Imperios Combatientes
Matar a un general
El mensaje del asesinato de Qasem Soleimani es la persistencia de Washington en mantener revuelta la primera región energética del mundo e impedir cualquier distensión entre Irán y Arabia Saudí
Rafael Poch 8/01/2020
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El general Qasem Soleimani, uno de los principales hombres de Estado de Irán, fue asesinado por Estados Unidos el viernes 3 de enero. Su cortejo fue atacado por drones al salir del aeropuerto de Bagdad, en una acción en la que también murieron otras seis personas, entre ellas uno de los jefes de la mayor milicia chiíta iraquí, Abu Mahdi al-Muhandis. Ya sabíamos que en este mundo las grandes potencias, y en primer lugar Estados Unidos, practican la sistemática violación de la legalidad internacional, pero las características y circunstancias de este asesinato lo convierten en un extraordinario atropello, particularmente grave y provocador.
Soleimani había llegado a Bagdad como invitado del gobierno de Irak en lo que su primer ministro, Adil Abdul Mahdi, describió como una “misión diplomática”. El gobierno de Irak estaba mediando para rebajar la tensión entre Irán y Arabia Saudí, asunto oficialmente bendecido por la administración de Estados Unidos. El general portaba una respuesta de Teherán a mensajes previos de los saudíes, explicó Abdul Mahdi ante el parlamento en Bagdad. “Tenía que encontrarme con Soleimani la mañana que lo mataron, vino para traerme un mensaje de Irán de respuesta al mensaje que les enviamos de parte de los saudíes”.
EE.UU. ha asesinado a una de las principales personalidades de Irán que estaba visitando oficialmente en misión diplomática un país amigo. Es como si Irán hubiese asesinado al secretario de Estado americano y a uno de los generales del Pentágono
Estados Unidos relacionó a Soleimani con un “inminente peligro” de acciones iraníes contra ciudadanos americanos, pero no hay prueba alguna de que estemos ante un nuevo caso de “asesinato preventivo”. Fuentes del Pentágono han reconocido la ausencia de informes sobre ataques inminentes. El general iraní llegó a Bagdad en un vuelo regular provisto de su pasaporte diplomático. No era un “viaje conspirativo”. Estados Unidos ha asesinado a una de las principales personalidades de Irán que estaba visitando oficialmente en misión diplomática un país amigo. Es como si Irán hubiese asesinado al secretario de Estado americano y a uno de los principales generales del Pentágono al salir de un aeropuerto europeo cuando se dirigían a sostener conversaciones con la canciller Merkel o el presidente Macron sobre seguridad europea. Algo inaudito e inimaginable: una pública y abierta declaración de guerra. Cuando el ministro de Exteriores iraní, Javad Zarif, ha dicho precisamente eso, Washington le ha denegado el visado para asistir a la prevista sesión del Consejo de Seguridad de la ONU donde el ministro iba a denunciar el crimen. La denegación de visado es otra violación del derecho internacional relativo al estatuto de la ONU.
Soleimani era un gran estratega que alcanzó tres señaladas victorias en los últimos diecisiete años: fue uno de los organizadores de la resistencia armada al ocupante americano en Irak tras la invasión de 2003, jugó un gran papel en la expulsión del Estado Islámico de Irak y derrotó luego al conglomerado yihadista en Siria (Estado Islámico, Al Qaeda, Al Nusra, etc.), financiado y sostenido por la CIA y las monarquías petroleras del Golfo. Fue Soleimani quien, en 2015, convenció a Vladimir Putin de la conveniencia de ayudar militarmente al gobierno de Siria, que ha acabado restableciendo su control del país, frustrando así otro intento de cambio de régimen en el área, saldado, como ya pasó en Libia e Irak, con otra enorme matanza.
El mensaje que contiene este asesinato es el de la persistencia de Washington en el empeño de mantener revuelta la primera región energética del mundo, un pilar del dólar, e impedir cualquier arreglo pacífico entre Irán y Arabia Saudí.
¿Peligro de guerra?
Desde el viernes 3 de enero, todos los comentaristas anunciaban una respuesta iraní a esta “declaración de guerra” de Trump, o de sus generales, poco importa. Se olvida que esa guerra es un hecho desde hace muchos años. Históricamente comenzó con el golpe de Estado contra Mossadeq, el primer ministro iraní que nacionalizó el petróleo, y prosiguió con la reacción a la Revolución Jomeinista de 1979, que indujo a Occidente a azuzar la sangrienta guerra entre Irak e Irán de los años ochenta con centenares de miles de muertos. El propio Trump lo ha recordado al amenazar con destruir “52 objetivos iraníes” si Teherán se atrevía a responder al asesinato de Soleimani, un objetivo por cada uno de los rehenes que la revolución iraní tomó en la embajada de Estados Unidos en Teherán en aquella época. El Imperio no olvida. Detalle significativo: en su respuesta, Trump mencionó la posibilidad de destruir entre esos objetivos algunos “importantes para la cultura iraní”, es decir algo expresamente prohibido por las convenciones internacionales de 1954 y 1977, y que colocaría a Washington a la par con los talibanes que destruyeron los Buda de Bamiyan y con el Estado Islámico destruyendo museos en Irak o las ruinas de Palmira en Siria.
