TRIBUNA
Un abrazo calculado: enseñemos el infierno para apartarnos de él
La política de partidos tiene tantas contradicciones e incoherencias que, gracias al auge de Vox y con menos fuerza que hace seis meses, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias han cerrado un preacuerdo de gobierno
Paco Sánchez Múgica (La voz del Sur) 13/11/2019
Abrazo entre Pablo Iglesias y Pedro Sánchez, después de anunciar el preacuerdo para un Gobierno de coalición.
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Si la derecha suma, llegarán a un acuerdo en cinco minutos. Seguro que han escuchado esa frase. Ni 48 horas después de conocerse el resultado de las elecciones generales del pasado domingo, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, ambos con peores resultados electorales que hace seis meses, han rubricado un preacuerdo para un Gobierno en coalición de la izquierda española. Ambos se han dado un abrazo de época, carne de memes, y, como si se hubieran ido de botellines, el señor Iglesias ya es “Pablo”, y Pablo promete lealtad sin ambages a Pedro.
“Hemos alcanzado un preacuerdo con Pedro Sánchez para formar un Gobierno de coalición progresista que trabaje por la justicia social. Los avances que más merecen la pena a veces no se logran a la primera. Gracias a toda la gente que nunca bajó los brazos. Sí se puede“, ha tuiteado Iglesias. “El nuevo Gobierno será rotundamente progresista. Estará integrado por fuerzas progresistas y basado en la cohesión, la lealtad, la solidaridad gubernamental y la voluntad de aprovechar los perfiles más idóneos para trabajar por el progreso de España y de toda la ciudadanía”, ha escrito Sánchez en su cuenta de Twitter. Una cosa es predicar, otra dar trigo. Veremos.
El pasado 28 de abril, cuando también se celebraron elecciones generales, ambos líderes no se vieron hasta pasados siete días. No llegaron a nada entonces y no volvieron a encontrarse hasta pasados 80 días. Dos investiduras fallidas y un desenlace que ya conocen. Sánchez e Iglesias acabaron cosiéndose a reproches y culpándose del fracaso de un bloqueo, por cierto, mucho menor que el que sufrió el país tres años antes con Mariano Rajoy, que estuvo diez meses como presidente interino. Pero claro, este país parece que perdona más fácil ciertas cosas a derecha que a izquierda. Este preacuerdo, ya saben, debe ser ratificado por una correlación de fuerzas políticas que hagan posible la investidura. No será fácil, aunque en el pasado estos atascos siempre encontraran en la vía de los nacionalismos el desatranco. Pero, claro, con una sociedad donde Ciudadanos sube al cielo y baja a las catacumbas en apenas seis meses quién va a acordarse del Pacto del Majestic entre Aznar y Pujol en 1996. Es la infoxicación, amigos.
“No ser lo peor también tiene mérito”
Hace cosa de dos meses el líder del PSOE dijo que no podría conciliar el sueño si hubiese cedido a las pretensiones de un cogobierno con Unidas Podemos. Nadie puede pensar que la voluntad de acuerdo (o preacuerdo) exprés que ha habido ahora no hubiera sido posible hace seis meses. Nadie puede pensar que Sánchez, su ideólogo de cabecera Iván Redondo o el que mande en el partido que hasta ese momento sustentaba al Gobierno en funciones fuera tan temerario de jugar la baza de una repetición electoral, con todo lo que había por medio —sentencia del ‘procés’ y exhumación de Franco—, sin un objetivo claro. El objetivo, claro, era despertar a la bestia de lo que el secretario de Organización del PSOE, José Luis Ábalos, llama sin tapujos “el fascismo”.
Conscientes de que esos dos hitos que quedaban hasta el 10N desatarían las más bajas pasiones de la España ultra y conservadora, esa que quiere dejar atrás el guerracivilismo y dejar enterrada la justicia y la reparación que gritan las cunetas, pero que en el fondo quiere seguir pensando que con Franco se vivía mejor, lograba taponar cualquier recuperación extraordinaria del PP —que, no se engañen, este 10N ha obtenido el segundo peor resultado de su historia tras el 28A—; dejaba al borde de la extinción a Ciudadanos —emparedado por las derecha y la ultraderecha en una demolición del edificio liberal y moderado que había construido, capaz de permitir un gobierno socialista en Andalucía y un gobierno popular en Madrid—; y provocaba un crecimiento inusitado pero con tope de Vox.
