CDR: Contradicciones y Desilusiones Republicanas
Las asambleas se replantean su futuro, entre el cansancio y la frustración
Elise Gazengel 9/10/2019
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Los han llamado “comandos separatistas”, “violentos”, “fanáticos”, y ahora, “terroristas”. De momento, lo poco que sabemos es que se llaman Alex, Javier, Fernando, Eduardo, Germinal, Jorge y Alexis, que son siete y que están en prisión porque la Audiencia Nacional ve indicios de que pertenecen a una “organización terrorista”. Dejemos que los tertulianos y los políticos comenten si las filtraciones que leímos en las portadas de algunos diarios tienen credibilidad o no. No lo sabemos. Hay secreto de sumario y los detalles que nos puedan llegar son información interesada. No sabemos si eran sustancias para hacer “correfocs” o para hacer explosivos. Nos quedamos con aquel “a la espera de confirmación por los especialistas” del comunicado de la Guardia Civil. Esperaremos. Y mientras tanto, hablaremos con otros miembros de CDRs. Porque siete detenciones no pueden explicar quiénes son las miles de personas de los llamados CDRs. O no del todo.
Por eso hemos vuelto a una asamblea de CDRs de un barrio del centro de Barcelona. Los CDRs se organizan por barrios o municipios, y hoy se contabilizan casi 300 de pueblos, de barrio y sectoriales (la mayoría, en Cataluña) que funcionan de forma autónoma y asamblearia. Las decisiones locales son trasladadas a la coordinadora nacional vía otros comités del territorio, y las redes sociales permiten globalizar el movimiento.
Casi siempre, estas asambleas semanales se hacen en centros o espacios vecinales. La convocatoria se hace por grupos de Telegram abiertos, y en cada convocatoria admiten nuevos miembros. Miembros que no se ponen pasamontañas ni se reúnen en la oscuridad de un garaje. Los espacios vecinales ceden salas de reuniones con sillas que se vuelven a colocar al terminar “tal y como las hemos encontrado al llegar”.
Podríamos decir que se llaman Xavi, Montse, Pep o Silvia, pero, al menos en las asambleas donde se reúnen, intentan no decir sus nombres en voz alta ... aunque a veces a alguien se le escapa. Ser anónimo solo es uno de los requisitos impuestos cuando asistes a una asamblea. “Lo recordamos para los nuevos: los móviles apagados y dentro del armario de la sala”, avisa un chico de unos veintipocos con gafas negras que parece que lidera el grupo. Lo llamaremos “el líder”.
Esta paranoia no es nueva. Hace un año ya vigilaban a los que tenían el móvil en la mano (aún se podía, en algunas asambleas) durante las reuniones. En los CDRs, y en el movimiento independentista en general, la desconfianza es una regla de oro. “No podemos ser confiados, son capaces de utilizar una conversación normal para acusarnos de lo que sea”, explica un miembro de unos 50 años con camisa azul y voz suave.
En la asamblea de hoy no se preparan bombas. Sin embargo, uno de los asistentes (con pelo blanco y pantalones cortos de ir de excursión), “el senderista”, dice riendo que su vecina de silla “manipula polvo sospechoso en la cocina”. La broma no tiene mucho éxito, entre la concurrencia, y muchos miran de reojo si la periodista apunta en la libreta esta anécdota. Este día, el CDR prepara las próximas manifestaciones, como la que habrá al día siguiente: la del segundo aniversario del 1 de octubre.
Los talleres de comportamiento en las manifestaciones o de resistencia pacífica en las asambleas son de otro tiempo. Ya han pasado dos años desde aquel otoño en que abuelos y jóvenes aprendían cómo actuar ante la policía. De hecho, las manifestaciones más o menos multitudinarias de estos 24 meses empiezan a cansar tanto a los jubilados como a los jóvenes que hay hoy.
