Tribuna
Soluciones (y II)
Cómo emprender el camino para conseguir puntos de encuentro en Catalunya
José Luis Martí 6/11/2019
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La semana pasada se publicó la primera parte de mi análisis del conflicto político que estamos viviendo en Cataluña, y en el que básicamente analizaba las dificultades fundamentales que nos están impidiendo identificar soluciones adecuadas: la falta de voluntad real de encontrar una solución por parte de algunos de los actores, la situación presente de escalada del conflicto que no parece haberse detenido, la falta de reconocimiento mutuo entre las partes, la falta de confianza entre ellas, y la falta de suficientes frames o esquemas comunes de comprensión de la realidad. Para muchos, la conjunción de estas cinco dificultades ya sería suficiente como para tirar la toalla. Y eso que aún no han visto la complejidad del análisis que sigue. Pero no hay verdaderamente ninguna razón objetiva para abandonarse al pesimismo. La historia está llena de conflictos mucho más complejos y virulentos que este y que se han podido canalizar políticamente de manera inteligente y creativa. La escalada de este conflicto ha llegado bastante lejos, pero no es ni mucho menos irreversible. No hemos sobrepasado ningún punto de no retorno. Y la resolución constructiva e imaginativa de los conflictos es siempre, en cualquier circunstancia, una oportunidad que está permanentemente abierta para nosotros. Como supuestamente dijo Winston Churchill alguna vez, “el pesimista ve una dificultad en cada oportunidad, mientras que el optimista ve la oportunidad en cada dificultad”. Una oportunidad, de hecho, obligada. Porque la alternativa es el infierno.
Así que ahora me propongo avanzar en el análisis del conflicto, porque solo si lo comprendemos bien, sin caricaturizarlo, podremos encontrarle soluciones. Explicaré por qué se trata de un conflicto complejo, cuáles son algunas de sus dimensiones o subconflictos, cuáles las partes implicadas, qué incentivos tienen éstas para negociar y, a modo de conclusión, cuáles deberían ser las condiciones de un proceso de resolución del conflicto que busque soluciones efectivas y reales que satisfagan mínimamente los intereses de todas las partes relevantes, es decir, que sean win-win.
La historia está llena de conflictos mucho más complejos y virulentos que este y que se han podido canalizar políticamente de manera inteligente y creativa
Se trata, como ya dije en la primera parte, y en palabras de Gandhi, de identificar el camino que podemos recorrer juntos, un camino que no es que nos tenga que llevar a la paz, sino que ES la paz misma. Como todas las vías dialogadas y negociadas, es un camino hecho de cesiones mutuas y que busca lo que William Ury llama “la gestión constructiva de las diferencias”. Aquellos que estén únicamente interesados en encontrar caminos que impliquen la imposición total de una solución preconcebida al otro, ya pueden dejar de leer este artículo ahora mismo, y ahorrarse el tiempo y el esfuerzo de lectura. Si, en cambio, buscan soluciones reales y efectivas y no les da miedo la teoría de la negociación, acompáñenme.
Partes del conflicto y subconflictos
Empecemos por las definiciones. Cuando hablamos de un conflicto hablamos de un conflicto de intereses entre dos o más actores que llamamos partes. Puede haber otros problemas adicionales, pero el núcleo siempre será un conflicto de intereses. Estas partes pueden ser primarias, si tienen un interés directo y su consentimiento es necesario para el acuerdo final, o secundarias, si sólo poseen algún interés indirecto y no es necesario que acuerden con la solución final. Las partes pueden ser individuales o colectivas. En el caso de las segundas, hay que analizar si se trata de partes homogéneas y cohesionadas o divididas y fracturadas, lo que, en su caso, es fundamental para identificar con precisión los intereses de cada facción. Y debemos siempre preguntarnos quién tiene el derecho de representar a cada parte, a comprometerse en su nombre.
El conflicto en el que estamos inmersos es complejo, y posee varias dimensiones o, lo que es lo mismo, se compone de diversos subconflictos, cada uno de los cuales requerirá soluciones específicas. Esto es así porque las partes de cada subconflicto pueden ser diferentes, y en consecuencia también los intereses que determinan el subconflicto en cuestión, y que nos marcarán las vías de solución posibles, que deben permitir conciliar al menos parcialmente dichos intereses. Analizar un conflicto sin tener en cuenta toda esta complejidad es realmente ingenuo o inútil. Por falta de espacio, aquí mencionaré sólo algunos de ellos, pero servirán de ejemplo para saber cómo debería proceder un análisis completo de la situación.
