Tribuna
Una necesaria oportunidad histórica
No veo nada en el pacto que pueda repugnar a la conciencia de cualquier progresista, independientemente de su adscripción política concreta
Antonio Estella 13/11/2019
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Todavía recuerdo cuando la dirección de la malograda Fundación Ideas me solicitó, junto con otros compañeros de dicha organización, la elaboración de un documento sobre cuál debería ser la posición del Partido Socialista en relación con el 15-M, el movimiento que propició la irrupción de Podemos en el panorama político español. Tras la primera reunión del grupo, decidimos que no era necesario elaborar ningún documento al respecto: lo teníamos claro. El Partido Socialista no podía no establecer un canal de comunicación directo con el movimiento 15-M, y con los proto-partidos que se estaban formando al calor de dicho movimiento en ese momento.
Como recordarán los lectores, poco tiempo después, en 2012, se dirimió una de las batallas más importantes que se han conocido en el seno del Partido Socialista. Me refiero a la pugna por la secretaría general del Partido entre mi queridísima amiga del alma y compañera no solamente política, sino también de disciplina académica, la exánime Carmen Chacón, y el también desaparecido Alfredo Pérez Rubalcaba. Dicha pugna se saldó, como probablemente también recordarán, con la victoria pírrica del segundo sobre la primera, en aquel Congreso de Sevilla de infausto recuerdo, que hizo que algunos de nosotros abandonáramos el Partido Socialista y volviéramos, ya de manera definitiva, a nuestros respectivos quehaceres, académicos en lo que a mí se refiere.
La nueva dirección del Partido Socialista trajo otros aires a Ferraz. La consigna fue, desde ese momento, bien clara: ni agua a los movimientos que se estaban generando al albur del movimiento 15-M. En ese momento, Podemos no existía todavía. Pero cuando en las elecciones al Parlamento europeo de mayo de 2014, el nuevo partido político ganó ni más ni menos que cinco escaños, todas las alarmas se encendieron, también en la calle Ferraz. La consigna fue ni agua no ya a los movimientos que estaban surgiendo al albur del movimiento 15-M, que eran todavía metafísicos, podríamos decir, sino ni agua, ni pan ni vino, a aquel partido político que de manera insospechada había conseguido irrumpir en el panorama político español con fuerza, y romper de paso el bipartidismo imperante en el país hasta la fecha. Podemos removió no solamente el tablero político del país, sino también, alguna que otra conciencia política, pero el Partido Socialista continuó su inercia negacionista en relación con la importancia que ese movimiento político había ya adquirido para el futuro de nuestro país durante mucho tiempo.
Ayer se puso fin a esa espiral negacionista. No puedo, como progresista, celebrarlo más intensamente. El pacto de gobierno viene bien al Partido Socialista y viene bien a Podemos, pero sobre todo viene bien al país, que está necesitado no de estabilidad, sino de estabilidad progresista (yo no quiero una estabilidad conservadora, por muy estable que sea). Me felicito por el acuerdo alcanzado, como muchos de mis colegas, amigos y compañeros progresistas, y deseo todos los éxitos posibles al nuevo gobierno que se formará después de la constitución de las cámaras. El pacto de gobierno tiene diez puntos. Tiempo habrá para ver cómo estos puntos se concretan con más detalle, y sobre todo, se traducen en políticas públicas. Pero no veo nada en el pacto que pueda repugnar a la conciencia de cualquier progresista, independientemente de su adscripción política concreta. En el decálogo se habla de la creación de empleo, de la lucha contra la corrupción, de la lucha contra el cambio climático, de la dignidad de las personas, de la garantía de la seguridad, la independencia y la libertad de las mujeres, de la reversión de la despoblación en la horriblemente mal llamada España vaciada, de garantizar la convivencia en Cataluña, y de la búsqueda del equilibrio presupuestario en el marco de una política fiscal justa. No conviene exagerar, probablemente en España estamos pecando en estos últimos años de un exceso de emocionalidad, sobre todo como consecuencia de la cuestión catalana (aunque no solamente) y de un déficit de racionalidad, de discurso y discusión sobre la base de argumentos, donde se parta de la base de que el principio fundamental es el reconocimiento del otro. Pero permítanme una licencia: a mí me recuerda a la Declaración de Independencia. A la Declaración de Independencia, en este caso concreto, de todas las cadenas que nos anclaban, concretamente, a una forma de ser heredada directamente del pasado más reciente de nuestro país, en el que no podíamos en realidad concebir una patria sin un caudillo. Ese tiempo, parece decirnos el decálogo firmado por Podemos y el Partido Socialista, ya ha terminado. Estamos en una nueva era en la que nos vamos a empezar a tomar con completa naturalidad que los gobiernos de coalición son una normalidad democrática y además muy recurrente en los países de nuestro entorno, en donde el liderazgo se tiene que ejercer de manera más horizontal, escuchando a los de abajo y con controles, y en donde esa visión jerárquica de la política, de ordeno y mando, constituye un claro reflejo del momento más oscuro que ha vivido nuestro país. Esperemos poder decir, dentro de unos años, que “en el curso de los acontecimientos humanos” se hizo necesario un gobierno de progreso, que consiguió disolver los fuertes vínculos que ligaban al país con su pasado político.
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Antonio Estella es profesor de derecho de la UC3M.
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