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Una buena borracha (IV)

Novela bebible. Fragmentos escogidos

Natalia Carrero 30/11/2019

<p>'Tres mujeres bebiendo' (2006), Fernando Botero. </p>

'Tres mujeres bebiendo' (2006), Fernando Botero. 

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De un golpe ver el poema titulado, Todas las cervezas de mi vida, por qué Mónica bebe tanto y dónde y para quién lo cuenta. Qué la formateó en alcohólica de alto riesgo en su juventud y algo más moderada en su madurez con hijas, hijos, parejas, incluso un perro que coletea en letra redondilla. Aumentan las resacas de Mónica con visiones, tiene sueños que en vano pretenden comprender ciertas desigualdades flagrantes, lo va escribiendo en el cuaderno que le dio Alex. Natalia Carrero selecciona fragmentos de su último proyecto, una novela bebible.

He soñado que bajaba a la plaza destilando una alegría debida a la visión de una fórmula que podría ajustarlo todo, al menos empezar a mover algunas piezas para que algo cambiara, ahora es ahora, me decía la voz soñada mientras bajaba las escaleras pasando del ascensor, otra vez reposando su maquinaria tan vieja, el tercero, el segundo, el primero, ahora es ahora y, al salir a la calle con el corazón crecido, la ampliación de su latido se oía desde mí pero como si estuviera muy fuera de mí, como si un altavoz lo reprodujera situado en una esquina estratégica para contagiar su ritmo de buena salud sobre esta zona tan próspera como desigual donde respiro y, por ende, vivo. Por la hora que no se sabía del sueño, no se dudaba en cambio que se encontrarían despiertos y sobrios los sin techo que pernoctan en los bancos de la plaza, a quienes en la realidad más prosaica suelo evitar, lo reconozco, cada vez que me veo obligada a sacar al perro porque los demás se desentienden, no voy ahora a entrar en el ámbito de sus cuidadoras y cuidadores más bien irresponsables, personas en construcción inacabada que son y siempre serán mis hijastros. Traigo una oferta, una ofrenda, una propuesta, ¿cómo les daría la idea a los sin techo para que la aceptaran y no les pareciera la chorrada de turno de una mujer demasiado madura para seguir creyendo en los cuentos morales o amorales de niñas y hadas y caléndulas, alguien que a lo mejor le da un vaso de más a la botella y por eso hace lo que no hace y no dice lo que hace? Bueno, no importa, en el sueño deseaba con todas mis fuerzas desenfrenadas ofrecerles, casi obligarles a ocupar mi casa para dormir, y si molaba también podrían quedarse una temporada a jornada completa con uso libre de baño, cocina y lavandería.