¿Cuáles son pues las partes primarias del conflicto político general de Cataluña? La mayoría de los análisis que conozco son, en este punto, excesivamente superficiales. Muchos presuponen que sólo hay dos partes primarias, España y Cataluña, o en el mejor de los casos, de forma un poco más precisa, el gobierno de España y el gobierno de Cataluña. Pero ello es demasiado simplista. En primer lugar, una cosa son los gobiernos respectivos de España y Cataluña en cada momento determinado y la otra los intereses del partido o partidos que se encuentran detrás –que normalmente lo que quieren, como todo partido, es seguir ganando elecciones. Esto se ve muy claramente en el caso de Cataluña, donde encontramos dos partidos en el Govern –JxCat y ERC– con intereses y visiones bien diferenciadas, y donde el primero de estos partidos se encuentra en una situación de falta de cohesión interna, que alberga como mínimo dos facciones internas –una que depende más estrechamente del president Puigdemont, y otra, el PDeCat, también con visiones e intereses parcialmente diferentes. Pero es que además encontramos un tercer partido –la CUP–, que no forma parte del Govern, pero que es esencial para su estabilidad y puede condicionar una hipotética negociación. Lo mismo ocurre con el PSOE respecto del gobierno de España, que es un partido plural con facciones diversas y potenciales intereses diferentes. No sabemos, además, qué ocurrirá a partir del 10N, y de qué otro partido o partidos dependerá su estabilidad en el gobierno, si es que finalmente lo consigue formar.
no debemos confundir los intereses de un partido determinado con los intereses personales de las personas que lo dirigen, y menos aún con los intereses de los votantes del partido o del conjunto de la ciudadanía
Por otra parte, no debemos confundir los intereses de un partido determinado –digamos ERC o el PSOE– con los intereses personales de las personas que lo dirigen –por ejemplo, de Oriol Junqueras o Pedro Sánchez–, y menos aún con los intereses de los votantes del partido o del conjunto de la ciudadanía. Así pues, ¿cuáles son los intereses concretos que entran en conflicto en este caso? ¿Los de Pedro Sánchez contra los de Quim Torra o Carles Puigdemont? ¿Los de los partidos de un gobierno contra los del otro? ¿Los intereses de los catalanes contra los intereses del resto de españoles? Pero ¿cuáles son los intereses de los catalanes? ¿De qué catalanes? ¿Y los de los españoles? ¿Qué pasa con los otros partidos? ¿Qué pasa con los ciudadanos y los partidos no independentistas de Cataluña, o con los ciudadanos y partidos que no están representados en el gobierno de España? ¿Son parte primaria o secundaria? ¿Cómo los representamos?
Aquí es donde podemos empezar a afinar, preguntándonos por subconflictos específicos. Por ejemplo, si nos concentramos en el conflicto de intentar pactar un referéndum donde el menos una de las respuestas posibles sea la independencia de Cataluña, las partes primarias parecen ser, en efecto, los dos gobiernos respectivos, el de España y el de Cataluña. Como he defendido en un artículo anterior, escrito junto con Argelia Queralt (aquí), un referéndum no vinculante que plantee una consulta a los catalanes para saber qué modelo territorial preferirían antes de iniciar el trámite de reforma constitucional, es perfectamente válido en el orden constitucional actual, y únicamente requiere ser autorizado por el presidente del Gobierno de España. Para este subconflicto en particular, las partes primarias serían los representantes de ambos gobiernos. El resto de partidos no es que no tengan nada que decir, pero serían únicamente partes secundarias del conflicto. Pueden influir sobre las negociaciones de múltiples formas, pero no son al fin y al cabo los que tienen que dar consentimiento al acuerdo. Desde el punto de vista de la teoría de la negociación, estas son claramente las partes primarias relevantes. Todo ello con la complejidad adicional de distinguir entre los intereses de los gobiernos, los de los partidos, los de las personas que lideran los partidos y los de la ciudadanía representada.