Comparecencia conjunta para mostrar las líneas maestras del acuerdo. FOTO: PSOE
Vox, la bestia, “el fascismo”. Y alguien le susurraba entonces al oído a Pedro Sánchez una frase de Lear. “Los seres perversos parecen hermosos al lado de otros más perversos: no ser lo peor también tiene mérito”. Divide y vencerás y el tuerto en el reino de los ciegos sobrevolaba por la piel de toro, por esa gangrena de las dos Españas. La política está repleta de contradicciones e incoherencias, eso también lo saben. El Príncipe gobierna enseñando el camino del infierno para mantenernos apartados de él. Por eso con Vox con 24 escaños no era tan fácil llegar a un acuerdo con Unidas Podemos como con Vox con 52 escaños. Porque ahora el demonio ya no se intuye, ya se siente el fuego tan cerca que, volver a jugar a la ruleta rusa, sería arder en sus llamas.
El ruletista y el Apocalipsis
¿Estaba Pedro Sánchez como El ruletista de Cârtârescu apostando contra sí mismo? “Estaba firmemente convencido, cada una de las veces, de que iba a morir. De ahí, creo, esa expresión de pánico infinito —recuerden el último debate electoral— que afloraba en su rostro. Pero puesto que su mala suerte era absoluta, lo único que podía hacer era fracasar siempre en todos y cada uno de sus intentos de suicidarse”. Pero Vox no es el demonio, claro. Eso es lo que le dicen a usted que tiene que pensar, al igual que en la noche del pasado domingo le hicieron creer que el Apocalipsis era inminente porque la derecha ultramontana se había tomado un Red Bull. Pero no se engañen, Vox no es más que un partido que dice por la boca a viva vox lo que la otra derecha, la derechita cobarde, piensa y pensaba. Porque la otra derecha, la moderada y liberal y corrupta —¿ya no nos acordamos que el PP es un partido condenado como responsable civil a título lucrativo por la Gürtel?—, ya es tan pretendidamente avanzada y moderna que se ha quedado anticuada. No hay nada más anticuado que la vanguardia.
La moda es cíclica y ahora la mente reaccionaria impone que para diferenciarse de la competencia hay que vomitar cualquier cosa que se piense que signifique ir a la contra. Adiós a la “dictadura” de lo políticamente correcto: ya sea negar la lacra de la violencia machista o afirmar que estamos en una “dictadura pijo progre” en un país con millones de personas al borde o directamente en exclusión social. Esos pobres de solemnidad, vulnerables como ellos solos, compran antes el Marca que Le Monde Diplomatique, y entonces es normal que acabe calando antes el yo soy español, español, el miedo al otro y los catalanes quieren romper el país que cualquier otro discurso crítico y que realmente reivindique los derechos de los más débiles de nuestra sociedad. Mensajes cortos, directos y a ser posible que nos agarren las vísceras.
Nadie puede creer que el PSOE no tuviera claro qué cartas estaba jugando —aunque nos engañó a todos, desde luego—. Nadie puede creer que lo que hoy es blanco nuclear ayer fuera negro radical. Nadie puede creer que Vox vaya a votar lo mismo que la CUP y probablemente Bildu en la próxima investidura de Sánchez. O que Vox, que en su programa recoge la demolición controlada de las autonomías, sea clave para que PP y lo que queda de Cs cogobiernen la Junta de Andalucía y la Comunidad de Madrid. Es la política de partidos, amigos.
Es El Príncipe, es Lear y es, si quieren algo más moderno, House of Cards. España va a tener gobierno al fin gracias al subidón de Vox; la izquierda real volverá al poder, que no tenía desde la segunda República, gracias al “fascismo”; Franco está más vivo que nunca desde que fue exhumado en volandas del Valle hace unas semanas; los independentistas catalanes no tendrán república pero están más fuertes que con Companys; y Pedro Sánchez no volverá a dormir porque pactará un gobierno en coalición —no de cooperación, ni de otro tipo— con Unidas Podemos, que ya muchos auguran que vienen a quemar conventos y a nacionalizar la banca y las autopistas —¿o eso ya lo hizo el PP de Rajoy?—. Y claro, teniendo el poder quién podría dormir. O como sostiene Frank Underwood: “Siempre he detestado la necesidad de dormir. Al igual que la muerte, pone incluso a los hombres más poderosos de espaldas”.
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Este artículo se publicó en La Voz del Sur.
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Paco Sánchez Múgica (La voz del Sur)
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