TRIBUNA
El feminismo en el acuerdo PSOE-UP
Los partidos políticos no pueden proclamarse como representantes de los movimientos sociales
Montserrat Galcerán 11/12/2019
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De los diez puntos del acuerdo para un gobierno de coalición entre el PSOE y Unidas Podemos solo uno está dedicado al feminismo. Dice textualmente: “Garantizar la seguridad, la independencia y la libertad de las mujeres a través de la lucha decidida contra la violencia machista, la igualdad retributiva, el establecimiento de permisos de paternidad y maternidad iguales e intransferibles, el fin de la trata de seres humanos con fines de explotación sexual y la elaboración de una ley de igualdad laboral”. Sin embargo, y aunque todavía no conozcamos la propuesta en profundidad, hay que advertir que en la jerga del PSOE la expresión “trata con fines de explotación sexual” se refiere tácitamente a la prostitución, sin diferenciar suficientemente entre “trata” y “prostitución”, aunque Podemos no se haya manifestado públicamente en ese sentido. Como ponen de relieve diferentes análisis expertos, la trata con fines de explotación sexual debe investigarse con procedimientos específicos e incluye la trata para otros fines como venta de órganos, trabajo esclavo, matrimonios forzados, etc. Las víctimas de esos otros tipos de trata también tienen, en muchos casos, rostro de mujer.
Si lo comparamos con los programas respectivos de los dos partidos, vemos que el acuerdo se escora hacia las posiciones del PSOE. En su programa este partido planteaba el feminismo como segunda prioridad, por detrás de la cuestión del empleo, y lo enfocaba como una lucha por la igualdad “efectiva” a lo que sumaba el objetivo de erradicar la violencia y eliminar la brecha salarial. Su lectura de la violencia incluía una mención al tema de la “trata con fines de explotación sexual” que, como vemos, se mantiene a pesar de que la posición de Podemos en el tema de la prostitución es más matizada. Tampoco hay consenso en el movimiento feminista, y las feministas que ejercen la prostitución nos obligan a reflexionar más en profundidad sobre ello antes de dictar medidas que puedan empeorar las condiciones de vida de las mujeres.
La igualdad trata de que las mujeres compartamos la situación de los varones, en especial la de los varones de nuestra misma clase o grupo social, y no suframos discriminación con respecto a ellos
Por su parte el programa de Unidas Podemos, que lo consideraba también una prioridad, resaltaba el tema de los cuidados como un “derecho fundamental” de las personas, cosa que ha desaparecido del acuerdo final. ¡Es una pena! La diferencia básica entre el que podemos llamar “feminismo de la igualdad” y el “feminismo de los cuidados” es que el primero no pone en cuestión los privilegios del varón ni la estructura de la sociedad y su reparto de tareas. La igualdad trata de que las mujeres compartamos la situación de los varones, en especial la de los varones de nuestra misma clase o grupo social, y no suframos discriminación con respecto a ellos lo que, en lo que se refiere a las tareas de cuidado, se traduce en la conciliación. Pero poner en el centro esta temática muestra que la actual distribución del trabajo no es compatible con la atención que necesariamente exige el cuidado del vivir, la atención que tantas personas demandan y que todas nosotras necesitamos. Por consiguiente, exige al menos un replanteamiento de las prioridades y los horarios que corresponsabilice a todos de las tareas que nos corresponden. Y si se piensa en profundidad, exige un cambio en las estructuras productivas y reproductivas que atenta de lleno contra el capitalismo dominante y su lógica de acumulación incesante y de depredación continua.
Si comparamos ahora estas manifestaciones con las posiciones del movimiento feminista, tal como se expresan en los documentos de las huelgas del 8 de marzo, vemos que ninguno de los dos partidos “representa” dicho movimiento, entre otras cosas porque ningún partido político por su propia constitución puede representar un movimiento social, que es muchísimo más amplio que aquel.