Pero nos encontramos con muchos otros subconflictos que tendrán partes primarias diversas, y por tanto serán definidos por un conflicto de intereses diferente. Hay, por ejemplo, un subconflicto en la situación de los nueve condenados a penas de prisión por la sentencia del procés, en el que las partes primarias serían, por un lado, los propios condenados y sus representantes legales –y aquí sus partidos o el gobierno de Cataluña serían sólo partes secundarias–, y por el otro el presidente del Gobierno español –si es que hablamos del indulto-, o los partidos de las Cortes Generales –si hablamos de intentar una improbabilísima ley de amnistía. Hay un subconflicto diferente en el caso de Oriol Junqueras y Carles Puigdemont, que incorpora una dimensión europea al problema, y que es lo que hace referencia a su estatus de europarlamentarios, como todo un conjunto de actores implicados diferente. Hay otro subconflicto que concierne a aquellos que quedan acusados por el Juzgado número 13 de Barcelona, y otro para aquellos que fueron condenados en primera instancia por la organización del 9N de 2014. Y aún otro por los miembros de la Sindicatura Electoral que están pendientes de juicio. Aunque uno más importante que todos estos es el subconflicto entre los propios catalanes, que está paralizando la acción parlamentaria, y que requiere acciones y conversaciones diferentes entre actores también diversos.
un referéndum no vinculante que plantee una consulta a los catalanes para saber qué modelo territorial preferirían antes de iniciar el trámite de reforma constitucional, es perfectamente válido en el orden constitucional actual
Todos estos subconflictos, y el resto que no he mencionado, están interrelacionados y configuran las diversas dimensiones de un conflicto más general y más amplio cuyos contornos no son siempre fáciles de dibujar. Y conciernen a toda una constelación de actores y partes, tanto primarias como secundarias, que tampoco es sencillo de identificar.
Una vez visto el complejo panorama, es muy importante recordar dos leyes fundamentales de la resolución de conflictos que pueden parecer aparentemente contradictorias, pero que no lo son. Primera, la idea de que los problemas complejos deben ser descompuestos en problemas más simples o subproblemas, que puedan ser identificados y resueltos, uno por uno, de forma más rápida y eficiente. Segunda, una de las leyes fundamentales de la negociación integradora o win-win: siempre será más sencillo encontrar soluciones integradoras que maximicen la satisfacción de los intereses respectivos de las partes si somos capaces de negociar por paquetes, tratando conjuntamente diferentes subconflictos, así como los diversos aspectos dentro de cada uno de ellos –técnicamente denominados atributos–, de manera que podamos encontrar así un espacio para las cesiones mutuas y la colaboración. Es decir, haciendo posible que se conceda algo en algún punto a cambio de obtener otra cosa en otro punto, y que se puedan conciliar globalmente los intereses respectivos.
¿Cómo podemos proceder, pues, para encontrar soluciones efectivas y reales, dada toda esta complejidad? Tal y como ya dije en la primera parte, debemos avanzar en el proceso de diálogo y negociación con aquellos actores que tengan realmente voluntad de encontrar una solución pactada y razonable, y que estén dispuestos a construir poco a poco una relación de reconocimiento, respeto y confianza mutuas. Si no hay voluntad de llegar a acuerdos, no hay negociación posible. Esto hace que tal vez alguno de los subconflictos, aquellos en que alguna de las partes primarias no tenga voluntad de llegar a acuerdos, sean hoy en día callejones sin salida. Tendremos que proceder, por tanto, de forma pragmática sobre aquellos otros subconflictos donde sí exista esta voluntad de acuerdo entre las partes primarias. Son éstas las que deberán sentarse a hablar, identificar cuáles son los subconflictos que dependen de ellas, y una vez puestos encima de la mesa, avanzar juntas para buscar posibles soluciones específicas para cada uno de ellos, pero de forma integrada y constructiva. Y es muy posible que, posteriormente, algunos de los callejones sin salida empiecen a abrirse.
