Reportaje / Pandemia, trata y prostitución
“He tenido dos clientes aunque lo normal serían 20. Son casados y no tienen excusa para salir”
Ajenas a los debates feministas sobre abolicionismo o regulación, miles de mujeres se ven obligadas a seguir prostituyéndose en clandestinidad para sobrevivir a la crisis de la Covid-19
Ritama Muñoz-Rojas 16/04/2020
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“Los kamikazes me dan de comer. No me siento orgullosa, pero ahora estamos pasando hambre; tengo que hacer masajes y lo que haga falta, lo que no he hecho nunca”. Lo cuenta una mujer con estudios, masajista titulada, dada de alta como autónoma en la Seguridad Social y con dos hijos menores que no conviven con ella, a la que llamaremos Sonia. “Sé que corro un riesgo, pero tengo que comer, tengo hijos, se trata de la supervivencia. Yo, en la primera semana [del estado de alarma], me retiré, no trabajé nada de nada. Pero ahora escuchas a Pedro Sánchez decir: una semana más, otra semana más... Yo sé que me arriesgo, y no quiero contagiar a nadie. Pero esto es supervivencia”, añade Sonia en conversación telefónica desde el piso en el que se ha quedado confinada.
Sonia es una más entre miles de mujeres que, a pesar del confinamiento decretado por el estado de alarma, se ven obligadas a seguir trabajando en la prostitución para poder comer. El distanciamiento social, en su caso, es solo un eufemismo. Se trata sobre todo de marginación social; de exclusión y explotación. Desde aquel ya lejano 14 de marzo, los voluntarios y las responsables de organizaciones de apoyo a las víctimas de trata sexual no hacen el seguimiento habitual de las mujeres para proporcionar material preventivo o información socio sanitaria. Ahora dedican el día y la noche a solucionar cuestiones tan urgentes y básicas como la alimentación, gastos mínimos de teléfono agua, luz y los de alquiler; el alquiler que deben pagar a sus caseros, que la mayoría de las veces son los mismos que las explotan.
“La situación es grave y está demostrando, sacando a la luz las costuras, los puntos más débiles que tiene la sociedad. Estamos comprobando la marginación que sufren las trabajadoras del sexo, la desatención en que se hallan. Si existía alguna duda sobre ello, ha quedado claro”, explica la catedrática de Derecho Mercantil de la Universidad de Valladolid, Marina Echebarría Sáenz. “Tenemos una realidad que atender hoy, la necesidad es inmediata. Dejémonos de discusiones teóricas sobre la prostitución o el sexo”, añade.
Aunque alguna asociación afirma que el 80% de los espacios de prostitución siguen activos, las mujeres con las que se habla cuentan que las llamadas se han reducido a la mitad
Sobre el descenso de la actividad relacionada con la prostitución durante el estado de alarma no hay datos ciertos. Aunque alguna asociación afirma que el 80% de los espacios de prostitución siguen activos, las mujeres con las que se habla cuentan que las llamadas y servicios se han reducido a más de la mitad. La prostitución callejera está obviamente parada; los clubes de carretera y establecimientos como bares o locales de alterne permanecen cerrados. Pero sigue habiendo pisos invisibles donde se ejerce esta actividad que mueve cuatro millones de euros al día en España y que llega a generar 1.800 millones de beneficios anuales. ¿Cuántas mujeres dependen, de forma voluntaria o forzosa, del llamado “oficio más antiguo del mundo”? Los datos no son fiables. El Ministerio del Interior habla de 12.000 mujeres en situación de trata, pero la cifra se refiere solo a los casos en los que habido intervenciones de las fuerzas de seguridad. Otras estimaciones, basadas en datos de organizaciones y activistas, apuntan al medio millón de mujeres ejerciendo la prostitución en diferentes situaciones. Se trata de un cálculo difícil de hacer, porque requiere profundizar en una actividad que casi siempre transcurre en los márgenes invisibles de la sociedad. “Si algo demuestra la variedad de cifras es que no hay una voluntad de hacer un estudio serio; es indignante que no se ha haya hecho. Está claro que elaborar ese recuento puede resultar incómodo para todos. Para el Estado, para los ayuntamientos, para las asociaciones y para los partidos políticos, que tendrían que posicionarse”, expone Marina Echebarría.
Casos de trata
“El día antes del confinamiento habían llegado mujeres de Colombia víctimas de trata, y por supuesto los proxenetas no las recibieron porque eso les complicaba la vida. No solo porque les tienen que dar de comer, sino porque nos podemos contagiar; y las han soltado en la calle. En este momento no hay pisos ni recursos para dar cabida a esas mujeres por parte de las organizaciones que las apoyan”, apunta Mabel Lozano, escritora, directora de cine y activista a favor de los derechos de las víctimas de trata y prostitución. “Con las que hablo me confirman que sigue habiendo demanda, pero no tanta como antes. Yo creo que han sido más disuasorios para el prostituyente los controles de la policía que el propio virus, las multas que el contagio. Es brutal. Estamos hablando de seres sin alma. Es ahora cuando se necesitan de verdad los recursos para las víctimas de prostitución”, añade la autora de El proxeneta.