Ahora que azotaban los primeros golpes de viento gélido, un techo con calefacción les suavizaría la condiciones vitales hasta el punto de que tal vez recuperaran las ilusiones echadas a perder hace tiempo, esto último es un decir porque hasta lo que se echa y echado está es en sí mismo un hallazgo. Por si no lo habían entendido a la primera, insistía, volviendo al alojamiento, debían saber que todas las posibilidades estaban abiertas, todo podía ser hablado. Todo lo mío era tan suyo como esperaba que todo lo suyo fuera mío. En este momento disponía de dos habitaciones libres con wifi, cama, mesa y ventana al exterior. A mi pareja actual no le importaría. Seguro que lo habían visto pasar plaza arriba plaza abajo a diario desde su otra plaza de garaje, que se encontraba al otro lado de la plaza de las Salesas donde ahora nos encontrábamos, un hombre llamado Ricardo que lo bordaría como protagonista de documental sobre la plenitud de la explotación laboral consentida y políticamente correcta. Percha, belleza canónica, elegancia de camisa planchada y cartera marrón rebosante de papeles reciclados además del portátil, cientos de documentos que barajan en importantes salas de juntas donde tienen lugar tensos cónclaves, a veces seguidos de inmersiones gastronómicas algo más distendidas con muchos tenedores, posibilidades de mejora de la canalización de las aguas negras en las grandes ciudades, también donde ahora mismo nos encontrábamos, debajo mismo no pero sí a unos cinco metros de profundidad más o menos, bajo la capa por donde corre la electricidad que nos ilumina en el primer mundo, debajo de esta tierra húmeda con olor a orina de borracheras a base de vino en tetrabrick acompañado de algunas tapas improvisadas con los productos de plástico alimentario que el supermercado de la calle de al lado saca furtivamente por la puerta trasera media hora antes del cierre. Bajo nuestros pies, siguiendo el trazado callejero, se deslizan afluentes nada misteriosos que confluyen en los recolectores desde los cuales el cauce aumentado del río artificial desciende con la lentitud que impone la cota hacia las plantas depuradoras del extrarradio, una oscuridad líquida canalizada por tuberías de materiales aislantes que sortean el metro, el antiguo alcantarillado, hasta piedras romanas, la ingeniería de los árabes conservada en algunos tramos y los garajes que cada vez bajan más plantas para rentabilizar las nuevas edificaciones en la superficie, promociones de apartamentos de distintos tamaños construidos bajo la misma premisa lujosa, financiación con capital venezolano. A Ricardo le encantaría asimilar también la experiencia de compartir con quienes no tienen, era generoso por naturaleza y permisivo por experiencia; además, quemaba el día trabajando en algo que le gustaba a treinta kilómetros del centro. Aún no le había comunicado la conversión de nuestra vivienda en un lugar más dotado de generosidad, pero lo haría en nuestra próxima reunión de sofá con alguna bebida relajante. Mi hija, mi hijastra y mi hijastro se encontraban en el extranjero para aprender algo más que inglés, a ver qué hacían, y si fumaban, pero la nebulosa esa ahora no venía al caso. A tres calles de esta plaza sin fuente se situaba mi portal, su portal también era, cuya llave les entregaba en el sueño. La dirección exacta la tenían en el llavero que les ofrecía, mi brazo extendido en tensión, alargándose como una plastic woman real, carne y hueso, elasticidad y tal. Por favor que tomaran la llave. Desde ese instante todo lo mío sería suyo, todo lo nuestros sería vuestro. Podían ir cuando quisieran, yo estaría, o no, dependiendo de la hora, hoy tenía bastante quehacer en la mediana empresa que conseguí abrir legalmente el pasado enero, pero también mi cuerpo necesitaba estirarse aún más de vez en cuando y entregarse a la parte física del yoga kundalini, no sabía aún cómo me organizaría la jornada pero aquí las llaves para que fueran cuando quisieran.

 

Una vez en casa que exploraran, encontrarían víveres, calefacción, ducha y música, el sofá ya mencionado, más de una alfombra y, cómo no, alcoholes fermentados y destilados en distintos recipientes excepto tetrabrick, y de curiosas denominaciones de origen. Mis pertenencias quedaban a su disposición, se lo repetía como para creérmelo yo, o acaso por tratarse del tema principal soñado, la idea con la que mi subconsciente entregado a la política rápida de pacotilla e hipocresía pretendía hacerme comprender algo que no acababa de pillar del todo aunque me sentía como obligada a decir que sí, que todo muy bien y que se vinieran ya de una vez a disfrutar de nuestro techo. ¿Qué les parecía, formulaba la voz del pensamiento hiperbólico en el sueño, me acompañaban o preferían recoger a sus anchas, a su ritmo, las cosas de sus respectivos bancos de plaza pública?

