Adam Przeworski / Experto en crisis de democracia
“El giro neoliberal fue la segunda revolución burguesa”
Maya Adereth Nueva York , 24/02/2020
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Este artículo se publicó originalmente en inglés en Phenomenal World, un medio especializado en Ciencias Sociales. Si quieres recibir sus artículos por mail, apúntate aquí a su newsletter.
La recuperación de la crisis financiera de 2008 ha coincidido con la revitalización de algunos movimientos sociales como el Occupy Wall Street, el movimiento de las plazas o Black Lives Matter, y sus corolarios en cuanto a propuestas políticas cuya intención es democratizar el acceso a la riqueza y a la influencia política. Estos movimientos tienen su raíz en una tradición radical internacional que, a lo largo del siglo XX, estuvo atormentada por su relación con las instituciones gubernamentales existentes. En Europa Occidental, los movimientos sindicales encontraron una articulación política en partidos como los socialdemócratas suecos, el SPD alemán y el Partido Socialista francés. Estas organizaciones recibieron considerables críticas por parte de los movimientos que representaban por moderar las demandas populares en favor del consenso multipartidista. Y, aunque los gobiernos socialdemócratas realizaron avances significativos durante el período de posguerra, el panorama actual parece demostrar la poca duración que han tenido esas reformas.
Estas mismas dinámicas no se limitan solo a la historia de las políticas de izquierdas: den o no prioridad a las necesidades de sus electores, la realidad es que los políticos a menudo fracasan a la hora de cumplir sus promesas. La pasada primavera me reuní con Adam Przeworski –profesor de Ciencias Políticas en la Universidad NYU, antiguo miembro del Grupo de Septiembre de los Marxistas Analíticos y destacado teórico de economía política– para hablar del papel que desempeñan las elecciones en la consecución de cambios sociales, y también sobre las transformaciones políticas que se están produciendo en la actualidad.
Durante una carrera que se extiende a lo largo de 13 libros y más de 150 artículos publicados, el principal aporte de Przeworski se ha producido en el estudio de las transiciones democráticas, las políticas de distribución y los factores determinantes en el crecimiento económico. En su libro Democracia y desarrollo cuestionó de manera convincente la teoría de la modernización al proponer una narrativa causal alternativa: aunque el crecimiento económico no genera por necesidad instituciones democráticas sostenibles, Przeworski detectó que los países ricos con movimientos radicales a favor de la democracia son más susceptibles de experimentar transiciones exitosas. En Democracia y mercado se propuso analizar las dinámicas políticas, partidistas y económicas que impulsaron la oleada de revoluciones que se extendió por Europa del Este y Latinoamérica a finales del siglo XX. Apoyándose en la filosofía, la economía y la teoría de juegos, Przeworski evaluó de forma compleja e innovadora los éxitos y fracasos de los movimientos para la democracia y de los mercados liberales. Con esa metodología única, en su libro Capitalismo y socialdemocracia, estudió las disyuntivas a las que se enfrentaron los movimientos socialdemócratas a lo largo del siglo XX, y las decisiones que tomaron sus líderes y sus partidarios utilizando un marco de elección racional.
Su penúltimo libro, ¿Por qué tomarse la molestia de hacer elecciones?, lidia con la necesidad y con las imperfecciones de la política electoral; el último, Crisis de la democracia, se publicó en septiembre del año pasado en Cambridge University Press.
¿Podría comenzar contándonos su temprana evolución política?
Crecí en la Polonia comunista en la que tanto la política nacional como internacional afectaba a la vida de todo el mundo en todo momento; llevo la política en la sangre. En lo que respecta a las ciencias políticas, fue un accidente. Estaba estudiando filosofía y sociología en Varsovia y un profesor invitado de ciencias políticas que venía de EE.UU. me preguntó si me gustaría ir allí a estudiar ciencias políticas. En ese momento no sabía lo que eran las ciencias políticas, puesto que ni siquiera existían como especialidad, pero tenía 21 años y me hubiera ido donde fuera a hacer cualquier cosa, así que me dije ¿por qué no?
¿Cuáles eran las grandes preguntas que le interesaban cuando comenzó, y cómo han cambiado con el paso del tiempo?