en conflictos multilaterales y complejos como éste, las soluciones integradoras serán más fáciles de conseguir entre aquellas partes que ocupan posiciones más moderadas o más cercanas entre sí
¿Cuáles son estas partes con mejor predisposición para llegar a acuerdos? Tanto la teoría como la experiencia nos muestran que en conflictos multilaterales y complejos como éste, las soluciones integradoras serán más fáciles de conseguir entre aquellas partes que ocupan posiciones más moderadas o más cercanas entre sí. Son ellas las que podrán encontrar más intereses comunes o intereses divergentes pero reconciliables. Y, en el conflicto actual, es obvio que estamos hablando, por un lado, de ERC y quizás algunos sectores del PDeCAT, y por otro, de Comuns-Podemos-Más País y sobre todo el PSC-PSOE. Está claro que el entendimiento y la búsqueda de acuerdos integradores será más fácil entre estos actores que si sentamos a una mesa a los sectores puigdemonistas de JxCat con el PP y Cs, ya no digamos a la CUP con Vox, si es que tal cosa fuera siquiera pensable.
Que se entienda bien: no estoy proponiendo excluir a nadie. Pero en un conflicto complejo como este con una constelación tan amplia de actores, las conversaciones deben producirse necesariamente a diferentes niveles, con diferentes grados de publicidad y transparencia, y aquellas que serán probablemente más fructíferas serán sin duda las que se produzcan entre los actores con más posibilidades de encontrar puntos de entendimiento. Si nos fijamos únicamente en Cataluña, parece obvio que esto debe producirse entre ERC, PSC y Comuns, que no sólo son los partidos más centrados en el eje del conflicto, menos polarizados, sino que además representan conjuntamente el 56 % de los votantes, según la última encuesta del Centro de Estudios de Opinión en Cataluña, es decir, la mitad central del electorado.
Valor de reserva e intereses de las partes
Tratemos de avanzar en el análisis. Una noción fundamental en toda negociación es la de valor de reserva (lo que los economistas llaman reservation prize) y que deriva del BATNA (o Best Alternative To a Negotiated Agreement), la mejor alternativa a un acuerdo. Y es fundamental porque de ella depende básicamente el poder negocial de las partes. Por poder negocial entendemos la capacidad que tiene cada una de las partes de determinar el resultado de la negociación, es decir, de determinar el contenido del acuerdo o de rechazarlo. Y ¿quién tiene más poder negocial en una negociación? Puede parecer paradójico, pero tiene más poder negocial aquel que tiene más fácil levantarse de la silla y abandonar las negociaciones (o no sentarse desde el principio), es decir, aquel que tiene una mejor alternativa en caso de desacuerdo.
En el conflicto actual, ¿quién posee mayor poder negocial? En un nivel aún superficial del análisis, es obvio para todos que el que tiene mayor poder es el gobierno español. Tiene tanto, que hasta ahora –y con pequeñas excepciones, como las conversaciones del Palau de Pedralbes– ha rechazado sentarse a dialogar, siempre que no sea en alguno de los órganos de representación, como las Cortes Generales o la Conferencia de Presidentes Autonómicos. ¿Qué incentivos tiene para negociar, el gobierno del Estado, si lo que quiere es precisamente mantener el statu quo? Por otra parte, el independentismo parece atrapado en un statu quo que le resulta horroroso, sin disponer de alternativas realistas a la solución negociada. No puede hacer otra cosa que intentar negociar. Así que su poder negocial es de entrada muy bajo. Ahora bien, esto vuelve a ser un análisis excesivamente simplista. Vamos a complicarlo un poco.
tiene más poder negocial aquel que tiene más fácil levantarse de la silla y abandonar las negociaciones
En primer lugar, el gobierno de España no es el mismo en la etapa de Rajoy y el PP, que actualmente con el PSOE –y ya veremos qué sale del 10N. Para el PSOE el statu quo no es tan perfecto como pueda parecer. Deben ser capaces de formar gobierno en España y dotarlo de estabilidad presupuestaria. Es obvio también que la sentencia no ha puesto fin al conflicto político. Deben llegar todavía las múltiples derivadas de la sentencia en forma de recursos ante instancias supranacionales, movilizaciones sociales en Cataluña, dificultades de colaboración con el Govern, etc. Hay además un problema general de estabilidad política en España y un problema de legitimación democrática de la Constitución que va mucho más allá del independentismo catalán. Y un conflicto abierto con más de 2 millones de catalanes que no abandonarán sus pretensiones no es agradable ni cómodo de manejar para nadie. Salvo quizás para un hipotético gobierno del PP y Cs, que se encontraría ciertamente más cómodo en la confrontación. Pero no lo es para el PSOE, que además tiene incentivos para que el PSC recupere cierta centralidad política en Cataluña. No es que la negociación con el PSOE tenga que ser inminente, ni fácil. Pero lo será más, seguro, que con el PP y Cs.