La primera exigencia del movimiento es acabar con las violencias machistas en toda su multiplicidad, en las parejas y exparejas, en el trabajo, en las instituciones. Se trata de enfocar la violencia contra las mujeres no como una excepción sino como un fenómeno cotidiano. De abrir el foco, no de cerrarlo. Por consiguiente, un primer paso debería ser la evaluación y mejora de la Ley integral de Violencia de Género de 2004, dotándola de un presupuesto adecuado. Desde su promulgación, el telón de Aquiles de dicha ley ha sido la falta de presupuesto y la falta de formación.
El carácter feminista de un programa o de un gobierno se manifiesta, a mi entender, en tres cuestiones. La primera, la presencia de mujeres. Este punto es el más fácil, puesto que actualmente hay muchas mujeres preparadas para ocupar los espacios de responsabilidad. El hecho de que haya mujeres en dichos puestos, en sí mismo no es garantía de nada, más allá de que las mujeres puedan tener más sensibilidad frente a los temas de discriminación, pero poco más. Ahora bien, dado que constituimos el 50% de la población, no estar presentes en esa misma proporción denota discriminación. Nuestra presencia en las esferas del poder es obligada, aunque a la vez funcione como un señuelo. Nadia Calviño, por ejemplo, de cuya profesionalidad nadie duda, es una alta funcionaria de las instituciones europeas que aplicará sin remilgos las recetas europeas, por mucho que perjudiquen a tantísimas mujeres. Su nombramiento no es una buena noticia para las mujeres en situación de mayor vulnerabilidad y precariedad que no pueden ver en ella ninguna aliada.
La segunda, la atención prestada a los temas de la sostenibilidad de la vida, que pasa por la cuestión de la reproducción social y de los cuidados, más allá de la igualdad de los salarios y remuneraciones. Esta cuestión, lamentablemente, queda orillada en el acuerdo.
Los feminismos son muy cuidadosos en la cuestión de las formas puesto que la exigencia de horizontalidad es la única forma de tratar a las personas como sujetos agentes de su propia vida
La tercera, las formas y las prácticas. Los feminismos son muy cuidadosos en la cuestión de las formas puesto que la exigencia de horizontalidad no es una cuestión de gustos; es la única forma de tratar a las personas como sujetos agentes de su propia vida. La jerarquía siempre tiene a un jefe o a un patriarca en su cúspide, aunque éste tenga el aspecto de una mujer biológica. Este punto que es uno de los más difíciles, está totalmente ausente. Y sin embargo es crucial. La perdurabilidad de gobiernos que se atrevan a tomar medidas de cierto calado se juega en el apoyo con que cuenten por parte de movimientos sociales vivos. Si no cuentan con ello el avance de las derechas los barre sin miramiento alguno.
Por consiguiente, ¿qué esperamos las feministas del nuevo gobierno? No esperamos que nos represente, esperamos que nos escuche con atención. Que teja alianzas con el movimiento. Ya me he referido a la ley de violencia. La segunda a revisar y –¡ojalá!– a derogar es la Ley de extranjería, actualmente el origen de mucha violencia contra las mujeres migrantes. Es precisa una reevaluación total de los modos de enfocar la violencia machista que amplíe el alcance de la mirada. De esa nueva mirada deberán derivarse programas de actuación y formación de todas las instancias administrativas.
No olvidemos que, por mucho que se hable del Pacto de Estado contra la violencia de género de 2017, los presupuestos de 2018, prorrogados en 2019, no incluyeron los 200 millones comprometidos, que se redujeron a 80. El resto debía correr por cuenta de los ayuntamientos y comunidades autónomas. ¿Ocurrirá lo mismo en los de 2020? Sin presupuestos no hay proyectos ni programas, y sin ellos no hay intervención pública. Sólo si la perspectiva de género está presente en todas ellas, tiene un presupuesto suficiente y cuenta con el apoyo del movimiento podrá hablarse de verdad de un proyecto feminista.
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Montserrat Galcerán es catedrática de Filosofía y activista.
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Montserrat Galcerán
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