1. Número 1 · Enero 2015

  2. Número 2 · Enero 2015

  3. Número 3 · Enero 2015

  4. Número 4 · Febrero 2015

  5. Número 5 · Febrero 2015

  6. Número 6 · Febrero 2015

  7. Número 7 · Febrero 2015

  8. Número 8 · Marzo 2015

  9. Número 9 · Marzo 2015

  10. Número 10 · Marzo 2015

  11. Número 11 · Marzo 2015

  12. Número 12 · Abril 2015

  13. Número 13 · Abril 2015

  14. Número 14 · Abril 2015

  15. Número 15 · Abril 2015

  16. Número 16 · Mayo 2015

  17. Número 17 · Mayo 2015

  18. Número 18 · Mayo 2015

  19. Número 19 · Mayo 2015

  20. Número 20 · Junio 2015

  21. Número 21 · Junio 2015

  22. Número 22 · Junio 2015

  23. Número 23 · Junio 2015

  24. Número 24 · Julio 2015

  25. Número 25 · Julio 2015

  26. Número 26 · Julio 2015

  27. Número 27 · Julio 2015

  28. Número 28 · Septiembre 2015

  29. Número 29 · Septiembre 2015

  30. Número 30 · Septiembre 2015

  31. Número 31 · Septiembre 2015

  32. Número 32 · Septiembre 2015

  33. Número 33 · Octubre 2015

  34. Número 34 · Octubre 2015

  35. Número 35 · Octubre 2015

  36. Número 36 · Octubre 2015

  37. Número 37 · Noviembre 2015

  38. Número 38 · Noviembre 2015

  39. Número 39 · Noviembre 2015

  40. Número 40 · Noviembre 2015

  41. Número 41 · Diciembre 2015

  42. Número 42 · Diciembre 2015

  43. Número 43 · Diciembre 2015

  44. Número 44 · Diciembre 2015

  45. Número 45 · Diciembre 2015

  46. Número 46 · Enero 2016

  47. Número 47 · Enero 2016

  48. Número 48 · Enero 2016

  49. Número 49 · Enero 2016

  50. Número 50 · Febrero 2016

  51. Número 51 · Febrero 2016

  52. Número 52 · Febrero 2016

  53. Número 53 · Febrero 2016

  54. Número 54 · Marzo 2016

  55. Número 55 · Marzo 2016

  56. Número 56 · Marzo 2016

  57. Número 57 · Marzo 2016

  58. Número 58 · Marzo 2016

  59. Número 59 · Abril 2016

  60. Número 60 · Abril 2016

  61. Número 61 · Abril 2016

  62. Número 62 · Abril 2016

  63. Número 63 · Mayo 2016

  64. Número 64 · Mayo 2016

  65. Número 65 · Mayo 2016

  66. Número 66 · Mayo 2016

  67. Número 67 · Junio 2016

  68. Número 68 · Junio 2016

  69. Número 69 · Junio 2016

  70. Número 70 · Junio 2016

  71. Número 71 · Junio 2016

  72. Número 72 · Julio 2016

  73. Número 73 · Julio 2016

  74. Número 74 · Julio 2016

  75. Número 75 · Julio 2016

  76. Número 76 · Agosto 2016

  77. Número 77 · Agosto 2016

  78. Número 78 · Agosto 2016

  79. Número 79 · Agosto 2016

  80. Número 80 · Agosto 2016

  81. Número 81 · Septiembre 2016

  82. Número 82 · Septiembre 2016

  83. Número 83 · Septiembre 2016

  84. Número 84 · Septiembre 2016

  85. Número 85 · Octubre 2016

  86. Número 86 · Octubre 2016

  87. Número 87 · Octubre 2016

  88. Número 88 · Octubre 2016

  89. Número 89 · Noviembre 2016

  90. Número 90 · Noviembre 2016

  91. Número 91 · Noviembre 2016

  92. Número 92 · Noviembre 2016

  93. Número 93 · Noviembre 2016

  94. Número 94 · Diciembre 2016

  95. Número 95 · Diciembre 2016

  96. Número 96 · Diciembre 2016

  97. Número 97 · Diciembre 2016

  98. Número 98 · Enero 2017

  99. Número 99 · Enero 2017

  100. Número 100 · Enero 2017

  101. Número 101 · Enero 2017

  102. Número 102 · Febrero 2017

  103. Número 103 · Febrero 2017

