GESTAS Y LEYENDAS
Un recuerdo frente a Orzán: del ‘Súper Dépor’ a la Liga
El destino es caprichoso. A veces compensa un mal recuerdo por otro bueno, para emborronar con sonrisas las lágrimas, que es la única forma de sacarlas bonitas
Marcos Pereda 25/05/2020
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El destino es caprichoso. A veces compensa un mal recuerdo por otro bueno, para emborronar con sonrisas las lágrimas, que es la única forma de sacarlas bonitas. Les sucede, cada mes de mayo, a los aficionados del Deportivo de la Coruña. Qué cabrona la primavera, qué capricho el caer de las semanas. Primero, el desgarro. Día 15, un penalti que aún se lanza, que aún no llega, que todos intentan desviar, así, fiu, fiu, soplando a un lado y otro. Pero nada, no hay forma. El otro siempre para. Y después, llorar. Cinco días, solo cinco. Llega el veinte y se celebra. Mira cómo viene ese córner, mira qué giros más bonitos da el balón. Lo merece, ¿no? Salta Donato, primer palo, gira el cuello. Gol. ¿Lágrimas? ¿De qué lágrimas me habla usted?
El 9 de junio de 1991. Aquel día Deportivo y Murcia se juegan el ascenso a Primera División. La cosa se va de madre hasta que aparece Fran. Un par de jugadas y ya
Las historias a veces no tienen un principio, sino varios. Por cada “Llamadme Ismael” tenemos veinte “Todas las familias felices se parecen unas a otras”. Con esta (que es la del Dépor, y el ‘Súper Dépor’, y el ‘Euro Dépor’ y cuantos nombres más quieran ponerle al asunto) pasa algo parecido. Una puerta de entrada tiene lugar el 22 de mayo de 1988. Aquel día el Deportivo de La Coruña venció en Riazor al Racing de Santander. Gol de Vicente, minuto 92. Hasta ese momento (hasta ese ultimísimo instante) el Dépor estaba descendido a Segunda División B. En el palco un tipo que aún no ha cumplido los 43 años respira aliviado. Se llama Augusto César Lendoiro, y será reconocido tres semanas más tarde como presidente del club. No es lo mismo hacerlo en la plata que en el bronce, claro. ¿Otro instante? El 9 de junio de 1991. Aquel día Deportivo y Murcia se juegan el ascenso a Primera División. La cosa se va de madre (incendio incluido en la grada, con intervención de los bomberos y tres cuartos de hora de retraso en el juego) hasta que aparece Fran, ese zurdo de habilidad inmensa y aire melancólico que a veces parecía el más gallego de todos los gallegos del mundo. Un par de jugadas y ya está. El Deportivo de La Coruña vuelve a Primera División casi dos décadas más tarde.
Comienzos.
Temporada inicial como mandan los cánones. Sufriendo como perros, salvando la categoría en una promoción agónica contra el Betis. Match ball librado. Y después de eso… lo irreal. El Deportivo (ya convertido en Sociedad Anónima, aquello fue cosa también de la que hablar largo y tendido) empieza a gastar dinero a espuertas (bueno, comparado con lo que pasó más tarde eran minucias, pero ustedes me entienden) y ficha jugadores de talla mundial. Sobre todo Bebeto, que no todos los días se firma a un delantero de la verdeamarelha pretendido por el Borussia de Dortmund (vean el impacto). También llegó Mauro Silva, que tenía mucho menos glamour pero llevaba un montón de galones. O Djukic, el balcánico baratito y cumplidor que casi todos los equipos iban pescando en aquellos años de sangre y mortero. En el banquillo Arsenio Iglesias, un abuelo reconcentrado y de pocas palabras, su pelo blanco, su sonrisa tímida. Fran con cincuenta años más, para entendernos.
Temporada de aprendizaje. Como en las pelis (malas) de superhéroes, cuando el protagonista aún no sabe muy bien hasta dónde alcanza su potencial. Tercero, en fin, a cuatro puntitos del campeón (que volvió a ser el Barcelona, Tenerife mediante). Bebeto pichichi, Liaño zamora. Todos empiezan a hablar del ‘Súper Depor’, porque los noventa eran así de simples.
(A nadie extrañaba que el apodo desagradase a Arsenio Iglesias, tan tradicional, tan discreto él. “Tanto Súper y tanta hostia”, dicen que gritó un día camino del vestuario. Eufónico como la vida misma).