Por otra parte, el poder negocial del independentismo no es nulo (nunca es nulo, en una negociación). Es cierto que parece no haber alternativas viables ni razonables al hecho de persistir en los intentos de diálogo y negociación. Pero cuando uno se encuentra en una situación negocial como ésta, es necesario ampliar el marco y pensar estratégicamente a medio y largo plazo, como interpreto que está haciendo precisamente ERC. Es cierto que su poder negocial es de entrada bajo, pero eso no quiere decir nada. El arte de la negociación consiste precisamente en ser capaces de encontrar soluciones win-win que construyan acuerdos mutuamente satisfactorios desde la divergencia de intereses, también en situaciones de desigual poder negocial. El poder negocial, al fin y al cabo, es sólo un punto de partida. Todo depende, después, de saber jugar bien las propias cartas.
Como nos enseña William Ury en su último libro, Getting to Yes with Yourself: How to Get What You Want (un vídeo interesante, aquí) a menudo las negociaciones se atascan, o ni siquiera empiezan, porque una de las partes bloquea psicológicamente la posibilidad de buscar soluciones creativas, muchas veces sin ser consciente de ello y sin tener ninguna razón fundada para hacerlo. Algo similar le podría estar sucediendo al PSOE. Y quizás, también, al independentismo. Si es cierto que el PSOE tiene más poder negocial en esta hipotética negociación, razón de más para que inicien conversaciones, al menos con aquellas fuerzas independentistas, como ERC, que han manifestado la voluntad inequívoca de buscar soluciones pactadas, que significa siempre dentro de la ley. Negarse por sistema a negociar no tiene ninguna justificación racional, aparte de no ser sostenible democráticamente. Respecto al independentismo, si se acepta que la independencia no se podrá materializar de manera inmediata, y menos aún con legitimidad democrática, si no es votando y ganando un referéndum legal, pactado y con garantías, será necesario comenzar haciendo alguna concesión y trabajar por el objetivo de la independencia a medio plazo. Y no olvidemos, además, la tesis principal del propio Ury, aunque suene tal vez a consejo de guerrero Jedi: “el auténtico poder surge de nuestro interior”.
Negarse por sistema a negociar no tiene ninguna justificación racional, aparte de no ser sostenible democráticamente
Para terminar este punto: la situación actual puede ser analizada con mucho provecho bajo el esquema del Método de Harvard, impulsado por Roger Fisher y William Ury. En el libro originario, Getting to Yes. Negotiating an Agreement Without Giving In, los autores nos explicaron las cuatro reglas fundamentales de la negociación, que posteriormente han ampliado a las siguientes seis:
1) Separar las personas del problema, para no quedar atrapados en malas relaciones personales que dificulten la búsqueda de buenas soluciones objetivas.
2) Centrarse en los intereses y no en las posiciones, para no quedar atrapados en posiciones apriorísticas que impidan encontrar espacios de construcción de acuerdos mutuamente satisfactorios.
3) Aprender a gestionar las emociones, que no quiere decir tragárselas, sino todo lo contrario, ser capaces de compartir públicamente lo que nos impide un diálogo más racional y hablar.
4) Expresar apreciaciones favorables hacia algunas de las acciones del otro, en especial aquellas que puedan suponer puntos de partida fructíferos para alcanzar un entendimiento común.
5) Colocar elementos positivos en nuestros mensajes, en vez de limitarnos a un cruce de acusaciones mutuas y memoriales de agravios.