  104. Número 104 · Febrero 2017

  105. Número 105 · Febrero 2017

  106. Número 106 · Marzo 2017

  107. Número 107 · Marzo 2017

  108. Número 108 · Marzo 2017

  109. Número 109 · Marzo 2017

  110. Número 110 · Marzo 2017

  111. Número 111 · Abril 2017

  112. Número 112 · Abril 2017

  113. Número 113 · Abril 2017

  114. Número 114 · Abril 2017

  115. Número 115 · Mayo 2017

  116. Número 116 · Mayo 2017

  117. Número 117 · Mayo 2017

  118. Número 118 · Mayo 2017

  119. Número 119 · Mayo 2017

  120. Número 120 · Junio 2017

  121. Número 121 · Junio 2017

  122. Número 122 · Junio 2017

  123. Número 123 · Junio 2017

  124. Número 124 · Julio 2017

  125. Número 125 · Julio 2017

  126. Número 126 · Julio 2017

  127. Número 127 · Julio 2017

  128. Número 128 · Agosto 2017

  129. Número 129 · Agosto 2017

  130. Número 130 · Agosto 2017

  131. Número 131 · Agosto 2017

  132. Número 132 · Agosto 2017

  133. Número 133 · Septiembre 2017

  134. Número 134 · Septiembre 2017

  135. Número 135 · Septiembre 2017

  136. Número 136 · Septiembre 2017

  137. Número 137 · Octubre 2017

  138. Número 138 · Octubre 2017

  139. Número 139 · Octubre 2017

  140. Número 140 · Octubre 2017

  141. Número 141 · Noviembre 2017

  142. Número 142 · Noviembre 2017

  143. Número 143 · Noviembre 2017

  144. Número 144 · Noviembre 2017

  145. Número 145 · Noviembre 2017

  146. Número 146 · Diciembre 2017

  147. Número 147 · Diciembre 2017

  148. Número 148 · Diciembre 2017

  149. Número 149 · Diciembre 2017

  150. Número 150 · Enero 2018

  151. Número 151 · Enero 2018

  152. Número 152 · Enero 2018

  153. Número 153 · Enero 2018

  154. Número 154 · Enero 2018

  155. Número 155 · Febrero 2018

  156. Número 156 · Febrero 2018

  157. Número 157 · Febrero 2018

  158. Número 158 · Febrero 2018

  159. Número 159 · Marzo 2018

  160. Número 160 · Marzo 2018

  161. Número 161 · Marzo 2018

  162. Número 162 · Marzo 2018

  163. Número 163 · Abril 2018

  164. Número 164 · Abril 2018

  165. Número 165 · Abril 2018

  166. Número 166 · Abril 2018

  167. Número 167 · Mayo 2018

  168. Número 168 · Mayo 2018

  169. Número 169 · Mayo 2018

  170. Número 170 · Mayo 2018

  171. Número 171 · Mayo 2018

  172. Número 172 · Junio 2018

  173. Número 173 · Junio 2018

  174. Número 174 · Junio 2018

  175. Número 175 · Junio 2018

  176. Número 176 · Julio 2018

  177. Número 177 · Julio 2018

  178. Número 178 · Julio 2018

  179. Número 179 · Julio 2018

  180. Número 180 · Agosto 2018

  181. Número 181 · Agosto 2018

  182. Número 182 · Agosto 2018

  183. Número 183 · Agosto 2018

  184. Número 184 · Agosto 2018

  185. Número 185 · Septiembre 2018

  186. Número 186 · Septiembre 2018

  187. Número 187 · Septiembre 2018

  188. Número 188 · Septiembre 2018

  189. Número 189 · Octubre 2018

  190. Número 190 · Octubre 2018

  191. Número 191 · Octubre 2018

  192. Número 192 · Octubre 2018

  193. Número 193 · Octubre 2018

  194. Número 194 · Noviembre 2018

  195. Número 195 · Noviembre 2018

  196. Número 196 · Noviembre 2018

  197. Número 197 · Noviembre 2018

  198. Número 198 · Diciembre 2018

  199. Número 199 · Diciembre 2018

  200. Número 200 · Diciembre 2018