Más o menos por aquí sonó el despertador y me arrancó el sueño para colocarme en el redil de la vida diaria. Agua sale del grifo, agua lava la cara, luz del pasillo encendida, hace siglos que terminó la lavadora y la ropa sigue ahí, apelmazada pelota de trapo la llamaría si fuera artista del circuito de las galerías ricas que hacen bluf, la radio, atención, hablan del cadáver embalsamado, Franco siguiendo las costumbres funerarias del antiguo Egipto, mira qué retrógado, la nevera qué poca fruta fresca, el calentador que vaya hirviendo el agua para el café, una cucharada de aceite de oliva virgen extra, un vaso de agua, luego otro, y aún me cabe otro, cómo deshidrata el alcohol, bebo más por si acaso, buen día Ric, ya estamos otra vez los dos en la cocina con los pijamas de rayas y, en lo más profundo de los gestos que se realizan en silencio matinal, la voz de la conciencia más estricta realiza el cómputo total de lo bebido el día anterior, y eso que solo era lunes, empezamos bien la semana, el perro coleteando y correteando con ganas de ir al baño también, qué estará haciendo Ricardo tanto rato con el grifo abierto y la puerta cerrada, Ric, a ver si me oye, Ric ¿puedes sacar al perro de tus hijos, que no es pariente mío?, y así cada cuadradito del calendario que para mayor inseguridad tiene los festivos en rojo.

 

A medio día necesité otro café largo para salir de la modorra que me invade no sé si por la resaca o por trabajar sola representando el papel de la directora, la secretaria y la comercial que vende y compra toda clase de artículos reutilizados que no sean de procedencia china. En el último momento una clienta impulsiva había metido en el carro virtual un patinete de cuatro ruedas en perfecto estado del año 2010, lo había pagado por trece euros y ahora no lo quería. Desde el departamento de no devoluciones le informamos que debía quedárselo por cuestiones de sostenibilidad. Le aconsejamos que lo regale a alguien sin pensarlo dos veces, a cualquier persona desconocida, la primera que encuentre por la calle. Una generosidad así, como una cita a ciegas y desinteresada, resulta a todas luces más económica que empeñarse en activar las gestiones pertinentes para la no devolución del patinete en perfecto estado. Estimada cliente, léalo con atención antes de escribirme otro mensaje de reclamación, las devoluciones dejan más huellas digitales y de carbono, y puede que también de conciencia, que las compras impulsivas. Le aseguramos que estas últimas son menos graves de lo que en un principio parecen. Como no nos cansamos de advertir en letra pequeña, consumir en nuestro sitio web implica ciertas consecuencias y es responsabilidad de la clientela ir conociéndolas y asumiéndolas.

Entre cansada y harta me detuve, este trabajo de mierda, pensé. Solté el asunto de la señora del patinete y me dirigí a la cocina, necesitaba ya el café. Al abrir el armario me quedé en Babia, paralizada, empezó a sonarme el recuerdo de algo del sueño de los sin techo, entregaba las llaves de casa a los de la plaza. Por fin cogí el bote de café molido. ¿Por qué este sueño y no otro?

Por la conversación que ayer tuve con Alex sobre la Asociación. Decidí que colaboraría con ellas.

Pasé el resto del día dándole vueltas al sueño como si fuera una canica de cristal, la llamita roja del centro era el mensaje que iba decodificando en palabras sucesivas.

Mi verdadero trabajo no consiste en ganar dinero de cualquier manera sino empleando el tiempo en hacer lo que quiera. Soy afortunada, poseo el privilegio de escoger. Aquí mismo en la palma de mi mano lo estoy viendo, hola responsabilidad, te asumo y te deseo lo mejor. Ya basta de tanta compra venta que me despista y aparta del posible sentido acaso más noble de mi vida, cuántos meses he desperdiciado. Esta noche reunión de urgencia en el sofá. Ricardo, tengo algo muy importante que comunicarte.

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Autor >

Natalia Carrero

es colaboradora habitual de El Ministerio y autora a su pesar de 'Otra' (Tránsito, 2022), 'Yo misma, supongo' (Rata, 2016) y 'Una habitación impropia' (Caballo de Troya, 2012), entre otras. Preferiría no haber escrito nada.

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