La retirada unilateral de Estados Unidos, en mayo de 2018, del acuerdo nuclear alcanzado con Irán así como las sanciones que sufre ese país, los asesinatos de científicos iraníes y los atentados, sanciones y el bloqueo financiero y petrolero que asfixia la economía iraní, forman parte de esa guerra. Desde hace 19 meses, la exportación petrolera iraní que en 2017 era de 2,5 millones de barriles diarios ha caído a unos cuantos centenares de miles como consecuencia de las sanciones de Trump. Todo eso son motivos sobrados de guerra a los que Irán ha respondido en la medida de sus reducidas posibilidades. El asesinato del general Soleimani representa una nueva fase de esa vieja guerra.
Millones de iraníes han salido a la calle pidiendo venganza por el asesinato del general. Una movilización popular sin precedentes desde el funeral del Imán Jomeini de 1989. La prometida respuesta no era fácil para Teherán. Por un lado, es enorme la desproporción de fuerzas en presencia. El Pentágono ha destacado bombarderos estratégicos B-52, de largo alcance y capacidad nuclear, en la base de Diego García, desde donde se puede atacar Irán, pero fuera del alcance de los misiles iraníes. Por otro, hay que satisfacer de forma convincente la indignación popular. Sea cual sea el desenlace, de momento la solución ha sido comedida. Teherán tiene armas de precisión e información detallada sobre cómo y dónde hacer daño a las fuerzas americanas en la región, pero el ataque con misiles de la noche del martes 7 de enero se ha dirigido contra bases militares en Irak alejadas de Bagdad y de una forma aparentemente pensada para evitar muertes americanas. La prensa iraní habla de 80 víctimas, lo que podría ser un farol.
Y mientras tanto en Europa…
EE.UU. relacionó a Soleimani con un “inminente peligro” de acciones iraníes contra ciudadanos americanos, pero no hay prueba alguna de que estemos ante un nuevo caso de “asesinato preventivo”
El domingo 5 de enero, 48 horas después del asesinato en Bagdad los mandatarios de las tres principales potencias europeas, Angela Merkel, Emmanuel Macron y Boris Johnson, divulgaron su declaración conjunta. En ella ni siquiera se mencionaba el asesinato de Soleimani. “Hemos denunciado los recientes ataques a las tropas de la coalición en Irak y estamos profundamente preocupados por el negativo papel jugado por Irán en la región, especialmente a través de los guardianes de la revolución y de la unidad al-Quds bajo mando del general Soleimani”, señala la declaración. “Llamamos especialmente a Irán a abstenerse de más violencia”, continúa. En otras declaraciones personales, Johnson le dijo a Trump que Soleimani “representaba una amenaza a todos nuestros intereses” y que “no lamentamos su muerte”. Macron expresó su preocupación por el papel desestabilizador de las fuerzas dirigidas por el general asesinado y el ministro alemán de Exteriores, Heiko Maas, declaró que el general “había dejado un rastro de devastación y sangre por Oriente Medio” y que “la Unión Europea tenía buenas razones para tenerle en su lista de terroristas”. Esta declaración hizo que Teherán convocara al embajador alemán y le censurara por su apoyo al “ataque terrorista de Estados Unidos”. Por su parte la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ha responsabilizado en solitario a Irán de la escalada de tensiones en Oriente Medio y ha justificado el asesinato como una reacción a las provocaciones sufridas por los americanos en Irak. Una vez más la “política exterior europea” queda retratada.
Es en Alemania, en la base de Ramstein, donde se encuentra el punto de mando y control de los ataques con drones de las fuerzas de Estados Unidos. Un anónimo ciudadano alemán ha presentado una denuncia en la localidad de Zweibrücken para que se elucide si el asesinato se pilotó desde Rammstein. Siendo tal acción una violación del derecho internacional y del derecho alemán, ha formulado una denuncia “contra todos los sospechosos de tal crimen en Alemania y Estados Unidos”. Quienes a estas alturas aún crean en el “Estado de derecho” europeo a efectos internacionales, pueden agarrarse a ese simbólico gesto sin el menor futuro.
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Rafael Poch
Rafael Poch-de-Feliu (Barcelona) fue corresponsal de La Vanguardia en Moscú, Pekín y Berlín. Autor de varios libros; sobre el fin de la URSS, sobre la Rusia de Putin, sobre China, y un ensayo colectivo sobre la Alemania de la eurocrisis.
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