En un principio, me interesaba mucho cómo afectan al crecimiento económico los distintos regímenes políticos. Ese interés se ha mantenido a lo largo de mi vida: escribí mi tesis sobre el tema, escribí un extenso libro sobre eso en 2000 y hace poco publiqué un artículo al respecto. Más allá de eso, siempre tuve intereses metodológicos. Cuando me fui de Polonia y llegué a EE.UU., no podía estudiar política nacional porque no sabía nada sobre el tema, pero tampoco quería estudiar Polonia desde fuera porque no creo en hacer eso. Así que me decidí por el trabajo metodológico, que fue mi principal preocupación hasta que llegué a Chile.
Primero viví en Chile en 1968 y luego otra vez durante un año entre 1970 y 1971, que fue el primer año de Allende en el Gobierno. Luego tuvo lugar el golpe de 1973, y el tema de la democracia se volvió fundamental. Ese asunto tenía dos elementos diferentes: el primero estaba relacionado con el tipo de reformas que se pueden llevar a cabo por medios democráticos y el segundo era cómo se podían destruir las democracias.
Nosotros soñábamos en transiciones hacia la democracia, nunca pensamos en la democracia misma
Ahí es cuando me di cuenta de que mientras nosotros soñábamos en transiciones hacia la democracia, nunca pensamos en la democracia misma. En aquella época, pensábamos en las democracias como si todo fuera bueno, y en las dictaduras como si todo fuera malo. Todo lo que queríamos era detener los asesinatos y establecer una democracia, y dimos por sentado que todo iría bien. Solíamos bromear: primero viene la liberalización, luego la transición y por último el desencanto. Fue en esta época cuando comencé a pensar sobre la democracia de forma sistemática.
Chile
Me gustaría profundizar en su experiencia en Chile. Siempre reflexioné acerca de las lecciones que se podían extraer de Chile en términos del poder de la huelga del capital: las relaciones de propiedad eran profundamente desiguales cuando Allende accedió al poder y las inversiones se estancaron en respuesta a sus políticas, por eso la economía se derrumbó y sobrevino el caos político. ¿Está de acuerdo con ese análisis?
Yo me solidaricé de manera activa con el “experimento Allende”, que era como se le llamaba. Allende presentó un programa razonablemente moderado que incluía algunas nacionalizaciones, aunque estaban principalmente motivadas por la naturaleza inflacionaria y altamente monopolizada de la economía chilena. No fue por una cuestión ideológica. El problema fue que Allende no pudo controlar a sus partidarios y el movimiento se dividió en torno a si había que dar prioridad al socialismo o a la democracia. Hubo algunas personas que dijeron que el socialismo no podía lograrse utilizando medios democráticos, porque aquellos cuyos intereses se vieran afectados de manera negativa recurrirían necesariamente a la violencia para evitar el socialismo. Y había otros, como Allende, que tenían una estrategia reformista que básicamente sostenía que se podía llevar a cabo todo aquello para lo que existiera un apoyo popular, nada más. En el caso de que perdieran las siguientes elecciones, simplemente esperarían a ganar de nuevo en el futuro y realizar nuevos avances.
El problema fue que el propio partido de Allende no creía en lograr el socialismo utilizando medios democráticos. De hecho, las únicas personas responsables en su coalición fueron los comunistas. Estaban muy disciplinados y adoptaron una perspectiva a largo plazo. Pero muchos otros grupos dentro de la coalición le presionaron para que hiciera cosas que eran antidemocráticas e ilegales. No habría sido completamente imposible que hubieran llegado más lejos, porque el partido de centroizquierda aceptó hacer concesiones al respecto de la nacionalización, pero ese acuerdo se rompió y cuando pasó ya no quedaban instrumentos legales a disposición de Allende. Poco después, la situación desembocó en violencia.
El problema fue que el propio partido de Allende no creía en lograr el socialismo utilizando medios democráticos. Las únicas personas responsables en su coalición fueron los comunistas
Creo que toda la izquierda extrajo una lección muy valiosa de esa experiencia. De hecho, el partido comunista italiano publicó un documento escrito por Enrico Berlinguer que se titulaba “Reflexiones después de los acontecimientos en Chile”. La conclusión era básicamente que poner en peligro la democracia es un grave error táctico. Más tarde, desde la perspectiva estratégica, la idea del socialismo democrático fue teorizada principalmente por el filósofo político italiano Norberto Bobbio, que dijo que los valores liberales son fundamentales para cualquier visión del socialismo.
