El libro de Joan Herrera, Fraternidad y ecología (2019), deja un regusto de inteligencia, originalidad y honradez, que nos llena de incitaciones intelectuales y de satisfacciones morales, además, por supuesto, de convencernos de las tesis que nos propone. Su idea de una izquierda nueva, distinta a la habitual, sobre otras bases reivindicativas y otros horizontes programáticos, más acordes con los tiempos presentes y más adecuados a las necesidades de  la sociedad emergente, es sugestiva y convincente, razonable y posible. Parece la respuesta o la continuación del libro de Ignacio Sánchez-Cuenca, La izquierda, fin de (un) ciclo. Una frase inicial de George Lakoff  (“la ciudadanía se siente más motivada con la ‘identidad moral y los valores’ que con cualquier otra cosa”) le da tono a todo el libro. Sustentado en la erudición mínima, de contraste de pareceres y controversias dialécticas, una argumentación sólida y bien desarrollada, con un lenguaje preciso y precioso, muy lejos de los viejos tópicos izquierdistas, convence con la naturalidad de una verdad incontrovertible. Existe o debe existir una izquierda renovada, que afronte los nuevos retos de la realidad digitalizada y encuentre la respuesta a los problemas sociales e individuales, que están surgiendo, con la globalización y el mercado único. Una derecha cada vez más encastillada en sus privilegios y más poderosa, con el dominio de los nuevos medios de comunicación y propaganda, exige una respuesta de la izquierda tradicional, desde los puntos de partida de su necesidad de ser, basándose, entre  otras varias reivindicaciones, en las de feminismo y el ecologismo. Ya el título del libro orienta por dónde van los tiros y las intenciones. Lo que reivindica Herrera de un modo subliminal en todos los renglones de sus páginas es la propuesta de una izquierda de los sentimientos compartidos, frente a una derecha de los hechos excluyentes, la humanización urgente de las relaciones humanas contra la deshumanización de la vida cotidiana del digitalismo y sus imperiosas pulsiones, que tienden a convertirnos en robots, conformando una sociedad teledirigida, que no se asoma a la ventana a ver el buen tiempo. Por ejemplo, la derecha, con su conocida mala fe, niega el cambio climático (Rajoy y Trump), de nuestro “veroño” de un octubre de treinta grados, por los intereses de las grandes empresas de las emisiones nocivas y contaminantes, y promete un futuro de felicidad bursátil y de consumismo obsesivo y exacerbado, porque el destino del hombre es trabajar, consumir y callar. La izquierda que propone Herrera parte de la buena fe y es una izquierda sentimental, emotiva y racional, que se abra a la esperanza de un mundo de relaciones humanas, de solidaridad y de generosidad, y de confraternidad, de aire limpio y de palabras azules, preocupado del medio ambiente, del equilibrio ecológico y del respeto a la naturaleza, junto a la exaltación de los valores morales  del hombre, de la mejor tradición cultural, empezando por el amor y la fraternidad, pues, como dice Mónica Oltra en el epílogo, ambos sentimientos son necesarios “para nuestra propia supervivencia física y moral”. Es un envite arriesgado, pero sugestivo y tentador, convincente. Después del libro del Prof. Sánchez-Cuenca, que demostró “la superioridad moral de la izquierda”, la propuesta de Joan Herrera se nos aparece, en confirmación  de los últimos acontecimientos del PP, con Esperanza Aguirre, asistida de presidiarios e investigada  sobre la financiación irregular del PP y los gastos de su propaganda personal  (que niega los hechos y naturalmente le echa la culpa al Contable),  como más necesaria que nunca, para configurar una izquierda moral, frente a una derecha inmoral.