  201. Número 201 · Diciembre 2018

  202. Número 202 · Enero 2019

  203. Número 203 · Enero 2019

  204. Número 204 · Enero 2019

  205. Número 205 · Enero 2019

  206. Número 206 · Enero 2019

  207. Número 207 · Febrero 2019

  208. Número 208 · Febrero 2019

  209. Número 209 · Febrero 2019

  210. Número 210 · Febrero 2019

  211. Número 211 · Marzo 2019

  212. Número 212 · Marzo 2019

  213. Número 213 · Marzo 2019

  214. Número 214 · Marzo 2019

  215. Número 215 · Abril 2019

  216. Número 216 · Abril 2019

  217. Número 217 · Abril 2019

  218. Número 218 · Abril 2019

  219. Número 219 · Mayo 2019

  220. Número 220 · Mayo 2019

  221. Número 221 · Mayo 2019

  222. Número 222 · Mayo 2019

  223. Número 223 · Mayo 2019

  224. Número 224 · Junio 2019

  225. Número 225 · Junio 2019

  226. Número 226 · Junio 2019

  227. Número 227 · Junio 2019

  228. Número 228 · Julio 2019

  229. Número 229 · Julio 2019

  230. Número 230 · Julio 2019

  231. Número 231 · Julio 2019

  232. Número 232 · Julio 2019

  233. Número 233 · Agosto 2019

  234. Número 234 · Agosto 2019

  235. Número 235 · Agosto 2019

  236. Número 236 · Agosto 2019

  237. Número 237 · Septiembre 2019

  238. Número 238 · Septiembre 2019

  239. Número 239 · Septiembre 2019

  240. Número 240 · Septiembre 2019

  241. Número 241 · Octubre 2019

  242. Número 242 · Octubre 2019

  243. Número 243 · Octubre 2019

  244. Número 244 · Octubre 2019

  245. Número 245 · Octubre 2019

  246. Número 246 · Noviembre 2019

  247. Número 247 · Noviembre 2019

  248. Número 248 · Noviembre 2019

  249. Número 249 · Noviembre 2019

  250. Número 250 · Diciembre 2019

  251. Número 251 · Diciembre 2019

  252. Número 252 · Diciembre 2019

  253. Número 253 · Diciembre 2019

  254. Número 254 · Enero 2020

  255. Número 255 · Enero 2020

  256. Número 256 · Enero 2020

  257. Número 257 · Febrero 2020

  258. Número 258 · Marzo 2020

  259. Número 259 · Abril 2020

  260. Número 260 · Mayo 2020

  261. Número 261 · Junio 2020

  262. Número 262 · Julio 2020

  263. Número 263 · Agosto 2020

  264. Número 264 · Septiembre 2020

  265. Número 265 · Octubre 2020

  266. Número 266 · Noviembre 2020

  267. Número 267 · Diciembre 2020

  268. Número 268 · Enero 2021

  269. Número 269 · Febrero 2021

  270. Número 270 · Marzo 2021

  271. Número 271 · Abril 2021

  272. Número 272 · Mayo 2021

  273. Número 273 · Junio 2021

  274. Número 274 · Julio 2021

  275. Número 275 · Agosto 2021

  276. Número 276 · Septiembre 2021

  277. Número 277 · Octubre 2021

  278. Número 278 · Noviembre 2021

  279. Número 279 · Diciembre 2021

  280. Número 280 · Enero 2022

  281. Número 281 · Febrero 2022

  282. Número 282 · Marzo 2022

  283. Número 283 · Abril 2022

  284. Número 284 · Mayo 2022

  285. Número 285 · Junio 2022

  286. Número 286 · Julio 2022

  287. Número 287 · Agosto 2022

  288. Número 288 · Septiembre 2022

  289. Número 289 · Octubre 2022

  290. Número 290 · Noviembre 2022

  291. Número 291 · Diciembre 2022

  292. Número 292 · Enero 2023

  293. Número 293 · Febrero 2023

  294. Número 294 · Marzo 2023

  295. Número 295 · Abril 2023

  296. Número 296 · Mayo 2023