Día 15, mayo de 1994. Solo hay que ganar. En casa. Ante el Valencia, que no se juega nada. Pero a veces es más sencillo dejarse morir que alcanzar la gloria
La cima llegó doce meses más tarde. Uno de los momentos más inolvidables para… bueno, en fin, para todos. El Deportivo es líder 24 jornadas, encaja solo 18 goles, es más fiable que nunca. Hasta la fecha. La fecha. Día 15, mayo de 1994. Solo hay que ganar. En casa. Ante el Valencia, que no se juega nada. Aquella noche el estadio estaba lleno. Incluso el Monelos decidió pasearse por allí, huyendo del subsuelo al que lo condenó el progreso. Y la Torre de Hércules, cuentan, giraba más despacio para ver al equipo atacar. Que atacaba. Pero poco, atemorizado. Piernas que tiemblan. A veces es más sencillo dejarse morir que alcanzar la gloria. Eso les estaba ocurriendo a diez tipos vestidos de blanco y azul. Hasta el momento supremo, uno de esos instantes que marcan. ¿Qué hacías cuando el penalti de Djukic? Descuento, Nando que entra en el área, lo derriban. Pitido. Euforia, temor. No, demasiado cruel, no puede pasar. Con la cara de buena persona que tiene Arsenio. No puede pasar. Pero pasa. Bebeto se escaquea, porque la responsabilidad le daba dolor de tripita. Y Djukic coge el balón. La cámara lo enfoca, coge aire, expulsa con fuerza. Está totalmente acojonado. Lanza flojo y al centro. Años más tarde Julio Llamazares hará un relato magistral de este instante preciso. Qué jodida es la vida, regalando el momento literario de uno justo en lo más profundo de la derrota. La Liga que vuela a Barcelona. Tanto Súper y tanta hostias.
Fin del primer acto.
(González, portero del Valencia, celebró aquella parada como si hubiese ganado varios millones de pesetas en la lotería. Tómense la metáfora de la manera que quieran. Paco Liaño dijo a la tele aquello de “arrieros somos”. Lo fueron. Un año más tarde el Deportivo de La Coruña ganaba la Copa del Rey después de imponerse al Valencia. La final se jugó en dos veces, una menos que la de Platko, y aquí no hubo Alberti, ni Gardel, ni sangre. Suspendida por lluvia. Cómo iba a perder un gallego así, coño.)
Tanto tiempo esperando la venganza y esta llega de forma sosegada. Líder desde la jornada doce. Allí arriba el Deportivo. Hasta llegar al partido final. Otra vez en Riazor
Pasaron cinco primaveras. En el banquillo ya no estaba Arsenio, sino un guipuzcoano que mascaba chicle e inventó los rizos de calvo. Iruretagoyena, resumido en Irureta, o Jabo, que puestos a recortar hagámoslo bien. Tampoco andaba en punta Bebeto, que se fue en 1996 y volvió poco más tarde al Sevilla solo para hacer tres malabarismos en la presentación y largarse en poco tiempo, que estaba la cosa jodida allí. Por quedar quedaban Fran (solo que como no levantaba la voz a veces parecía no estar), Donato (ya en pleno proselitismo catecumenal) y Mauro Silva (que tampoco dejaba grandes declaraciones, pero sí se sacaba un partido enorme cada siete días). Otro equipo serio, rocoso. No espectáculo circense, no. Perder poco, conceder nada. La cuota de excentricidad dual (terreno de juego-vida diaria) la ponía Djalminha, porque todos los conjuntos deben tener alguien así para que el míster justifique su sueldo…
Tanto tiempo esperando la venganza y esta llega de forma (más o menos) sosegada. Líder desde la jornada doce, allá por noviembre. Fallan mucho los grandes, decían algunos. Nadie tiene regularidad, contestaban los otros. Qué más da, allí arriba que sigue el Deportivo. Hasta llegar al partido final. Otra vez en Riazor. Otra vez jugándosela frente a un rival que no tiene interés alguno, que llega pensando en sus cosas (el Espanyol jugaría la final de Copa una semana más tarde). Otra vez el Barcelona mirando por el rabillo del ojo. Solo que ahora no es de noche, sino media tarde, porque el fútbol ha cambiado también en eso. Y hasta el estadio presenta una imagen distinta. Moderno, cómodo. O tempora, o mores. Qué quieren, lo otro resultaba más romántico, más, sí, tradicional. Algo épico. Un mal recuerdo, también. Que no se repita. Pase lo que tenga que pasar, pero que no se repita. Eso no. Por favor.
El balón que vuela, Donato que salta.
Día 15 de mayo.
Felicidades.
El destino es caprichoso. A veces compensa un mal recuerdo por otro bueno, para emborronar con sonrisas las lágrimas, que es la única forma de sacarlas bonitas. Les sucede, cada mes de mayo, a los aficionados del Deportivo de la Coruña. Qué cabrona la primavera, qué capricho el caer de las semanas. Primero, el...
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Marcos Pereda
Marcos Pereda (Torrelavega, 1981), profesor y escritor, ha publicado obras sobre Derecho, Historia, Filosofía y Deporte. Le gustan los relatos donde nada es lo que parece, los maillots de los años 70 y la literatura francesa. Si tienes que buscarlo seguro que lo encuentras entre las páginas de un libro. Es autor de Arriva Italia. Gloria y Miseria de la Nación que soñó ciclismo y de "Periquismo: crónica de una pasión" (Punto de Vista).
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