El primero que coge el turno de palabra (porque en una asamblea no se hacen debates) es un estudiante enfadado: “Yo no entiendo hasta qué punto debemos implicarnos en manifestaciones del ANC y de Òmnium, que solo son conmemoraciones”. Le apoya “el hipster”, de unos 30 años y con camisa tropical: “Creo que no sirve de nada, o no es suficiente, decir aquello de ‘no estáis solos’. Yo mañana no celebro nada y me levantaré tan fresco. Basta de efemérides”. Entre el “hasta arriba de manifestaciones” y el “siempre hacemos lo mismo y muy bonito, pero no lleva a ninguna parte”, la amplia mayoría de los miembros de este CDR se cuestiona en esta asamblea la utilidad de su colectivo.
Ante tanta desilusión y frustración, el “senderista” propone una encuesta rápida: “De acuerdo, no sirve de nada manifestarnos, pero, ¿hasta donde estamos dispuesto a llegar? Pongamos que el 1) es manifestarse sin ningún riesgo, el 2) tomar un riesgo que incluya detención y calabozo, y el 3) algo que comporte meses o años de cárcel... Pero todo esto, obviamente, sin violencia “. [Guiño a la periodista] ¿Respuestas? Todo el mundo es partidario del punto 2.
Un hombre con camisa amarilla que hace meses que no va “justamente porque hace tiempo que me pregunto si sirve de algo”, el optimista, resume: “Estamos todos muy motivados, pero realmente todo el mundo quiere volver a casa tranquilo a la noche tras una mani. Cuando salga la sentencia, lo mismo: no veo la sociedad catalana asaltando la prisión, porque somos una sociedad acomodada, y me incluyo”.
En la asamblea, de hecho, ya habían firmado las palabras del comunicado elaborado: los siete detenidos “son inocentes” y “no necesitamos condenar una violencia que no existe para poder reclamar la libertad de nuestras compañeras”. ¿Cómo pueden saber que lo son? El argumento clave que todos repiten son los ejemplos de otros casos, como el de Tamara Carrasco [una activista investigada por delitos de terrorismo y rebelión por la Audiencia Nacional, que finalmente derivó el caso a un juzgado de Cataluña que rebajó la instrucción a difusión o llamamiento a desórdenes públicos].
Al salir de la reunión, el optimista y el hipster fuman un cigarrillo. ¿De verdad creen que absolutamente todos los que forman parte de un CDR en toda Cataluña son pacíficos y nunca nadie podría preparar alguna acción violenta? “Yo no pongo la mano en el fuego por nadie”, dice el optimista. Entonces, ¿por qué hacer un comunicado diciendo que son inocentes si aún no se sabe nada? Silencio incómodo.
El líder se acerca y vuelve a explicar los argumentos expuestos al comunicado: que no es la primera vez que pasa, que “ya nos conocemos el Estado español”, que es “terrorismo de Estado” y que la represión se combate con solidaridad. El hipster matiza: “Pueden decir que son terroristas, pero no tienen nada y no pasó nada violento, por eso no me lo creo”. De momento, sí, ¿pero no se imaginan que podría pasar algún día? “Quizás un día un chalado haga algo, pero será porque estará harto de tanta criminalización”, concluye el optimista.
“Nacimos para defender un referéndum. Crecimos para defender una república. Seremos quien hará temblar al enemigo. Y ganaremos, no tengáis ninguna duda”, dice el comunicado oficial del comité nacional de los CDRs del 1 de octubre. Pero, al menos hoy, parece que las dudas las tienen incluso sus miembros. Los CDRs, al menos en esta ocasión, preparan reacciones, más que acciones. No saben dónde van y algunas críticas al gobierno catalán acaban de rematar estos sentimientos de inutilidad y frustración. Pero finalmente, al día siguiente estarán, en la mani. Todos. Han quedado con otros CDRs de los barrios cercanos para ir juntos. “No somos terroristas, y por eso hemos venido hoy”, comentará un chico muy joven mientras, a su lado, dos jubiladas asienten. Y su encuentro parece más una terapia de grupo que una reunión de una organización criminal y violenta.
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