6) Escapar del ciclo negativo de acción y reacción, donde cada movimiento negocial no es más que una respuesta a lo que acaba de hacer el otro, sin ninguna visión estratégica de largo plazo, y que en el peor de los casos nos puede dejar atrapados en una situación de escalada, como la que describí en la primera parte de este artículo.
las líneas rojas, sobre todo cuando las interpretamos de manera expansiva (es decir, cuando se fijan en posiciones de máximos, y no de verdaderos mínimos) impiden justamente la exploración constructiva de las vías de colaboración negocial
Todos estos principios son aplicables al conflicto actual, y sacaríamos mucho provecho de analizarlos uno por uno, pero ahora me quiero centrar en el segundo, seguramente el más importante. Un error muy frecuente en muchas negociaciones, sobre todo aquellas que se abordan de forma competitiva, las famosas win-lose, en las que lo que busca cada parte es imponer su voluntad al otro y ganar a costa de él, es que las partes parten de posiciones prefijadas, a menudo presentadas como inamovibles. Son las famosas líneas rojas. El problema es que las líneas rojas, sobre todo cuando las interpretamos de manera expansiva (es decir, cuando se fijan en posiciones de máximos, y no de verdaderos mínimos) impiden justamente la exploración constructiva de las vías de colaboración negocial.
Más que partir de posiciones prefijadas, los expertos nos recomiendan sentarnos en la mesa de negociación sin apriorismos, dispuestos a iniciar juntos un análisis de los respectivos intereses profundos de cada parte. Porque encontrar soluciones win-winsignifica ser capaces, primero, de lograr una comprensión profunda de lo que realmente queremos respectivamente, no de nuestra posición inicial o de lo que nos hemos marcado como objetivo en un momento dado, sino de la razón última por la que perseguimos estos objetivos; y segundo, explorar colaborativa y constructivamente fórmulas imaginativas que concilien dichos intereses. Es cierto que en muchos conflictos hay intereses que resultan irreconciliables. Pero la experiencia nos muestra que la mayoría de las veces existen fórmulas óptimas de conciliación que no habíamos sido capaces de identificar justamente porque estábamos empeñados en una posición inicial, una línea roja inamovible. Necesitamos, aquí, creatividad y apertura de miras por parte de todos. Más que imponer precondiciones o trazar líneas rígidas innegociables, lo que debemos hacer en un conflicto complejo como éste es partir de cero, ser imaginativos, incluso cambiar y ampliar nuestro marco de análisis. Y si no somos capaces de encontrar soluciones, será un fracaso colectivo.
Conclusiones: las condiciones del proceso para encontrar soluciones efectivas y reales
Sería deseable que un conflicto político multilateral y complejo como éste sea objeto de una deliberación pública continuada, inclusiva, que permita a todo el mundo expresar su punto de vista y dar argumentos en favor de una posición u otra de manera abierta y libre. Este debate debemos tenerlo en Cataluña entre independentistas y no independentistas, entre partidarios de un referéndum y aquellos que no son partidarios. Pero debemos tenerlo también en el conjunto de España, entre todas las posiciones existentes, como parte de una verdadera y sana deliberación pública y democrática.
Ahora bien, en paralelo a este debate público, permanente, abierto e inclusivo, sería deseable también que se explorasen soluciones más concretas, efectivas y reales a algunas de las dimensiones del conflicto por parte de aquellos actores que ocupan posiciones iniciales más cercanas, y entre los que por tanto es más factible que se produzca un entendimiento. Como ya he dicho, estos actores serían ERC, Comunes y PSC en el caso de Cataluña, e incluirían al PSOE, Podemos y Más País en el caso de España. De hecho, en un primer paso, que es siempre el más difícil, me parece obvio que el diálogo debería comenzar directamente entre ERC y el PSC-PSOE. Y sería aconsejable que estas conversaciones empezaran de forma discreta, si es que no han comenzado ya, fuera del fuego de artillería de aquellos que no tienen interés en que el diálogo prospere. No podemos anticipar las soluciones sustantivas que podrían surgir de este diálogo o negociación –ya avisé, al inicio de la primera parte de este artículo–, que el lector no esperara de mí un listado de soluciones concretas. Esto sería una traición al propio proceso dialogado de resolución de conflictos que defiendo en estos dos artículos. Las soluciones deberán venir como resultado de este proceso de construcción de acuerdos mutuamente satisfactorios desde la diferencia y la divergencia legítima de intereses, y no antes, como presupuestos del mismo.