Antes del 14 de marzo, un masaje de una hora suponía 100 euros. Ahora son 50, con final feliz o lo que haga falta
El relato de una de las mujeres consultadas vía telefónica corrobora esa impresión. Cuenta que ahora solo tiene dos o tres servicios por semana. ¿Lo normal en otros tiempos? Ocho servicios al día. “Los precios han bajado. Antes solo hacía masajes sin sexo, solo con final feliz, y cobraba el doble de lo que ahora me pagan por servicios en los que se incluye todo; ahora hago lo que nunca había hecho, necesito dinero y hago lo que me pidan”.
Anuncio en una página web de contactos.
Traducido a números, significa que antes del 14 de marzo, un masaje de una hora suponía 100 euros. Ahora son 50, con final feliz o lo que haga falta. “Antes podía ahorrar. Ahora voy acumulando deudas. No descarto tener que llamar a Cáritas”. En ese momento se le entrecorta la voz y continúa la conversación sin aguantar el llanto. “Es muy duro, ¿sabes? Es horrible, a lo mejor puedo ser transmisora. Me siento culpable. No sabemos cómo funciona este virus. Yo sigo todas las indicaciones, y antes de tener para comer, prefiero tener para comprar lejía o una mascarilla. Si yo me infecto, ¿a quién puedo ayudar? Tengo dos hijos”.
Lo que va quedando claro cuando se habla con las personas o asociaciones relacionadas con la prostitución es que existen multitud de realidades, y ahora, en tiempos de coronavirus, también. “Cada caso es único, y hay que dar respuesta a todos”. Lo dice Ninfa, una puta de la calle que ejerce en el polígono de Villaverde, en Madrid y que milita en AFEMTRAS (Asociación Feminista de Trabajadoras Sexuales). En estos días se movilizan para ayudarse unas otras; buscar bolsas de comida, resolver el tema de alojamiento de las compañeras que estaban en clubes o en hostales y las han puesto en la calle. “Tenemos claro que las ayudas que está prometiendo el Gobierno a nosotras no nos van a llegar. ¿Cómo vamos a poder acceder a esos préstamos que están prometiendo si no tenemos una nómina? Es como si no existiéramos, no le importamos a nadie”, declara esta mujer de origen latino, que, hasta ahora, compaginaba el trabajo en la calle con contratos de trabajo.
Hace dos semanas, un grupo de trabajadoras del sexo vinculadas al Comité de Apoyo a las Trabajadoras del Sexo (CATS) lanzaron una campaña de crowdfunding para ayudarse entre ellas. Han logrado reunir 14.000 euros y ya está en marcha otra iniciativa igual a través de la página web de CATS. Nacho Pardo es el coordinador de esta ONG que reivindica el reconocimiento de los derechos laborales de las personas que ejercen la prostitución. El pasado año dieron asistencia a 2.000 personas en el sureste del país y visitan 55 clubes de alterne o whiskerías y en estos momentos de encierro y cese de actividad continúan en permanente contacto con todas. La situación que describe es ésta: se han cerrado todos los clubes; en algunos casos, los dueños han permitido que las mujeres se queden dentro; se desconoce si cuando esto acabe les reclamarán lo que hayan consumido, pero en algunos casos las están manteniendo. En otros, las han echado a la calle; algunas se han marchado a sus países, otras se han alojado en pisos de amigas y otras están en la calle en situación precaria”.
Las mujeres que trabajan en clubes no pueden acceder un ERTE porque no existe una relación laboral reconocida. Luego están las que ejercen en su piso
“Ellas no pueden acceder un ERTE porque no existe una relación laboral reconocida. Por eso para nosotros es tan importante que se reconozca esa relación contractual”, expone Pardo. Y luego están las que ejercen en sus pisos, como Vera, que están tratando de conseguir algún servicio entre una demanda bajo mínimos. “Llevo un mes virgen”, declara no sin cierta ironía. “Tan solo he tenido dos clientes cuando lo normal hubiera sido veinte en estas semanas. Mis clientes son casados y no ahora no tienen excusa para salir. Yo no estoy en situación de necesidad, pero me estoy gastando los ahorros que tenía. Otras compañeras se han tenido que ir a pasar la cuarentena con un cliente”.
Muestra de una web que da acceso a distintos servicios en varias ciudades.
