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Año 1999. La editorial italiana Einaudi publica “Q”, novela de trama enrevesada que, básicamente, narra el nacimiento de diferentes opciones cismáticas dentro de la iglesia católica en el siglo XVI. La obra tiene un enorme éxito internacional, y muy pronto se convierte en best seller. Su autor, Luther Blissett, es saludado como uno de los más prometedores cachorros dentro de la novela histórica, digno sucesor de Eco por su erudición y mala leche a la hora de escribir. El futuro, vaya. Solo que hay un pequeño problema. No existe. O sí, pero no como todos lo imaginan.
Luther Blissett es un exdeportista profesional. De fútbol. Saludado, nada más y nada menos, como el peor jugador de la historia del AC Milan. Que ya es decir…
La historia merece la pena. Antes de ser un mito Luther Blissett fue una leyenda. En Watford. El equipo de Sir Elton John, que se lo había comprado alegremente (los multimillonarios hacen estas cosas) en 1976, cuando el club penaba por la cuarta división inglesa. Pero las libras son las libras, y para 1982 ya habían subido a la máxima categoría, gracias, entre otras cosas, a los 19 goles que había marcado un delantero centro atlético y sonriente, nacido en Jamaica, que respondía al eufónico nombre de Luther Blissett. Decían de él que era una gacela, que era un ariete, que era…bueno, que era bastante competente, vaya, y no debía ser malo del todo si tenemos en cuenta que en su debut entre los mejores celebró nada menos que 27 dianas. Aquel año 1983 el Watford fue segundo en la liga, solo superado por el Liverpool, y Blissett llegó a debutar con la selección inglesa. En su primer partido, zas…hat-trick. Ha nacido una estrella.
Así lo debió entender también Giuseppe Farina, el presidente de aquel Milan anterior a Berlusconi, que se gastó sus buenas liras para llevarse a Blissett hasta la Lombardía. Este Farina, por cierto, acabó en bancarrota, perseguido por la justicia a causa de minucias como fraude y evasión de impuestos. Huyo a la Sudáfrica del apartheid por aquello de no arriesgarse a la extradición. El denunciante era Silvio Berlusconi, a quien seguramente esas cosas le eran familiares. Cosas veredes.
Pero vamos, que en 1983 todo pintaba bien. Vale que el Milan estaba recién ascendido a la Serie A (había pasado un par de veces por el infierno aquellos años, la primera por un asuntillo de apuestas deportivas) pero ya se sabe lo apasionados que son sus hinchas. Todo estaba preparado para que Blissett se convirtiera en un estandarte. Y lo hizo, vaya si lo hizo, solo que de la forma menos esperada.
De primeras las esperanzas eran enormes. El propio Luther dijo que si Platini había marcado 18 goles con la Juventus…bueno, él iba a hacer algunos más. Qué sonrisa, qué físico de boxeador, qué arrogancia simpática. Los periodistas enloquecen. La Gazzetta dello sport lo tiene claro. Blissett superstar, titula en agosto. Lástima que aun no hubiese comenzado la temporada…
Porque cuando empezó…bueno, el tema se tuerce. John Foot dirá de Blissett que se hizo un genio en no anotar goles, en marrar ocasiones clamorosas. Algunas de ellas han entrado ya en la piccola leyenda de la ciudad lombarda. El primer penalti que lanzó en San Siro se fue a las gradas. Pero alto, muy alto. El boca a boca llegó a situar esa pelota fuera del estadio, algo realmente complicado. Pero ojo, con Blissett no hay que confiarse jamás. En el derby contra el Inter, rivalidad a muerte, nuestro Luther marró de forma absolutamente deliciosa una ocasión clarísima. Su fallo fue inmortalizado en una majestuosa serie de fotos que publicó la Gazzetta. Cuánta plasticidad, elegancia, descaro. Cuánta, sí, genialidad para hacer hermoso algo que casi todos desprecian. Dicen que en aquel preciso instante los aficionados del Milan estallaron espontáneamente en aplausos, conmovidos por la sublime belleza de aquello que acababan de contemplar.
