TRIBUNA
O sionismo o democracia
El régimen de ocupación y ‘apartheid’ sobre los palestinos han llevado a que en Israel el ‘etnos’ domine sobre el ‘demos’
Jon Baldwin Quintanilla 18/12/2019
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A mediados de noviembre el secretario de Estado de EE.UU., Mike Pompeo, anunció –rodeado de ese aura imperialista que da el poder de decir qué está bien y qué está mal más allá de sus fronteras– que Estados Unidos pasaba a considerar legales los asentamientos israelíes de Cisjordania. Rompía así con décadas de consenso internacional.
Estos asentamientos son contrarios al Derecho internacional, buscan atomizar el ya reducidísimo territorio palestino y destruir su continuidad territorial mediante la expulsión de familias palestinas, la destrucción de sus hogares y la construcción de asentamientos israelíes completamente militarizados, y son tan solo la enésima muestra de que el sionismo y la democracia son términos irreconciliables.
La democracia va más allá de votar representantes políticos cada tantos años. La democracia es un conjunto de valores superiores, es un Estado de derecho e igualdad ante la ley, es un sistema que necesita que todos sus ciudadanos sean iguales en sus condiciones y participen activamente en los procesos democráticos, no solo metiendo una papeleta cada cuatro o cinco años.
Israel cuenta con un sistema de representación política, unas instituciones que se encargan de traducir lo que los ciudadanos del país han dicho en las urnas. Israel cuenta con la infraestructura democrática y, sin embargo, no es una democracia.
En la actualidad existe, y ha quedado ampliamente demostrado, una incompatibilidad directa entre sionismo y democracia. El proyecto democrático israelí fracasó definitivamente en 1967, cuando se ocupó militarmente Palestina tras la guerra de los Seis Días. Desde aquel momento, Israel se consolidó como una etnocracia, ya no solo en una dimensión teórica e ideológica, sino en sus prácticas como Estado. Además, en julio de 2018 un Israel desvergonzado y derechizado aceptó su naturaleza etnocrática institucionalmente cuando el Knesset (Parlamento israelí) votó a favor de la Ley del Estado-Nación, una ley fundamental que define oficialmente a este país como el “Estado Nación del pueblo judío” y establece en su primer artículo que el derecho de autodeterminación nacional es exclusivo de los judíos, negando así este derecho a todos los ciudadanos que profesen otras religiones y proclamándose como un estado apartheidistaen el que los derechos políticos dependen de la religión practicada por unos y por otros.
Pero, ¿qué hace de Israel una etnocracia? Quizás la mejor definición de qué es este sistema venga del profesor israelí Oren Yiftachel:
“(Una etnocracia es) un tipo de régimen que facilita y promueve el proceso de expansión y control étnicos, típicamente en territorios en disputa, en el que un grupo etnonacional logra apropiarse del aparato estatal y movilizar los recursos legales, económicos y militares en beneficio de sus propios intereses territoriales, económicos, culturales y políticos. El término etnocracia no solo denota la hegemonía de un grupo étnico específico sino también la prominencia de la etnicidad en todos los aspectos de la vida comunitaria. La mayoría de etnocracias no son ni democráticas ni autoritarias o totalitarias. Lo que las caracteriza, entre otras cosas, es la profunda jerarquización étnica y racial en casi todos los aspectos de la vida pública”.
Israel tiene una infraestructura política democrática, con una cámara de representantes elegidos democráticamente por sus ciudadanos, pero esto no hace de este país una democracia. Israel nace como una etnocracia con tintes de democracia liberal, no como una democracia etnonacionalista.
La etnocracia israelí se manifiesta de forma especialmente clara en la desigual distribución de recursos en función de su propia jerarquía étnica. Las políticas sobre la tierra, la inversión en desarrollo, las áreas municipales, el empleo, los servicios y las instalaciones públicas se articulan a través de patrones étnicos. El reparto desigual y jerarquizado por motivos de etnicidad es directamente incompatible con cualquier modelo de Estado democrático.
El sionismo ha creado un sistema de apartheid entre judíos y árabes, de forma especialmente clara desde 1967, cuando los territorios de Gaza y Cisjordania fueron anexionados sin ofrecer ningún tipo de ciudadanía a los palestinos que quedaron entonces bajo ocupación militar. Negar derechos políticos a un sector específico de la población supuso la instauración de un régimen apartheidista de facto, aunque comenzase sin ninguna declaración oficial o explícita al respecto.
La excepcionalidad israelí se halla en que este país se articula como una sociedad tribal etnocrática pero que, al mismo tiempo, se presenta como gran potencia regional, manteniendo un sistema de exclusividad étnica a través de la fuerza.
Israel, al abrazar un modelo nacional étnico-excluyente, ha fracasado a la hora de establecer una democracia, a pesar de contar con instituciones elegidas de forma democrática. El régimen de ocupación militar, la construcción de asentamientos ilegales, la negación de derechos políticos, el asesinato selectivo de líderes palestinos, el desigual reparto de recursos dentro de sus fronteras en función del origen étnico y un largo etcétera han llevado a que en Israel el etnos haya prevalecido sobre el demos y haya establecido un sistema de apartheidpara mantener el dominio judío. Israel ha establecido un modelo de sionismo contrario a cualquier concepción de democracia, un modelo que se ha arraigado e intensificado con el paso de las décadas, demostrando la incompatibilidad entre sionismo y democracia.
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Jon Baldwin Quintanilla
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