Elecciones y cambio social
La pregunta consagrada dentro de la izquierda siempre ha sido “reforma o revolución”. Parece que su respuesta a esa pregunta es ninguna de las dos. ¿Puede desarrollar sus argumentos sobre los obstáculos que observa para que se produzca un cambio electoral, en particular con referencia al argumento de que las elecciones solo nos otorgan la mejor solución posible para el mayor número de personas, que fue el argumento que propuso en su penúltimo libro? Y, dado que ha alegado que no es muy probable que la revolución de una minoría tenga consecuencias democráticas a largo plazo, ¿cree que existe una manera de implementar transformaciones económicas y políticas significativas?
No creo que las elecciones sean un instrumento de cambio. Creo que resultan impotentes cuando se trata de reducir la desigualdad. Es sorprendente que tengamos una desigualdad tan persistente, no la misma en todos los países y no la misma en todo momento, pero tenemos una desigualdad que persiste en países que cumplen todos los criterios de la democracia. Hay toda una clase de mecanismos para explicar por qué sucede, pero la triste conclusión es esa.
El punto de partida para reflexionar sobre este problema tiene que ser que vivimos en sociedades capitalistas. La mayoría de las decisiones relacionadas con el empleo y la inversión se realizan en el ámbito privado, y el objetivo es maximizar las ganancias. Cualquier gobierno tiene que anticipar el efecto que tendrán sus decisiones en la reacción de las empresas, que se manifiesta en la bolsa de valores. Deje que le dé un dato interesante del libro Democracia desigual de Larry Bartels: una de las cosas que demuestra Larry es que la gente pobre es más susceptible de votar por el gobierno en el poder después de que se produzca un aumento en las ganancias del quintil más alto uno o dos trimestres antes de unas elecciones. ¿Por qué pasa eso?
En EE.UU., el dato que se recibe varias veces al día sobre la economía es el Dow Jones. ¿Hacia dónde va el valor de las acciones? Hacia el 10 % más rico. Pero esa es la información que el público recibe constantemente. Yo creo que ese es un obstáculo genérico del capitalismo. En 1985 escribí un libro, Capitalismo y socialdemocracia, en el que intenté comprender cómo funciona. Imagínate que hay un gobierno totalmente a favor del trabajo y elige los tipos impositivos. Aun así, es consciente de que si suben los impuestos bajarán las inversiones y se reducirá el consumo futuro de toda la ciudadanía. Por lo tanto, está obligado a ejercer una moderación impositiva. Lo mismo sucede con los sindicatos: los sindicatos escandinavos, por ejemplo, en un momento llegaron a ostentar el poder de monopolio y, precisamente por ese motivo, tuvieron que ejercer una moderación salarial sistemática. Estos obstáculos solo se imponen sobre la democracia en una sociedad en la que las decisiones sobre inversiones se toman de forma privada, es decir, en una sociedad capitalista.
No creo que las elecciones sean un instrumento de cambio. Creo que resultan impotentes cuando se trata de reducir la desigualdad
Ahora bien, esto no significa que no haya espacio para poder avanzar. Yo creo que hay escaso margen (algunos partidos y algunas sociedades fueron capaces de generar desarrollo y reducir la desigualdad), aunque esas sociedades siguen siendo bastante desiguales.
La mayoría de la gente respeta los resultados de las elecciones cuando no pierde demasiado. Si un partido de izquierdas llegara al poder y redistribuyera mucho la renta, y la derecha no tuviera ninguna posibilidad de ganar ningunas elecciones en el futuro, creo que recurriría a otros medios. Lo que significa eso es que con las elecciones no puedes hacer mucho de una vez y también que tienes que perder de vez en cuando, y eso se traduce en que consigues un cierto cambio social, pero no tanto.
Giro neoliberal
El experimento de la socialdemocracia estuvo presente durante un corto período de la historia europea en el que básicamente los sindicatos ejercieron una moderación salarial y los empresarios hicieron algunas concesiones. Pero luego vino la década de 1970 y ese contrato social se desvaneció. Leí un artículo que escribió sobre esa transición, llamado “¿Cuántas terceras vías puede haber?” en el que describía ese cambio en términos de políticas: había una competición electoral y un partido presentaba una innovación política, hacía campaña con esa innovación, ganaba, y luego los partidos subsiguientes adoptaban esa política. En mi opinión, esa especie de explicación ideológica del neoliberalismo no parece capturar todos los factores que hay en juego. Me pregunto si puede desarrollar la razón de que el sistema socialdemócrata fuera insostenible y cómo se puede comprender mejor el giro neoliberal.
En principio, estas dinámicas pueden comenzar a comprenderse con solo observar un gráfico: productividad y salarios desde mediados de siglo hasta nuestros días. ¿Ha visto ese gráfico?