Qué problema hay, entonces. Alguno, vaya. Seguramente secundario, propio de ese tipo de bárbaros que solamente sueñan con la victoria en lugar de solazarse con la maestría. Para esos el rendimiento de Blissett era un cachondeo. Cinco goles en toda la temporada, los mismos que Battistini, el central del equipo. Pero claro, mientras Battistini era una roca atrás (sobrio, seguro, contundente…aburridísimo) Blissett creaba magia en el área contraria. Su entrenador, Ilario Castagner, lo tiene claro: cuando Blissett empiece a anotar ya no parará. Lo que ocurre es que, en fin…que no se lanzó a ello. Seguía fallando, tropezándose, tirando a las nubes. Los aficionados del Inter, claro, lo amaban, su nombre resonaba en las gradas de San Siro tanto cuando jugaba de local el Milan como cuando lo hacía su rival eterno. Pocos jugadores han conseguido eso. Luther, nuestro Luther, lo hizo.
Con esta presentación es lógico que Luther Blissett no siguiera al año siguiente en Italia. Volvió a Watford, donde lo amaban y apreciaban. Donde, por cierto, marcó 148 goles en todas las categorías del fútbol inglés. Sí, nada menos que 148, así que malo del todo no sería. Lo que pasa es que, por la causa que fuera, no cuajó en Italia.
Hasta que se metió a escritor, vaya…
El autor de la novela “Q”, ese Luther Blissett del principio, no es en realidad nuestro (nunca suficientemente ponderado) futbolista. No es, ni siquiera, una única persona. Hablamos, más bien, de una asociación cultural, compuesta por docenas de intelectuales y activistas (la mayoría de ellos anónimos) que adoptaron como enseña el nombre del peor jugador que jamás haya vestido la camiseta rossonera del Milan. El peor hasta entonces, vaya, que llevan unos añitos… La idea es, por sacar un símil, como si ahora unos escritores de Madrid se bautizasen “Colectivo Royston Drenthe”. Más o menos…
Optaron por nuestro muy admirado Blissett porque, según sus propias palabras, “asumió inmediatamente el rol de producir un enorme poder inmaterial y simbólico, sublimando el sentido de todos sus gestos y sobredimensionando su rebelión contra el sistema”. Vamos, que fallaba un montón de goles cuando le contrataron, precisamente, para meterlos. En el fondo tiene un punto poético.
Los “Luther Blisset” han llevado a cabo diversas acciones por toda Europa. La publicación de “Q” fue, seguramente, la que los lanzó a la fama, pero tienen otras bastante llamativas, como inventarse un perfil falso de desaparecido para la versión italiana de “¿Quién sabe dónde?” (y denunciar así la utilización del dolor íntimo por los mass media), la amenaza de secuestrar un libro de Harry Potter en nombre de un grupo ultracatólico, o la expansión de un enorme bulo que hablaba de rituales satánicos en el centro de Italia, asumido acríticamente por todos los medios de comunicación, que se lanzaron a por la carnaza con deleite de moscas… Con estos antecedentes no es de extrañar que Luther Blissett haya decidido actuar también en España (todo lo anterior se podría haber hecho aquí con resultados de similar bochorno). En enero de 2008 robaron la bandera rojigualda del Castillo de Santa Bárbara, en Alicante, y la cambiaron por la enseña pirata en sutil metáfora monetaria, según sus palabras. Les pilló en una época anterior a la Ley de Seguridad Ciudadana, que si no…
Eso sí…todo lo anterior puede resultar interesante, intelectualmente comprometido, políticamente implicado…pero nada más. Lo bello, lo realmente bello, lo deliciosamente sublime, era lo que hacía el Luther Blissett original. Porque solo entre la mediocridad de quien fracasa es posible encontrar, a veces, la grandeza de quien no desea triunfar por la vía fácil.
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Marcos Pereda
Marcos Pereda (Torrelavega, 1981), profesor y escritor, ha publicado obras sobre Derecho, Historia, Filosofía y Deporte. Le gustan los relatos donde nada es lo que parece, los maillots de los años 70 y la literatura francesa. Si tienes que buscarlo seguro que lo encuentras entre las páginas de un libro. Es autor de Arriva Italia. Gloria y Miseria de la Nación que soñó ciclismo y de "Periquismo: crónica de una pasión" (Punto de Vista).
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