  297. Número 297 · Junio 2023

  298. Número 298 · Julio 2023

  299. Número 299 · Agosto 2023

  300. Número 300 · Septiembre 2023

  301. Número 301 · Octubre 2023

  302. Número 302 · Noviembre 2023

  303. Número 303 · Diciembre 2023

  304. Número 304 · Enero 2024

  305. Número 305 · Febrero 2024

  306. Número 306 · Marzo 2024

  307. Número 307 · Abril 2024

  308. Número 308 · Mayo 2024

  309. Número 309 · Junio 2024

  310. Número 310 · Julio 2024

  311. Número 311 · Agosto 2024

  312. Número 312 · Septiembre 2024

  313. Número 313 · Octubre 2024

  314. Número 314 · Noviembre 2024

Ayúdanos a perseguir a quienes persiguen a las minorías. Total Donantes 3.340 Conseguido 91% Faltan 16.270€

Tribuna

Soledad

El 15-M fue una superación colectiva de las ganas de matar; Vox y la ultraderecha, al contrario, las convierten –las ganas de matar– en la regla y razón de la política y la autoestima

Santiago Alba Rico 7/11/2019

<p>'No quieren', aguafuerte de Goya, de la serie 'Los desastres de la guerra'. </p>

'No quieren', aguafuerte de Goya, de la serie 'Los desastres de la guerra'. 

En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí

Cuando uno se queda solo, ¿con quién se queda? Con su lengua, que es la de todos; con su historia, que se cruza también con la de todos; con el tiempo que nos mata a todos. Se queda con su propio cuerpo y el tiempo estancado en él: es el aburrimiento. De esa soledad fangosa se puede salir de muchas maneras y hacia muy distintos paraderos: el pensamiento, el arte, la costura, el sexo, el crimen. Puede ser –lo ha sido siempre– una fuente ambigua de atención minuciosa o de acosmismo nihilista. Ahora bien, bajo el capitalismo consumista hay una sola manera de salir del tiempo y no la elegimos nosotros: nos la impone una sedicente industria del entretenimiento que nos impide estar solos y nos impide, por tanto, decidir nuestros propios recursos para lidiar con la soledad. Es lo que el filósofo francés Bernard Stiegler llama “proletarización del ocio”. La tesis de Stiegler es la de que a la proletarización del trabajo ha seguido, como su prolongación natural, la del tiempo libre y con las mismas consecuencias: del mismo modo que no somos dueños de nuestros medios de producción no somos dueños tampoco de nuestros medios de recreación. En estas condiciones, no es inverosímil pensar que el único expediente que nos queda si la industria falla y el aburrimiento nos atenaza es precisamente el crimen: el nuevo aburrimiento, como fracaso de la proletarización del ocio tecnológico, está preñado de frustración, resentimiento y rabia, tal y como se revela en las redes sociales. El que ve interrumpida de pronto su conexión a internet no se resigna fácilmente a volver al espacio exterior, tan espeso y tan lento, para inventar una salida trabajosa y creativa; es más probable que, absorbido de golpe en un cuerpo sobrante, de forma figurada o literal se mate a sí mismo o mate a alguien. No contamos con estadísticas de suicidios, homicidios, violaciones y maltratos por frustración tecnológica, pero me temo que su número debe de ser notable y va en aumento. Un apagón informático produciría una inmediata guerra civil entre nihilismos hermanos desencadenados.