Quédate en casa o respeta la distancia social se han convertido en una gran molestia para la mayoría de la población. Para el colectivo de mujeres que se ven obligadas a ejercer la prostitución, estas dos frases son un infierno al que aún en tiempos de coronavirus se ven obligadas a descender. “Si su gobierno le obliga a quedarse en casa, desde xxxx.com pedimos que cumplan sus indicaciones”. Con este encabezamiento comienza el listado de anuncios de contactos en una de las páginas web frecuentadas por puteros, en los que aparecen frases y sugerencias como éstas: “Masajista. Utilizo mascarilla”. “Estoy muy cercana al lado de la M-50 a 20 minutos de Madrid Centro”. “Hago desplazamiento a hoteles en Gran Vía, barrio Salamanca, Ventas, Chamartín, plaza de Castilla”.
“Aún no ha venido nadie con un perrito, pero tampoco sería raro. Casi todos vienen con la bolsa de la compra”, cuenta una masajista que trabaja en su casa, en Madrid. “Son educados, llegan con la mascarilla. Yo les pregunto si les importa que me ponga la mascarilla y la mayoría me dice que sí, que me la deje puesta. Los clientes que llegan son personas que viven o trabajan cerca; o tienen algún salvoconducto de su empresa”, continúa. “Yo me pongo mascarilla. Pero aún así siento que esto es mirar al cielo y cruzar los dedos; a ver si me libro. Intento esquivar alientos, miradas. El otro día un caballero me quería dar un beso. Y yo le dije, ya nos lo daremos cuando esto acabe”.
“Estos hombres, prostituidores o consumidores de prostitución se están saltando la cuarentena, dicen que van al Mercadona y donde van es al piso. Es así, tal cual. Están rompiendo esa cuarentena, poniendo en peligro no solo a la mujer que están prostituyendo sino a la que dejan en su casa. Estamos ante un gravísimo problema de educación. Hay que dar una respuesta inmediata a esas mujeres. Lo están pasando realmente fatal”, explica Mabel Lozano.
“Desde el principio, lo que más nos ha preocupado ha sido llegar a ellas; muchas se han quedado aisladas y, tal y como vamos viendo, en situación muy crítica”, dice Elisa García Teigell, responsable del área de género de Médicos del Mundo en Madrid. “El gran problema es que no podemos acceder por el estado de alarma, y el contacto telefónico es sesgado; sabemos que muchas no tienen libertad para hablar. Si de por sí esto es un fenómeno invisibilizado, ahora, con esta crisis sanitaria, mucho más. Es verdad que tienen acceso al sistema sanitario y que se les ha dado un código. Pero hay que tener en cuenta que existe la gran barrera del miedo, invisible como ellas; temen que les pare la policía en el desplazamiento porque están en situación irregular. Muchas de las medidas sociales que se han adoptado ante la crisis no les van a llegar”, añade, aunque no tienen constancia de ningún positivo por Covid 19.
Banco de Alimentos
En Madrid, Médicos del Mundo ha tenido que solicitar comida al Banco de Alimentos y ya ha distribuido 1.200 kilos en tres centenares de bolsas individuales, cuyo reparto requiere un ejercicio de logística y coordinación de gran finura que llevan a cabo técnicos y voluntarios de la organización. Arroz, legumbres, leche, lejía guantes, mascarilla. Entregar el paquete no les resulta sencillo. Citan a las mujeres en un punto lo más cerca posible de su casa, pero llegar más lejos de 300 metros desde el portal supone una situación angustiosa porque ni conocen Madrid, ni tienen la menor idea de las calles y sus nombres, síntoma claro de estar ante un caso de trata. Además, no tienen papeles y la policía para al que va por la calle. Médicos del Mundo ha conseguido salvoconductos para ello.
En muchos casos emplean métodos no presenciales, como videollamadas, webcams o charlas por whatsapp
Desde la declaración del estado de alarma, APRAM, una asociación de apoyo integral a la mujer prostituida, lleva a cabo un monitoreo de la situación mediante llamadas por teléfono a 419 mujeres de diversas comunidades autónomas. La conclusión según esa asociación es que ocho de cada diez pisos en los que se ejercía la prostitución siguen activos. En muchos casos emplean métodos no presenciales, como videollamadas, webcams o charlas por whatsapp, que, en contra de lo que pudiera parecer, suponen más obligatoriedad para las mujeres y mayor blindaje del negocio.