Notas: Los datos corresponden a la remuneración (salarios y prestaciones) de trabajadores de la producción/no relacionados con tareas de supervisión dentro del sector privado y a la productividad neta de la economía en su conjunto. La “productividad neta” es el crecimiento total de bienes y servicios menos la depreciación por cada hora trabajada.
Fuente: Análisis del EPI a partir de los datos no publicados sobre Productividad total de la economía del programa de Productividad Laboral y Costes del Bureau of Labor Statistics (BLS), datos salariales de las Estadísticas de empleo actuales del BLS, Tendencias de costes laborales del BLS, Índice de precios al consumo del BLS y de las Cuentas sobre el ingreso y el producto nacionales del Bureau of Economic Analysis. Actualizado a partir de la Figura A en Raising America’s Pay: Why It’s Our Central Economic Policy Challenge (Bivens et al. 2014). Economic Policy Institute
Claramente algo sucedió a finales de los 70. Uno de los elementos decisivos fue la ofensiva deliberada contra los sindicatos: Thatcher redujo la afiliación sindical a la mitad y Reagan también se propuso destruirlos. El giro neoliberal lo veo como un autogolpe: fue deliberado, estuvo planificado y fue la segunda revolución burguesa. Había laboratorios de ideas, modelos y organizaciones internacionales como el FMI, el Banco Mundial y la secretaría del Tesoro de EE.UU. que comenzaron a imponer sus políticas sobre países de todo el mundo. Lo que no comprendo, y creo que su comentario en ese sentido es completamente acertado, es qué sucedió con los socialdemócratas.
La gente no se da cuenta, pero la ideología y la estrategia socialdemócrata no estaban motivadas por la justicia y la igualdad. La motivación era que si la gente está sana, si vive bien, si recibe educación, va a ser más productiva
La gente no se da cuenta, pero la ideología y la estrategia socialdemócrata no estaban motivadas por la justicia y la igualdad. Hasta cierto punto ese lenguaje se utilizaba, pero la creencia motivadora que se escondía detrás de su programa era que el gasto social es productivo. Era una estrategia de desarrollo. Cito con frecuencia al ministro sueco Olin, que dijo algo así: “Solíamos pensar que gastos como la vivienda y la sanidad eran consumo, pero ahora hemos entendido que son una inversión en el recurso más importante que tenemos: la gente”. Esa era la motivación: si la gente está sana, si vive bien, si recibe educación, va a ser más productiva.
En la década de 1970 se produjeron las crisis del petróleo y la inflación trepó por las nubes. Todo el mundo comenzó a hablar de la crisis fiscal del Estado, y se argumentó que no podríamos soportar una “desmercantilización”, por utilizar el término de Claus Offe. Así es como los socialdemócratas comenzaron a hablar como neoliberales. Una vez le pregunté al secretario regional de Andalucía por qué el PSOE estaba desintegrándose, ¿era la corrupción o qué era? Su respuesta fue muy reveladora: “Nos obligaron a hablar un idioma que no era el nuestro”.
Estoy pensando en el gobierno de Callaghan, que hizo campaña con una plataforma de izquierda pero terminó reestructurando la economía antes de que Thatcher llegara al poder. Una parte estuvo motivada por el debilitamiento de la Unión Soviética y por la proliferación de la deuda respaldada por EE.UU (en 1946, Attlee pudo aprovechar la disponibilidad de financiación soviética para garantizar que los créditos de EE.UU. permitirían un política fiscal keynesiana). En 1976, Callaghan no pudo hacerlo.
Así es. Cometió un error y tuvo mala suerte. Debería haber convocado elecciones antes del invierno; fue un mal invierno y eso se sumó a la crisis del petróleo. Pero, ¿por qué eso le hizo cambiar por completo su visión del mundo? Te contaré dos historias: Felipe González, expresidente del gobierno español, dijo una vez que durante los movimientos especulativos contra la peseta que se produjeron en 1985-6 perdió el presupuesto sanitario anual en el transcurso de tres días; la otra es que durante una conversación que mantuve con el antiguo presidente de Brasil, Fernando Henrique Cardoso, le pregunté: ¿Cuál cree que es el mayor obstáculo a la hora de tomar decisiones, la opinión pública?” y me contestó: “Eh, la opinión pública... salgo en televisión”. “¿El Congreso?”, le pregunté. “Puedo lidiar con ellos”, me dijo. “¿Entonces qué es?” Y su respuesta fue: “La bolsa de valores”. Entonces, ¿por qué la bolsa de valores no era un obstáculo tan grande antes de los 70 y de repente terminó obstaculizando a todo el mundo? No lo sé.