La soledad no se opone a la compañía (porque solos estamos demasiado acompañados) pero sí se mide en compañía. Soledad –podemos decir– es lo que sentimos allí donde ya sólo podemos esperar lo peor de los desconocidos. En nuestras grandes ciudades, efervescentes de cuerpos solteros y cansados, es muy difícil reconocer a un igual en un desconocido, salvo que lleve algún distintivo indumentario partidista o futbolístico. En el metro todo desconocido es un extraño amenazador. Ahora bien, puesto que ningún desconocido es ya un igual, sólo puede parecernos o más fuerte o más débil que nosotros. Si nos parece más fuerte tememos que nos mate; si nos parece más débil nos apetece matarlo.

Un apagón informático produciría una inmediata guerra civil entre nihilismos hermanos desencadenados

Nunca ha habido más ganas de matar en el mundo; de ahí el peligro de una política que, en lugar de reciclar ese impulso homicida en cortas distancias reparadoras, se deje llevar por él y lo legitime como socialmente aceptable. El 15-M fue una superación colectiva de las ganas de matar; Vox y la ultraderecha, al contrario, las convierten –las ganas de matar– en la regla y razón de la política y la autoestima.

Los humanos siempre hemos necesitado la convicción de una comunidad presupuestaria que nos garantice la benevolencia de los extraños; un espacio de reserva al que llegamos convencidos de que hay ahí un desconocido que nos está esperando para ayudarnos o acogernos en caso de necesidad. Así ha sobrevivido la humanidad a un mundo casi siempre adverso. Históricamente esa comunidad ha sido en general la de sangre, pero no por un destino biológico sino por un simple “hecho de cercanía”; los lazos de sangre, en realidad, son tan imaginarios como los de la ideología, pero servían y siguen sirviendo para que mi tío de Australia, al que no he visto en mi vida, me reciba en su casa con un plato de comida caliente y una cama limpia. Necesitamos saber que hay al menos un recinto protector donde los desconocidos, de manera presupuestaria, como por una ley casi gravitatoria, en nombre de un lazo cualquiera, nos van a ser favorables. De hecho, esta necesidad de comunidad presupuestaria es la que explica el éxito del cristianismo primitivo y, durante la Ilustración, la fuerza de la masonería y luego la del internacionalismo socialista, todas ellas tentativas de sustituir el parentesco consanguíneo por un parentesco electivo. “Gente con la que puedes contar” es la familia, la mafia, el viejo internacionalismo, la masonería, la parroquia. La patria no: en contra de lo que pretenden los destropopulismos identitarios, un español no puede contar con otro español por el simple hecho de serlo (salvo quizás en el extranjero, como para probar así que la “españolidad” nunca es suficiente en el propio país o lo es sólo a condición de excluir de la “españolidad”, como si fueran precisamente extranjeros, a los que no piensan como yo). La patria, que puede canalizar o sublimar nuestras ganas de matar, no reduce nuestra soledad. Sí la mitigan, como he dicho, la familia, la mafia, la militancia, la masonería, la parroquia. Cuando el capitalismo disuelve los lazos de familia, los vínculos de militancia y el calor de la parroquia, queda la mafia, en sus diversas variantes, como falsa familia, falsa militancia y falsa parroquia que parece protegernos de la soltería capitalista; queda también la patria jibarizada de los nuevos fascismos excluyentes. Sin esa “comunidad presupuestaria”, destruida por la materialidad capitalista, nos sentimos solos y rodeados de desconocidos desiguales de los que esperamos siempre lo peor; y a los que, en defensa propia, matamos mentalmente de modo preventivo, a la espera de tener los medios y la autoridad para matarlos también en sus propios cuerpos. 

En estas condiciones, de los desconocidos sólo se espera lo mejor en dos situaciones poco frecuentes: el amor y la revolución. En el amor nos sentimos seguros en la máxima desnudez antes de conocer realmente al otro (nuestro amado o nuestra madre) y, de hecho, empezamos a sentirnos solos y tanto más solos cuando empezamos a conocer y cuanto más conocemos al que amamos. Nunca se está tan seguro con el amado como el primer día, en esa recíproca vulnerabilidad del deseo compartido; y nunca se está tan seguro con la madre como cuando no podemos defendernos de ella, en los primeros meses de nuestra vida, completamente a merced de sus caricias. La soledad es tan normal como la nostalgia del amor y de la infancia que nos permite sobrevivir a ella. 