Pero ¿qué condiciones debería cumplir dicho proceso para ser efectivo? Aquí van, para terminar, algunos apuntes rápidos a modo de conclusiones, todos ellos basados en lo que nos enseña la teoría de la negociación. En primer lugar, como hemos visto en este artículo, las partes no deberían acudir a las conversaciones manteniendo posiciones prefijadas y rígidas, sino con apertura de miras y espíritu creativo para explorar soluciones imaginativas, y dispuestas a cambiar/ampliar radicalmente el marco de referencia. Es necesario que se intenten generar espacios de cooperación recíproca, donde las partes no se limiten a culparse las unas a las otras por hechos del pasado o por la situación actual, sino que miren al futuro de forma constructiva, desde las diferencias, pero con respeto, empatía, confianza y responsabilidad compartidas. Como nos dice Ury, “si culpar al otro se encuentra en la base de la mayoría de conflictos que he presenciado, hacerse responsable de las relaciones ha sido el secreto para las resoluciones más exitosas que haya visto jamás”.
estos actores serían ERC, Comunes y PSC en el caso de Cataluña, e incluirían al PSOE, Podemos y Más País en el caso de España
Es necesario también que las partes analicen con rigor los diferentes subconflictos en los que se encuentran, y los intereses genuinos y profundos que tienen en dichos subconflictos, que a menudo no están suficientemente explicitados o son incluso ignorados o desconocidos por ellas. Es necesario que tengan una visión amplia e integral del conflicto. Cuantos más temas y atributos se pongan sobre la mesa, cuantos más intereses se tomen en consideración, cuanto más se hable del largo plazo, más fácil será encontrar acuerdos en beneficio mutuo. Es necesario que las partes estén predispuestas a ser generosas, a no envidiarse mutuamente, a confiar el uno en el otro. A ser conscientes, también, de la enorme responsabilidad política que implica la situación en la que se encuentran. Como la que demostraron los políticos que negociaron la transición española, con todos los defectos que pudieran tener aquellas negociaciones.
Finalmente, hay que confiar en la ayuda de terceras partes o personas, que resultan a menudo necesarias para que el diálogo mismo sea posible y para que las negociaciones no queden atascadas. De hecho, en la conocida negociación entre Rajoy y Puigdemont, lo que mejor funcionó fue la intermediación de Urkullu. Soy consciente de que al igual que la palabra “negociación”, el concepto de “mediación” resulta incómodo para algunas personas. Pero pedir ayuda a un tercero, a alguien que se limite a conciliar o facilitar el acuerdo, no sólo es un recurso antiquísimo en la historia de la humanidad, sino además una de las fórmulas más efectivas para conseguir el objetivo de alcanzar un acuerdo verdaderamente win-win. Quizás el PNV podría volver a cumplir este papel.
En una magnífica TED Talk, William Ury nos cuenta que en una ocasión, en una de las negociaciones de paz más duras en las que ha podido participar nunca en Oriente Medio, y en mitad de hostilidades armadas abiertas, el diálogo no resultaba por supuesto en absoluto sencillo. Se encontraba más bien en un punto de mucha tensión y confrontación. Y entonces se le ocurrió detener las conversaciones y proponer a los dos negociadores principales salir a dar un paseo. Primero se trataba de airearse y cambiar de tema, ser capaces de tener una conversación relajada sobre cualquier cosa que rebajara la tensión. Sin embargo, poco a poco, mientras caminaban, y de manera natural, la conversación fue volviendo al tema de negociación principal. Pero lo hacía ahora de una forma menos confrontacional, más abierta y colaborativa. ¿Por qué? Porque cuando caminamos junto a alguien, nos dice Ury, dejamos de estar literalmente enfrentados a esta persona, uno a cada lado de la mesa, y pasamos a tener un objetivo común, una dirección compartida. Un pequeño gesto psicológico tan sencillo como éste puede resultar liberador, y la clave para resolver un conflicto complejo. Lo que me hace regresar al punto de partida, a Gandhi. Porque Gandhi tenía razón cuando nos decía que “no hay camino para la paz, sino que la paz es el camino”. Y de lo que se trata aquí es de que detengamos la escalada y empezamos a caminar juntos de una vez.
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José Luis Martí es profesor de derecho de la Universidad Pompeu Fabra.
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José Luis Martí
Es profesor de Filosofía del derecho de la Universidad Pompeu Fabra.
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