Lo que sí sé es lo siguiente: la transición no se debió a un éxito económico apreciable. Cuando los socialdemócratas suecos alcanzaron el poder, de pura casualidad, tuvieron mucho éxito. Todo el mundo miraba su economía y pensaba: “¡Esto realmente funciona!” Eso no pasó con el neoliberalismo, porque sus políticas provocaron la ruina durante años. El ministro de Justicia del partido conservador, Alain Peyrefitte, dijo, creo que en 1980: “Esto no durará mucho, está dando unos resultados espantosos”. Y sin embargo…
Socialdemocracia y autoritarismo
Existe una especie de fracturación del consenso neoliberal en el panorama político contemporáneo. ¿Qué le parece el cambio de narrativa al que estamos asistiendo?
Soy pesimista porque creo que la situación actual tiene unas raíces sociales y económicas muy profundas. Esto no se trata solo de que gane Trump, o de que el AfD gane un 12% de los votos, o de que el Front National consiga un 33%, nada de eso. Esto es algo que está profundamente arraigado en nuestra estructura social. A menudo la gente habla de polarización. En mi opinión, la polarización tiene dos vertientes: la primera es cómo de diferentes entre sí son las políticas que prefieren las distintas personas; la segunda, que creo que no se ha estudiado de manera lo suficientemente sistemática, es lo que las personas con posturas preferidas diferentes están dispuestas a hacerse las unas a las otras. Se publicó un estudio que mostraba cómo el año pasado las cenas de Acción de Gracias que reunían a participantes que vivían en distritos que votaban en sentido opuesto fueron 30 minutos más cortas que aquellas que reunían a personas que votaban en el mismo sentido. ¿Por qué? Porque la gente tiene miedo de hablarse entre sí. En 1960, un 5% de las personas contestaron que serían infelices si uno de sus hijos se casara con una persona que apoyara a un partido político contrario. Hoy día, el porcentaje se sitúa en torno al 50%. Así que esto ya ha penetrado en la unidad básica de la estructura social, la familia.
Por qué pasa esto es extremadamente difícil de explicar. Los economistas piensan que todo tiene una justificación económica y afirman que la razón es la economía. Y es verdad que hay buenas razones para pensar que la razón es la economía. Sin embargo, si se fija en las reiteradas investigaciones, verá que los factores económicos siempre importan, pero menos de lo que se piensa; siempre son significativos desde un punto de vista estadístico, pero no representan la totalidad. Hubo un estudio europeo que me gustó mucho, en el que se estudiaba el efecto que había tenido la pérdida de trabajos industriales en el sentido del voto. La conclusión era que las pérdidas de puestos de trabajo representaban un 0,5% de los votos de la derecha. En el caso del AfD alemán, el porcentaje sería del 11,8% en lugar del 12,3%. ¿Y el resto de dónde viene?
Estos cambios tienen sus raíces en lo más profundo de las transformaciones económicas y sociales de los últimos años, y no creo que las políticas paliativas vayan a resultar muy eficaces.
No parece albergar muchas esperanzas de que la socialdemocracia como fuerza política vaya a resurgir.
Estados Unidos es el único país entre las democracias ricas en el que se han comenzado a escuchar algunas voces socialdemócratas. Yo las reconozco. Curiosamente (y he de admitir que esta observación la hizo mi hija) el hecho de que Donald Trump haya roto tantos tabúes entre la derecha podría haber tenido como efecto que se empiecen a romper tabúes entre la izquierda. Ahora podemos decir cosas en la izquierda que antes no podíamos decir. Y algunas son maravillosas. Así que quizá la situación no sea tan pesimista como comenté. Incluso si solo una pequeña fracción de las políticas que se han propuesto se convierte en realidad, las cosas van a mejorar.
Larry Bartels también elaboró un gráfico de desigualdad según el tipo de gobierno: cada vez que los republicanos accedían al poder, la desigualdad aumentaba. Luego, cuando los demócratas salían elegidos, se mantenía estable. Pero algunas de estas ideas (atención sanitaria gratuita y similares) son maravillosas. No van a cambiar las relaciones de poder político en un futuro previsible, pero podrían dar lugar a mejoras.