En cuanto a la revolución, la transformación del marco de la sensibilidad común en una situación de excepcional sincronía en el espacio hace que la solidaridad entre desconocidos instaure un frágil momento de enamoramiento colectivo: la revolución –que se hace al lado de mil extraños– interrumpe la soledad y sus ambiguas tensiones; en cambio la política, al igual que el matrimonio, se desarrollan sin amor (la primera) o entre conocidos (el segundo) y por eso nos hacen sentir solos. No se me malentienda. Soy un gran defensor del matrimonio y de la política y por lo tanto de la necesidad de regular las relaciones entre soledades irreductibles; o, valga decir, entre rivales convergentes y entre conocidos desiguales. El problema no es el matrimonio ni la política. El problema es la solución, antimatrimonial y antipolítica, antiamorosa y antirrevolucionaria, que el mercado capitalista propone no sólo frente a la soledad sino frente a su suspensión amorosa o revolucionaria: la industria del entretenimiento, con sus adicciones ludópatas, y la proletarización del ocio.

en contra de lo que pretenden los destropopulismos identitarios, un español no puede contar con otro español por el simple hecho de serlo

Si distinguimos entre suspensiones y regulaciones, digamos, por tanto, que hay dos suspensiones y dos regulaciones de la soledad:

La primera suspensión de la soledad, decíamos, es el amor. En los años 70 del siglo pasado, en Fragmentos de un discurso amoroso, Roland Barthes consideraba consumada la liberación sexual en Francia, pero la asociaba a un desprecio o desprestigio paralelo del concepto más plebeyo y popular del amor. Sugería que al superado tabú de la libre sexualidad había seguido el tabú de los sentimientos fuertes. Creo que tenía razón. Hoy el sexo está permitido; también el sentimentalismo; están permitidas todas las intensidades rápidas solubles en los vapores del alcohol: que duran poco y sin apenas resaca. Todo está permitido, digamos, a condición de que no deje huella; a condición de que no tome cuerpo. Tinder y otras aplicaciones informáticas hacen más fácil el sexo y más difícil el amor; incorporan el intercambio sexual a la proletarización del ocio, es decir, a los procedimientos tecnológicos en virtud de los cuales, para evitar el aburrimiento, separamos los cuerpos. ¿Una sexualidad que separa los cuerpos? Esa es, me temo, la paradoja de nuestra época.

La primera regulación de la soledad es el matrimonio, entendido –claro– no en sentido administrativo sino como lo contrario de la soltería antropológica o, si se quiere, como el lugar privilegiado de la reproducción y los cuidados. El poliamor no es posible, pero la poligamia sí: uno puede estar “casado”, al mismo tiempo, con un hombre y con una mujer, con sus hijos, con sus amigos, con el barrio, con los derechos y los elefantes amenazados y hasta con España (bien entendida).

La segunda suspensión de la soledad es la revolución o celebración colectiva: esa excepción en el espacio que, como ocurrió en el 15-M, no sólo supera las ganas de matar sino que transforma provisionalmente los marcos de la sensibilidad común. La felicidad colectiva, insostenible en el tiempo, nos vuelve, como a los enamorados, momentáneamente atentos, corteses, generosos, buenos. Por eso la felicidad política debe ser constituyente; es el momento de generar una constitución razonable y garantista. Es el momento de atarse a valores y principios de los que luego, bajo la presión de la soledad –y de los periódicos–, nos cansaremos y renegaremos.

La segunda regulación de la soledad es la política, de la que diré dos palabras un poco más abajo, tras un necesario circunloquio. 

