Nazaret.
Brillante orador, gran aficionado a la lectura, la reflexión y las artes, el sacerdote palmero fue una figura clave en la educación y la cultura isleña que ha pasado a la historia de su isla natal como un personaje excepcional de enorme influencia a lo largo de todo el siglo XIX. Su producción escrita se centra principalmente en varios exhortos descritos en el tomo III de la Biobibliografía de Autores Canarios, de Agustín Millares Carló y Manuel Hernández Suárez, que aún se repiten en algunas iglesias del Archipiélago.
Durante los tres años de Trienio Liberal se establecen tímidas reformas que nuestro cura palmero apoyaría firmemente, entre ellas la eliminación de privilegios estamentales, así como acabar con la ausencia de libertades que imponía el Antiguo Régimen. Sus ideas ilustradas y de justicia social chocaban de frente con la Iglesia de su tiempo, y la persecución contra el párroco palmero contribuyó a convertirle en un mártir.
En 1823 el rey recupera el poder absoluto ayudado por los Cien Mil Hijos de San Luis. Se establece la pena de muerte para quien enaltezca la Constitución. Rafael del Riego es ahorcado. “Cubierta la cabeza con su gorrete negro, lloraba como un niño”, escribe Galdós. Mendizábal se exilia a Londres, y el padre Díaz es apresado y procesado. Como castigo es desterrado a Tenerife durante once años. ¿Su delito? Seguir el Evangelio original de la Iglesia: una entrega absoluta a los demás sin diferencias de signos políticos o ideas religiosas.
Durante la Década Ominosa, España se divide en dos y Mariana Pineda es asesinada por su defensa de la libertad y la igualdad. Con la Regente Mª Cristina en 1834 se elabora una norma que evite enfrentamientos entre liberales y absolutistas. Se suprime la Inquisición y regresa Mendizábal. Un año después el tribunal eclesiástico de la diócesis de Tenerife absuelve al párroco en la causa criminal. Desde el Puerto de la Cruz, a bordo del barco La Cayetana regresa el cura Díaz a La Palma. La gente se agolpa para verlo llegar en un caluroso y festivo recibimiento, deseosa de que el sacerdote siguiera con su labor parroquial en la iglesia de El Salvador.
A la figura de este sacerdote palmero, que llevaría a cabo una intensa labor cultural, social y artística en la parroquia capitalina de la isla bonita hasta el fin de sus días, historiadores y escritores le han dedicado libros, documentales y homenajes. De hecho, sus biógrafos destacan piezas musicales, pictóricas y escultóricas de notable calidad que son de su propia autoría.
Tras 65 años de actividad sacerdotal, el padre Díaz se convertiría a su muerte en modelo de cura virtuoso y caritativo, dejando una estela imborrable en la sociedad isleña. Su estatua, primer monumento civil erigido en Canarias, sería colocada sobre lo alto de un gran pedestal. En la cara delantera de la base, una lápida en mármol lleva esculpidos signos relacionados con las cualidades de su figura (un laurel, una lira, un cáliz, una palma del martirio, una partitura musical). En la parte posterior, sorprende la imagen de un relieve del pelícano que desgarra su pecho para dar de comer a sus hambrientas crías, símbolo de la caridad y la filantropía (grado 18 de la francmasonería). Un símbolo eucarístico y cristológico que, curiosamente, se repite en el sagrario del tabernáculo del templo, por lo cual se sospecha su vinculación a la masonería, como desvela el historiador Manuel Paz en La Masonería en La Palma.
En el año 2008, los restos mortales del presbítero regresan a la parroquia de El Salvador, después de ser trasladados en procesión desde el cementerio capitalino, donde su cuerpo yacía en un sepulcro con una sencilla cruz de madera a la que nunca faltaron flores y cartas de amor.
El padre Díaz es el modelo en el que se miran muchos religiosos que en la actualidad están lejos de las posiciones más conservadoras de la jerarquía oficial, que tienden puentes con la sociedad y apuestan por los pobres y los emigrantes. “Una iglesia fuera de los palacios y de los símbolos del poder”, como reclama el papa Francisco.
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Ana Sharife
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