Sé que se muestra escéptico frente al frenesí de los medios por el auge del autoritarismo. De hecho, escribió en su anterior libro que Trump y Le Pen hicieron campaña con mensajes populistas que ofrecían más participación pública que mensaje autoritario.
Mi objetivo con ese argumento es doble: tengo un problema con las analogías basadas en la república de Weimar. Tanto por razones ideológicas como económicas, creo que están mal. Pero también siento una mayor simpatía por el “populismo”. Muchas personas se quejan al mismo tiempo de la desigualdad y del populismo. Pero ¿acaso nuestra persistente desigualdad no indica que algo no va bien en nuestras instituciones representativas? No se puede decir: “La desigualdad es terrible, pero las instituciones son perfectas”.
Lo que más me preocupa es el reciente descubrimiento que parecemos haber hecho, que uno puede destruir la democracia utilizando medios democráticos. Los gobiernos dan una serie de pasos que parecen ser democráticos, y luego eliminan la posibilidad de deshacerlos o resistirse a ellos. Por ejemplo, piensa en el uso, legalmente ratificado, que se ha dado a las emergencias nacionales.
Larry Bartels también elaboró un gráfico de desigualdad según el tipo de gobierno: cada vez que los republicanos accedían al poder, la desigualdad aumentaba
Cuando observo los casos de Erdogan, Chávez-Maduro y Orbán, que en cierto modo es mi país natal, es todo legal, es todo constitucional, es todo democrático. Yo lo llamo “subversión furtiva”, y me preocupa mucho.
¿Puede desarrollar esa tendencia relacionándola con la teoría que formuló junto a Fernando Limongi en la que afirmaban que las democracias con un PIB lo suficientemente elevado nunca mueren?
En aquella época no habíamos detectado la erosión gradual a la que asistimos en la actualidad. Creo que las consecuencias de este tipo de transición siguen sin estar claras. Cuando estábamos escribiendo ese artículo, Botswana era un caso en cierto modo parecido a los que vemos hoy en día. El país obtuvo su independencia en 1975 y, desde entonces, el mismo partido político ha ganado todas las elecciones. Tiene sindicatos y libertad de prensa, ¿pero es una democracia? Era un país que no podíamos clasificar en aquel momento. Lo que sucede ahora es que el número de casos parecidos está creciendo. Este proceso de erosión gradual se ha vuelto mucho más generalizado de lo que solía ser. Hay muchos menos acontecimientos claramente marcados, las democracias parecen estar muriendo lentamente.
Teoría de juegos
La última pregunta que quiero hacerle es sobre la teoría de juegos. ¿Qué valor otorga a los modelos teóricos de juegos, ya sean predictivos o no?
Creo que la teoría de juegos está en consonancia con la forma natural que tenemos de pensar sobre las personas. La gente quiere algo, piensa algo y luego intenta hacer lo que cree que es mejor. Es instintivo que la gente piense de forma estratégica. Si tuvo sentido lo que dije en su momento sobre las políticas de la socialdemocracia (y creo que tuvo sentido) fue precisamente porque en su momento me pregunté a mí mismo: ¿yo qué habría hecho si estuviera en su posición?
El problema con la teoría de juegos en términos generales es que solo funciona si va acompañada de una buena sociología: es decir, si sabemos quiénes son los actores relevantes y lo que quieren. Es difícil teorizar basándose en una noción abstracta de los “individuos”. Los economistas dicen: “Todos los individuos se preocupan por el consumo y el ocio”, y sacan una teoría de eso. En política la cosa no funciona así, tenemos que acertar con los actores.
La teoría de juegos ha cambiado mucho. Podemos incluir personas con creencias “falsas”, podemos incluir personas “estúpidas” (es decir, personas que se comportan de la misma forma independientemente del resultado). No tenemos que dar por sentado que la gente es egoísta, racional, que tiene creencias concretas o que actúa en base a sus creencias. Así que la teoría de juegos solo se trata de pensar que la gente se comporta de forma estratégica, de acuerdo con las opciones que se le presentan delante. Y no se me ocurre que las cosas puedan suceder de manera diferente.
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Maya Adereth es licenciada del programa de Política Comparada de la London School of Economics. Se especializa en economía política comparada e investiga las políticas de desigualdad y formación del estado del bienestar en la Europa de posguerra. Antes de obtener su último título estudió filosofía, matemáticas y relaciones internacionales en la universidad pública Hunter College.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en Phenomenal World, un medio especializado en Ciencias Sociales. Si quieres recibir sus artículos por mail, apúntate
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Maya Adereth
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