Si hablamos de las ganas de matar, añadamos que hay una diferencia entre matar a conocidos y matar a desconocidos. Uno puede volverse loco y matar a su mujer sin que ello implique violencia de género; o uno puede volverse loco y matar a su vecino senegalés por una rencilla de rellano sin que ello implique xenofobia o racismo. La xenofobia y el racismo matan a desconocidos; y para que el machismo fuese una ideología –y no una relación de poder o una “cultura”– tendría que disparar a “las mujeres” en general. En todo caso, y esto es lo que me importa señalar, es la distancia recogida en los pronombres mismos la que permite distinguir unos crímenes de otros. Hay algo, si se quiere, “saludable” en volverse loco y matar con odio a la propia mujer, al mejor amigo, al compañero de trabajo (un “tú”); y algo enfermizamente abstracto en matar a los visitantes de un centro comercial o a los clientes de una discoteca (un “ellos” con el que no se mantiene ninguna relación previa). En un atentado terrorista o en una guerra se mata, en efecto, a desconocidos; y se los mata, de alguna manera, para evitar llegar a conocerlos: con un “tú” se puede forcejear furiosamente, pero también negociar; y no deja de ser paradójico, por cierto, que se califique de “delitos de odio” a los más impersonales e ideológicos. El terrorista que no distingue entre civiles y militares, entre adultos y niños, encarna la expresión máxima de esa soledad que espera siempre lo peor de los desconocidos y se adelanta a matarlos. Pero en términos “mentales” esa soledad es en todo semejante a la nuestra frente a los inmigrantes: los más vulnerables y los más solitarios (separados de sus familias, amedrentados, víctimas de inseguridad habitacional y sanitaria) se convierten por ello, a nuestros ojos, en los desconocidos de los que sólo podemos esperar un bombazo o una cuchillada y contra los que hay que tomar toda clase de medidas preventivas, legales o no. Su soledad agrava e incendia la nuestra. No es raro que, frente a este desconocido amenazador, las nuevas políticas destropopulistas se apoyen en la reivindicación de los conocidos; habría así una política para los desconocidos, de los que tenemos que defendernos, y otra para conocidos y entre conocidos, aunque sean fantasiosos: españoles, austriacos o franceses (¡o catalanes!). Ahora bien, toda política entre conocidos, gestada contra las abstracciones destructivas del capitalismo neoliberal, amenaza con volverse más destructiva aún, y ello sin cuestionar además el capitalismo como matriz de soledades. Su fracaso es además inevitable, pues no aspira a regular las soledades (a hacer política o urdir matrimonios) sino a convertir el “conocimiento recíproco” en comunión, en comunidad, en amor verdadero.

No es raro que, frente a este desconocido amenazador, las nuevas políticas destropopulistas se apoyen en la reivindicación de los conocidos

De ese “fracaso” del “amor verdadero” nace la guerra civil. Si no cabe concebir nada más terrible que la pasión fratricida es porque constituye la única guerra en la que son los conocidos los que se matan entre sí y lo hacen para –al contrario– volverse recíprocamente desconocidos. En la guerra civil se mezclan las categorías: se mata al más próximo (al prójimo) como si uno se hubiera vuelto loco; se lo mata a gran escala y por razones ideológicas, como si se tratase de un desconocido. Si es terrible un mundo sin recintos de acogida en el que sólo podemos esperar lo peor de los desconocidos, es aún más terrible un mundo sin hogar en el que lo peor lo esperamos precisamente de los conocidos (el padre, el marido, el vecino). Creo que estos dos procesos son inseparables de la “soledad capitalista”: el deseo de matar a los desconocidos, de los que siempre se espera lo peor, y el miedo a ser matado por un conocido, transformado de pronto en un extraño. Estos dos temores unidos –cuando no se confía ni en la sociedad ni en la familia, ni en el gobierno ni en el marido– ciñen el tipo de soledad sin salida en el que está encerrado el soltero contemporáneo, al que el capitalismo mismo, una vez empujado hasta allí, ofrece el único remedio: la proletarización del ocio, la desatención tecnológica, el sexo sin mirada y, en situaciones sociales muy degradadas, la mafia y sus vínculos viriles adrenalínicos. 

