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Elecciones en EE.UU.

La batalla por el supermartes

Todas las claves para resolver el juego de tronos por la nominación demócrata

Marcos Reguera 28/02/2020

<p>De izquierda a derecha, Pete Buttigieg, Bernie Sanders y Joe Biden. </p>
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De izquierda a derecha, Pete Buttigieg, Bernie Sanders y Joe Biden. 

 

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Iowa, New Hampshire, Nevada, Carolina del Sur, y tras estos cuatro estados de apertura, el 3 de marzo llega el supermartes, la cita definitiva que suele consolidar a la candidatura favorita de cada partido rumbo a la nominación presidencial. Los demócratas se juegan mucho en este proceso, y no solo la vuelta al poder tras la derrota de Hillary Clinton en 2016, sino también evitar fracasar por segunda vez contra el presidente más odiado por sus votantes y por su partido en toda la historia de la política moderna americana. La convención de Milwaukee será el escenario en el que se elija al candidato demócrata para las presidenciales, y tendrá lugar en el estado de Wisconsin del 13 al 16 de julio. El escenario de la convención está cargado de simbolismo, ya que Wisconsin fue el epicentro del movimiento populista que sacudió la política norteamericana entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX. En este estado el senador Robert M. La Follete Sr. fundó el partido progresista en 1924, una organización populista aliada con los socialistas que sirvió de referencia para la izquierda americana hasta la llegada del New Deal de Roosevelt, al que influyó notablemente. Por lo tanto, el populismo de izquierdas tiene una larga tradición en este estado, y es una de sus señas de identidad política. 

Un siglo después, en Wisconsin, el partido demócrata vuelve a afrontar con estas primarias un dilema que puede ser decisivo en la redefinición del partido y de la sociedad estadounidense para las próximas décadas. El movimiento político abanderado por Bernie Sanders ha planteado una disyuntiva a los demócratas que ha transformado estas primarias en un plebiscito sobre la etapa centrista y neoliberal inaugurada por los Clinton hace tres décadas, lo que ha dado lugar a que emerjan tres posiciones nítidas sobre el futuro del partido: la conservación del statu quo (Joe Biden y Mike Bloomberg), la renovación y reforma del actual modelo (Pete Buttigieg, Amy Klobuchar y Elizabeth Warren) o la transformación del partido (Sanders). Por este motivo en la actual carrera presidencial está en juego la redefinición o conservación del partido demócrata tal y como lo conocemos en la actualidad, lo que ha dado lugar a una lucha sin cuartel entre su establishment (que pelea por conservar el statu quo) enfrentado a un movimiento de base que pugna por realizar una revolución democrática cuyo objetivo último será sentar las bases para una transformación política más amplia de los Estados Unidos, el equivalente por la izquierda a la revolución protagonizada por Ronald Reagan en los años 80. 

La convención de Milwaukee será el escenario en el que se elija al candidato demócrata para las presidenciales, y tendrá lugar en el estado de Wisconsin del 13 al 16 de julio

A continuación realizaré un repaso sobre los resultados de Iowa, New Hampshire y Nevada para identificar a los ganadores y perdedores de las primarias hasta el momento. Para ello daré unas claves sobre la historia y funcionamiento de las primarias, consideraré las fortalezas y las debilidades de los principales candidatos, y propondré los dos escenarios que a mi juicio son más plausibles de cara al supermartes y que podrían influir sobre la futura convención de Milwaukee.

El origen de las primarias y la importancia de la batalla por el supermartes

Aunque se celebran primarias en el partido demócrata desde 1912 (con la elección del presidente Woodrow Wilson), en sus orígenes estas eran voluntarias y solo un pequeño grupo de estados las realizaban, dando lugar a que la mayor parte de los delegados fueran elegidos a dedo por los jefes de los partidos demócratas de cada estado. El actual sistema tuvo su origen en 1972, año en el que se implementaron las reformas ideadas por la comisión McGovern-Fraser con el objetivo de evitar que se repitiera una situación similar a la acontecida en la convención de Chicago de 1968, en la que las tretas de la dirección demócrata por imponer a su candidato el vicepresidente Hubert Humphrey sobre el ganador de las primarias (el senador izquierdista Eugene McCarthy) dieron lugar a una desmovilización de sus votantes cuya principal consecuencia fue la victoria aplastante de Richard Nixon ese año. El nuevo sistema ideado por la comisión McGovern-Fraser generalizaba el sistema de primarias y caucus que ya existía en algunos estados como requisito para elegir a los delegados de la convención del partido. 

De esta manera se pretendía terminar con el poder de los líderes estatales, quienes al elegir discrecionalmente a los delegados solían negociar sus votos con los candidatos y con el aparato federal del partido a cambio de puestos en la futura administración. La reforma de la comisión McGovern-Fraser fue un paso importante en, ironías de la historia, la democratización del partido demócrata. Sin embargo, en 1981 la dirección demócrata decidió guardarse un as en la manga para tener la última palabra en la elección de los candidatos y, mediante la Comisión Hunt, introdujo la figura de los superdelegados. Estos son miembros natos en las convenciones, el grupo lo componen los representantes públicos a nivel federal (congresistas y senadores), los gobernadores estatales, los líderes de la convención nacional demócrata (DNC) que dirige el partido a nivel federal, así como las personalidades distinguidas del partido (expresidentes demócratas y otras figuras de gran relevancia para la organización). Todos estos individuos pueden participar en la convención sin necesidad de ser elegidos por las bases y su voto es libre, sin importar los resultados de las primarias. Los superdelegados van a suponer entre un 15% a casi una cuarta parte de los votos totales emitidos en las convenciones, y por medio de esta figura la élite política del partido se asegura de contar con un contrapeso con el que defender el statu quo de las tendencias democratizadoras introducidas por las reformas de la comisión McGovern-Fraser, teniendo de esta manera la última palabra en la elección de los candidatos presidenciales.

Cuando en 1972 se pusieron en marcha las nuevas reglas de juego, el partido demócrata permitió que cada estado eligiera libremente la fecha que más le convenía para celebrar sus primarias. Pero por aquel entonces los líderes estatales no eran por lo general conscientes del gran impacto que iban a tener los primeros estados en votar sobre el resto de las primarias. El estado de Iowa contaba con una larga tradición asamblearia de caucus que se remontaba al siglo XIX, y New Hampshire tenía el sistema de primarias más antiguo y asentado de los Estados Unidos, por lo que ambos se afanaron en abrir el proceso electoral para resaltar su acervo político. En 1984 el orden de votación terminó por asentarse con estos dos estados abriendo la carrera, y en el año 2008 se introdujeron también los Estados de Nevada y Carolina del Sur al inicio de las primarias para compensar el perfil excesivamente blanco y rural de los primeros estados de apertura. 

El supermartes tiene una importancia capital para los candidatos, pues en esta fecha se terminan de hundir las candidaturas menos competitivas quedando solo los finalistas

En el sistema de las primarias el orden de los estados ha acabado cobrando un sentido práctico en la elección del candidato a presidente. Dentro del campo demócrata estos cuatro estados de apertura tienen por objetivo crear expectación alrededor de los candidatos ganadores para, de esta manera, ir cribando a los aspirantes más competitivos de cara al supermartes. El supermartes suele tener lugar entre finales de febrero y principios de marzo, y en él se elige a un tercio de todos los delegados. Por este motivo el supermartes tiende a amplificar la tendencia que se ha generado en los estados de apertura, y es común que la candidatura que acabará ganando las primarias tienda a despegarse de sus competidores en esta fecha. Por este motivo el supermartes tiene una importancia capital para los candidatos, pues en esta fecha se terminan de hundir las candidaturas menos competitivas quedando solo los finalistas. Desde un punto de vista demográfico los estados del supermartes son también particulares, pues en ellos se concentra la mayor parte de los votos de las minorías raciales: en este día votan una buena parte de los estados del Sur (donde reside la mitad de la población afroamericana) así como los dos estados con mayor concentración de población latina (California y Texas) que son además dos de los estados que más delegados aportan a la convención. 

Tras el supermartes se suceden los dos “minimartes” en los que siguen votando muchos estados del Sur así como buena parte del Medio Oeste. Una vez terminadas estas primarias ya se han repartido el 60% de los delegados. En los meses siguientes los estados restantes votan apuntalando las tendencias que empezaron a formarse en los estados de apertura y que quedaron sancionadas con el supermartes.  La única fecha relevante que queda son las primarias atlánticas, un martes de abril en el que votan Pensilvania, Nueva York y muchos otros estados de la Costa Este. En ese día se reparten una cuarta parte de todos los delegados, y suele ser la fecha en que la candidatura ganadora de las primarias asienta su victoria. Pero para llegar a este momento los candidatos presidenciales deben despuntar en el supermartes, y para ganar el supermartes hay que ganar la lucha por el relato del momentum durante las primarias y los caucus de los estados de apertura.

La lucha por el momentum: el enfrentamiento Sanders-Buttigieg y los grandes perdedores en los Estados de apertura

De esta manera volvemos al inicio, a Iowa, New Hampshire, Nevada y Carolina del Sur. Estos estados no aportan un número significativo de delegados, pues entre los cuatro reparten 155 de los 3.979 delegados con voto vinculante en la convención. Su importancia, sin embargo, radica en que permiten crear lo que en inglés se denomina como el momentum, un relato sobre la emergencia de una candidatura que, al ser percibida como la opción ganadora por los votantes, recibe un impulso cualitativamente distinto al del resto de sus competidores. El relato sobre el momentum tiene menos que ver con las opciones reales de esa candidatura que con un efecto de profecía autocumplida que lo acompaña: la generalización en la creencia sobre la cualidad ganadora de la candidatura tiende a atraer a votantes indecisos y a simpatizantes de competidores similares, y con ellos una mayor atención mediática, más donaciones y más voluntarios para la campaña, reforzando de esta manera su ascenso.

En todo este proceso juegan un papel fundamental los medios de comunicación quienes, a partir de los primeros resultados, se afanan por construir un relato sobre el momentum experimentado por sus candidatos predilectos para catapultarlos en las primarias. Sin embargo, las opciones favoritas de los medios de comunicación en ocasiones pueden no ser las agraciadas por esta percepción generalizada de victoria, y en cambio esta puede recaer en una candidatura que sea percibida por los medios como una amenaza. En estos casos, el relato sobre el momentum torna de ser una celebración en términos positivos para convertirse en una campaña de demonización continua. Este fue el caso de las candidaturas de Trump y Sanders en 2016, y en 2020 el senador por Vermont y sus seguidores están sufriendo una fuerte campaña de desprestigio por parte de los medios de comunicación, de la dirección demócrata y por parte del resto de candidatos. Este relato negativo del momentum sigue siendo, sin embargo, una forma de momentum, y supone una de las formas más efectiva de testar qué candidaturas son percibidas como las más potentes y en ascenso. 

La generalización en la creencia sobre la cualidad ganadora de la candidatura tiende a atraer a votantes indecisos y a simpatizantes de competidores similares, y con ellos una mayor atención mediática

El hecho de que esta campaña se haya planteado mayoritariamente como un “todos contra Bernie” indica que este es el candidato con un momentum más sólido. Esto ha quedado relativamente claro tras su indiscutible victoria en Nevada y con el posterior debate en Carolina del Sur del 25 de febrero, en donde todos los contendientes unieron fuerzas para intentar frenar su ascenso. Pero durante la segunda mitad de febrero esta tendencia ha cambiado hacia un escenario bipolar por la incertidumbre que produce la aparición en campaña de Bloomberg, lo que indica que temen una gran entrada suya en las primarias el supermartes, y revela que las primarias podrán convertirse pronto en un combate entre Sanders y Bloomberg por la nominación, a pesar de los actuales buenos resultados de Buttigieg y la fortaleza que Biden sigue teniendo entre el electorado afroamericano. Esto quedó perfectamente escenificado en el debate televisivo celebrado en Las Vegas el 19 de febrero, que sirvió como fatídico estreno para un Bloomberg que se vio sobrepasado por los ataques de sus rivales entre acusaciones de machismo, racismo, elitismo, por su inmensa fortuna y pasado republicano; críticas a las que el multimillonario no supo cómo responder, y que capitalizó Warren de manera muy efectiva. Otro ejemplo sobre esta percepción del momentum de Sanders y Bloomberg puede apreciarse en los ataques que dedica Donald Trump a ambos candidatos, a los que ha apodado como Crazy Sanders y Little Mike (Bloomberg), lo que revela que en la Casa Blanca les consideran como los adversarios más probables de cara a las elecciones de noviembre.

Para que una candidatura prospere es vital que esta sea objeto del momentum y controle su relato, pero esto no garantiza por sí solo la victoria en unas primarias. En el año 2016 fue Sanders quien experimentó el momentum sobre Hillary Clinton, pero los mayores recursos económicos de la exsenadora por Nueva York y el apoyo incondicional que esta recibió, tanto por parte de las autoridades demócratas, como por los medios de comunicación la condujeron a dominar el supermartes, consiguiendo una ventaja sobre Sanders que sería fundamental para cimentar su posterior victoria. Sin embargo, debido al momentum de Sanders, Clinton tuvo que pelear hasta el último voto en una contienda que de partida se planteaba como un paseo triunfal para ella. 

En Iowa los beneficiarios del momentum fueron Sanders y Buttigieg, en New Hampshire lo ha sido en menor medida Klobuchar, debido a sus inesperados buenos resultados tras dominar el último debate televisado en este estado. Sin embargo, esta última candidata ha disfrutado de una victoria sobrevenida, y no cuenta con una gran estructura electoral en el resto de los estados, por lo que a mi juicio su ascenso será puramente circunstancial a New Hampshire y a su estado natal de Minnesota, sin que vaya a tener un mayor impacto en el resto de las primarias, por este motivo no consideraré su candidatura para el análisis.

El que por un tiempo hubiera tantos beneficiarios del momentum provocó que este fuera más difuminado y, por lo tanto, menos efectivo. Sin embargo, los caucus de Nevada han cambiado esta tendencia. Nevada es un estado racialmente diverso y urbano, lo que ha favorecido a Sanders, quien ha conseguido casi el 50% de los votos, seguido por Biden con un distante 20% del electorado. Nevada apunta hacia una nueva tendencia en las primarias que rompe con el escenario previo en el que Buttigieg había conseguido robar a Sanders la atención mediática, dando lugar a una situación de impasse en las primarias y generando una cierta sensación agridulce entre los seguidores de Sanders.

A esta situación contribuyó notablemente el desastre en la comunicación y verificación de los resultados de los caucus de Iowa por el fallo de la aplicación electrónica que el partido demócrata eligió utilizar. Las denuncias de irregularidades en los resultados finales y el retraso de varios días en el conteo de unas asambleas cuyos resultados tradicionalmente se conocían tras la celebración de los caucus ha levantado las sospechas de muchos demócratas (principalmente entre los seguidores de Sanders) ante la posibilidad de que el proceso estuviera siendo amañado. Entre los seguidores del senador de Vermont sigue presente el recuerdo de las primarias de 2016, cuando tras un hackeo a la cuenta de correo del Comité Nacional Demócrata (DNC) se hizo patente que las autoridades del partido habían trabajado activamente para frenar la estrella emergente del senador de Vermont. 

Pero su derrota en el año 2016 no se debió exclusivamente a un boicot operado por la élite del partido. Si bien el momentum experimentado por su candidatura fue innegable y llegó a sorprender incluso a sus acérrimos enemigos, la coalición de votantes que articuló en las anteriores primarias no era lo suficientemente amplia para derrotar a una candidata con los recursos y la exposición mediática como Clinton. 

La política estadounidense se caracteriza por la existencia de una amplia pluralidad de grupos con identidades distintivas y problemáticas concretas que dan lugar a demandas específicas: grupos raciales, de género, afectivos-sexuales, de clase, generacionales… que demandan soluciones para sus problemas específicos al margen de las políticas generales. Una “coalición de votantes” es la alianza política que se establece temporalmente entre distintos grupos sociales y demográficos cuando estos se agrupan alrededor de una candidatura o partido común. Estas coaliciones suceden cuando el mensaje de una candidatura logra representarles a todos a pesar de sus especificidades y diferencias. 

La coalición de votantes que Sanders articuló en las anteriores primarias no era lo suficientemente amplia para derrotar a una candidata con los recursos y la exposición mediática como Clinton

Un partido o candidato no pueden centrar su discurso en torno a la identidad y las reivindicaciones de un solo grupo de votantes, por muy relevantes que puedan ser para su base electoral, ya que estarían renunciando al resto de los grupos y regalándoselos a sus adversarios. Por este motivo en la política estadounidense no se puede conquistar el poder si no se construye previamente una coalición de votantes que sea a la vez plural y fiel al candidato. Cuanto más amplia, diversa y fervorosa sea la coalición de votantes, más poderosa será una candidatura, pues en campaña tendrá un mayor poder de movilización, y en las votaciones permitirá al candidato ser más competitivo, pues le será más fácil ganar en una circunscripción si cuenta con muchos perfiles distintos de votantes que le apoyen.

En las primarias de 2016 la coalición de votantes de Sanders era muy fiel, y eso la hizo muy competitiva, pero no era tan diversa como la de Clinton, lo que llevó a que sufriera múltiples derrotas en las circunscripciones donde su base social de apoyo no era tan numerosa. Sin embargo, su mensaje de justicia social tenía el potencial de llegar a más grupos si Sanders y su gente eran capaces de dar continuidad al momentum alcanzado en esas primarias. En este contexto se fundó Our Revolution, una organización que ha tenido por objetivo servir de referencia a los activistas, seguidores y políticos que convergieron en la campaña por las primarias de Sanders. La máxima prioridad de esta organización fue dar voz a estos grupos e individuos, así como gestionar los recursos derivados de la campaña, con el objetivo último de transformar el partido demócrata de cara a las siguientes primarias que se celebran en la actualidad. 

La organización fracasó en el corto plazo con la derrota en 2017 de su candidato para presidir el Comité Nacional Demócrata (Keith Ellison), un puesto que acabó en manos de Tom Pérez, representante del establishment moderado. Sin embargo, con las elecciones de mitad de mandato del año siguiente fueron elegidas multitud de representantes cercanas a esta organización, entre las que ha destacado especialmente Alexandria Ocasio-Cortez (junto a otras tres mujeres jóvenes y no caucásicas que forman lo que Ocasio-Cortez bautizó como “el escuadrón”: Ilhan Omar, Ayanna Presley y Rashida Tlaib). La emergencia de Ocasio-Cortez como gran figura pública de referencia dentro del partido es representativa de una gran transformación que estaba aconteciendo dentro del sanderismo: la creciente feminización y diversidad racial de un grupo que en inicio fue predominantemente masculino, joven y blanco. 

Este perfil mayoritario en 2016 condujo a los medios de comunicación institucionales y a la campaña de Clinton a generar la narrativa sobre los “Bernie bros” (los “colegas de Bernie”), es decir, la reducción de todos los seguidores de Sanders a una caricatura que les describía como jóvenes blancos con actitudes intransigentes, sexistas y racistas, una copia izquierdista de los seguidores de Trump. Estos se comportarían como unos trolls fanáticos de internet, unos abusones de Twitter que se dedicarían a acosar a todo aquel que criticase en lo más mínimo a su líder. Esta narrativa ha sido revivida con fuerza durante estas primarias por los medios de comunicación mayoritarios, cuya relación con Sanders es cuanto menos hostil. Warren y Buttigieg la han enarbolado con ahínco, y es popular entre sus seguidores. Aunque en términos generales se trata de una campaña de desprestigio, la narrativa no es del todo imprecisa, pues uno de los efectos colaterales de la alta adhesión que Sanders genera entre sus seguidores, así como por el tono incendiario de sus discursos, es que favorece involuntariamente que aparezca entre algunos de sus seguidores un perfil de carácter intransigente y belicista en sus formas de debatir en las redes sociales. 

Ahora bien, a diferencia de Trump, que ha alentado conscientemente este tipo de perfiles, en Sanders esto ha sido un resultado no buscado de su campaña, producto de la combinación entre su estilo retórico con el tipo de lógicas polarizantes propias de las redes sociales. En términos agregados se trata de una minoría no representativa del conjunto, que por intereses de campaña los medios de comunicación sobrerrepresentan para desprestigiar a la figura de Sanders. Por otra parte, dado que el apoyo a Sanders entre los jóvenes ha sido mayoritario tanto en 2016 como en 2020, y teniendo en cuenta que su coalición de votantes es la más activa en redes sociales como Twitter, pueden encontrarse algunos ejemplos de este estereotipo entre sus seguidores más activos. Sin embargo, toda esta narrativa ha empezado a mostrar sus fisuras como demuestra la polémica de las “#MisfistsBlackGirls”. 

En el show de Karen Hunter, con motivo de las primarias de Nevada, el politólogo afroamericano Jason Johnson criticó a los seguidores de Sanders refiriéndose a ellos como “izquierdistas blancos y racistas” que atacarían a todo aquel que no se alinea con la ortodoxia de su líder. De Sanders dijo que no se preocupaba por problemas como la interseccionalidad, y Johnson sentenció que no le importaba que un puñado de “chicas negras inadaptadas” salieran en defensa de Sanders para hacerle cambiar de opinión. Esto le valió la crítica inmediata de Karen Hunter y sus colaboradoras (todas afroamericanas), convirtiéndose en pocas horas en un tema candente en Twitter y en los medios convencionales. En pocas horas “#MisfistsBlackGirls” ha pasado de ser un comentario machista y racista empleado por un académico que, irónicamente, criticaba a Sanders por no comprender la interseccionalidad, a convertirse en una etiqueta resignificada y reivindicada por multitud de personas (especialmente mujeres afroamericanas, pero no solo) para denunciar que están siendo invisibilizadas por los medios de comunicación y su discurso sobre los Bernie Bro, reclamando al establishment que las respete y reconozca su creciente importancia dentro del movimiento.

Esta situación refleja que, a pesar de la narrativa sobre los Bernie Bro (y desmintiéndola en el proceso), tras las elecciones de 2016 y con la victoria de Trump el discurso de Sanders comenzó a extenderse y a llegar a grupos que en las anteriores primarias se habían alineado con Clinton. Esto se debió entre otras razones a que Sanders y su equipo realizaron un diagnóstico acertado sobre la debilidad de su anterior coalición de votantes y decidieron remediarlo acercándose y trabajando con grupos militantes que representaban a las minorías raciales y al movimiento feminista. Lejos de pretender cooptar a sus representantes o instrumentalizar sus causas, Sanders y Our Revolution se ofrecieron como un espacio de encuentro y escucha para estas realidades marginalizadas. A un nivel de base, los simpatizantes de Sanders han realizado un lento pero efectivo trabajo de voluntariado para la organización utilizando sus redes de proximidad para ir extendiendo las ideas del Senador de Vermont. De manera que, cuando comenzó la campaña, el mensaje de su candidato era bien conocido, lo que ha posibilitado que la campaña de Sanders pueda extenderse sin la necesidad de realizar grandes inversiones de propaganda política al nivel que lo han necesitado el resto de los candidatos.  La clave de la gran transformación de la candidatura de Sanders desde el año 2016 al año 2020 ha consistido por tanto en la ampliación de su coalición de votantes y en la maduración de una red de voluntarios que han hecho un lento pero efectivo trabajo de proselitismo político en sus redes de proximidad, barrios y grupos de referencia. 

Lejos de pretender cooptar a sus representantes o instrumentalizar sus causas, Sanders y Our Revolution se ofrecieron como un espacio de encuentro y escucha para estas realidades marginalizadas

En estos años Sanders ha conservado el núcleo de su mensaje de crítica económica y a sus grupos de apoyos originales, preocupados por el problema de la creciente desigualdad económica y la explotación laboral. Pero en el proceso ha abierto también su discurso y organización a experiencias y realidades de grupos que previamente no se veían representados por este mensaje. Al acercarse a los grupos para la defensa de los inmigrantes, Sanders ha incorporado su perspectiva denunciando las dificultades que atraviesan los inmigrantes latinos en el país y la persecución que sufren por la administración de Trump. De esta manera se ha ganado a una parte fundamental de la comunidad latina, cuya situación laboral es de las peores de los Estados Unidos, pero a la cual había que llegar vinculando sus problemas económicos con su situación en tanto que inmigrantes. Al acercarse y escuchar a los representantes de Black Lives Matters, Sanders ha incorporado a su discurso sobre la desigualdad económica el impacto del racismo en la creación de desigualdades estructurales que perpetúan la pobreza entre grupos racializados. Esto lo ha vinculado a la denuncia de la brutalidad policial y el doble rasero que sufre la población afroamericana, y junto a su defensa de la despenalización de la marihuana y de la reforma del actual sistema penitenciario se ha ganado el apoyo mayoritario de los jóvenes de raza negra. Al acercarse y escuchar a las militantes del movimiento feminista catapultadas por el fenómeno #MeToo, Sanders ha incorporado a su denuncia sobre las diferencias económicas resultantes de la desigualdad de género la otra cara de la discriminación patriarcal, el problema de la violencia machista y la discriminación que sufren las mujeres a todos los niveles por el simple hecho de serlo. Y frente a la óptica de capitalismo rosa imperante en la aproximación del establishment demócrata a la comunidad LGBTI+, Sander y Our Revolution han ayudado a dar voz a figuras y grupos no normativos y racializados del movimiento, aquellas personas que sufren una mayor discriminación por su condición afectivo sexual, y que sufren una mayor invisibilización dentro de su comunidad de referencia. De esta manera Sanders ha sabido conservar el núcleo de su mensaje original, incorporando a su vez realidades distintas pero afectadas también por el problema de la desigualdad social.

Esto no quiere decir que Sanders descubriera en este momento todas estas luchas y sus demandas, pues llevaba décadas comprometido con todas ellas. El cambio ha llegado por el trabajo de proximidad que Sanders ha realizado con todos estos grupos en el tiempo comprendido entre ambas primarias, lo que ha permitido que la militancia de todos estos grupos pusiera voz a estas problemáticas en el marco de su movimiento, en el contexto de movilización de una campaña de resistencia contra la presidencia de Trump. Esto ha dado lugar a un proceso de reconocimiento mutuo entre estos grupos y sus seguidores con el senador de Vermont y su movimiento.  

De esta manera, cuando el 19 de febrero de 2019 Sanders anunció el inicio de su campaña para la nominación demócrata, fue capaz de articular en poco tiempo la mayor coalición de votantes de entre todos los candidatos que se presentaban a las primarias: la más diversa, movilizada y comprometida con su candidato. Esta es la gran diferencia con su campaña de 2016, cuya base de seguidores estaba conformada mayoritariamente por jóvenes blancos (muchos estudiantes universitarios) y miembros de la clase trabajadora tradicional blanca (blue collar workers) debido al apoyo masivo de los sindicatos a su candidatura. En 2020 Sanders conserva a estos grupos, y a ellos se han sumado casi la mitad de todos los simpatizantes latinos del partido demócrata, muchas mujeres jóvenes y con estudios de todas las razas, así como los jóvenes afroamericanos y una parte sustancial de la comunidad LGBTI+. Aunque demográficamente no sean grupos muy numerosos, Sanders se ha convertido también en el principal candidato de las comunidades asiática y musulmana de los Estados Unidos, pasando a ser la candidatura preferida por todos los grupos demográficos del partido demócrata con la excepción de los mayores de 65 años y los miembros conservadores del partido. Es también el candidato preferido entre los votantes independientes, un grupo numeroso y heterogéneo que por muy diversas razones no se identifica ni con los demócratas ni con los republicanos. Pero la suma de todos estos actores no ha desdibujado su mensaje original, pues todas las demandas de estos grupos han quedado incorporadas en un discurso más amplio en cuyo centro está un nuevo pacto social y económico representado por el programa del Green New Deal.

La idea fundamental de esta promesa de Sanders es el establecimiento de un nuevo paradigma de gobierno que tome cartas en el proceso económico creando puestos de trabajo con la remodelación del anticuado sistema de infraestructuras estadounidense, a la par que avanza hacia una transición ecológica creando puestos de trabajo en el área de las energías alternativas, combatiendo al mismo tiempo el cambio climático y las deficiencias del mercado laboral. A esto se le une una nueva política monetaria que abandone la actual ortodoxia impuesta desde la FED para adoptar medidas alineadas con la “teoría monetaria moderna”, así como una reforma del sistema fiscal que adopte un criterio progresivo y alcance a actores que en la actualidad evaden impuestos, tales como los multimillonarios, las grandes firmas de Wall Street o las grandes empresas tecnológicas. En su programa también es fundamental una nueva política educativa basada en la universalización de la educación superior pública haciendo gratuito el acceso a los campus públicos, y cancelando la onerosa e insostenible deuda estudiantil que ha crecido hasta convertirse en la segunda mayor forma de deuda privada, solo por detrás de las hipotecas. Junto a estas reformas estructurales se implementarían otras centradas en desmontar el legado de la administración Trump, su política migratoria y un cambio en la política exterior que abandone el intervencionismo militar y busque una solución para el conflicto israelí-palestino que tenga en cuenta también a los palestinos. 

Pero la que sin duda ha sido la promesa estrella del programa de Sanders, hasta convertirse en el centro de todo su discurso y campaña, es la idea del Medicare For All, un seguro médico universal en donde el gobierno actuaría como pagador único de todos los gastos de salud del conjunto de los ciudadanos estadounidenses, descargando de esta manera los gastos sanitarios del bolsillo de las familias, pues estos han pasado a convertirse en un problema creciente en muchos hogares, llevando a que la sanidad sea percibida como el tercer o cuarto principal problema del país, sólo por detrás de la inmigración y de la mala acción gubernamental, y al mismo nivel que el racismo.

En definitiva, lejos de adoptar una actitud conformista con sus logros de 2016, Sanders ha afrontado sus deficiencias y con ello ha conseguido formar una nueva coalición de votantes diversa y comprometida, lo que ha dado lugar a la incorporación de nuevas demanda y perspectivas a su mensaje, sin con ello alterar el espíritu y las reivindicaciones originales de su movimiento. Esto ha provocado que Sanders esté siendo percibido por una mayoría de votantes (aunque no sean seguidores suyos) como un candidato honesto y coherente, cualidades muy valoradas en un sistema político donde la mercadotecnia electoral ha provocado que la ciudadanía sea muy recelosa de los políticos. Aunque Sanders pueda defender ideas controvertidas y autodenominarse como socialista, (en un país donde hasta hace poco este era un tema tabú) el hecho de que Sanders nunca haya escondido sus preferencias ideológicas y haya defendido el mismo mensaje sin importar el contexto le ha labrado una gran simpatía entre el público general, que le perciben como un candidato genuino y digno de confianza.

Que Sanders nunca haya escondido sus preferencias ideológicas le ha labrado una gran simpatía entre el público general, que le perciben como un candidato genuino y digno de confianza

Pero lo más importante es que Sanders ha sido capaz de percibir y dar voz a las ansiedades y preocupaciones de una parte importante de la sociedad americana de su momento, problemáticas que coinciden con buena parte de sus denuncias y reivindicaciones históricas. Esto ha permitido a Sanders delimitar el contorno del marco discursivo en el que están transcurriendo estas elecciones, y como bien señaló el politólogo George Lakoff, esto le permite marcar los temas ineludibles del debate, obligando al resto de candidatos a afrontar e incorporar las temáticas en las que él es fuerte, y en último término, dominar el discurso de la campaña en su conjunto.

Iowa y New Hampshire fueron dos experiencias agridulces para Sanders y sus seguidores, pues aunque ganó en voto popular en ambos estados sus resultados fueron modestos con respecto a las expectativas que tenían sus seguidores. Este es de hecho uno de los mayores peligros que planea sobre su campaña, ser víctima de un juego de expectativas provocado por las encuestas, en las que muchos votantes expresan su simpatía por el candidato sin que necesariamente eso tenga que traducirse luego en votos. Excelentes resultados como el 46,8 % de los delegados que obtuvo en Nevada pueden generar unas expectativas triunfalistas difíciles de mantener en otros estados menos propicios como Carolina del Sur, donde la fortaleza de su coalición electoral (su diversidad y amplitud) no juegue a su favor por el hecho de ser estados racialmente más homogéneos. En todo caso, la fragmentación del voto moderado, la solidez y amplitud de su coalición de votantes, así como el dominio del marco discursivo y de los temas dominantes de la campaña, todos estos elementos combinados le están conduciendo a situarse como el candidato ganador del supermartes, lo que daría un impulso definitivo a su campaña de cara a la convención de Milwaukee.

Bernie Sanders no ha estado solo dentro del campo progresista, la senadora por Massachusetts Elizabeth Warren ha intentado disputar también la nominación presidencial demócrata desde un discurso crítico con el status quo. Sin embargo, la de Warren ha sido la clásica historia de una campaña con una candidata sólida que, sin embargo, no ha sido capaz de comprender el clima político imperante en su momento, lastrada a su vez por unos cuantos errores mal medidos que han llevado al colapso de su candidatura. En octubre la senadora por Massachusetts lideraba las encuestas, su mensaje era crítico con el establishment demócrata y las grandes corporaciones, recuperando en su retórica parte del trasfondo del populismo institucional demócrata de los políticos de la Era Progresista y del New Deal, un populismo que comprendía el avance de la democracia como resultado de la lucha contra los monopolios, y por lo tanto, a favor de una democratización del capitalismo, pero sin llegar nunca a trascenderlo. Tanto su mensaje como su retórica coincidían en buena medida con la de Sanders, pero su estrategia discursiva era diametralmente opuesta a la del senador de Vermont. Este ha implementado una estrategia discursiva basada en establecer un relato general sobre las deficiencias y carencias del actual modelo económico y político estadounidense, subrayando la idea de que el actual sistema impide el bienestar de la gente común, de las personas migrantes, de la juventud y de la clase trabajadora, favoreciendo en el proceso la concentración de riqueza por parte de la clase capitalista. La senadora por Massachusetts por su parte ha preferido ofrecer a su electorado un diagnóstico sobre el declive de la clase media, y junto a este diagnóstico ha desarrollado en sus discursos detallados planes sobre las políticas públicas concretas que desea implementar para cambiar esta tendencia. Sus estilos discursivos han sido por lo tanto muy distintos: más radical y omnicomprensivo el de Sanders, favoreciendo las grandes narrativas sobre la aplicación concreta de sus propuestas, mientras que Warren se ha presentado como una suerte de tecnócrata de izquierdas, cuyas detalladas políticas públicas actuarían como un aval sobre la seriedad de su candidatura, intentando compensar la intelectualidad y frialdad de su discurso con una performance basada en la proximidad y la calidez con los asistentes a sus mítines.

La estrategia de Warren funcionó por un tiempo, pero a la postre reveló tener grandes deficiencias a la hora de apelar a los sentimientos y frustraciones de grandes porciones del electorado, que consideran que el actual sistema económico-político no funciona para ellos, por lo que, tras el interés inicial por su candidatura, una buena parte del electorado progresista acabó por preferir a Sanders y su apuesta por el gran relato de la insurgencia populista contra el establishment. Otro problema que ha lastrado a Warren ha sido su apuesta por situarse en una posición intermedia entre la revolución política de Sanders y los políticos del establishment. En un contexto de alta polarización política donde, por una parte, se presenta una apuesta ambiciosa de cambio apoyada en grandes ideas, y por la otra la conservación del statu quo y los discursos sobre la “electividad”, Warren jugó la carta de una tercera vía a la vez crítica y reformista. Su apuesta tenía la capacidad potencial de crecer a costa de ambas facciones, pero terminó relevándose como manifiestamente insuficiente ante el tipo de disyuntiva político-discursiva planteada en estas primarias. 

La de Warren ha sido la clásica historia de una campaña con una candidata sólida que, sin embargo, no ha sido capaz de comprender el clima político imperante en su momento

Pero además Warren ha cometido errores simbólicos graves. Durante un tiempo jugó la carta de la política identitaria reclamando sus raíces como nativa americana por el hecho de contar con un antepasado distante de esta raza. Esto provocó múltiples burlas públicas por parte de Trump que la bautizó en Twitter como “Pocahontas”, así como el enfado de los pueblos originarios, pues con su aspecto de mujer caucásica de clase media alta y por su trayectoria vital ella no podía hacerse cargo de la discriminación que este colectivo ha sufrido y sigue experimentando. Este episodio dañó su imagen entre las minorías raciales, un grupo muy relevante al que su campaña nunca consiguió llegar. Por otra parte, Warren rompió el pacto de no agresión con Sanders cuando le acusó en un debate televisivo el 14 de enero del 2020 de haberle confesado en diciembre de 2018 que no creía posible que una mujer pudiera ganar la carrera presidencial. Esta acusación abierta de machismo fue percibida mayoritariamente como una treta de campaña, como la instrumentalización de un problema serio sin contar con un fundamento sólido, y su imagen quedó dañada ante buena parte de la base izquierdista del partido. Esto precipitó su campaña hacia una espiral descendente, en donde su estilo fresco y cercano con la audiencia y su inicial apariencia de seriedad y rigor en sus mítines fue dando lugar a una imagen frívola de política insustancial. Nada representa mejor esta fase terminal de su campaña que el excesivo protagonismo que adquirió en Iowa su golden retriever “Bailey”, al que Warren enviaba como reclamo estrella de sus mítines cuando ella debía de quedarse en Washington para seguir el impeachment contra Trump. Por muy adorable que fuera Bailey, el abuso de su imagen provocó que sus apariciones resultasen extemporáneas en un contexto en el que el partido demócrata se debatía en serios debates entre el continuismo o su transformación. 

Tras el debate televisivo del 19 de febrero en Nevada, Warren ha recuperado algo de gancho al ser capaz de lanzar los ataques más efectivos contra Bloomberg y dominar la discusión. Sobre el escenario Warren demostró que es una política muy efectiva cuando cuenta con un adversario que representa claramente los grandes intereses económicos y políticos. Pero su remontada llega tarde, y Sanders ha acabado por imponerse en Nevada como el candidato antiestablishment, drenando sus apoyos por la izquierda, mientras que el ascenso de Buttigieg en Iowa y sobre todo de Klobuchar en New Hampshire le arrebataron el voto femenino, de clase media y moderado, destruyendo en el proceso su débil coalición de votantes. Tras el debate de Las Vegas Warren ha emprendido una nueva estrategia para su campaña. La senadora por Massachusetts es consciente que en su estado actual es imposible que gane la nominación demócrata, pero sus delegados pueden ser determinantes para que Sanders consiga la nominación y, por tanto, tener una posición de fuerza para ser nombrada su vicepresidenta. Desde el 19 de febrero está evitando atacar al senador de Vermont mientras lanza toda su artillería contra Bloomberg, confiando en sobrevivir durante el resto de las primarias con los pocos fondos que le quedan.

Entre los candidatos moderados que han disputado el primer puesto a Sanders el más efectivo hasta el momento ha sido Buttigieg. El alcalde de South Bend (Indiana) consiguió durante un tiempo arrebatar la atención mediática a los candidatos que se proyectaban en un principio como los principales contendientes de las primarias, tomando de Biden la visibilidad pública como principal candidato moderado, y negando a Sanders la narrativa sobre el momentum derivada de ser el candidato más votado en Iowa y New Hampshire. 

Sobre el escenario Warren demostró que es una política muy efectiva cuando cuenta con un adversario que representa claramente los grandes intereses económicos y políticos

Cuando Buttigieg lanzó su campaña el 14 de abril del 2019 consiguió una cierta notoriedad al presentarse como el primer candidato abiertamente gay a la presidencia de los Estados Unidos. El hecho de ser parte de una minoría discriminada le permitió obtener una amplia atención mediática antes incluso de que comenzasen las primarias, si bien su candidatura no ha sido plenamente acogida por el movimiento LGBTI+, pues desde muy pronto recibió críticas por parte de algunos miembros del movimiento quienes, desde una perspectiva queer, consideraron que Buttigieg representaba una imagen heteronormativa y socialmente convencionalista de los gays, cercana al capitalismo rosa, al pink washing y poco representativa de la diversidad del movimiento.

Más allá de esta polémica por su orientación sexual, Buttigieg ha construido de cara a la campaña un personaje que aúna en su retórica e imagen los dos mayores referentes modernos del ala liberal del partido demócrata: Obama y Kennedy. El propio Obama ya había seguido esta estrategia con la figura de Kennedy en las primarias del 2008, y Buttigieg la está copiando como si se tratase de un libro de texto. De Kennedy ha tomado su estética, parte de su retórica e incluso su dicción. Al igual que hizo en su momento Obama, Buttigieg se presenta como un candidato moderno, el representante optimista de una nueva generación que va a traer una renovación tranquila a la política, alejado (según sus palabras) de la nostalgia de Trump por el orden social de los años 50 del siglo XX, así como con respecto a las ensoñaciones revolucionarias de la década de los años 60 en las que se encontraría anclado Sanders (se refiere a la lucha por los derechos civiles, la pelea de las minorías raciales por sus derechos a las que Buttigieg pretende conquistar).  Buttigieg llega incluso a sugerir que es el único demócrata en la carrera por las primarias (olvidando convenientemente a Biden, Warren y Klobuchar), por el hecho de que dos de las figuras más prominentes de las primarias son un independiente que se autodenomina como socialista (Sanders) y un multimillonario ex republicano (Bloomberg). 

Buttigieg no es el único “demócrata pata negra” de la carrera presidencial, pero sin duda su imagen es producto de un calculado estudio de marketing político para crear al candidato idóneo del establishment liberal. En esta operación la influencia de Obama como modelo se deja sentir no sólo en su retórica y estrategia, sino también en su programa, que mayoritariamente se presenta como una continuación de las iniciativas políticas de la Era Obama, pero con un contenido social algo más marcado por la presión e influencia de Sanders y su movimiento. En su época universitaria Buttigieg era un gran admirador de Sanders y sus ideas socialdemócratas, así como un crítico contumaz del clintonismo y su estrategia centrista para el partido demócrata, tal y como relata en un artículo de gran interés su antiguo profesor en Harvard James T. Kloppenberg. El joven Buttigieg era hijo de uno de los traductores de Gramsci al inglés, y en sus discursos y escritos de juventud mostraba una crítica gramsciana a la aceptación del consenso hegemónico neoliberal por los demócratas clintonianos. Esto le condujo a buscar cómo construir un nuevo referente que construyera un nuevo consenso de izquierdas genuinamente americano, que combinase un mensaje de justicia social con la fe religiosa del ciudadano medio. Esto le condujo a estudiar a los pensadores populistas de finales del siglo XIX para buscar su nuevo discurso de izquierdas con el que derrotar al neoliberalismo. Pero al final de este camino Buttigieg encontró South Bend, y tras varios años de alcalde, dos años en una firma de negocios y un breve paso por el ejército que saca a relucir siempre que puede, Buttigieg ha abandonado sus antiguos ideales para abrazar todo lo que de joven criticaba, de cara a intentar dar cuerpo el ideal político demócrata perfecto que estuvo vigente una década atrás. Esto le ha llevado a un enfrentamiento directo tanto con Biden como con Sanders, pues con el primero se disputa el legado de Obama (sin que el expresidente se pronuncie al respecto), mientras que con el segundo está compitiendo por el futuro del significado del partido demócrata. 

Más allá de esta polémica por su orientación sexual, Buttigieg ha construido de cara a la campaña un personaje que aúna en su retórica e imagen los dos mayores referentes modernos del ala liberal del partido demócrata: Obama y Kennedy

En líneas generales el discurso de Buttigieg apela a la unidad y a la reconciliación social. El núcleo de su discurso gira alrededor de la idea de que los Estados Unidos se encuentran dominados por la división y los extremos: la división racial y política generada por el presidente Trump, pero también por una polarización creciente en el partido demócrata entre los que creen que el capitalismo es la fuente de todos los males (Sanders y sus seguidores) y los que piensan que el capitalismo puede actuar sin restricciones (Bloomberg). Desde esta lógica discursiva Buttigieg se reclama como el candidato de la unidad en la diversidad y de la reconciliación en el compromiso. El discurso tiene fuerza, pero también adolece de un grave problema de materialización, pues su campaña está consiguiendo los efectos opuestos a lo que predica: el discurso de milenial preparado y listo para protagonizar un relevo generacional ha generado un resentimiento generalizado hacia él entre el resto de competidores, y su figura levanta un rechazo visceral entre los seguidores del todos los candidatos. Por otra parte, el reclamo de que la suya es la candidatura de la diversidad choca de frente con la realidad de su coalición de votantes, que está compuesta casi exclusivamente por blancos de clase media y alta con estudios que habitan en barrios residenciales. Su apoyo entre las minorías raciales es el segundo más bajo de todos los candidatos relevantes, solo superado por Klobuchar. 

El escaso apoyo de los afroamericanos a su candidatura ha sido especialmente comentado por los medios de comunicación, pero no es algo que deba despertar demasiadas sorpresas. Por una parte, como alcalde de South Bend tomó medidas controvertidas como relevar al primer jefe de policía afroamericano de la ciudad, o llevar a cabo declaraciones poco favorables hacia la comunidad. Por otra parte el voto afroamericano es más centrista que la media demócrata, y a esto ha contribuido un escepticismo hacia la política que es el resultado de muchas décadas de promesas incumplidas. Esto ha vuelto a los afroamericanos más desconfiados en general con respecto a las grandes promesas (sobre todo a los de más edad). Históricamente los afroamericanos han sufrido tantas decepciones que lo que esperan de un candidato es su implicación con la comunidad, que este se acerque a trabajar con ellos en proyectos concretos, que se gane su respeto y confianza con hechos, y no mediante discursos. Esto beneficia por lo general a los políticos con largo recorrido y a los del establishment como Biden sobre los recién llegados, pues por poco que hayan hecho por la comunidad afroamericana ya contarán con un aval con el que presentarse ante ellos, y para los votantes afroamericanos de más edad el historial de un político pesa más que su discurso. Este aspecto es sin duda la mayor tara de la campaña de Buttigieg, y el motivo que frenará en seco su ascenso en el supermartes condenándole en poco tiempo a la irrelevancia.

Pero hasta el momento la historia de Buttigieg ha sido la de un ascenso inesperado, y para comprenderlo es necesario distinguir entre las fortalezas de su campaña electoral con respecto a la ayuda que le han prestado los medios de comunicación, con cuya cobertura Buttigieg dominó el relato de las primeras semanas de campaña. El equipo de campaña de Buttigieg ha demostrado tener unas grandes habilidades tácticas para dominar escenarios poco favorables, si bien está por demostrar que cuenten con habilidad estratégica para dominar la campaña en su conjunto. El dilema al que se enfrentaba en un inicio la candidatura de Buttigieg era tener que competir con dos candidatos que partían desde una posición de fuerza: Biden en tanto que candidato favorito de los moderados y la opción preferida por el establishment, con una mayor cobertura mediática, apoyo institucional y mejor acceso a los donantes del partido. Por otra parte, Sanders se erigió rápidamente como la opción preferida de la base demócrata, con una amplia red de seguidores muy implicada y movilizada con la que Buttigieg no podía rivalizar. 

En este contexto, el candidato y su equipo siguieron a pies juntillas el libro de texto de Obama, quien en el 2008 apostó todo su tiempo y recursos a conquistar los estados de apertura (Iowa y New Hampshire), para de esta manera ganar atención mediática y arrebatar el momentum a sus principales competidores. Copiando esta estrategia Buttigieg podría arrebatar a Biden sus donantes y seguidores, con los que adquiriría una posición de fuerza de cara al supermartes. Buttigieg lo invirtió todo en estos dos estados, realizando una campaña de proximidad a un nivel al que no llegó ningún otro candidato. Y la apuesta dio sus frutos, consiguiendo desbancar a Biden como la figura de referencia entre los moderados y arrebatando a Sanders el relato del momentum. En la caótica noche de los caucus de Iowa en que la app Shadow colapsó (impidiendo conocer los resultados de las votaciones), Buttigieg aprovechó el caos para declararse vencedor de la contienda sin que mediaran datos oficiales y los principales medios de comunicación compraron al momento su discurso. Esto obligó a la Associated Press a pronunciarse negando que se pudiera declarar un candidato oficial sin resultados definitivos, con lo que muchos medios de comunicación tuvieron que recular en los mapas electorales de sus páginas web, pero esto no impidió que siguieran tratando a Buttigieg como el ganador en su cobertura informativa. 

En New Hampshire volvió a obtener mejores resultados de los proyectados por las encuestas, acercándose a poca distancia de Sanders en votos y aventajándole por unos pocos delegados gracias a un empate técnico en Iowa (26,2 vs. 26,2) que sin embargo le benefició con dos delegados adicionales a pesar de que Sanders le superase en ese estado por unos mil votos. Los medios de comunicación contribuyeron a esta idea del empate señalando que Sanders había recibido muchos menos apoyos en New Hampshire que en el 2016 (a pesar de lo diferentes que son ambas primarias, pues cuatro años atrás Sanders se benefició de ser el único candidato contra Clinton y recibió muchos votos que no simpatizaba necesariamente con él, sino que era predominantemente un voto anti-Clinton). Pero a pesar de todos los recursos, los nuevos donantes y la atención mediática que recibió Buttigieg a expensas de Biden, todo ello no ha impedido que la competición en Nevada confirmara dos debilidades fundamentales de su candidatura que, seguramente, conduzcan a su caída como el principal candidato moderado tras el supermartes. En primer lugar, el éxito de Buttigieg ha dependido en buena medida de la atención mediática recibida durante febrero, pero con la entrada de Bloomberg en la competición, y el lento pero seguro ascenso de Sanders, Buttigieg se ha visto privado de su mayor fuente de propaganda gratuita, lo que ha llevado a que parte de su base electoral vuelva a Biden. La incapacidad de Buttigieg de atraer a las minorías a pesar de sus constantes guiños retóricos y lingüísticos devuelve el foco al candidato predilecto de los afroamericanos, el vicepresidente Biden, quien en el supermartes puede volver a recuperarse gracias al apoyo incondicional de este grupo, capturando en el proceso parte del votante blanco de clase media alta de los barrios residenciales, un grupo de votantes con un bajo nivel de lealtad hacia sus candidatos, pues su mayor prioridad es apoyar a la candidatura centrista que perciban con más posibilidades de derrotar a Trump. 

¿Se trata Biden de un gigante con pies de barro, o de un ave fénix que revivirá de sus cenizas?

Si hasta el momento la historia de Buttigieg ha sido la de un candidato desconocido en ascenso, la de Biden ha consistido en el espectacular declive de una figura universalmente conocida y temida por sus competidores. Su fracaso inicial resultó especialmente comprometedor para el establishment demócrata por haberlo elegido como el candidato oficioso y continuista del aparato. Pero sobre la figura de Biden gravita una pregunta que aún no ha obtenido respuesta a pesar de que, como dijo Mark Twain “los rumores de mi muerte han sido exagerados”. La pregunta es la siguiente: ¿se trata Biden de un gigante con pies de barro, o de un ave fénix que revivirá de sus cenizas? Sus mítines han carecido de vitalidad, con problemas para expresarse correctamente al hablar y mostrando achaques de la edad ausentes en otros candidatos de su quinta como Sanders o Bloomberg. Para desesperación de su equipo de campaña ha sido habitual verle discutir e insultar en sus mítines a los asistentes, lo que proyectaba una imagen errática y arrogante del candidato. Su discurso se centró en presentarse como el sucesor de la Era Obama, un valor seguro ante la inexperiencia y/o radicalidad del resto de candidaturas, y como cúspide de este, la idea de que él era el candidato con más posibilidades de ser elegido ante Trump. Este discurso de la electividad y el continuismo se convirtieron en un mantra que Biden repetía machaconamente ante una audiencia poco inspirada. Esto provocó que Biden perdiera la carrera por el momentum en los estados de apertura. 

Por una parte, Sanders ha demostrado una mayor pasión, energía y fortaleza de convicciones aun siendo de su misma edad, mientras que Buttigieg ha conseguido emocionar al voto moderado al presentar una historia americana del joven talentoso que traerá la renovación mediante la unidad del partido a través del recambio generacional. Tanto Sanders como Buttigieg han arrebatado a Biden parte de su electorado en las primeras votaciones. Sanders ha conseguido apelar con mayor efectividad al voto blanco de clase obrera, y Buttigieg al votante blanco de los barrios residenciales y del campo, destruyendo entre el uno y el otro dos de los pilares fundamentales de la coalición de votantes de Biden. Pero la mayor amenaza para Biden está por llegar, pues Bloomberg está realizando una inversión sin precedentes de cientos de millones de dólares para arrebatarle su grupo demográfico más preciado y al que fía su remontada: el voto afroamericano.

Atacado por todos los frentes de su coalición de votantes, Biden se encuentra en una difícil posición, pero el colapso de su candidatura no ha ocurrido exclusivamente por un problema de relato, ya que sus debilidades tienen unos orígenes claramente estructurales. Mientras que en el año 2016 Clinton, en calidad de candidata institucional, consiguió el apoyo de 359 superdelegados antes de comenzar la campaña, Biden solo logró atraer a 67 (92 en la actualidad). Desde un punto de vista financiero Biden tampoco ha conseguido atraer hacia sí a los principales donantes del aparato demócrata. Mientras que la organización Hillary for America llegó a recaudar en 2016 unos 563 millones de dólares, Biden solo ha logrado recaudar 69,9 millones, muy por debajo también de sus rivales. Todo esto no ha impedido que el partido demócrata y sus medios afines alimentasen durante meses la narrativa del equipo de Biden: que el vicepresidente de Obama sería la persona mejor preparada para enfrentarse a Trump, por ser el único candidato capaz de demostrar experiencia institucional y por poder atraer a votantes republicanos desencantados. Todo ello a pesar de mostrar un perfil muy parecido al de Clinton pero sin contar con su capacidad para recolectar fondos y apoyos. Las encuestas de las primarias demócratas parecían sostener la narrativa. Y entonces llegó Iowa.

Biden encalló en cuarta posición en este estado, cayendo a la quinta en New Hampshire. Esto supuso una auténtica debacle para un candidato que lo apostaba todo al discurso de la electividad. Dicha situación llevó a Biden a tomar una decisión desesperada: continuar en la carrera confiando en que el voto de las minorías raciales relanzará su candidatura en Nevada y Carolina del Sur, pues el vicepresidente es muy popular entre los votantes mayores latinos y afroamericanos por su vinculación con la Era Obama, especialmente entre los afroamericanos, para los que Biden se presenta como su candidato predilecto, y espera que el supermartes reviva su campaña. 

Los resultados de Nevada avalan en parte su estrategia, pues con un 20% de los votos ha conseguido situarse en segunda posición, y las encuestas que aparecieron tras los caucus de dicho estado muestran una tendencia al alza en todos los estados del Sur (donde se concentra la mitad de la población afroamericana), ayudándole a destacar sobre Sanders en las encuestas para Carolina del Sur, e incluso sugiriendo una remontada en otros estados del Sur como Texas, donde podría llegar a ser ganador. De esta manera, el candidato que fue laureado antes de tiempo como el vencedor seguro de las primarias, fue también dado por muerto y abandonado por los grandes medios de comunicación y su partido. Pero tras el debate televisivo del 25 de febrero en Carolina del Sur, y con las perspectivas de crecimiento que auguran las nuevas encuestas cabe preguntarse una vez más ¿es Biden un gigante con pies de barro, o un ave fénix que resurgirá en el Sur para dar la batalla a Sanders? La respuesta a esta pregunta se encuentra en lo que he denominado como el factor Bloomberg.

 El factor Bloomberg ¿Bloomfail o Bloomentum?: Los posibles escenarios para el supermartes

El multimillonario Michael Bloomberg ha escogido una estrategia poco convencional para conquistar la nominación demócrata. La razón por la que Bloomberg no ha querido competir siguiendo la senda establecida en las primarias se debe a que desde hace tiempo el multimillonario es consciente de que su candidatura tiene problemas fundamentales para ser competitiva en la carrera demócrata debido a su historial político, pues fue alcalde republicano de Nueva York desde 2002 hasta 2013, y bajo su mandato la ciudad no sólo sufrió un duro proceso de gentrificación que hizo más difícil la vida para los ciudadanos comunes, sino que además la policía se rigió por la política del “stop & frisk” contra los afroamericanos, es decir, detenerlos y empotrarlos contra la pared sin motivo justificado por considerarles criminales en potencia. Además, Bloomberg realizó a lo largo de los años multitud de declaraciones que hoy son consideradas racistas, sexistas y clasistas, y cuenta además con casos de indemnizaciones bajo cláusulas de confidencialidad con numerosas mujeres que abandonaron su empresa o fueron despedidas. Todo esto le obligaría a realizar un “tour de disculpas y arrepentimiento público”, así como a tener que abjurar de sus posiciones políticas pasadas, lo que sería desastroso para su campaña. Visto en retrospectiva, y teniendo en cuenta su desastrosa participación en los debates de Nevada y Carolina del Sur, sus declaraciones resultan premonitorias. Sin embargo, esto no le ha impedido realizar la mayor inversión individual en una campaña por la nominación presidencial jamás vista en la historia electoral estadounidense. 

Michael Bloomberg ha realizado la mayor inversión individual en una campaña por la nominación presidencial jamás vista en la historia electoral estadounidense

La consciencia sobre esta debilidad de su candidatura le condujo (al igual que hiciera Buttigieg) a trazar un plan de campaña poco convencional para competir en unas primarias en las que el diseño institucional no le permitía explotar todas sus ventajas, y por el contrario exponía muchas de sus debilidades. El espíritu de este plan responde a la aplicación de la filosofía empresarial de los grandes tiburones de Wall Street a la competición política: conquistar un nicho de mercado haciendo una opa hostil sobre tu mayor competidor (Biden) para hacerte con sus consumidores (votantes), evitar la publicidad negativa y utilizar todos tus recursos para orquestar una campaña de desprestigio sobre el resto de los competidores que te permita, desde una posición monopolística, arrebatarles a sus consumidores a través de publicidad de masas y microtargeting especializado. Esta es a grandes rasgos la filosofía de la campaña de Bloomberg, y para llevarla a término utilizó su inmensa fortuna para identificar a los mejores especialistas en campañas electorales, no solo con la idea de incorporarlos a su equipo, sino también para evitar que sus rivales pudieran contratar sus servicios.

En la ejecución de su plan, Bloomberg decidió no participar en la carrera por los estados de apertura para evitar las críticas de sus adversarios y el escrutinio público. Bloomberg puede permitirse prescindir de los pocos delegados que se reparten en estos estados, y tampoco necesita el momentum derivado de competir en ellos, pues es propietario del emporio de comunicaciones Bloomberg News a través de su empresa matriz Bloomberg LP. Con este medio y con su inmensa fortuna y notoriedad pública puede comprar la suficiente atención mediática como para construir un momentum por sí mismo. Y así ocurrió desde que anunciara su candidatura el 24 de noviembre de 2019. Mientras sus competidores invertían una parte sustancial de sus fondos y energía personal en los estados de apertura para ganar el momentum (aunque muy pocos delegados), Bloomberg realizó una campaña estratégica de carácter masivo en los estados del supermartes (que reparten muchísimos más delegados), y durante semanas estuvo virtualmente solo sobre el terreno. Esta estrategia disparó las alarmas entre sus competidores ante la perspectiva de llegar exhaustos de fondos al supermartes mientras Bloomberg invertía en estos estados una fortuna superior a los fondos recaudados por los cuatro principales candidatos demócratas juntos, tal y como se puede apreciar en la siguiente tabla:

A diferencia del resto de candidatos Bloomberg no acepta donaciones, y los 409 millones que ha invertido en su campaña provienen de sus fondos personales. Pero esta cantidad es tan solo una pequeña fracción de todo el dinero que Bloomberg puede invertir potencialmente en su campaña. La revista Forbes calcula su patrimonio en 59.600 millones de dólares, lo que le convertiría en la 8º persona más rica de Estados Unidos y la 12º del mundo; Trump cuenta con 3.100 millones de dólares, un patrimonio veinte veces inferior, lo que muestra la magnitud de la fortuna de Bloomberg.  Por supuesto, aquí se están comparando el patrimonio de dos grandes multimillonarios, que no equivale a la cantidad de fondos líquidos que pueden movilizar monetariamente, pero estas cifras ofrecen una idea aproximada de los fondos de los que cada uno de ellos podría llegar a disponer para promover sus nominaciones. Esto introduce la pregunta sobre si la deslegitimación de la clase política en nuestros sistemas democráticos pudiera estar dando lugar a una nueva era, en la que las grandes fortunas se estarían planteando dejar de influir indirectamente en la política a través de sus donaciones, y utilizar en cambio sus grandes fondos para comprar las nominaciones presidenciales.

Ahora bien, con sus miles de millones de dólares Bloomberg no ha comprado solo anuncios electorales y propaganda en las redes sociales, tal y como reveló el New York Times en un artículo del 15 de febrero, sino que se habría convertido en los últimos cuatro años en el máximo donante del Partido Demócrata y sus causas políticas. Esto incluiría las campañas de los actuales superdelegados, quienes tendrían pocos estímulos para contrariar a su principal donante. Ahora bien, la estrategia de Bloomberg ha sido mucho más sutil que el condicionamiento económico de los líderes del Partido Demócrata. La parte sustancial de sus donaciones ha ido a parar en concepto de filantropía social a causas favorables al partido demócrata, por lo que su capacidad de coacción va mucho más allá de la cúpula del partido, y se extiende hasta la iniciativa de base, menos sospechosa de estar aliada con el poder de Washington. De esta manera, Bloomberg ha ido ganando en tan poco tiempo tantos apoyos en todos los niveles del Partido Demócrata a pesar de ser un outsider. Su apoyo es especialmente importante entre los alcaldes, pues muchos dependen de sus fondos para llevar a cabo sus políticas municipales y para ser reelegidos en sus cargos. Su rápido crecimiento en la expectativa de apoyo entre los afroamericanos también es el resultado de esta estrategia: al haber invertido sumas millonarias en legislación de restricción de armas y en apoyar a candidatos afroamericanos, Bloomberg es percibido automáticamente como un aliado por este sector, a pesar de contar con un pésimo historial en su trato a los miembros de esta comunidad en su época de alcalde de Nueva York.

La deslegitimación de la clase política ¿puede estar dando lugar a una nueva era, en la que las grandes fortunas se estarían planteando dejar de influir indirectamente en la política a través de sus donaciones, y utilizar en cambio sus grandes fondos para comprar las nominaciones presidenciales?

Esta es a grandes rasgos la estrategia de Bloomberg para comprar la nominación demócrata: invertir durante años en los candidatos y políticas de uno de los principales partidos hasta convertirse en una fuente de financiación irrenunciable a la que el partido no puede contrariar, para más tarde saltar a las primarias, sobornar al Comité Nacional Demócrata para que cambie las reglas de juego en pleno proceso, de modo que le permitan competir directamente en el supermartes sin haber participado en los estados de apertura, pero sí en los debates, e invertir cantidades millonarias en los estados con más delegados mientras el resto de candidatos se despellejan entre ellos por un momentum que Bloomberg puede fabricar a través de su emporio de comunicación Bloomberg News. 

Los resultados, sin embargo, no están siendo tan prometedores como cabría esperar, y en esto ha influido decisivamente su desastrosa intervención en los debates electorales de Nevada y Carolina del Sur. Con anterioridad a estos debates, varias encuestas de gran calado y representatividad, como el Morning Consult (19/02/2020), situaban el apoyo a Bloomberg a nivel nacional en el 20%, un punto por encima de Biden y a ocho puntos de Sanders, quien lidera la encuesta. Pero tras los debates, Bloomberg ha comenzado a experimentar una tendencia descendiente en sus apoyos y, tras el debate de Carolina del Sur, el agregado de encuestas FiveThirtyEight, del controvertido pero eficaz Nate Silver, otorga a Bloomberg tan solo una posibilidad entre 50 de ganar la nominación, frente a 1 posibilidad entre 8 que otorga a Biden, o 1 entre 5 a Sanders.

Pero lo cierto es que, al no participar en ninguna contienda electoral hasta el supermartes, no contamos con referencias tangibles sobre las tendencias de sus apoyos reales (o su pérdida), más allá de un escenario de encuestas muy volátiles que prácticamente dan un giro de 180 grados cada semana. A esta situación la he denominado el “factor Bloomberg”, pues de lo único que podemos estar seguros es de que Bloomberg cuenta con los recursos y el capital político para condicionar los resultados de estas primarias, pero el cómo lo hará aún no es posible determinarlo. Por este motivo he considerado dos posibles escenarios para el supermartes según la operación de Bloomberg tenga éxito o fracase: el Bloomentum y el Bloomfail.

La hipótesis del Bloomentum plantea un escenario en donde todas las inversiones realizadas por el multimillonario dan sus frutos, con lo que Bloomberg consigue imponerse a Biden como el candidato moderado gracias a que los votantes afroamericanos deciden favorecerle frente a su anterior candidato. En este escenario, Sanders seguiría dominando los resultados totales del supermartes, pero con el ascenso de Bloomberg sobre Biden la campaña del vicepresidente colapsaría al no poder presentar el supermartes como su resurrección política, y de no renunciar por voluntad propia, sería presionado por el partido para que lo hiciera. De esta manera el establishment contaría con un candidato viable con el que poder combatir el ascenso de Sanders, con Bloomberg financiando la contraofensiva. Este escenario sería muy favorable a Sanders en términos discursivos, pues daría cuerpo de manera inmejorable a la narrativa de su campaña como una lucha contra el establishment y los multimillonarios. Pero la pelea por el resto de los delegados sería mucho más complicada y encarnizada debido a la asimetría financiera entre ambas campañas. La estrategia de Bloomberg en este escenario no sería tanto ganar las primarias, sino impedir que Sanders obtuviera una mayoría de delegados, lo que permitiría ir a una segunda vuelta, en donde votan también los superdelegados, para que estos otorgasen a Bloomberg la victoria.

Nate Silver, otorga a Bloomberg tan solo una posibilidad entre 50 de ganar la nominación, frente a 1 posibilidad entre 8 que otorga a Biden, o 1 entre 5 a Sanders

Una segunda hipótesis va cobrando más fuerza durante la semana previa al supermartes, y es la hipótesis del Bloomfail. Para esta hipótesis doy por buena la tendencia que se observa en el agregado de encuestas FiveThirtyEight, que otorga a Biden una recuperación alcista en su perspectiva de voto en todos los estados tras los dos últimos debates, especialmente en los del Sur. Esta tendencia se vería fortalecida por los buenos augurios que tiene su candidatura para vencer en Carolina del Sur, uno de los estados con mayor número de afroamericanos de todo el país. En este escenario, Biden disfrutaría de un momentum sobrevenido que, si bien no le permitiría alcanzar en el corto plazo a Sanders, sí que le serviría para evitar el asalto de Bloomberg y Buttigieg sobre su coalición de votantes, afianzándose en el supermartes como el candidato más votado entre los centristas. Este escenario daría lugar a un cierre de filas alrededor de su figura de entre los muchos superdelegados que aún siguen indecisos, lo que reforzaría su tendencia alcista durante el resto de las primarias. 

Este escenario cuenta sin embargo con muchos imponderables secundarios que darían lugar a una evolución de las primarias por caminos divergentes. Uno de los imponderables sería la distancia que separaría a Biden de Bloomberg como el candidato centrista más votado, pues no estaríamos ante el mismo escenario si el vicepresidente consigue imponerse claramente al multimillonario, a si la ventaja es lo suficientemente exigua como para que Bloomberg tenga motivos para continuar en la carrera con la esperanza de sobrepasarle en un futuro por la diferencia de fondos entre ambos candidatos. En el primer caso Sanders se encontraría en apuros, porque Biden es el único candidato que cuenta con una coalición de votantes lo suficientemente amplia como para rivalizar con la suya, y es competitivo en varios grupos demográficos en los que Sanders también es fuerte, como la clase trabajadora blanca de los Grandes Lagos, o entre la población mayor de las minorías raciales. El segundo caso es, sin embargo, la situación más favorable para Sanders, pues en un escenario post-supermartes en el que sus adversarios decidieran continuar compitiendo entre sí por ver quién representa a la alternativa anti-Sanders, esto provocaría una división en el voto moderado que podría dar lugar a la pérdida de muchos delegados en aquellas circunscripciones en las que Biden o Bloomberg no lleguen a un 15% de los votos. La fractura en el campo moderado despejaría a Sanders su camino hacia la victoria, tanto en términos aritméticos por la capacidad de arrebatar a ambos candidatos delegados, como por la posibilidad de presentarse ante el electorado como la única opción factible para llevar la unidad al partido.

Otro imponderable relevante es si Obama saldrá de su actual neutralidad, pues por el momento mantiene su palabra de no favorecer a ningún candidato. Desde hace semanas, Obama lleva siendo objeto de muchas presiones para que se decante por algún moderado y ayude al partido a frenar a Sanders. Esto podría ocurrir tras el supermartes si Biden logra buenos resultados, o incluso en vísperas de la cita electoral, siendo este caso aún más desastroso para Sanders. Sin embargo, a pesar de las súplicas de muchos miembros del partido, veo poco probable que Obama vaya a cambiar de parecer, pues en su memoria sigue viva su experiencia de las primarias de 2008, en las que él era el candidato alternativo al establishment de los Clinton, quienes hicieron todo lo posible para frenar su ascenso. Obama es consciente de que si un antiguo presidente hubiera hecho en 2008 lo que le están pidiendo a él, lo más probable es que no hubiera podido derrotar a Clinton, y si bien difiere con Sanders en sus posiciones políticas, su experiencia personal en las primarias le hace simpatizar de algún modo con su situación, por lo menos en lo referido a mantener su neutralidad.

Estos son a mi juicio los dos escenarios más factibles para el supermartes, y en ambos Bernie Sanders se impondrá como el ganador en términos absolutos, tanto en voto popular como en la asignación de delegados. Esto no significa que Sanders vaya a vencer en todas las regiones del país, y tampoco que el relato de los grandes medios de comunicación vaya a reflejar esta victoria probable de Sanders. Por otra parte, resulta igualmente importante considerar la dinámica electoral que se genere tras esta noche, pues esta condicionará las votaciones de las primarias de los siguientes meses y semanas. Por este motivo he propuesto la posibilidad de estos dos escenarios, el Bloomentum y el Bloomfail, pues cada uno dará lugar a unas primarias completamente distintas.

La fractura en el campo moderado despejaría a Sanders su camino hacia la victoria, tanto en términos aritméticos por la capacidad de arrebatar a ambos candidatos delegados, como por la posibilidad de presentarse ante el electorado como la única opción factible para llevar la unidad al partido

Independientemente del escenario que emerja del supermartes, el proceso de votación en esta jornada va a seguir una lógica electoral muy precisa como resultado de que los estados continentales estadounidenses se encuentren repartidos en cuatro husos horarios distintos. Las votaciones de la costa Oeste terminarán cuatro horas después que las de la costa Este, pero los principales medios de comunicación se rigen por el horario de la costa atlántica, por lo que el relato sobre los resultados provisionales del supermartes se construirá a partir de los datos preliminares de la costa Este. Este punto es importante, porque los apoyos de Sanders son más sólidos en los estados más occidentales del país, mientras que los orientales muestran una competición más ajustada entre Sanders, Bloomberg y Biden. Teniendo en cuenta el comportamiento de los medios de comunicación en las votaciones de Iowa, New Hampshire y Nevada, esto seguramente dará lugar a un relato inicial sobre el fracaso de Sanders en esta noche electoral, que podría ir cambiando hacia un discurso alarmista según se vayan conociendo los datos de la costa Oeste durante los siguientes días.

Los primeros datos provisionales en llegar serán los de las regiones de Nueva Inglaterra y el Sur. De entre los estados de Nueva Inglaterra votarán Maine, Vermont y Massachusetts. Sanders tendrá un dominio absoluto de Vermont, unos resultados en Maine similares a los de Nevada, y es muy probable que derrote a Warren en su propio estado de Massachusetts, complicando aún más su carrera presidencial y poniéndola a las puertas de la renuncia. Nueva Inglaterra mostrará un claro apoyo a Sanders sobre el resto de las candidaturas. El Sur en cambio va a mostrar el patrón de voto más dividido de la noche, dibujando un escenario más parecido a los resultados de Iowa y New Hampshire, donde el ganador (sea quien sea) obtendrá su victoria con poco margen con respecto a sus competidores. Entre estos estados, Sanders será más fuerte en Virginia, pero con poco margen, y quizás consiga alguna victoria más en estados como Oklahoma, Arkansas, o Carolina del Norte, pero estos tres tienen igual de posibilidades de ser conquistados por Biden o Bloomberg, mientras que Tennessee y Alabama tienen una alta probabilidad de acabar apoyando a Biden por un alto margen. 

Con una hora más de diferencia votarán dos estados determinantes para el resultado de la noche electoral: Texas y Minnesota. En Minnesota, Sanders y Klobuchar se encuentran empatados, con una ligera ventaja para la senadora en su propio estado pero si Sanders vence, la renuncia de Klobuchar estará asegurada. Texas será la pieza determinante para el relato sobre los resultados de la noche electoral (mientras que California lo será para la victoria en delegados) pues, al ser el segundo estado que reparte más delegados, su importancia simbólica es enorme, y además será con sus resultados con los que se cierre el ciclo informativo de la noche. En este estado es donde Biden parece estar experimentando su mayor remontada, al punto de sacar una ligera ventaja a Sanders en las últimas encuestas. Si Biden gana en Texas, aunque sea por un margen exiguo, esa será la noticia de la noche electoral, marcando la narrativa general sobre los resultados del supermartes (independientemente de cuáles acaben siendo los resultados definitivos). Pero si Sanders consigue aguantar y dominar en este estado, el pánico cundirá entre los medios de comunicación mayoritarios.

Si Biden gana en Texas, aunque sea por un margen exiguo, esa será la noticia de la noche electoral

Finalmente votarán los estados del Oeste: Colorado y Utah con 3 horas de diferencia, California con 4 horas de diferencia, y la Samoa Americana (un territorio no incorporado, que es una forma elegante de decir “colonia”) votará con 9 horas de diferencia. Salvo en la Samoa Americana, donde la disputa se encuentra más ajustada entre Sanders y Biden, en el resto de los territorios va a dominar el senador de Vermont con sus mejores resultados de la contienda. En Utah y Colorado su victoria será incontestable, con niveles parecidos a Nevada o superiores (son estados vecinos). En California sus competidores tendrán mejores resultados, pero Sanders será el ganador indiscutible, llevándose consigo un número nada desdeñable de delegados que le acercarán un poco más a la nominación. California es el estado que más delegados otorga, 415 de los 3.979, por lo que la dimensión de la victoria de Sanders en el largo plazo de las primarias se va a medir en base a la cantidad de delegados que consiga en este estado.

A pesar de sus previsibles buenos resultados en la costa Oeste, Sanders no podrá rentabilizarlos en el corto plazo, ya que el recuento en esta zona se retrasará toda la semana, especialmente en California, donde está permitido votar por correo hasta el mismo supermartes, por lo que es previsible que los resultados finales de estos estados tarden bastante en llegar, y dañen así, en el corto plazo, la narrativa sobre la victoria de Sanders (a menos que conquiste Texas).

Con mucha seguridad Tom Steyer y Tulsi Gabbard anunciarán el fin de su campaña con los resultados del supermartes. Amy Klobuchar tiene también bastantes probabilidades de abandonar (aunque resista ante Sanders) y existe una ligera posibilidad de que Elizabeth Warren también desista, aunque sus planes por el momento consisten en aguantar hasta la convención. Esta será una noche dura para Pete Buttigieg, que solo tiene posibilidad de sacar algunos delegados en Massachusetts y California. Continuará en las primarias, pero su estrella inicial se apagará esa noche y lo único que conseguirá será restar delegados a los moderados en las sucesivas contiendas. O bien Michael Bloomberg, o bien Joe Biden emergerá como la figura de referencia entre los moderados, pero si el resultado entre ambos es muy ajustado, emprenderán una guerra fratricida por el centro que en último término beneficiaría a Bernie Sanders, que será el ganador de la noche, al menos en voto popular y delegados. 

El establishment demócrata y los superdelegados ya no ocultan que su objetivo es llegar a una convención fracturada en la que forzar a una segunda votación e imponer a su candidato al margen de la voluntad democrática de las primarias

Pero la gran pregunta que aún no tiene respuesta es si esto será suficiente para poner a Sanders en el trayecto para conquistar la nominación demócrata. En cada estado los delegados se reparten en base a dos criterios: una parte de ellos se dividen de manera proporcional entre todos los candidatos según sus resultados totales, pero excluyendo del reparto los candidatos que no lleguen a un 15% de los votos totales. Hay otro grupo de delegados que se reparte en base a los resultados en cada circunscripción al Congreso, por lo que, si un candidato obtiene menos de un 15% a nivel estatal, pero más de un 15% concentrado en un distrito congresional, puede optar a algún delegado por ese distrito. Esto es importante tenerlo en cuenta, porque si el voto moderado continúa dividido, es muy probable que se pierdan muchos votos de los candidatos que no alcancen el 15% a nivel estatal, con lo que Sanders podría llegar a tener el 51% de los delegados sin llegar a la mayoría absoluta en votos. Pero por el momento la opción que parece más probable es que Sanders vencerá en número de delegados como el candidato más votado (victory by plurality), pero sin conseguir una mayoría absoluta (victory by majority). 

Los estatutos de la convención de Milwaukee especifican que si ninguna candidatura obtiene una mayoría absoluta de delegados (1.990 delegados) en primera votación, se llamará a una segunda en donde podrán votar los superdelegados, y en la que los delegados estatales ya no tendrán por qué obedecer el mandato de su estado (si bien el mandato imperativo tampoco es legalmente vinculante en la primera votación, es lo que se espera de ellos). El establishment demócrata y los superdelegados ya no ocultan que su objetivo es llegar a una convención fracturada en la que forzar a una segunda votación e imponer a su candidato al margen de la voluntad democrática de las primarias. Incluso aunque esta estrategia ponga en peligro la integridad y supervivencia del partido, y regale de manera segura la reelección a Trump. Pero su odio a Sanders y el temor a perder su predominio sobre el partido les ha conducido a una situación en donde muchos prefieren verlo desaparecer antes que transformado. Por este motivo, el equipo de Sanders debe trabajar tras el supermartes en asegurarse la lealtad de más superdelegados. La mayoría no han terminado de escoger bando, a la espera de ver quién lidera la carrera para sumarse a caballo ganador. El equipo de Sanders necesita evitar a toda costa la segunda vuelta y, en caso de que no lo consiga, necesitará aliados con los que resistir la ofensiva de la dirección del partido.

La batalla por el supermartes se encuentra en la recta final y su resultado marcará el destino de la guerra por las primarias demócratas. El campo de batalla se encuentra muy disputado, pero al igual que les pasó a los Stark en Juego de Tronos, la candidatura de Sanders puede llegar a ganar todas las batallas, para acabar perdiendo la guerra. La convención de Milwaukee se convertiría en su particular boda roja y, en este caso, la decepción de la base demócrata será más intensa que la de los fans de Juego de Tronos con la última temporada de la serie. En este escenario, Donald Trump, como el Rey de la Noche tras derribar el muro, avanzará con todos sus caminantes blancos ataviados con sus gorras rojas por las tierras de Poniente, sin que nadie pueda hacerle frente efectivo en la carrera por la reelección.

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Marcos Reguera es politólogo y doctor en Historia. 

Iowa, New Hampshire, Nevada, Carolina del Sur, y tras estos cuatro estados de apertura, el 3 de marzo llega el supermartes, la cita definitiva que suele consolidar a la candidatura favorita de cada partido rumbo a la nominación presidencial. Los demócratas se juegan mucho en este proceso, y no solo la vuelta al...

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3 comentario(s)

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  1. StatusCoup

    Now, all against Sen, Sanders, but is make no mistakes because is the same path that paved the way of Trump right to the Whit House. So the chances for Bernie has trully arrived, because he was ready and prepared for that by building up an enormous grassroots movement. The victory may be historic.

    Hace 4 años

  2. Nui

    Estupendo articulo, muy bien elaborado y con una prosa digna de un coguionista de Juego de tronos, parafraseandote, amigo... estaré al tanto de tus articulos, Marcos.

    Hace 4 años

  3. Pacocano

    Buenísimo artículo. Gracias

    Hace 4 años

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