“A pesar de la vigilancia, estamos viendo que muchos clientes se están saltando el estado de alarma y están llegando a estos lugares. Las mafias se están transformando para que no se les hunda el negocio. A las mujeres las están trasladando e invisibilizando”, declara Rocío Mora, coordinadora de APRAMP. “Tenemos que ir muy rápido porque las mafias van por delante de nosotros; el negocio tiene que seguir, y para eso ellos marcan estrategias para que el putero llegue a estos lugares sin ser interceptado por los cuerpos y fuerzas de la seguridad del Estado. Es increíble que esto pase, sí, pero tiene que ver con la cuestión de por qué existe la trata, también algo increíble. Lo repetimos continuamente, si existe la explotación sexual y si hay mujeres prostituidas es porque hay demanda”.
“Lo que ha conseguido el estado de alarma es que los contactos sean mucho más invisibles y mucho más clandestinos. Es casi imposible ayudarles porque no se puede acceder a ellas y no queremos perder lo que habíamos avanzado trabajando con ellas; estamos usando otra metodología para que ellas lleguen a nosotras”, añade la responsable de APRAMP.
En Médicos del Mundo, con programas de atención sanitaria a víctimas de la prostitución desde hace 30 años en España, han constatado lo mismo. Lo cuenta Érika Chueca, trabajadora social dedicada a mujeres en situación de prostitución, además de portavoz de Médicos del Mundo en España. “Ahora ya nos empieza a llegar que la actividad se ha reactivado. Ellas dicen que sí a servicios sexuales con contacto físico porque tienen que pagar la deuda que están acumulando. Al principio, su actividad fue más mediante webcam o teléfono, pero esta semana yo estoy conociendo muchos casos donde los puteros han ido a sus pisos. Es necesario señalar la violencia de los puteros, capaces de saltarse el estado de alarma y de poner en riesgo a las mujeres y a su propia familia”.
Aviso de cierre en la página web de un club.
Lejos de mejorar, la situación se va agravando conforme avanza el estado de alarma, tal y como cuenta la portavoz de Médicos del Mundo en España. “Nos hemos ido enterando que los dueños de los burdeles y los dueños de los pisos les siguen cobrando, aunque ellas no generen dinero; además, cantidades astronómicas, 200 o 250 euros a la semana. Y el 90% son migrantes que suelen vivir en los pisos donde ejercen; lo natural sería que en estos tiempos de solidaridad no se les cobrase, pero está visto que no es así. La prostitución es patriarcado y capitalismo juntos, y aquí se reproduce; los gerentes o dueños de clubes quieren seguir generando dinero como sea, así que no les han reducido nada ni les han perdonado nada”.
“Hay una demanda tan bestial que hace que valga todo. Somos el tercer país a nivel mundial en consumo de prostitución. Cuando hay una demanda tan alta, vale todo. Incluso en los tiempos de Covid”, añade Begoña Pablos, técnica de intervención del programa de explotación sexual de Médicos del Mundo. Trabaja doce horas diarias a pie de teléfono, atendiendo llamadas o mensajes de wasap en los que, por ejemplo, preguntan por algún lugar en el que se las dé de comer. “Estamos muertecitas de hambre”, dicen; aluden también a que no pueden pagar el hostal o que no tienen “ni para comer”. Escriben mujeres desesperadas sin saldo para llamar. Y también les llegan mensajes que tienen que ver con los tratamientos hormonales que hay que seguir tras una operación de cambio de sexo. Hay ya casos en los que se han quedado sin acceso al medicamento, por no poder pagarlo o porque no está en las farmacias. “Estamos todas jodidas, estamos solas, no tenemos a nadie, y sin un duro. A mí me van ayudando amigos a cambio de servicios en el futuro”, cuenta una mujer.
Desde varias comunidades autónomas se está tratando de encontrar alternativas que den solución a la situación por la que atraviesa este colectivo, ahora, y también para la que tendrán que afrontar cuando la crisis sanitaria finalice. Si algo tienen claro en organizaciones como Médicos del Mundo o APRAM es que el sector van a resultar duramente castigado y se temen que haya un repunte de la prostitución, como ya ocurrió tras la crisis de 2008. “Eso no lo podemos permitir”, declara Elisa García Teigell, de Médicos del Mundo.
“No me puedo ni imaginar un piso con diez o doce mujeres jovencísimas, casi niñas, conviviendo con sus proxenetas 24 horas al día. Me quita el sueño”, concluye Mabel Lozano.
“Los kamikazes me dan de comer. No me siento orgullosa, pero ahora estamos pasando hambre; tengo que hacer masajes y lo que haga falta, lo que no he hecho nunca”. Lo cuenta una mujer con estudios, masajista titulada, dada de alta como autónoma en la Seguridad Social y con dos hijos menores que no...
Autor >
Ritama Muñoz-Rojas
Periodista y licenciada en Derecho. Autora de 'Poco a poco os hablaré de todo. Historia del exilio en Nueva York de la familia De los Ríos Giner, Urruti'.
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