 Allí donde alcance el amor y sus comunidades decentes, dejemos obrar al amor; pero allí donde no alcance, mejor la ley que los mercados financieros o la mafia

Lo mismo pasa con nuestras comunidades presupuestarias, muy debilitadas pero aún resistentes como único asidero frente a la crisis y sus soledades consumistas. También hay una diferencia entre acoger en casa a un conocido o acoger a un desconocido. Lo primero se llama hospitalidad y forma parte de todas las tradiciones culturales, y muy especialmente de la cultura mediterránea. La hospitalidad –acoger a un amigo o un pariente– define el recinto de los conocidos con los que mantenemos vínculos de reciprocidad, tanto en términos de deber como de placer. El prójimo es aquel más cercano al que me unen lazos afectivos o sanguíneos; de alguna manera son lazos que no se eligen, porque la amistad, que tiene una historia, se vive siempre, al igual que la familia, como un destino. Así era la hospitalidad romana hasta que el cristianismo –nos dirá Ivan Illich– introdujo una ruptura escandalosa: la idea de que puedo elegir a mi prójimo y de que puedo elegir como prójimo, por tanto, a un desconocido. Lo contrario estricto de un atentado o una guerra –porque su objeto es el mismo– es en consecuencia un acto de compasión o de solidaridad activa, arbitrario y disruptivo, hacia un desconocido, al que salvamos escandalosamente la vida en lugar de matarlo. El cristianismo trató de extender la práctica de la hospitalidad, más allá de los prójimos, al conjunto de los desconocidos como el terrorismo trata de extender la guerra, más allá de los lazos personales, al conjunto de la humanidad. Algo de esta huella cristiana la heredó el internacionalismo comunista, hoy tan desaparecido como el primer fervor evangélico. 

Ahora bien –y esta es la regulación de la soledad que llamamos “política”– “elegir a un desconocido como prójimo” es también lo que hacen las leyes en un Estado democrático y de Derecho, donde tanto los derechos civiles como los sociales y económicos garantizan libertades y cuidados al margen de los lazos consanguíneos y de los vínculos económicos: un hospital de la Seguridad Social es ese recinto al que llegas con la certeza tranquila de que un médico que no es tu tío y un enfermero que no es tu primo va a prestarte atención exclusiva; lo mismo en la escuela o en los tribunales. Tiene razón Ivan Illich, desde luego, y sería mucho más bonito y seguro un mundo tan cristianamente fraternal que no hubiera tenido que llegar al extremo de institucionalizar los cuidados, pero la disolución de las “comunidades presupuestarias”, buenas o malas, no deja el mundo en manos del amor sino del capitalismo; y el peligro de entregar también las instituciones es el de que tomen su lugar las mafias y las sectas identitarias. Si las leyes las hacemos –así debería ser en democracia– desconocidos entre desconocidos, será de personal interés que las hagamos en favor de todos los desconocidos por igual, como “prójimos elegidos” de una vez y para siempre en una Constitución digna de ese nombre. Allí donde alcance el amor y sus comunidades decentes, dejemos obrar al amor; pero allí donde no alcance, mejor la ley que los mercados financieros o la mafia. El problema del capitalismo es que no deja terreno ni al uno ni a la otra: mercantiliza los vínculos y disuelve o deforma los límites. ¿Qué queda? La soledad soltera que, amenazada de muerte por los desconocidos, deseosa de matar a los desconocidos, esperando ya también lo peor del marido y del vecino, se refugia aterida en el ocio proletarizado y en el círculo de un puñado de falsos conocidos: esos que unos llaman “españoles” (y otros “franceses” o “italianos” o “catalanes”). 

Amemos y legislemos. Todo lo demás es muerte y selva. 

Ya está abierto El Taller de CTXT, el local para nuestra comunidad lectora, en el barrio de Chamberí (C/ Juan de Austria, 30). Pásate y disfruta de debates, presentaciones de libros, talleres, agitación y eventos...

Este artículo es exclusivo para las personas suscritas a CTXT. Puedes iniciar sesión aquí o suscribirte aquí

Autor >

Santiago Alba Rico

Es filósofo y escritor. Nacido en 1960 en Madrid, vive desde hace cerca de dos décadas en Túnez, donde ha desarrollado gran parte de su obra. Sus últimos dos libros son "Ser o no ser (un cuerpo)" y "España".

Suscríbete a CTXT

Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias

Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí

Artículos relacionados >

Deja un comentario


Los comentarios solo están habilitados para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí